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Oscar Welden: "Perro del Amor"

Por Ignacio Valente
El Mercurio, Santiago. 28 de Junio de 1970

Entre los poetas novísimos de ordinario tan impacientes por alcanzar la letra impresa y la consagración, son muy pocos los que entregan, en un primer libro, signos reales de una experiencia anterior. La mayoría prefiere hacer sus primeras ejercitaciones en público, con las naturales consecuencias. Yo ignoro si Oscar Welden ha llegado a este libro, "Perro del amor", tras de muchas exploraciones adolescentes que calló con prudencia hasta que dieran los primeros síntomas de un lenguaje definido. El hecho es que lo tiene, o al menos lo promete, aún en medio de las explicables vacilaciones de un primer libro. Por eso es grato destacar, entre los abundantes corrillos de la iniciación poética, esta voz que me llega de Arica con anuncios de una verdadera experiencia humana y de una desenvuelta libertad juvenil en su expresión.

Desde la primera página nos gana el tono directo de su planteamiento poético. Se va al grano desde la partida. Una situación concreta, por lo general una situación narrativa (más que lírica o metafísica) sirve de arranque a un relato de intensa tonalidad prosística, secretamente rescatado de la mera prosa por la esencialidad de la expresión y por el dejo de una amargura, entre sentimental e irónica, que da una precisa intención creadora a la anécdota.

"Fulano de Tal, de infeliz memoria,/ acogido al desencanto y criado en la impostura,/ revela aquí su amargura/ y expone, paso a paso, su conducta perentoria,/ mientras se sube a la silla/ y al cuello se ajusta la soga./ En el piso, señor juez, la carta justificatoria,/ otra a su esposa, otra a su madre/ y en alguna parte de la casa/ el teléfono que llama, brevemente,/ demasiado tarde".

Hay siempre anécdota, evento, transcurso humano en estos poemas; hay también una precisa emotividad que es el hilo interior de la narración. A partir de este núcleo anecdótico afectivo, el lenguaje se hace escueto y esencial; las imágenes se atienen a su función expositiva, aún arriesgando una excesiva sequedad. El hecho es que exhiben así una virtud rara en el principiante: los medios expresivos no desbordan al autor, que los maneja lúcidamente al servicio del relato. La anécdota, en su misma desnudez, libera ese sentido poético que otros buscan más bien en la libre vida de las imágenes.

El fondo amargo de estos poemas se configura en torno a definidas experiencias, que parecen moverse sobre tres ejes fundamentales: la muerte, la infancia y el amor, vividos en sus formas más radicales: el suicidio -espectro que ronda esta poesía en apariciones intermitentes-, la desdicha de una niñez vivida en un clima de desgracia familiar, y la exasperación erótica sugerida ya por el título. Debe notarse que el poeta no dramatiza su caso, no inventa su propio personaje patético, en definitiva no hace literatura con sus experiencias: simplemente sabe potenciarlas con lucidez en el lenguaje.

La presencia de la muerte no se presenta, en estos poemas, como la angustia de la nada o ni siquiera la tragedia del morir: más bien son los muertos los que penan, es la obsesión del cadáver lo que centra esta experiencia. "Cadáver con fruta" es el nombre de la primera parte, que resuena en el título de la tercera, dominada por la vivencia erótica: "La manzana del gusano". Y es que hay amor, incluso ternura, en este sentimiento de la muerte, así como hay mucha muerte latente en su sentimiento del amor:

"Una canción de boda compuesta de aire inmóvil,/ de tierra seca, para darte una nueva dimensión/ de amor, depósito en un embudo de papel/ por la cerradura de la puerta de tu casa, mientras/ me vuelvo viejo regresando a mi polvo y a mi noche".

A su vez, ambos sentimientos -amor y muerte- impregnan su recuerdo de la niñez, que fluctúa entre una conmovedora persistencia de la ternura infantil y un cuadro voluntariamente despiadado de sus desdichas. Así ocurre en esta "Fotografía": "Lo que nunca nadie fue en mi familia/ y todo lo que rechazaron/ el obrero, el sastre, el profesor primario/ lo tengo aquí en mí protegido/ con la fuerza esa que tuvo mi padre/ la noche que golpeó a mi madre/ embarazada de mi hermana menor".

En suma, es la sinceridad lo que nos gana en este tono poético. Sinceridad es una categoría ambigua en literatura: no me refiero a la trivialidad de decir lo que efectivamente se experimenta -cosa que de ningún modo asegura la calidad del poema-, sino al hecho más radical de lograr, en el lenguaje poético mismo y por obra de sus virtudes internas, la revelación del calor directo de la experiencia humana, no su ocultamiento por obra de la retórica. Es esta transmisión la que consigue Oscar Welden en su primer libro, por más que la consiga entre limitaciones primerizas que es superfluo destacar aquí. Si el poeta es fiel a las intuiciones germinales de este "Perro del amor", puede asegurarse que su obra venidera tendrá un sitio en el concierto de la poesía chilena.


 

 

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Oscar Welden: "Perro del Amor".
Por Ignacio Valente.
El Mercurio, Santiago. 28 de Junio de 1970