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         Ricardo  Herrera Alarcón
          
        
         
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        Resumen
        El  presente trabajo pretende estudiar los procesos de semiotización de las  categorías de Nostalgia, Identidad y Memoria que operan en la poesía de José  Ángel Cuevas intentando establecer de qué manera estas categorías permiten  reconstruir el pasado histórico de tres momentos de nuestra sociedad: el  gobierno de la Unidad Popular,  el régimen militar y la sociedad postdictadura en un proceso de reconstrucción  de una Identidad Nacional Hipotecada. Para ello analizaremos la textualidad  poética en dos de sus libros: Diario de la ciudad ardiente (1998) y 1973 (2003)  a través de los estudios sobre la nostalgia de Algirdas Greimas (De la  nostalgia: estudio de semántica léxica) y José Bengoa (La comunidad perdida).  Para los conceptos de Identidad y Memoria nos centraremos fundamentalmente en  los estudios de Bengoa (en el texto citado) y de Nelly Richard en su libro  Fracturas de la memoria (2007).
        
          Introducción
        El  estudio de nuestro pasado inmediato, el quiebre institucional, cultural y de  vida que significó el golpe de estado del 73, las fisuras en el devenir  histórico, el atraso cultural/organizacional/ social/político que significaron  los 17 años de gobierno autoritario, nuestra “eterna transición democrática” o  sociedad postdictadura, son todos aspectos de un mismo fenómeno: releer la  historia a partir de los discursos no oficiales para reconstruir nuestra  identidad, nuestra modernidad. En este proceso de reconstrucción de una  identidad hipotecada, primero por la dictadura, y luego por el neoliberalismo  triunfante, mucho nos tienen que decir aquellos discursos que se estructuran en  la periferia de los relatos del consenso, aquellos que ponen en entredicho la  mirada pactada.
            
              La poesía, en este sentido, articula  discursos que leídos más allá de los estudios literarios y su especificidad  permiten cruces interdisciplinario que abren las poéticas  a fenómenos históricos, sociales y políticos.  Nada nuevo en realidad en esta mirada, pero sorprende que aún hoy en día, la  poesía chilena viva en una orfandad que no se condice con su real importancia.  Hacerla parte de nuestro imaginario, fenómeno de estudios culturales,  herramienta para entender el cuerpo individual y social se hace necesario para  entender muchos de los fenómenos sociales que hoy experimentamos y que se pueden  leer a través de ella: las culturas originarias en la poesía etnocultural, el  cruce o choque de culturas en la etnoliteratura, nuestro devenir histórico en  la poesía social o política en el siglo XX (guerras mundiales, guerra fría, el  73, la dictadura, transición democrática, por ejemplo), los procesos de  construcción de identidades de género o minorías de todo tipo.
              
  Es así como  a través de este estudio abordaremos nuestra  identidad postdictadura a través de la mirada poética de José Ángel Cuevas,  centrándonos en las categorías de la   Memoria y la   Nostalgia como elementos centrales de reconstrucción histórica  en una textualidad que, insistentemente, vuelve una y otra vez sobre los mismos  temas y obsesiones, una poesía que se ha transformado en nuestro propio  “Aullido” y cuya relación con el poema de Ginsbers ha sido recalcada por el  propio Cuevas, Soledad Bianchi y Aristóteles España.
  
  La Nostalgia en la poética  de Cuevas es un elemento central y es la que permite articular y dar vida a la  memoria y los recuerdos. En una primera parte de nuestro trabajo intentaremos  delimitar este concepto y sus principales manifestaciones semánticas. Asociada  en nuestros lares a la tradición teillieriana, en Cuevas se nutre del  exteriorismo de Cardenal, la poesía situada de Lihn, el realismo sucio norteamericano,  la beat generación, en una fusión textual que poca tregua le ofrece a una  sociedad solazada en las palabras modernidad y futuro. Una mirada que vuelve al  73 y la dictadura para reconstruir desde allí nuestro presente. Como dice Nelly  Richard: “No se trata (…) de dar vuelta la mirada hacia el pasado de la  dictadura para grabar la imagen contemplativa de lo padecido y lo resistido en  un presente en el que esa imagen se incruste míticamente como recuerdo, sino de  abrir fisuras en los bloques de sentido que la historia creía haber cerrado  como pasados y finitos, para quebrar sus verdades unilaterales con los pliegues  y los dobleces de la interrogación crítica” (2007:144). Cuevas ha instalado esa  mirada crítica en el Chile de la postdictadura desde la textualidad poética,  insistiendo en la poesía social o política cuando se creía esta cancelada con  el fin de la dictadura. Este trabajo pretende, en un segundo estadio, un breve  recorrido por la poesía social escrita en Chile durante el siglo veinte  deteniéndonos, por motivos de espacio, en sólo algunos autores de cada uno de  los cinco momentos que metodológicamente hemos deslindado: la poesía social y  acrática de principios de siglo, los grandes mega –relatos de mediados de  siglo, la poesía situada de Lihn en los sesenta y setenta, las poéticas de la  dictadura y, finalmente, la poesía política de la transición democrática en la  figura de Cuevas.
  
  Heredera, la de Cuevas, de la gran  tradición de la poesía social chilena, es también la poesía de los derrotados,  de aquellos seres que transitan por la historia con el fracaso de la utopía a  cuestas, esos derrotados que para el autor (en una entrevista  a Alejandro Lavquén) “son el icono de algo  muy grande. Y los habitantes presentes y futuros deben saberlo, tal como los  judíos su holocausto. Conocer al dedillo, igual que al Combate Naval de  Iquique, la lucha de esos albañiles, costureras, mineros, profesores,  empleados, esa gesta popular de los mil días. Y el posterior aplastamiento por  el gran capital, el gobierno de EEUU y las FFAA de Chile. Como fuimos  despojados atrozmente de todas las conquistas sociales logradas en más de 70  años. La vida, la libertad perdida” (Cuevas 2004).
  
  Finalmente, en una tercera parte del  trabajo, estudiaremos las formas textuales que adoptan los conceptos de  Nostalgia, Memoria e Identidad en los textos Diario de la ciudad ardiente  (1998) y 1973 (2003).
          1. La nostalgia
        Estudiaremos  el concepto de Nostalgia basándonos en dos autores: Algirdas Greimas en su  ensayo “De la nostalgia: Estudio de semántica léxica” (1986) y José Bengoa en su  libro La comunidad perdida (1996). A partir de estos dos autores estableceremos  contacto con el concepto de Nostalgia presente en la poesía de Jorge Teillier en  el prólogo a su libro Los dominios perdidos (1971) titulado “Sobre el mundo  donde verdaderamente habito” pues consideramos que, en el contexto de la poesía  chilena, es la clásica concepción teillieriana de la nostalgia la que opera  cuando de definir o “instalar” esta categoría se trata. A través de la  descripción y explicación del concepto en estos autores intentaremos ir desglosando  algunas características en las que opera la nostalgia en la poesía de José  Ángel Cuevas en sus textos 1973 y Diario de la ciudad ardiente.
          
  En su ensayo sobre los significados  de la Nostalgia Greimas  analiza este concepto asociándolo a la narratividad del discurso de quién es  objeto de este “estado de decaimiento y de languidez causado por el pesar  obsesivo del país natal y del lugar en el que se ha vivido largo tiempo”. Esta  “melancolía o pesar de una cosa pasada o de lo que no se ha conocido” construye  un “sujeto patémico” (decaído, lánguido, melancólico) que vive obsesivamente  este “pesar” o saudade a un nivel o  estado de conciencia “de su propia actividad psíquica”: “Estamos, pues, en  presencia de un sujeto metacognitivo que domina desde arriba un “estado de  cosas” cognitivo” (Greimas 1986:3): conciencia de la pérdida, dolor, pesar,  abatimiento de un “metasujeto” que instala la ausencia en una comparación  “destemporalizada” con el presente: dimensión tímica que adopta en la nostalgia  el significado de disforia o estado doloroso, de malestar general, de tristeza,  ansiedad, irritabilidad (cuyo estado contrario sería la euforia). En el prólogo  a Semiótica de las Pasiones Greimas explica de qué manera el cuerpo actúa como  mediador entre la realidad y el discurso (o cualquier universo semiótico) y la  forma en que en esta mediación las pasiones y las formas artísticas operan: “La  mediación del cuerpo, cuya propiedad y eficacia es el sentir” en la configuración  de la “existencia semiótica(…) su perfume  tímico “ proyectado sobre la realidad cognoscible que “no perdona a ningún  universo semiótico, cualquiera que sea su modo de manifestarse” (Greimas 1994:13).
  
  Oscar Quezada distingue tres  dimensiones semánticas de la narratividad: lo Cognitivo como “dimensión de la  vivencia y del saber articulados en un relato”, lo Pragmático como “dimensión  de los eventos, acontecimientos o sucesos narrados” y lo Tímico como “dimensión  del desear y del sentir, esto es, de la sensibilización que carga afectivamente  los enunciados y sus enunciaciones” (Quezada 2002). Es así como la Nostalgia está cargada  de esta dimensión tímica del discurso del enunciante: “La semiótica puede  entonces intentar postular la existencia de una dimensión tímica de la  narratividad, autónoma y sintácticamente articulable, que le permita emprender  la descripción de las actividades particulares que constituyen “la vida interior”  del hombre” (Greimas 1986:7): uno de los objetivos de nuestro trabajo.
  
  Diríamos entonces que el carácter Tímico  de la discursividad de las pasiones y de la literatura opera en la Nostalgia como una disforia  cuya intensidad “será proporcional al valor del objeto perdido”: estado o pesar  doloroso que sin embargo estar asociado a la “disminución gradual de las  fuerzas vitales” puede “transformarse, debido a su intensidad, en sujeto de  hacer competente” (Greimas 1986:4). Es así como podemos entender que la  nostalgia “el sentimiento romántico por excelencia” o “la enfermedad del S XIX”  produzca una poética como la de Teillier tan diferente a la de José Ángel  Cuevas, ambos movidos por esta misma pasión.
  
   Greimas incorpora en su ensayo el  recuerdo doloroso no solo del país o del lugar habitado y, por extensión, de  “los paisajes familiares, las personas amadas, los momentos felices vividos”;  habla también del pesar “de un vivido imaginario que no se ha conocido y que se  hubiera querido conocer”, pero sitúa este pesar o saudade en el pasado.
   
  Cuando hablamos de la nostalgia en  la poesía chilena no es posible soslayar la figura del poeta Jorge Teillier,  por cuanto ese sentimiento cruza gran parte de sus textos. Es la de Teillier  una nostalgia del pasado, del incesante recuerdo de la infancia, de los pueblos  imaginarios o reales, de los amigos muertos, de las muchachas desaparecidas en  el tiempo. Pero aquí es cuando nuestro poeta incorpora un nuevo elemento que  podría tener alguna relación con lo que Greimas llama “un estado de espera  feliz” del sujeto enunciante que no ha visto su proyecto aún realizado. “El  programa eufórico, si bien tropieza contra el no-poder o el no-saber de la  conjunción con el objeto de valor deseado, guarda sin embargo las huellas de la  felicidad entrevista y manifiesta” (1986:7). Es lo que Teillier llama la Nostalgia del Futuro,  “de lo que no nos ha pasado pero debiera sucedernos” (Teillier 1971:15), es la  nostalgia del futuro presente en poemas como “Fin del mundo” o “Después de  todo”, por ejemplo.
  
  Teillier incorpora entonces un matiz  que no es menor para nuestro análisis de la poesía de José Ángel Cuevas, así  como Bengoa incorporará un tercer elemento central: la nostalgia personal unida  a la historia son el centro de la construcción cultural: “La nostalgia aporta  el elemento subjetivo a la historia, enriquece el alma, nutre las  conversaciones largas, muy pocas veces logra ser objetivada, pero permite a las  “comunidades humanas” dimensionar el presente” (Bengoa 1996:15). La nostalgia,  que siempre se creyó individualista (en su carga peyorativa), lagrimosa, como  un entorpecimiento para el in crescendo histórico o personal (basta recordar la  política de los “consensos” o el descrédito de la memoria en ciertos sectores  de nuestra sociedad) se constituye en una “Ontología de la Nostalgia” para la  reconstrucción de nuestro tejido social.Frente  a esta política de los consensos ha dicho Nelly Richard: “La consigna chilena  de recuperación y normalización del orden democrático buscó conjurar el  fantasma de las múltiples roturas y dislocaciones de signos producidas durante  la dictadura, encargándole a la fórmula del consenso la tarea de neutralizar  los contrapuntos diferenciadores, los antagonismos de posturas, las  demarcaciones polémicas de sentidos contrarios, mediante un pluralismo  institucional que obligó a la diversidad a ser “no-contradicción”” (Richard  2007:134). En nuestro apartado sobre Nostalgia, Memoria e Identidad en la  poesía de Cuevas, volveremos a Richard y su concepción de una mirada problematizadora  de la historia y la memoria oficiales.
  
  Esa  nostalgia del futuro teillieriana y esa nostalgia que se hace cargo de la  historia  participan, por ejemplo, de la  poética de 1973, el poemario de José Ángel Cuevas, en su crítica al pasado  (Unidad Popular y Gobierno Militar) pero también se hace parte de un futuro  posible, de un querer “hacer un socialismo nuevo al interior de sí mismo”:  “Construye una Gran Revolución dentro de ti/ muchacho/ una sociedad dentro de  ti/ llena de ciudades/ imágenes lejanas cubiertas de luz/ donde haya fiesta en  las casas/ bellas mujeres y amigos/ que se formen grandes arboledas y repique  el mar/ Una ciudad de cariño recíproco/ montada sobre una instalación de  espejos infinitos/ dentro de ti./ Así sea. (Cuevas 2003:74).
  
 
  Tiempo y rito en las sociedades  originarias como dos formas de recuperar el origen, la pureza de los orígenes.  Bengoa establece la estrecha relación existente entre nostalgia, historia e  identidad y cómo estos conceptos se entienden sólo en su relación con el tiempo  y el rito. En una sociedad secularizada como la nuestra el tiempo es nuestro  enemigo y no hay forma de recuperarlo, vivimos, en palabras de Eliade, el tiempo  de la duración y el desgaste, lineal, “suma de los acontecimientos profanos,  personales e interpersonales” (Eliade 1983:79), en oposición al tiempo sagrado  de los orígenes, circular, reversible, “recuperable (…) periódicamente mediante  el artificio de los ritos” (Eliade 1983:64). La nostalgia en este contexto “es  hija del tiempo, de esta noción desritualizada –moderna- del tiempo; del tiempo  que no vuelve, que no retorna, que transcurre” (Bengoa 1996:16). Pero es una  “hija peligrosa” que desconfía del presente, lo critica y se vuelca hacia al  pasado. Las sociedades que no se quieren mirar a sí mismas reniegan de la  nostalgia, la consideran literatura, “asunto de viejos tangueros”. Pero no  existe identidad sin esta mirada subjetiva sobre la historia, dice Bengoa,  incorporando este carácter social de la nostalgia, esta mirada pública: el  deseo de un país distinto, más humano, solidario: “La nostalgia (…) nos va a  soplar al oído que estábamos mal, pero estábamos mejor. Que el té con leche  quizá era menos nutritivo, pero más cariñoso. Nos va a recordar que la  moderación es un arte humano, puramente humano, y que ha caracterizado a las sociedades  cultas” (Bengoa 1996:34).
  
  En esta lógica de relación entre  tiempo, rito e identidad y en la concepción de Eliade, olvidar el pasado en las  sociedades originarias es sinónimo de esclavitud y muerte. El olvido  desvaloriza el pasado, no quiere recordar, es una molestia para una modernidad  que se quiere presente y futuro, nos dice Bengoa, frente a esta nostalgia que  se empeña en recordar, en querer volver a ver, parafraseando a Alfonso  Calderón.
  
  “Para mí la poesía es la lucha  contra nuestro enemigo el tiempo, y un intento de integrarse a la muerte, de la  cual tuve conciencia desde muy niño”, nos dice Teillier (1971:14). Toda su  poesía podría ser entendida en esa lucha, lo mismo que la poesía de Cuevas. La  palabra como eternización del deseo y del instante: una fotografía textual de  lo que fuimos o quisimos ser, como personas, como país: allí juega y se solaza  la poesía de 1973 y Diario de la ciudad ardiente: en la reconstrucción de una  identidad colectiva a partir de un sujeto textual que se sabe parte de un  proyecto individual y social fracasado, un querer trabajar “la cosa chilena” a  través del recuerdo y la poesía, un largo alegato dirigido a los compañeros de  generación (“los veteranos del 70”  como reza la dedicatoria de Diario de la ciudad ardiente), un ajuste de cuentas  con los partidos políticos otrora revolucionarios, contra los revolucionarios  de “aquel tiempo” (en illo tempore, diría Eliade), contra el gobierno  autoritario, en contra, finalmente, de cualquier impostura y a favor, una  poesía siempre a favor, de la memoria y la esperanza de entrar en esas  espléndidas ciudades iluminadas que el niño de Charleville intuyó.
        2. La poesía social y política en Chile durante el siglo XX
        Intentaremos  bosquejar algunas ideas, trazar líneas que delimiten el corpus poético que  denominamos como poesía social o política en Chile, con el sólo objetivo de  establecer un piso, una plataforma en la cual situar la textualidad de Cuevas  dentro de una tradición que ha visto mutar su idea de canon desde lo acrático  del siglo XIX y principios del XX, a los mega-relatos  de mediados de siglo, la poesía política de  los sesenta y setenta (que se hace eco de la discusión epocal ¿literatura en la  revolución o revolución en la literatura?) en la poesía de Enrique Lihn, la  lírica social y la cultura de resistencia en la época del gobierno autoritario  (rescatando los aportes de la   Escena de Avanzada) para arribar a la poesía de la llamada  transición, centrándonos en la poética de José Ángel Cuevas. Un resumen que se  sabe parcial y no pretende más que establecer límites tentativos.
          
  Un primer estadio de lo que llamamos  poesía social y política es aquella surgida a fines del siglo XIX y principios  del siglo XX y a la que denominaremos Poesía Social y  Ácrata, por estar directamente influida por las  filosofías anarquistas de Bakunin y Kropotkin, fundamentalmente. Coincide esta  poesía con un incipiente movimiento obrero que empieza a gestar sus primeras  formas de organización política: en 1897 se funda la Unión   Socialista y en 1912 el Partido Socialista Obrero, que en  1921 pasará a llamarse Partido Comunista de Chile. Pero las primeras  organizaciones de trabajadores y sindicatos obreros eran prioritariamente  anarquistas: “Entre 1900 y 1907 el anarquismo se convierte en la corriente de  ideas predominante en el pensamiento de las organizaciones obreras chilenas y  durante este periodo los grandes movimientos reivindicativos son reprimidos con  cruel violencia por la burguesía”, señalan Luís Enrique Délano y Edmundo Palacios  en su Antología de la Poesía Social  de Chile (1962:12-13). Poetas Ácratas es también el nombre que reciben los  vates en la antología Selva Lírica de 1917 cuyos compiladores Julio Molina y  Juan Agustín Araya los definirán de la siguiente manera: “El poeta ácrata es el  rapsoda de la Anarquía. Es  amigo del hombre y del Pueblo. Es el portador de la rebelión contra el Poder y la Fuerza Armada. Es el portavoz  de la gleba y de la hampa. Es el son de combate de lo abyecto. Es el grito  amenazante del hambre y del dolor. Es la protesta de la mugre, del sudor y de  la sangre. El poeta ácrata celebra el triunfo del puñal, el adoquín y la  dinamita; propone la extirpación de la burocracia y de la oligarquía y aún la  destrucción del régimen social existente” (1917:469). Estos autores distinguen  como los antecedentes inmediatos de esta poesía   a Fray Camilo Henríquez y Francisco Bilbao en el siglo XIX, según ellos  los primeros “espíritus rebeldes” de nuestra lírica. En su apartado de poesía  ácrata hacen diferencia entre los poetas que “fueron ácratas” y dejaron de  serlo y los que son “nuestros verdaderos ácratas, a los que nacieron ácratas y  no han claudicado”. En el primer grupo señalan a Víctor Domingo Silva, Carlos  Pezoa Véliz, Carlos Mondaca, Alfredo Guillermo Bravo, Domingo Gómez Rojas y  Manuel Rojas. En el segundo grupo, resuenan los nombres de Magno Espinoza, Luis  Olea, Alejandro Escobar y Carvallo, Eduardo Gentoso, Antonio Acevedo Hernández  y, el que es considerado por los compiladores como el poeta más importante del  grupo, Francisco Pezoa. Todos se caracterizan, según los autores (no aparecen  poemas representativos de ninguno, pues “Poetas Ácratas” aparece como un  apartado o documento anexo al final de Selva Lírica) porque “visten  generalmente la blusa del proletariado y trabajan ya en las pampas del Norte,  ya en las hulleras del Sur, ya en las fábricas, ya en las linotipias de los  diarios metropolitanos o en las cajas de cualquier oscuro periódico de  provincia. Algunos usan melenas desgreñadas y sueltos corbatines rojos. Son  estudiosos, son conscientes. Azuzan y arrastran a las masas populares cuando se  trata de contener los avances de la burguesía arrivista, las inhumanas  explotaciones del Capital, o los excesos de los poderes oligárquicos. En los  mítins, sus versos agresivos y fustigadores suelen provocar acusaciones  sórdidas y estallidos de tormenta” (1917:471).
  
  En 1963, Andrés Sabella publica en “Colecciones  Hacia” un homenaje a Baldomero Lillo titulado Poesía Ácrata, agregando a los de  Selva Lírica los nombres de Eduardo de la Barra, Abel González y Ricardo Fernández. De  todos los poetas de este periodo al que denominamos “Poesía Ácrata”  consideramos el más importante a Carlos Pezoa Véliz, por la trascendencia que  ha alcanzado su poesía, por la incorporación de lo popular urbano, su personal  compromiso social y ser considerado, por la mayoría de los grandes poetas  posteriores, como el padre genealógico directo de la modernidad poética chilena  (Parra lo sitúa, por ejemplo, como su antecedente directo): “El primer poeta  chileno que consigue establecer una voz propia, de fisonomía inconfundible es  Carlos Pezoa Véliz (…) Si, como dijo alguien, un poeta escribe cientos de  poemas con el solo propósito de legar dos o tres a la posteridad, es evidente  que Pezoa Véliz sobrepasó esa meta. Tarde  en el hospital, Nada, el soneto Mancha,  Al amor de la lumbre, Entierro en el  campo, El pintor pereza, y algunos más, podrían integrar cualquier  antología exigente. Al día siguiente de la muerte del poeta, uno de los  redactores del Diario Ilustrado escribió:”Hoy sus íntimos llevarán su cadáver  al Cementerio. Mañana nadie se acordará de él”. El tiempo ha demostrado lo  contrario” (Hahn 1998:9). Jorge Elliot en un exhaustivo análisis introductorio  a su Antología crítica de la Nueva Poesía  Chilena señala que Pezoa “logra un acercamiento notable al idioma cotidiano y  se amarra a incidentes locales que ubican la experiencia sin que el  regionalismo sea forzado o le impida llegar a un algo muy fino en su  sensibilidad” (1957:46).
  
  El segundo momento en este breve  recorrido lo constituye lo que hemos llamado “La poesía social asentada en los  grandes mega-relatos de mediados de siglo”, es decir, aquella poesía que se  hace eco de la teoría marxista del reflejo artístico o realismo socialista.  Situamos dentro de esta línea la poesía política de Pablo Neruda (quizás su  mayor epónimo), la poética Rokhiana, y a Vicente Huidobro, más por su actitud  cívica que por su poesía netamente social (recordemos que terminará sus días  con una clara conciencia de lo que pasaba en los países del “socialismo real” –  anticipando la actitud crítica de los escritores de los sesenta-, y que, a  diferencia de Neruda, hizo pública su posición en un artículo publicado en 1947  titulado “Por qué soy anticomunista”). Dentro de este grupo Pablo de Rokha  constituye un caso excepcional (en los dos sentidos de la palabra) de una  poética que hizo suya la protesta contra la sociedad y la oligarquía literaria  representada para él en las figuras de Neruda y Huidobro.
  
          Es  el poeta de Licantén uno de los más prolíficos y polémicos escritores de su  tiempo, por su personalidad, su vida privada, su familia ligada entera al arte,  sus posiciones de izquierda, su calidad de poeta y editor (funda su propia  editorial Multitud y vende y distribuye sus libros personalmente por todo el  país), además de sus sonadas disputas con Neruda (Neruda y yo (1955), es una  larga diatriba contra el vate), por establecer una lírica que pone en  entredicho las canónicas formas literarias de la época, su suicidio, etc. Es la  suya una “lírica dórica o épica social o barroco popular americano” en la cual  el poeta asume desde temprano una autoconciencia de marginalidad respecto del  canon literario que lo perseguirá hasta su trágico final, pues cuanto “el poeta  asumió desde sus inicios allá por 1916 con sus Versos de infancia publicados en  la famosa antología Selva Lírica de Molina y Segura, el destino del relegado,  del maldito, del extraño, del desaforado, del que escribe fuera del canon. De  sus 38 libros autopublicados en su mayoría y desaparecidos de bibliotecas y  librerías, queda un testimonio de vida y escritura enfrentados a una realidad  cultural provinciana, que no supo leer las rupturas estéticas y epistemológicas  que proponía el poeta” (Nómez: 1998:1).
          
  La poesía épica de de Rokha se  desarrolla fundamentalmente entre los años 1930 a 1950 con títulos que  van desde Jesucristo (1933) hasta Arenga sobre el arte (1949). Es manifiesta en  esta etapa su adhesión al marxismo, su militancia en el partido comunista (que  posteriormente abandonará), su admiración por la Unión   Soviética y la República   Española. Dice Naín Nómez, el principal estudioso de la obra  rokhiana en nuestro país:”Desde Jesucristo (1933) hasta Arenga sobre el arte  (1949) la obra rokhiana se abre por un lado a los cantos de trinchera, mientras  por otro incorpora acontecimientos, personajes y lenguajes populares que buscan  crear un mito de lo nacional popular, que tendrá características únicas en la  poesía chilena del siglo” (1998:2)
  
  El relato épico de de Rokha es fruto  de una época en la cual los intelectuales casi no se permitían disensos frente  al “hermano mayor”. Neruda será el caso más trágico de esta realidad, de la  cual los escritores más jóvenes no se sienten partícipes: “Extraños militantes  esos que parecen haber ignorado tantas cosas de la URSS, empezando por la  estética del realismo socialista. Haría falta más historia para saber cuánto  sabían; cuánto de lo que sabían estimaban necesario callar para “no hacerle el  juego al enemigo””, dice Enrique Lihn en un artículo de 1987 titulado “El  congreso de Valencia” (Marín 1996:499). Incomprendido en su propio partido,  excluido por una institucionalidad literaria que frente a una propuesta  literaria “que se salta los géneros de la tradición europea y construye un  texto complejo, caótico, fragmentario, multidisciplinario y contradictorio” no  supo valorarla, apegada como estaba “a la funcionalidad de la tradición  impresionista” (Nómez 1998:2). Creemos que Pablo de Rokha cantó como nadie (y  la palabra “canto” aquí se hace eco también de ese “rechinar de las palabras en  la boca” de la que habla Lihn) a un mundo que hoy se deshace o simplemente ya  no existe. Este relato totalizador que “alcanza sus cotas de mayor envergadura”  en la obra de estos dos enemigos que fueron los dos Pablos en nuestra poesía.
  
  En apariencia poco tiene en común de  Rokha con Huidobro, pero los dos comparten los inicios de la vanguardia en lengua  castellana. Huidobro es el primer poeta vanguardista en nuestra lengua, padre  del Creacionismo, prolífico autor, que desde temprano se codea con la  intelectualidad europea de España y Francia. Políticamente hablando se presenta  como candidato a la República  en 1925, una candidatura más bien simbólica apoyada por la Asamblea de la Juventud Chilena,  organización estudiantil de carácter socialista. Adhirió tempranamente a la  causa republicana fundando “asociaciones de intelectuales en apoyo a la República Española,  escribe artículos y poemas, pronuncia discursos encendidos. En 1936 viaja a  España y participa activamente en el conflicto” (Schopf 1999). Como Neruda en  su momento, es el tiempo en que Huidobro fustiga la poesía del yo,  individualista y burguesa. En 1936 publica el manifiesto “Total” donde “impugna  violentamente las representaciones fragmentarias del hombre. Critica a los  poetas sus “pequeñas voces sutiles”, sus preocupaciones por su “yo mezquino”,  su tendencia alienada a comprender la realidad en términos de antagonismos  insuperables. Huidobro proclama ahora “el canto del ser realizando su gran  sueño, el canto de la nueva conciencia, el canto total del hombre total””  (Shopf 1999). Se cree que a partir de 1933 Huidobro empieza a militar en el partido  comunista chileno (también militó en le PC francés transitoriamente) fundando  el periódico “Acción” donde “denuncia la corrupción de la clase política  establecida y propone medidas de urgencia para la salvación del país” (Schopf  1999). En 1937 asiste al Congreso de Intelectuales Antifascistas en Valencia.  Posteriormente se aleja progresivamente del partido, movido fundamentalmente  por el pacto germano-soviético y el asesinato de Trotzki. Aunque Enrique Lihn (con  su consabida agudeza crítica hacia la izquierda ortodoxa y su imperativo de no  aceptar mitos “en una época que necesita echar por tierra el cien por ciento de  sus mitos”) desmitifique el marxismo de Huidobro en un lúcido texto de 1970  (“El lugar de Huidobro”) que se propone “descubrir su verdadero rostro”, diga:  “El comunismo de Huidobro es una última esperanza antiburguesa de un burgués  rebelde que prefiere asociarla al “verdadero cristianismo que era en su esencia  el comunista” a cifrarla en la historia. O por la que se remite, como en 1924,  en su “Elegía a la muerte de Lenin”, a su fervor romántico por los grandes  destinos humanos individuales” (Marín 1996:89), creemos que Huidobro abrió con  su actitud política postrera, en su artículo “Por qué soy anticomunista”, un  camino de crítica y autocrítica frente al marxismo que será la base de una  ética que los intelectuales del sesenta y setenta seguirán. Huidobro es capaz  de denunciar la dictadura comunista soviética y desnudar las contradicciones  del socialismo real. Leamos algo de lo que dice en ese artículo de 1947: “Cuando  surgió en un magnífico salto mortal la Revolución Rusa  sobre el proscenio del mundo, muchos aplaudimos. Creímos que el comunismo era  la solución del problema del hombre o por lo menos la solución de los mas  visibles desequilibrios humanos. Pero es evidente que no ha traído las  soluciones anheladas; acaso porque el problema no tiene solución, acaso porque  había que empezar por la revolución espiritual para llegar luego, como segunda  etapa, al mundo económico (…) Pasada la época heroica de la revolución, el  comunismo se ha convertido en un partido político como cualquier otro, sinuoso  y zigzagueante como cualquier conglomerado político. Con una diferencia y es  que ellos exigen a sus miembros el fanatismo, que crean que cuanto decreta el  cónyuge supremo o el comité central es perfecto, es infalible, obedece a  razones inapelables, aunque al día siguiente decrete lo contrario. Es decir, la  sumisión más absoluta es de rigor, una sumisión que llega al límite de la  claudicación humana. La papidad del Jefe Supremo es más absoluta que la del  Sumo Pontífice romano. Entonces la evolución histórica no ha avanzado nada, la  libertad de pensamiento se ve tan aplastada y escarnecida como en sus peores  tiempos” (Montes 1976:906).
  
  Con España en el corazón de 1937  comienza la poesía política de Pablo Neruda. De ahí en adelante el poeta se  hace eco de las luchas humanas, adhiere al marxismo y al realismo socialista  como estética. Proscrito su partido por la Ley de Defensa de la Democracia de González  Videla, el senador Neruda debe huir del país. Llega de sorpresa a París en la  jornada de clausura del Congreso Mundial por la Paz en (1949), donde es ovacionado por  intelectuales de todo el mundo. Neruda es ya el símbolo del intelectual  comprometido. Canto general (1950) es la consagración definitiva de este  periodo de su poesía, que va desde 1948 con Alturas de Macchu Picchu hasta  Tercer libro de las odas de 1957. Estravagario (1958) representa ya una nueva  etapa en su poesía, signada por cierta angustia vital frente a los crímenes de  Stalin denunciados por Jruschov en el XX congreso del PCUS “con los  consiguientes ataques y dicterios que debieron soportar todos los comunistas  del mundo en aquel tiempo” (Loyola 1972:238).
  
  Esta etapa política de la poesía de  Neruda está cargada de “un cierto optimismo, a ratos voluntarista, en la visión  del mundo. La óptica del hablante en Las uvas y el viento, en el ángulo  político de Los Versos del Capitán, en Odas Elementales y en Nuevas Odas  Elementales, parecía básicamente regida por la convicción de que la humanidad  avanzaba –con voluntad y claridad ya enteramente decididas, con alegría y  firmeza, con esperanza y resolución invencibles- hacia la pronta instauración  de la ciudad dichosa, hacia la derrota de la oscuridad, de la guerra, del  hambre, del dolor, de la muerte. El triunfo de la razón y de la justicia  –objetivado en el triunfo del socialismo- era sin duda la dominante histórica,  y a la consolidación de este horizonte era necesario consagrar todos los  recursos del combate y de la poesía” (Loyola 1972: 235). Neruda, en un famoso  discurso en El Congreso de la Paz  de México en agosto de 1949, reniega del existencialismo en boga y de la etapa  “oscura” de su propia poesía (simbolizada fundamentalmente en las Residencias):  haciendo alusión en su discurso a una antología pronta a publicarse en Rumania,  explica cómo fue excluyendo de dicho libro todos aquellos poemas que reflejaban  una etapa dolorosa ya superada. Dice Neruda: “No quise que viejos dolores  llevaran el desaliento a nuevas vidas. No quise que el reflejo de un sistema  que pudo inducirme hasta la angustia, fuera a depositar en plena edificación de  la esperanza el légamo aterrador con que nuestros enemigos comunes  ensombrecieron mi propia juventud. Y no acepté que uno sólo de esos poemas se  publicara en las democracias populares. Y aún más: hoy mismo, reintegrado a  estas regiones americanas de las que formo parte, os confieso que tampoco aquí  quiero ver que se impriman de nuevo aquellos cantos” (Loyola 1972:205). Esto  discurso provocó grandes polémicas en su tiempo y los lectores de Neruda se  dividieron entre quienes rescataban al “Neruda poeta”  o los que se inclinaban por el “Neruda  político”. Pocos años después Neruda recapacitará esta drástica medida y sus  primeros libros desde Crepusculario hasta Residencia en la tierra serán  editados y reeditados en todo el mundo.
  
  Un tercer periodo en nuestra poesía  social lo constituye el quiebre que ocurre en los relatos épicos del realismo  socialista en la década del sesenta, quiebre que representaremos en la figura  de Enrique Lihn, autor de una poesía “escéptica de sí misma”, expresión que  toma de Huidobro y hace suya. La poesía de Lihn construye un sujeto poético que  a partir del escepticismo frente a su propio quehacer va hilvanando un discurso  en el cual poesía y realidad, poesía y situación personal, poesía y contexto se  cruzan: una “Poesía Situada”, como la llama el propio autor, en la cual “no hay  distancia casi entre el momento de la vida y el momento de la escritura, entre  el momento de la enunciación y los hechos relatados” (Galindo 2002a). Este  carácter metapoético de la textualidad cruza toda su poesía política desde  Poesía de paso (1966), Escrito en Cuba (1969), La musiquilla de las pobres  esferas (1969) hasta sus textos más “situados” en la contingencia del gobierno  autoritario chileno: El Paseo Ahumada (1983) y La aparición de la Virgen (1987). En una  entrevista a Marlene Gottlieb en 1983 Lihn expresa: “Practico una poesía hecha  de palabras y de palabras escritas, un “arte de la palabra” que tiende a  convertir la poesía en tema de la poesía, a transformar la poesía en una  poética. No entiendo lo de una literatura, poesía o novela del lenguaje, como  un alejamiento de lo real. Creo que al experimentar con el lenguaje se toca la  realidad” (Lihn 1983). Al contrario de muchos poetas de la época, no renuncia a  la calidad de su poesía en pro de una claridad del discurso, asumiendo un arte  de la palabra que se resuelve en la tensión del momento político y la tensión  de su procedimiento estético. Partidario de la revolución cubana se aleja  progresivamente de ella después de pasar una estadía de un par de años en la  isla. Fue uno de los primeros intelectuales que denunció el caso del escritor  cubano Heberto Padilla, encarcelado y obligado a retractarse públicamente por  su poemario Fuera del juego (que paradójicamente había recibido el Casa de las Américas):  “Fue su desprestigio total”, diría más tarde Lihn. La poesía situada le permite  al sujeto poético de los textos de Lihn escribir desde el lugar mismo de los  hechos, asumiendo generalmente la forma textual del viaje o diario de viaje,  “un registro testimonial de carácter político, percibido como reflexión sobre  la historia y sobre la realidad contingente” (Galindo 2003). Creemos que la  poesía política de Lihn aborda sustancialmente todas las problemáticas que  aquejaban a los artistas en su época: es, en suma, una poesía de época, situada  en su contexto, que desmitifica y critica y que, en último término, será el  eslabón para que se desarrollen, paralelas a ella, muchas de las experiencias  de escritura de autores como Gonzalo Millán, el colectivo de arte CADA, José  Ángel Cuevas y, en general, la poesía política desarrollada durante el gobierno  militar en Chile.
  
  La poesía política durante el  autoritarismo en Chile (cuarto estadio de nuestro análisis) sufrirá un proceso  de expansión del universo lírico y lo que tradicionalmente se entenderá por  poesía, algo anticipado en la poética rokhiana   a partir del quiebre o cruce de géneros y la asunción de lenguajes y  disciplinas que tiñen la poesía y la lectura de ella de nuevos desafíos, lo que  algunos críticos han llamado “mutación disciplinaria” (Carrasco, Galindo). La  propia escritura de Lihn era ya un ejemplo de ello en la década del sesenta. La  lectura de las corrientes líricas y artísticas durante la dictadura, supone  entonces, una “perspectiva transdisciplinaria” “pues se han desestabilizado las  distinciones tradicionales entre lo literario y lo sociológico, lo político, lo  antropológico, lo historiográfico; lo culto y lo popular; lo central y lo  periférico; las marcas identitarias locales, barriales o sexuales,  estableciendo el espacio de la diferencia como lugar de producción y de  semiotización, en un régimen textual marcado por la hibridación, la mixtura y  la pluralidad inestable. Se trata de una operación semiótica de expansión de  los códigos expresivos de la lírica” (Galindo 2003). Se produce un cruce entre  lo visual y lo escrito que tiene su expresión en La Escena de Avanzada (surgida  en 1977) con Carlos Leppe, Eugenio Dittborn, Catalina Parra, Carlos Altamirano,  el Grupo CADA, Lotty Rosenfeld, Juan Castillo, Juan Dávila, Víctor Hugo  Codocedo, Elías Adarme, entre otros, en las artes visuales y las escrituras de  artistas, filósofos y críticos como Raúl Zurita, Diamela Eltit, Ronal Kay,  Adriana Valdés, Gonzalo Muñoz. Patricio Marchant, Rodrigo Cánovas, Pablo  Oyarzún, etc. Entre un arte netamente contestatario y referencial al momento  social que se vivía, la   Avanzada postula el cuestionamiento de las formas estéticas  sin por ello dejar de lado el componente disidente de sus contenidos. En ello  guardan estrechas relaciones con los postulados estéticos de Lihn de “crear un  “arte contestatario” de acuerdo a las exigencias del arte moderno” (Fuenzalida  2005:158). Dice Nelly Richard: “La   Escena de Avanzada –hecha de arte, de poesía y literatura, de  escrituras críticas- se caracterizó por extremar su pregunta en torno a las  condiciones límite de la práctica artística en el marco totalitario de una  sociedad represiva; por apostar a la imaginación crítica como fuerza disruptora  del orden administrativo que vigilaba la censura; por reformular el nexo entre  “arte” y “política” fuera de toda dependencia ilustrativa al repertorio  ideológico de la izquierda, sin dejar, al mismo tiempo, de oponerse  tajantemente al idealismo de lo estético como una esfera desvinculada de lo  social y exenta de responsabilidad crítica en la denuncia de los poderes  establecidos” (2007:14). Criticada de exceso de formalismo, arte críptico o  elitista por cierto sector de la “cultura de izquierda” que exigía de este unos  contenidos y una práctica que dieran cuenta directa y “realista” del momento  social y político, la Escena  de Avanzada permitió abrir la crítica cultural y el arte a nuevas miradas que  se alejaban del “tono emotivo referencial de la cultura militante”.
  
  En cuanto a la poesía política estrictamente  hablando, se cree que el primer texto de poesía publicado post golpe pertenece  al escritor valdiviano Jorge Torres Ulloa y su poemario Recurso de Amparo  (1975). Luego autores de distintas generaciones, desde dentro y fuera del país,  realizaron la tarea de escribir en un país donde, según Soledad Bianchi, en el  prólogo a su antología de 1980 Entre la lluvia y el arcoiris “el intento de la  junta militar ha sido borrar el pasado, cortar y hacer olvidar el camino  avanzado y erigirse en iniciadora de un momento histórico diferente y único  (por desconocido para la historia de Chile). Esta falacia pretendió extenderse  a la actividad cultural y artística: la muerte o la ausencia del país de  escritores, pintores, músicos, críticos, cantantes; la imposibilidad de  mencionar ciertos nombres; la censura y la autocensura; la prohibición de  muchas obras (artísticas) a las que se les impide el ingreso al país; la  carestía de todo producto cultural”. Los poetas y artistas  se agrupan en la Unión de Escritores Jóvenes  (EUJ) y la Agrupación Cultural  Universitaria (ACU) en los setenta. Los ochenta   ven nacer el Colectivo de Escritores Jóvenes donde se reúnen, entre  otros, Ramón Días Etérovic, Esteban Navarro, Pía Barros, José Paredes, Teresa  Calderón, Jorge Montealegre; Carmen Berenguer, Pedro Lemebel, Aristóteles  España, Eduardo Llanos, José María Memet. Cabe destacar que Enrique Lihn está en  plena producción y es un nexo directo con las nuevas promociones poéticas  (generación NN, del roneo, etc.). Lo mismo Gonzalo Millán, quien vuelve al país  en los ochenta, Jorge Teillier y los poetas de la Unión Chica (Rolando  Cárdenas, entre los más importantes, Alvaro Ruiz,  Iván Teillier, la artista Visual Leonora  Vicuña, Germán Arestizabal, etc, actividad recopilada en 1993 en la  antología  Vagabundos de la Nada), Jaime Quezada,  Floridor Pérez, etc.
  
  En el periodo de la dictadura  militar chilena se producen una gran cantidad de textos que logran sortear la  dicotomía latente entre contenido social y calidad estética: una poesía que no  sacrifica su referencialidad histórica en pos de un formalismo esteticista o  viceversa: “un arte que por el sólo hecho de ser disidente o contestatario cree  adquirir un “valor estético agregado”” (Lihn 1983). Algunos textos que son  referente obligado del periodo, sin pretender una enumeración exhaustiva son: Lobos  y ovejas (1976) de Manuel Silva Acevedo; La Moneda y otros poemas (1976) de Hernán Miranda; Purgatorio  (1979), Anteparaiso (1982) y Canto a su amor desaparecido (1985) de Raúl  Zurita; Bajo Amenaza (1979) de José María Memet; Contradiccionario (1983) de  Eduardo Llanos Melussa; La ciudad (1979) y Seudónimos de la muerte (1984) de  Gonzalo Millán; El paseo Ahumada (1983) y La aparición de la Virgen (1987) de Lihn; Para  matar este tiempo (1983) de Esteban Navarro; Cartas de prisionero (1984) de  Floridor Pérez; Proyecto de Obras Completas (1984) de Rodrigo Lira; Dawson (1985)  de Aristóteles España; Zonas de peligro (1985), Diario de navegación (1986) y  El último viaje (1987) de Tomás Harris; entre otros.
  
  En este periodo José Ángel Cuevas  publica Efectos personales y dominios públicos (1979), Introducción a Santiago  (1982), Contravidas (1983), Canciones rock para chilenos (1987). Pero es  durante la llamada “Transición democrática” donde se produce la mayor expansión  y recepción crítica de su obra con títulos como Adiós muchedumbres (1989), 30  poemas del ex -poeta José Ángel Cuevas (1992), Proyecto de País (1994), Poesía  de la Comisión  liquidadora (1997), Diario de la ciudad ardiente (1998), Maxim (2000), 1973  (2003), Restaurant Chile (2005). Periodo este de la transición, el último en  este recorrido por la poesía política en Chile y que trataremos en el último  capítulo de nuestro trabajo centrándonos en la obra 1973 y Diario de la ciudad  ardiente y en los procedimientos de semiotización de la Nostalgia, la Identidad y la Memoria que operan en  estos textos.
        3. Nostalgia, Identidad y Memoria en la poesía de José  Ángel Cuevas
        La  poesía de José Ángel Cuevas es, en el Chile de la transición, uno de los  intentos más desesperados por establecer un discurso que, desde la poesía, se  niega al silenciamiento que parte de nuestra sociedad ha querido imponer. Uno a  uno sus textos son la reescritura de un largo poema donde discurre la memoria, la  nostalgia de un país (el “ex Chile, como le llama), la utopía y los sueños de  un sujeto poético cuyo discurso “gira en torno a un núcleo básico que es su  real obsesión: la pérdida de la comunidad” (Bianchi 2003:169). La comunidad  perdida de Cuevas es el Chile de la Unidad Popular, de la Solidaridad, de la  “Revolución Interior”, como señala en Diario de la ciudad ardiente. Es  interesante ver como plantea la revolución en tanto espacio de cambio interior,  sin el cual, la “otra revolución” (la económica y social) no es posible. Es así  como en el prólogo de este libro dice escribir “unos relatos de sujeto, de  manchas, suciedad; pero lavados por el maravilloso éxtasis de la revolución, la  más grande “experiencia interior” conocida” (Cuevas 1998:8). Retoma así, en la  transición, la poesía política que parecía terminada con el fin del gobierno  militar. Es el heredero de esa gran lírica crítica de sí misma, de su mega-relato,  de la historia y sus oficiantes. Y si bien en ese periodo es en donde se  generan una cantidad importante de textos políticos, su poesía alcanza su mayor  apogeo contestatario criticando el fin de la dictadura y el comienzo de una  dudosa democracia. Es en este sentido que se instala como referente obligado  para entender el momento histórico de la transición. Como casi ninguna otra  poética que conozcamos “la poesía de José Ángel Cuevas (…) representa en la  poesía chilena reciente el intento por abordar las principales problemáticas  políticas derivadas del golpe de Estado del 73. Discurso crítico, irónico y  desgarrado del fin de una época y de la dificultosa articulación de otra”  (Galindo 2002b:108).
            
              Creemos que parte importante de la  reconstrucción de nuestra identidad hipotecada por la dictadura pasa por el  conocimiento y discusión de los relatos articulados a partir de cierta poesía  chilena, donde mucho nos tiene que decir esta poesía donde son elementos  centrales la conmoción frente al dolor ajeno, la solidaridad intergeneracional,  la diversidad y libertad, características claves para la construcción de una  identidad cultural ( junto a la solidaridad étnica y de género) (Bengoa  1996:31). Una poesía que se hace eco también de los nuevos discursos poéticos  surgidos en Chile a través de un sujeto poético que muta y cambia “en una  multiplicidad de voces que interactúan en el espacio del texto”,  características propias de la figura del sujeto en la poesía chilena de fines  del siglo XX (Galindo 2002b:97). Es así como en los textos de Cuevas distintas  voces y personas dan testimonio del ex Chile que se recuerda y pretende reconstruir  a través de la memoria: El ex poeta (en 30 poemas del ex poeta José Ángel  Cuevas), Efrén L. Sepúlveda Fica (Proyecto de país),  Mario Manguncia o M. Abarzúa (Poesía de la  comisión liquidadora), Antonio Moreno El solitario o El viejo Gatica (Diario de  la ciudad ardiente), S. Saravia, Juan Ruiz o Sergio Martínez en 1973 (incluso  la tercera parte de 1973 se titula “Una pluralidad de voces”, característica  esta, la del sujeto travestido, disfrazado en distintas máscaras, que es común  a la poesía también de Zurita y Maquieira y heredera de Parra y sus Sermones y  Prédicas del Cristo de Elqui, del Lihn de París, Situación Irregular y la Nueva Novela de Juan Luís  Martínez (Galindo 2002b:99).
              
          Creemos  que la poesía hoy en día constituye una fuente de conocimiento transversal que  nutre los estudios culturales y posibilita a otras disciplinas (no sólo a los  estudios literarios) de fuentes y formas de aprehender la realidad y sus  fenómenos. Es el caso, por ejemplo, de la Antropología Poética  de Olivares y Gallardo. A su vez, la poesía se hace cargo de otras disciplinas  que incorpora a su discurso, mutando sus formas en una hibridez o “palimpsesto  textual/cultural”. La disputa entre estudios literarios y estudios culturales  se resuelve de esta manera en una cooperación mutua y en el deslinde de  fronteras, en muchos casos, entre uno y otro: “la dimensión semiótica y  retórica” de un discurso puede hoy en día ser estudiado desde el canon o la  marginalidad de los discursos periféricos a ese canon: “la orientación  sociologista y antropologista de los estudios culturales elevó a la categoría  de “texto” los materiales que habitualmente despreciaban los literatos por  considerarlos meros documentos de identidad que carecen de aquella potencia  estética que, a través de las elaboradas maniobras de códigos del arte y de la  literatura, exalta la autoproblematicidad del lenguaje” (Richard 2007:97). La  poesía misma es entendida como un conocimiento periférico para gran parte de la  sociedad e, incluso, para cierto sector ligada a la “cosa literaria” (¿de qué  otra manera se entiende la orfandad editorial poética en relación a la  narrativa?). Abrir el texto poético y permitir la entrada de la memoria a  partir de su lectura: permitir una lectura de la historia a partir de la  poesía, entender que la textualidad poética ha generado una serie de discursos  cuyo conocimiento permitiría vehicular una identidad más lograda. Por el  momento intentaremos ver la manera en que la poesía de Cuevas aporta a la  construcción de nuestra identidad postdictadura, como si la nuestra también  fuera una identidad en transición, una identidad  a la cual se le permiten ciertas licencias pero  tiene otras negadas hasta cumplir la mayoría de edad.
          
  Decíamos con Greimas al comienzo de  nuestro trabajo que la   Nostalgia (esa pasión del cuerpo/alma) era una tristeza,  melancolía “del país natal”, del “pesar por el país natal”: “el objeto de valor  que se deplora se presenta –o es interpretable- bajo la forma de un programa  narrativo que, una vez presentado y confrontado con el estado actual del  sujeto, implica consecuencias enojosas”. El pesar por el país natal puede  presentarse como remordimiento, arrepentimiento o “chocar simplemente contra un  “estado de cosas” en el que el sujeto del querer o del deber se encuentra  impotente para reactivar el programa de antaño” (Greimas 1986:5). Diario de la  ciudad ardiente (1998) pertenece a esta parte de la nostalgia: Se inicia con un  relato situado en los años de realización del proyecto personal y social que  para el sujeto (que en la tercera parte del texto pasa a llamarse Antonio Moreno  El Solitario) significó la Unidad Popular.  El texto es una especie de diario de vida, bitácora de una derrota en la cual  se alternan el presente y el pasado vivido y que se sitúa luego de cinco años  de terminado el gobierno autoritario: “Hace cinco años terminó la maldita  dictadura, estoy solo, no espero nada de nadie, me he tenido que inventar un  trabajito, salgo por las calles a vender libros viejos, subo los edificios de  la calle Bandera llena de cabarets y cantinas donde cantan los ciegos, edificios  como barcos antiguos. Camino entre las oficinas igual a mi padre que arreglaba  máquinas de escribir en los años cincuenta, voy ofreciendo escritos. Pero por  lo menos, digo yo, no va a pasar un auto al lado mío con unos miserables que me  suben a tirones, me ponen una tela en la boca y en los ojos: ¿Cómo se ha  portado amigo Moreno? (1998:84). En el centro se intercalan unos poemas  inéditos del periodo 1970-1973 donde es posible ver que ya en esa época se  cernía sobré él la premonición de la muerte que sobrevendría. En palabras de  Galindo, ya en estos poemas se puede advertir “la imagen devaluada del sujeto  (…) mucho antes del golpe militar” (2002b:110). La primera parte (de título  homólogo al texto) es, decíamos, un relato desde el hoy de la vida en aquel  periodo “glorioso” de la vía chilena al socialismo: el recuerdo y la nostalgia  de las fiestas, la solidaridad, la nacionalización del cobre, el paso de las  empresas privadas al sector público, los discursos de Allende, de Castro, los  viajes por el país con los amigos Alberto, Tom, Cayoevans, Pepe C, los viajes a  Bolivia, la unidad obrero-estudiantil, el recuerdo de algunos bares, algunos  poetas como Teillier y Cárdenas (“Y en Il Bosco, la felicidad, su lomo con  papas fritas y un Carola Tres Estrellas. A las 11,30 pasó Rod Quijada con una  magnífica rubia, cerrando los ojos, una onda de vibraciones desde la mesa del  fondo el poeta Teillier, Viva el poeta, Príncipe de los poetas del Sur,  totalmente ebrio, orgulloso y por encima de la realidad, envuelto en el fuego  de lo lejano, tras el carruaje del Gran Meaulnes” (p.19) o “Desde aquí veo Il Bosco  encendido, a esta hora irán entrando Teillier y Cárdenas dándose de tumbos y  levantando un dedo, señalando: -No, ninguna ciudad es más grande que mis  sueños” (p.28)). O de otros bares y otros escritores: “El Castillo repleto,  cubierto de humo de cigarro, en una mesa estaba Arist. España, J. Lizama, A.  Selman y la Berenguer  con el pelo enrulado” (p.92). Se instala también la crítica a quienes se  asilaron y viajaron por el mundo para luego volver “renovados”. Porque como  dice al inicio de la tercera parte del texto (“Letanías de Antonio Moreno El  Solitario”): “Yo debí haberme ido de Chile, no sé por qué crestas me quedé  aquí. Pero, es que ¿cómo iba a ser tan poca cosa con la gente de la unidad  obrero-estudiantil? Ellos creían en nosotros” (p.77). Pero en realidad todo  esta parte constituye un rechazado  a  esta opción del asilo político y una reivindicación de los que optaron por  permanecer en el país, aún a costas (como él) del fracaso personal, familiar,  el alcoholismo, la frustración, el terror de vivir “la mitad de mi vida en  dictadura”. Esta tercera sección del texto configura un sujeto que es un ex  profesor, exonerado, que luego de varios oficios (entre ellos el POJH) se  dedica a la magra venta de libros. Es la suya una familia casi deshecha: “Lisa,  mi mujer, perdió la línea, se la tragó el apagón cultural, la televisión, habla  puras idioteces (p.80), “Ya mis hijos crecieron, pronto se van a ir, Lisa me  dijo que pronto se iría también” (p.108) o “Lisa siempre quiso que yo muriera,  desde el principio no le importó que fuera a reuniones, ni que me fuera a una  casa en la playa a dos días del golpe” (p.113).
  
   La crítica a quienes optaron por el  exilio y la crítica a quienes fueron parte del proceso en posiciones dogmáticas  son parte de este relato disfórico: “los que se fueron, la ultra, volvieron  renovados ahora, viven en las Condes, Lo Curro. No tienen ninguna diferencia  con los antiguos “burgueses”” (p.104); “Me escribió el chico Muñoz, hijo de  puta, debe estar gozando allá en París, con el Gordo Meza, los  revolucionarios…yo les dije traidores de mierda cuando se asilaron” (p.107);”Ellos  se fueron a defender la Embajada Rusa  con palos y nosotros nos quedamos sentados en el pasto fumando y tocando  canciones a favor de Checoslovaquia invadida” (p.91); “Yo jamás, jamás defendí  a la URSS, para  mí era una mierda, un engendro de socialismo” (p.96).
   
   La profunda nostalgia como dimensión  tímica de estos relatos hace del sujeto derrotado un paseante por una ciudad y  un país destrozado: “¡Quién dijera que estoy bajo una dictadura atroz desde  hace años, que las casas de tortura deben estar llenas de gente moribunda en  este preciso instante, colgados de los pies y con la cabeza metida en un tarro  de mierda. ¡Dios mío!, mejor no pienso” (p.89). Este sujeto es incapaz de rearticular  ningún proyecto de vida, vive la pérdida de su “proyecto de país”, de los  recuerdos de la lucha antidictatorial y se sabe también incapaz de sumarse a la  naciente democracia. Asume su duelo personal pero siente que la sociedad no  asume el duelo colectivo que el golpe militar y la dictadura significaron y  significan: “La experiencia de la postdictadura anuda la memoria individual y  colectiva a las figuras de la ausencia, de la pérdida, de la supresión y del  desaparecimiento. Figuras rodeadas todas ellas por las sombras de un duelo en  suspenso, inacabado, tensional, que deja sujeto y objeto en estado de  pesadumbre y de incertidumbre, vagando sin tregua alrededor de lo inhallable  del cuerpo y de la verdad que faltan y hacen falta” (Richard 2007:138). Es así  como este sujeto sólo puede organizar el día a día, cualquier otro proyecto de  más largo aliento es inasible: “Pienso y pienso, organizo mis actividades  diarias, envío currículos, me propongo pequeños objetivos, y de todo eso,  apenas hago una parte. Lo demás se pierde en el olvido” (p.80).
   
  En 1973 deambulan una serie de  personajes a través de los cuales (en primera o tercera persona) se pretende  “dar cuenta” de la realidad vivida en el periodo de la UP, el 11 de septiembre y el  presente de la transición (a través de alusiones, por ejemplo, al informe  Rettig). 1973 parte con “Exhumación”, una serie de poemas que intentan exhumar  o desenterrar la historia a través de “archivos desclasificados” de distintos  personajes que fueron protagonistas del periodo 70-73: S. Saravia, que plantea  los problemas de la (falta de) política militar en la izquierda como factor  clave en el golpe “Porque para tener éxito/era preciso/con antelación/resolver  el necesario respaldo militar/sin el cual era imposible llevar a cabo/ninguna  expropiación/de tierras/monopolios//banca/empresas estratégicas/y su  consiguiente traspaso al pueblo” (p.11); Angélica Araneda destruida por la  dictadura, quien “se tomó todo todo el diazepam/de la ciudad de arica/¿por qué?  ¿para qué?/ Para poder resistir/el peso de una dictadura neo  fascista/empresarial/neo liberal./sobre toda ella y su vivir” (p.23); Ismael  Cancino Tapia, “hombre de la calle” que rinde un homenaje “a todos quienes  fueron parte/de los más que valientes ghettos de la resistencia 73-90” (p.27); Juan Ruiz que pide  “nunca olviden la gran gesta de esos derrotados” del 73 (p.28); Sergio  Martínez, exiliado que nunca regresó a Chile. En otras secciones del libro  aparecen otras voces como las de Titho Tello, ex -militante “recién salido del  Hospital Siquiátrico de Santiago/dueño de un alto índice de alcohol/en todo el  cuerpo/sin neuronas casi (…) Le dicen Borrachoff/en el barrio cuando pasa” (p.56-57).
  
  La segunda sección del libro  titulada “Testamentaria” nos presenta al sujeto instalado en el periodo de  realización de su proyecto de vida 70-73:”Feliz fui en los años del  Levantamiento/popular/unidad obrero estudiantil/Hasta que devino en derrota  total/sangre/dolor/Y silencio por los siglos de los siglos/Amén”. (p.41). Nelly  Richard citando a Alberto Moreiras señala que “el pensamiento postdictadura es  “mas sufriente que celebratorio” porque está dolorosamente condicionado por los  afectos-efectos de la pérdida de objeto que marcan el duelo (…) Es un  pensamiento que experimentó, entonces, la tristeza de la desposesión y del  fracaso al ver como se alejan, difusos, y luego naufragan en un tiempo ya  irrecuperable, el motivo utópico y la pasión existencial que justificaban las  luchas ideológicas del pasado” (2007:170).   Es este “perfume tímico” el que trasuntan los textos de Cuevas en 1973:  la constatación de la derrota y la imposibilidad de levantar el proyecto  derrotado. Pero el sujeto poético de estos textos postula la poesía como  espacio posible de reconstrucción: la poesía política, del “realismo sucio  chileno”, exteriorista, situado en la contingencia. Es así como en el prólogo  de Diario de la ciudad ardiente declara: “El país tiene que estar confiado y  orgulloso; sus poetas cumplirán, cumplirán, que a nadie le quepa duda. En este  momento de vacío y confusión, nadie debe considerarse solo ni abandonado” (p.  8), en un gesto fundacional que lo hermana a la poesía de la neovanguardia  chilena (Galindo 2002b). En 1973 también existe esa reivindicación del oficio  poético/político fustigando a quienes reniegan de ella: “Hay perros malditos  que no les importa la/poesía política/comunista/romántica/de la Rosa de los vientos/la rosa  de la cresta/Oye Realidad ¿qué realidad? Si es mayor la posibilidad” (p.47). La “Revolución Interior” es  nuevamente postulada:”Un territorio libre Un país dentro del /país/un país  dentro de sí” (p.60) o en estos versos de la p.74:”una gran pandilla abrazada  por la vida/hacer un socialismo nuevo al/interior de sí mismo”. Creemos que  allí está la apuesta por recuperar la historia, la memoria, una poesía en contra  del olvido y a favor de la nostalgia entendida como subjetividad histórica  (Bengoa), intento de construir una “Biografía común” (p.31) donde cada uno se  reconozca. Pero esta poesía supone también un “Ajuste de cuentas” (nombre de la  cuarta parte del libro) con la historia: con las FFAA, con los ex compañeros,  con el partido (“Oye, Partido hijo de puta,/tú me dejas mal/veo las esperanzas  repactadas/y ensoñaciones comunales/Oye Partido de Vanguardia calle errónea/que  lo invade todo/ a posteriori” (p.68)), con el socialismo real/los retornados,  con la influencia de ciertos mass media en la debacle nacional :“La soc.  comercial mercurio Ltda../perteneciente al don A. Edwards E. gerente de  Pepsicola Inc./quien participó en la preparación del asesinato del Comandante  en Jefe del Ejército René Schneider en la reunión que tuvo/con H. Kissinger/R.  Helms en Manhattan sept. de 1970./Léase las Memorias de Orlando Millas C (tomo  2 pág.54)”) (p.14): una poesía en fin, que abre insospechadas posibilidades de  análisis para reconstruir la frágil memoria histórica chilena de la Unidad Popular, el Chile  dictatorial y nuestra sociedad postdictadura.
        A modo de conclusión
        Hemos  intentado en este trabajo sistematizar algunos estudios dispersos sobre la  poesía política en Chile, delimitando sus particularidades durante el siglo  veinte y las relaciones de esta poesía política  con la construcción de nuestra identidad  social e histórica, centrándonos fundamentalmente en el periodo de la  transición democrática y las formas en que este periodo y su pasado inmediato  son reconstruidos en la poesía política de José Ángel Cuevas, a través de la  semiotización de las categorías de Nostalgia, Memoria e Identidad en los textos  Diario de la ciudad ardiente (1998) y 1973 (2003). Para la delimitación de la Nostalgia, su  semantización y ontología hemos analizado los textos De la nostalgia: estudio  de semántica léxica (1986) de Greimas y La comunidad perdida (1996) de José  Bengoa, además de la concepción teillieriana de la nostalgia. Para los  conceptos de Memoria e Identidad nos hemos centrando en Bengoa (en el texto  citado) y Nelly Richard en su libro Fracturas de la memoria (2007).
          
   La poesía de José Ángel Cuevas nos  permite una mirada a la historia reciente de nuestro país fisurando los grandes  mega –relatos de la poesía política de mediados de siglo y fisurando también  los relatos del consenso del Chile postdictadura. Creemos que parte importante  de nuestra identidad debe ser leída a partir de estos testimonios de la  nostalgia que construyen los textos de Cuevas: una mirada nada complaciente,  por cierto, fragmentaria y personalmente contestataria aún, en una época que  parecía dejar atrás lo social y político en la lírica nacional. La  semiotización de la nostalgia en sus textos, como categoría central a través de  la cual se articula el recuerdo, permite a este discurso poético entrar en la historia  personal, la vida interior, el “perfume tímico” de los relatos (en la expresión  de Greimas o la subjetividad que la nostalgia permite vehicular en la  reconstrucción de la historia intrapersonal y social en Bengoa) de varios  personajes a través de los cuales el mismo Cuevas va disfrazando su discurso:  máscaras o travestismo propio de una lírica chilena de la dictadura y postdictadura  que necesitaba “camuflarse” en la opacidad de lo dicho y no dicho. En último  término, una poesía de lo político/social, una épica de la precariedad y el  desamparo.
   
        
         
        
          
        
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