Restaurant Chile / José Ángel   Cuevas.
            Libros La Calabaza del Diablo, Santiago, 2005, 102 páginas.
         Poesía de urgencia
Poesía de urgencia 
        
            Por Ignacio Rodríguez A.
            Revista de Libros de El Mercurio.            Viernes 8 de Julio de 2005
        
           Hay algo profundamente atractivo y conmovedor en   la poesía de urgencia de José Ángel Cuevas. ¿Cierto desparramo, quizás? ¿O una   incoherencia por cuyos boquerones sale toda una metafísica del desamparo    histórico de toda una generación de chilenos? ¿Podrían acaso ser ordenaditos y   racionales los jóvenes del 70? Aquí, en estos poemas, encuentro una voz   bombardeada y desaparecida, una manifestación como a borbotones de las noches   ametralladas y congeladas de una década de anteojos oscuros y mojigangas   siniestras. Es la voz de un hombre que habla para sí mismo en situaciones de las   que quedó sanamente marginado, que murmura desde una honradez casi sacrificial   para reencontrarse con sus mejores amigos y sus mejores fantasmas. ¿Pueden acaso   hablar con parsimonia y ligazón los soñadores de sueños decapitados de un país   en el ocaso y la satrapía permanente? Sin embargo, la poesía de Cuevas no es   testimonial, y mucho menos discursivo-planfletaria, y menos aún militante. No es   el "hablad por mis palabras y mi sangre" nerudiano, sino un hablar para   sobrevivir en la propia identidad después de tantas pérdidas, una manera de   asilarse en el lenguaje - en sus suburbios, en sus sensibilidades intrínsecas y   callejeras- para seguir siendo ser humano después de tantas palizas. Cuevas lo   dice con genio, con irónica soltura, con trasgresor espíritu dialéctico: "El ex   poeta se lo había vivido todo/ tenía un poderoso inconsciente colectivo/ para él   solo. (...)". Ex, el prefijo-metáfora de tantos chilenitos vaciados de sí mismos   y de tanto pueblo que "dejó de existir", se impone en esta antología como un   signo de trayectoria y abismo. Ex poeta en un ex Chile que "ya no pasa" por sus   ventanas abiertas, perdiéndose su historia en el desierto de tantas derechas y   billeteras y traiciones. No, no es una poesía testimonial, y por eso mismo, tal   vez, logra ser casi casi una voz anónima que, finalmente, nos interpela y nos   interpreta a todos los que hemos transitado por este territorio de obstinado   hundimiento y de innúmeros renegados. Qué lástima que un poeta de verdad, tan   urgente y necesario, tan "estremecedor dentro de su sencillez", como dice   Ignacio Valente, sea publicado en un libro tan de pacotilla, tan feo y errático,   tan inmerecido. Creo que este hombre debiera exigir editoriales y editores con   dignidad. Que me disculpen los de La Calabaza del Diablo - yo sé que ellos   publican con heroico afán- , pero creo que Restaurant Chile requiere de una   hermosa y más cuidada y más masiva y más promovida reedición. Al fin y al cabo,   estos poemas, sin proponérselo, también hablan por nuestras palabras y por   nuestra sangre.
histórico de toda una generación de chilenos? ¿Podrían acaso ser ordenaditos y   racionales los jóvenes del 70? Aquí, en estos poemas, encuentro una voz   bombardeada y desaparecida, una manifestación como a borbotones de las noches   ametralladas y congeladas de una década de anteojos oscuros y mojigangas   siniestras. Es la voz de un hombre que habla para sí mismo en situaciones de las   que quedó sanamente marginado, que murmura desde una honradez casi sacrificial   para reencontrarse con sus mejores amigos y sus mejores fantasmas. ¿Pueden acaso   hablar con parsimonia y ligazón los soñadores de sueños decapitados de un país   en el ocaso y la satrapía permanente? Sin embargo, la poesía de Cuevas no es   testimonial, y mucho menos discursivo-planfletaria, y menos aún militante. No es   el "hablad por mis palabras y mi sangre" nerudiano, sino un hablar para   sobrevivir en la propia identidad después de tantas pérdidas, una manera de   asilarse en el lenguaje - en sus suburbios, en sus sensibilidades intrínsecas y   callejeras- para seguir siendo ser humano después de tantas palizas. Cuevas lo   dice con genio, con irónica soltura, con trasgresor espíritu dialéctico: "El ex   poeta se lo había vivido todo/ tenía un poderoso inconsciente colectivo/ para él   solo. (...)". Ex, el prefijo-metáfora de tantos chilenitos vaciados de sí mismos   y de tanto pueblo que "dejó de existir", se impone en esta antología como un   signo de trayectoria y abismo. Ex poeta en un ex Chile que "ya no pasa" por sus   ventanas abiertas, perdiéndose su historia en el desierto de tantas derechas y   billeteras y traiciones. No, no es una poesía testimonial, y por eso mismo, tal   vez, logra ser casi casi una voz anónima que, finalmente, nos interpela y nos   interpreta a todos los que hemos transitado por este territorio de obstinado   hundimiento y de innúmeros renegados. Qué lástima que un poeta de verdad, tan   urgente y necesario, tan "estremecedor dentro de su sencillez", como dice   Ignacio Valente, sea publicado en un libro tan de pacotilla, tan feo y errático,   tan inmerecido. Creo que este hombre debiera exigir editoriales y editores con   dignidad. Que me disculpen los de La Calabaza del Diablo - yo sé que ellos   publican con heroico afán- , pero creo que Restaurant Chile requiere de una   hermosa y más cuidada y más masiva y más promovida reedición. Al fin y al cabo,   estos poemas, sin proponérselo, también hablan por nuestras palabras y por   nuestra sangre.
          
          Así sea.