Poeta del humor tragicómico
José Ángel Cuevas Tránsito del pueblo al lumpen
Por Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros de El Mercurio. Domingo 13 de septiembre de 2009
En su antología, el autor chileno resume más de una década de trabajo poético: desde el fracaso revolucionario a las profundas transformaciones urbanas y el inquietante avance de la violencia marginal.
En los ochenta, José Ángel Cuevas (Santiago, 1944) hacía clases en un liceo de la población José María Caro. Ganaba el equivalente a cien mil pesos de hoy cuando vio un aviso que requería creativos para una importante agencia de publicidad. Estuvo a prueba cinco días y fue aceptado. El sueldo era seis veces más de lo que recibía como profesor. Después que le comunicaron la noticia, Cuevas se quedó solo en la oficina, miró por la ventana las casas de El Golf y pensó en sus alumnos. "¿Qué voy a hacer aquí, Dios mío? ¡Cómo les puedo hacer esto! Pesqué el vestón y me arranqué. Nunca más volví", recuerda.
-En varios poemas citas el lema "Hoy vamos bien, mañana mejor". ¿Quién fue el publicista que lo inventó?
-Un amigo mío de esos años. Bueno, no era amigo realmente. Carlos Olivárez, el Mono. Tuvimos ciertos conflictos por la antología Los veteranos del 70 , que era una idea mía. Un día viajé fuera de Chile y cuando volví la estaba haciendo él. Ahí se produjo el primer encontrón. Otra vez me dijo: "Voy a ser bien claro y te lo digo altiro: yo hice el eslogan Hoy vamos bien, mañana mejor".
-¿Te sientes más cerca del verso de Lihn: "Nunca salí del horroroso Chile"?
-Claro. Me interesa más la voz de los que se quedaron aquí y vivieron la ocupación militar. Siento una especie de cariño por los que se jugaron la vida y al final quedaron como patipelados.
-¿Te consideras la voz de lo que botó la ola?
-Pero no en todo. Ese es un aspecto. La primera parte del libro es un balance rápido en el comienzo de la posdictadura. Proyecto de país tiene más que ver con la destrucción de las montañas y la caída de la naturaleza. Algo ahí me conectó con Zurita, porque él tomó de una manera cristiana, pero ya de mayor altura, con una significación casi bíblica, el drama que nosotros vivimos. Por eso me siento más hermanado con Zurita que con Nicanor, a pesar de que mi poesía comparte con Parra la valoración del habla popular. Claro que la de él es huasa, pilla, y en otros momentos es hippie. La mía, en cambio, es el habla de la dictadura, de la chapa, del seguimiento, del dolor. Y Parra no estuvo en ésa.
-¿A eso aludes en el verso: "Y Nicanor No pudo con el espanto No pudo no quiso No Vio"?
-Sí. Yo quiero mucho a Nicanor, le tengo admiración, porque es como un padre, realmente. Pero le encuentro razón a Zurita: si alguien lee los poemas de Lihn, de Teillier, del mismo Parra, pucha, aquí no ha pasado nada, porque hablan desde un yo que no tiene que ver con lo colectivo. Siendo tan buenos poetas todos ellos, no se ve lo que ocurrió, quizás porque eran mayores y no lo vivieron tan a fondo como yo.
-En el poema "Nuevo contingente" describes al lumpen con desprecio, pero concluyes que "ellos son el futuro".
-Mira, yo he sufrido mucho con la destrucción del pueblo. Sinceramente, es una de las cosas que me han provocado más pesimismo, dolor y pena, porque cuando era estudiante había esa unión con el pueblo; me sentía como hermano de esa gente sana, trabajadora, buena, empeñosa; íbamos a sus casas, tocábamos la guitarra, cantábamos. Y después ver a ese pueblo convertido en lumpen, arrancando hasta llegar a Puente Alto junto conmigo, es algo misterioso, no sé, como una misión que me ha tocado. Por eso no puedo quejarme. Me digo si tanto he querido ser del pueblo, no me voy a echar atrás ahora. Hay que apechugar. Y así fue como me entraron a robar hace dos años. El lumpen es lo más elemental del sistema, lo único que quiere es tener zapatillas bacán, ropa bacán; no hay respeto, el más fuerte se impone: andan con cuchillo, revólver, no tienen conciencia de nada.
"Me gustaría ser más lírico"
-En tus primeros libros estaban más presentes que ahora la noche, el bar y el cabaret.
-Es que también ha habido un cambio en mi vida: de repente me di cuenta de que me empezó a hacer mal tomar tanto. Además, con el Transantiago tengo que estar a las diez arriba del Metro para llegar a Puente Alto. Ahora la noche está vacía. Antes yo me podía ir a las tres de la mañana, pero la otra vez intenté hacerlo y casi me cogotearon. Las micros no pasan nunca. Es como un toque de queda.
-¿Te consideras más narrativo que lírico?
-La mía es una lírica del humor tragicómico, pero hay una lírica. Y de pronto hay poemas narrativos; la mayoría de los que están aquí lo son. Me gustaría ser más lírico, y quizás los poemas actuales van por ese camino, pero lírico a la manera que estamos hablando: lírica post, posmoderna y con otro sujeto.
-Un sujeto que afirma que ya no estamos en la "Época del Padre", sino de la madre.
-Un estudiante del Pedagógico me dijo una vez: "Lo que se ve en ti es el padre, te sale una voz correctora, ética, paternal". Pero hoy la figura del hombre, que antes era la línea directriz que daba cobertura a la mujer, se vino al suelo. La mujer se levantó, logró la independencia. Desgraciadamente, la estructura que había en la familia también se dislocó. Hoy la madre tampoco es fuerte. Hay un cuento de Nona Fernández de unas niñitas que van a fiestas mientras los padres están durmiendo y no les importa nada. Tengo amigos que se han vueltos locos porque no pueden gobernar a los hijos. Sí, pues, yo he estado en fiestas con los pokemones.
-¿Trabajas algún proyecto con eso?
-Me gustaría hacer una especie de Canto General , pero no solamente de los ríos y los héroes. Construir sin poner el acento en la basura. Algo así como: "Oigan, he pensado en ustedes, no tomen tanto"; y a los padres: "Cuiden a los niños en la noche". Se les puede hablar también a los bancos: "No cobren tantos intereses, yo vi los balances". Y a los empresarios: "Contraten gente, pero no le paguen tan poco, porque si no, va a pasar lo mismo de la otra vez, ¿se acuerdan? Mejor arreglémonos por la buena". Una cosa así, pero más cómica, porque yo le he puesto duro a la cuestión amarga. Una amiga me decía que el poeta no puede dar recetas; eso sería realismo socialista. Es verdad. Pero tampoco quiero la irrealidad del liberalismo, que es algo asqueroso, porque no trata al ser humano con respeto, sino como un consumidor no más.
Extracto de filiación
-¿Qué poetas actuales te interesan?
-Hay muchos que recitan bien, pero después al leer los textos no es lo mismo. Los que sí me interesan son Jaime Pinos, Paula Ilabaca, Yanko González, Diego Ramírez. Tienen su estilo, hasta de vivir. Me gusta cómo trabajan el poema, los cortes que hacen, la velocidad y también su mundo. Pero la filiación mía es bien compleja. En los setenta no estuve con nadie, en el fondo. Después, en los 80, entré en contacto con César Soto, Rosabetty Muñoz, Bruno Serrano, aunque con los que tuve más afinidad, en la manera de escribir, fue con los del grupito de Víctor Hugo Díaz, Jesús Sepúlveda, Guillermo Valenzuela y Sergio Parra, que fue quien me propuso hacer este libro. Aunque después me alejé de ellos por diferencias, esos cabros cortaron violentamente con una poesía que ya llevaba demasiado tiempo: la que hacía la generación a la que supuestamente yo pertenecía, la de Jaime Quezada y Floridor Pérez, que me miraban a huevo o no me pescaban cuando ellos eran autoridades.