Canciones Oficiales. José Ángel Cuevas. Ediciones UDP, Santiago 2009. 435 páginas.
La poesía de un ex poeta
Por Ignacio Valente
Revista de Libros de El Mercurio. Domingo 13 de septiembre de 2009
A sus sesenta y tantos años, José Ángel Cuevas no es obviamente un "joven poeta". Si me pregunto, no obstante, por mi espontánea tendencia a considerarlo así, a pesar del paso de las décadas, la razón me parece clara: Cuevas es uno de los pocos poetas chilenos que, después de Zurita, Hahn y Maquieira, pueden ser leídos con interés (consuelo de tontos: la escasez de vates nuevos desde 1960 o 70 en adelante es un fenómeno casi mundial; no estamos en ningún siglo de oro).
Esta antología de irónico título -nada menos que Canciones oficiales - comprende poemas publicados desde 1992, y se cierra con textos inéditos, fechados en 2009. Los asuntos que Cuevas poetiza están siempre bien metidos en la contingencia política, o al menos social; por de pronto, en el largo trauma del gobierno militar. A renglón seguido viene el desencanto de la revolución, que lo marca a fuego y dura hasta el día de hoy: "en consecuencia estoy aquí absolutamente solo bajo el tronar de las masas/ y cantos que vienen la revolución como una gran fiesta pasa por las/ Alamedas/ grandes gloriosas y grises de una que otra mente desquiciada/ y de mierda/ que anda por allí/ todavía". Su obra puede leerse también como una picaresca triste, la de los ex revolucionarios caídos en decadencia.
Pero en esta materia (la de los ex) el poeta ha llegado a estar de vuelta de todo: posmoderno, posdictadura, ex roquero, y sobre todo ex poeta, como se llama a sí mismo; si bien su aire de desesperanza colectiva es, en él, un tanto cultivado o producido, pero nunca falso, y a ratos nos desarma con su extrema simplicidad: "Todos se fueron a sus casas después que cayó El Régimen/ una mujer imbécil dijo/ que no escucharía nunca más Radio Cooperativa/ que el tambor Police la volvía loca.// Estaba loca/ creía que ella había hecho caer El Régimen./ Nunca más me voy a preocupar de este país/ me dijo// Que se iba a descolgar/ Que iba a seguir el curso del goce/ Que los ricos no eran malos/ Que los pobres no eran buenos// Después se fue a vivir a una casa de masajes".
En todo caso, la desilusión irremediable de Cuevas no responde sólo a un patrón histórico y generacional -el patrón mas explícito de estos poemas-, sino también a un elemento individual de naturaleza psicológica. El prologuista llama con acierto a esta obra "una épica de lo que botó la ola" porque está hecha de residuos sociales, mitológicos, existenciales, etc.
En lo formal, podríamos agregar otra categoría: "el poeta que l'echó con l'olla", porque escribe excesivamente a la cundidora. Y si nombré antes -por analogía- a un Zurita o un Hahn, ahora debo añadir que Cuevas es un poeta más desarmado, menos brillante, más chisporroteante, más pobre de recursos, menos riguroso, más diluido, menos innovador, más coloquial, más errático, más residual, menos intenso, más narrativo, menos lírico, pero con el encanto propio de su desenvoltura.
Salvo la inmensa nostalgia del campo en este animal esencialmente urbano que es nuestro autor, ¿qué esperanza queda después de esta odisea más bien elegíaca? Parece que más bien poca. El último poema del libro dice: "¿Cuál será la próxima Voz que retome la lucha interrumpida?/ ¿La de los neopreneros? ¿o de los endeudados?/ ¿Quizá la voz de los cesantes/ o los ex poetas?/ Todos esperan esa Voz. Que los llame./ Ya pasó el tiempo de los viejos obreros. Y más aún/ la de los peones del agro/ siderurgia y manufacturera./ Yo también espero que salga a la pelea la Tercera Edad./ Ahora sí que venceremos".
Este humor un tanto negro aligera los traumas recurrentes y a veces demasiado reiterativos de las Canciones oficiales . También existe en ellas un fondo de calidez humana que caracterizó a Cuevas desde sus inicios y que, por fortuna para su poesía, no se ha perdido ni siquiera en sus mayores desencantos.