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Manifiesto de un gitano errante

Ismael Rivera


Las palabras nos rozan el oído, sólidas y acuáticas, sonidos, fonemas. El lenguaje, la palabra, el verso se hace arma, se dispara con precisión sobre su víctima. La escritura como medio-fin, la escritura como el todo, el poema de la nada colgando en sus pedestales.
Escribir hasta el llanto, escribir por la sangre y desde ella, escribir sobre un vidrio empañado lo efímero del presente, con las tripas ansiosas gritando. Escribir hasta que el cenicero se vuelve una visión insoportable, escribir para entender, para confundir, para mitificar y mistificar, para alcanzar la herejía y el supremo castigo, escribir para crear lo ya inventado y destruir el porvenir. Escribir aullándole al alma y a la silla que me sostiene. Escribir en el aire con el humo de los pulmones, con la lengua jadeante y el paladar seco, escribir con huellas tu nombre, tatuar la escritura en la piel. Escribir hasta que la hoja o la pantalla o la muralla se saturen, ignorarlas y seguir hasta el fin, si alguno existe. Escribir porque no hay respuestas y sí miles de preguntas (como si ese miles significara algo), porque nunca es suficiente, nunca es demasiado. Escribir con la náusea atravesando la garganta y con una sonrisa en los labios, con voz ronca o falsete, con la propia y la de los muertos. Anatemas escribir, anatomías esquivas. Escribir porque todos los días se ama, porque todos los días se muere.

Escribir el olor de la música, escribir la contradicción porque es necesaria, porque mi máscara no es mi maestro.

Escribir para soportar la locura, y para recordarla incesantemente, escribir, nuevos puntos de fuga en la tela, sin importar el dinero. Escribir errando o bien parado, con las sombras acechando. Escribir mientras el sudor frío recorre la espina, mientras el fuego se apaga lentamente en un baile ancestral. Escribir en el dintel de los cementerios: ‹‹Nada es trágico. Todo es irreal.›› Escribir porque se es humano y mundano en un mismo tiempo simultáneo. Escribir para negar lo escrito, para llegar al centro del laberinto y notar que no hay nada en él. Escribir agitando el agua, pero para que el pozo parezca menos profundo de lo que es, para que quien beba en él caiga. Escribir los instantes a los que volvemos una y otra vez, instantes eternos, imágenes perpetuadas en la retina, clavadas al rojo vivo. Escribir la falta de aptitudes, el oficio no heredado, escribir, hasta que el lápiz se rompa entre los dedos agarrotados. Escribir sin progresión, sin líneas de tiempo, escribir en hojas de nalca y preparar el curanto prosístico bajo tierra. Escribir desde la exageración hasta el hartazgo, desde tu pupila al cosmos. Escribir la patria invivible, recordando la no pertenencia. Escribir el desgarro en una despedida incierta y extendida. Escribir la arena que se escurre, grano a grano. Escribir la arena que se acopla en piedra, de la nueva roca escribir su aspereza. Escribir los rincones de cada habitación en la que se duerme. Escribir lo crudo, lo cocido y lo podrido, escribir sin seleccionar, meditando el azar. Escribir la ciudad sobrevolada, como fatídica ave que anuncia la oscuridad. Escribir sosteniendo la respiración, hasta sentir los latidos del corazón en las sienes, dando ritmo a las palabras. Escribir en contrapunto y con perspectiva desdoblada, escribir por si acaso (¿acaso qué?). Escribir con cenizas y polvo la humedad del musgo. Escribir porque la noche de mañana no llegará nunca, porque esa mosca no deja de zumbar en los oídos. Escribir lo que está pasando en el callejón lateral del restorán de moda. Escribir la inmanencia urbana, la inminente carencia de sentido. Escribir desafiando al blanco, para encontrar en las rayas del tigre mi epitafio.

 

Santiago, Marzo 2010.


 

 

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Manifiesto de un gitano errante.
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