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RESTAURANT
CHILE DE JOSÉ ÁNGEL CUEVAS
ANTOLOGÍA POÉTICA
(La
Calabaza del Diablo, 2005)
Por
Raúl Hernández
"Seguir
junto al Mapocho
pensando en un programa de vida".
Existe
un momento en que llevamos el libro peligroso dentro de los bolsillos de la chaqueta,
paseando por las plazas de invierno, seco de boca y nublado. Nos adentramos a
un Restaurant Chile que da el detalle de la boleta del bar. Los alcohólicos
bajan riendo desde las escaleras, una nueva luna se asemeja a los focos de los
automóviles.
Incrustado dentro de especiales de radio y rock de viejos
crack que saben venir al tiempo de los goles y
las noticias. Este vaivén sonoro de los megáfonos democráticos
financieros, no nos gusta. Vamos corriendo por las delgadas barandas del entusiasmo
matutino.
El ex poeta entonces fuma en el bar con una malta morenita en
los comedores, un calendario de Valparaíso, las antiguas carreras de la
locura. Todos estamos cruzando la Alameda a las 3 de la mañana, "nadie
está tan solo como para no tener siempre a sus grandes amigos". Los
perros, a nosotros, no nos ladran. Hablan del camino, de lo que viene más
allá. Son compadres de la fuente de soda, del pool y los basureros. Amigos
del trasnoche quieto y simultáneo. Un silbido desde afuera de la casa.
Y
nos vamos sintiendo parte del boliche jugando un partido de rayuela imaginaria
en una plaza de San Miguel, "Oye, no le hagas caso al Paseo Ahumada ni al
Burger Inn, Muchacho, ¡Olvídate!" Abrazando el vaso de vino
para irse a soñar siluetas fácilmente olvidables y que luego serán
repeticiones de lo que antes habíamos vivido.
Pero en el Restaurant
Chile a esta hora lavan los vasos de la buena suerte, abren las puertas al mediodía
semi soleado que nos hace ver esos múltiples puntitos de polvo. Este es
el día en donde el libro se posa sobre la barra, y se lee con miradas sucesivas.
Todas esas caricias nocturnas y pasajeras, todas esas conversaciones con "gente
que sabe tomar", mientras sabemos que por sobre todo en este restaurant,
la sonrisa de un tiempo perdido viene a decirnos: "Me acordé de ustedes,
mientras bebía sólo en mi pieza".
En el Restaurant Chile
de José Ángel Cuevas, se sale raudo por la puerta trasera, dejando
esa propina mísera pero digna, después de las cañas conversadas
a media voz con los compañeros de ruta, los buenos deseos entre amigos
verdaderos, los paseos solitarios de los viejos barrios de inminente desaparición
y las conversaciones periódicas por los callejones, que son a esta hora
un poema perdido, en esta ciudad Paz-Froimovich.