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Presentación a «Tizne» de Ismael Rivera
Cerrojo Ediciones, 2019
Por Felipe Eugenio Poblete Rivera*
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Francamente estoy muy alegre de haber tenido la oportunidad de, no solo leer este conjunto poético impecable, anticipadamente además, sino también de oficiar esta tarea: presentar un poemario, un libro de poesía, ¿importa cómo lo llamemos? Más bien interesa lo que en las páginas está. Como también a las personas a quienes convoca: tantos amigos, ¿quién decía eso de que la poesía no servía si no es para hacer que los amigos se juntaran? Teillier ¿o no? No con esas palabras, seguramente, pero lo importante es que estamos acá con nuestro amigo Ismael, Ediciones Cerrojo propició este momento. Además siempre es bueno tener la oportunidad de compartir las impresiones de lectura sobre un trabajo de poesía bien labrado, mi presentación consiste en eso.
Este libro sí que le hace justicia al nombre de la colección en que se agrega. Dicen unos versos del libro: “Arden los olivos en sus entrañas”, “El vidrio es un fluido”. La conjunción tan violentamente distante genera vastísimos espacios de reflexión. Esa vieja idea del infinito y las representaciones o explicaciones. Como sea, puntas de lanzas agudísimas, duras rocas en cuyo centro el autor talló vocales con consonantes para poner su rabia ahí, su certeza procaz también señalada en el epígrafe con el cual envuelve al libro. Carezco de motivos para no citar la cita que Ismael Rivera hace. Ciertamente hay cosas carentes de motivo.
Adentro del libro, en términos generales, encontramos un experimentado manejo de lenguaje. Seguramente cada presente entre el público tiene conocimientos sobre las publicaciones anteriores del poeta, o al menos sabe que fueron editadas en formato libro: «Rincones» (Chancacazo, 2010), y «Desbautízame» (Oxímoron, 2015). ¿Y qué decir del talante derechamente interior de la música? ¡Otra cosa es con guitarra! Acá las palabras van fraguándose en comunicaciones con una sintonía diferente, es otro el ritmo que configuran, aunque pueda ser un fondo común el que anima a Ismael hacia la música y hacia la poesía. Igual aquí, en los poemas, la agudeza va en busca de otro oyente –lectores– al imposible límite en que las palabras dialogan con el silencio: cuando un lenguaje atraviesa una sequía. Lo digo como elogio: una poética que cruza un desierto, ya no árido y extendido tal vez: sino con nombre sobre un terreno que es ancho y ajeno: un país, una historia. Historia conocida, dirán otros. Pero la importancia está en otorgarle a las palabras la capacidad de comunicar por vez primera, como si fuera vez primera, dado que cada poema es siempre nuevo. Toda lectura lo reinventa, lo reinterpreta otra vez más.
El libro se divide en dos y se ofrece como las mitades de una fruta. Por eso no sabría recomendar por cual parte empezar. Los clásicos van a decir que por el principio, los vanguardistas que el principio es al final, la poesía es para leerla muchas veces. Releer es la palabra precisa. Si los textos son breves, como es el caso, es todavía más probable volver a leerlos y volver a leerlos y volver a leerlos. Uno a uno, combinadamente acaso. Un mismo clima cobija estas mitades. No es una fragancia es una herida. Una sección llamada “Carbón”. “Carbón”, cosa rojiana negra y viva de la infancia, aunque aquí ensayando hallazgos de la autorreflexión, cuando es ejercitada en el plano del lenguaje: “Escribir para negar lo escrito”, dice un verso anclado en esta mitad. De hecho, como todo un jefe de obra de su libro, un arquitecto, el autor manifiesta: “escribir la patria invivible”, involucrando también la sección “Tizne”.
Todos estos, textos nada de parcos sino directos; ni panfletarios ni menos escupos ni aplausos, calibran una visualidad provista de inexacta y tangible tonalidad narrativa, llena de sensaciones humanas: de regiones ocupadas, espacios abiertos, calladas por lo breve pero inevitablemente hablando. Pocas palabras. Diciendo. Como una especie de gotera: un dolor que frena, que se apaga “en los huesos de sal enconstró la herida”, en palabras del autor.
Otro verso dice “dejando charcos a cada paso”... Existe una máxima que asegura que el lenguaje genera, o produce, realidad, vale decir: que suscita la representación imaginativa de una realidad posible, lo que implica también eso de la vieja maquinaria visual que encienden los artefactos verbales en general. Aunque entre aquellos la poesía además establece una relación de necesidad respecto al ritmo. Sí, el ritmo es a la poesía como el destino al ser (¿de quién es esa frase?). Puede huir de él si lo desea, e incluso así estará buscándola, eso que le ocurre al pobre Edipo. Pero la poesía viene de sí misma, vale decir de la vida, que vendría a ser Poesía con mayúscula.
En estos poemas hayamos condensado el contenido. Existe un nivel de delimitación, es decir, una forma en que los poemas proponen su área circundante: su color, produciendo su atmósfera. Luego matizándola –no nombrándola– mediante escasas capacidades de dominio respecto al significado de las palabras: ellas solas hablan, están ahí a causa de la elección del autor. Y no hay aquí cosa dejada al azar.
En estos poemas el favor va en línea de otra certidumbre: cargan con su perfección a cuestas, desarrollando una especie de trama, una historia en guion. Y los guiones ciertamente parecen lanzas, y los barrotes lanzas lejos con tus manos, piensas en los argumentos de un preso político en una prisión chilena y miserable “¿cómo fuma el esposado”, dice el primer verso de uno de los poemas que conforman la sección titulada como el libro.
Simplemente el hecho de observar nada más la utilización de las palabras, como si contempláramos el hundimiento de trasatlánticos llenos de conteiners con los ojos de empresarios; no, mejor pensemos en los operarios que aceitaron las múltiples grúas que cargaron tanto tonelaje, o mejor, en el minero descalzo que al salir de vuelta a la tarde trae el rostro tiznado, y no es ninguna máscara. Cosa escasa en la sociedad conservadora e hipócrita como la nuestra, la que Ismael Rivera aquí está denunciando a través de estos poemas.
¡Es el exorcismo de un dolor que está en la historia, que duele! La utilización de no solo palabras certeras sino además punzante proposiciones: no más de cinco versos. Pienso que el haikú pudiera servir como un marco de referencia... Pero es la forma de lanza, más rasposa acá, más directa, sin ostentarse en maquillajes verbales. Una puesta en palabra –poesía– capaz de decir su causa y no su nombre, ciertamente porque no hay palabras para dar cuenta del horror, adonde apuntan: lanza aguda con piedra tallada. Es que hay tantas cosas pendientes. Tanta innegable brutalidad. Tanta tantísima violencia que, dice el autor: “la bandera / jamás podrá cubrir”.
Sin embargo, y ya también voy terminando, es tan condensado el libro que no quisiera citarlo mucho más: que la lectura sea una nueva presentación, sí. Aunque al mismo tiempo, ¿cómo hablar de algo sin decirlo? Bueno, es justamente lo que este brillante libro hace: con penetración directa, duramente y sin perder el carácter lírico. Su contenido nos interpela sin ser insidioso, ni mucho menos moralista. Genuinamente aquí, el poeta está denotando el ámbito de una ética, al tiempo que ensaya una producción poética de notable factura e inédito ritmo. ¡Que vengan pues los versos!
Viña en otoño de 2019
Durante la presentación
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*Felipe Eugenio Poblete Rivera (Viña del Mar, 1986). Publicó negro (Altazor, 2013), Primera trenza (Mago/Cuadernos de Casa Bermeja, 2017) pobre poeta Poblete (Cerrojo, 2017), dirige el sello de ediciones artesanales yogurt de pajarito. Ha preparado las reediciones, de Las palabras del fabulador de Jaime Quezada (Gramaje, 2015), tentativa del hombre infinito de Pablo Neruda (Ediciones de la Fundación Pablo Neruda 2016) y Glosario gongorino de Óscar Castro (Gramaje, 2017). Entre 2014 y 2017 fue coordinador del Taller Latinoamericano de la Fundación Pablo Neruda. Participó en el festival de poesía A Cielo Abierto (2016, Valparaíso). Es Licenciado en Arte por la PUCV, Magíster en Historia del Arte por la UAI y Magíster en Bibliotecología e Información por la UPLA. Desde 2015 es asistente del Archivo Ruiz-Sarmiento y organizador del ciclo Lecturas Mistralianas.