Proyecto Patrimonio - 2014 | index | José Ángel Cuevas  | Autores |
         
        
        
        
          
          
          
        
         
        
         
        La desaparición del hombre vidente a través de la  eterna ceguera de la ciudad postmoderna en el libro “1973” de José Ángel Cuevas 
        Por 
Juan Pablo Cifuentes  Palma
Magister en Literatura
juanpix85@gmail.com
        
        
        
         
        
        
        
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          Resumen
         Con la  llegada de la democracia en nuestro país surgieron diversas voces poéticas que  hablaban desde el exilio o en los rincones perdidos de Chile de un nuevo  comienzo, un retorno a un concepto idealizado de convivir en sociedad. La  poética de José Ángel Cuevas no se deja engañar por los cantos de sirena de  esta transición y, en sus diversos libros, sus personajes deambulan por una  ciudad abandonada en la postmodernidad, en donde los profetas de antaño, los  poetas que fueron videntes, están en grave peligro de extinción ante la  vorágine de una ciudad cosmopolita que absorbe a través de la rutina la  versatilidad del poeta vidente. El poemario 1973 (2003) viene a conjugar distintas directrices que se acentúan en una misma  verdad: desde la dictadura hasta la actualidad la ceguera cultural, existencial  y creativa ha devastado al poeta vidente que vive en y desde la marginalidad.
        1-., Introducción
          El 11 de septiembre de 1973 nuestro país vive un hecho  histórico cuyas huellas serán difícilmente olvidadas en las futuras  generaciones, pues las cicatrices espirituales,  culturales, legales y sociales aún están plenamente vigentes en la actualidad.  Con la llegada de la dictadura y el posterior proceso transitivo de retorno de  la democracia, nuestro país ha deambulado en las últimas cuatro décadas en las  voces sin retorno  de los acontecimientos  ocurridos en dictadura y voces con retorno, pero muy silenciosas, del retorno a  la democracia establecida hasta nuestra época. De esta manera, la poesía  chilena deambulaba entre los poetas que hablaban desde el exilio y quienes  desde Chile promulgaban la ascensión  de  un nuevo futuro de la mano con un nuevo país democrático.
          
          José Ángel Cuevas es un caso particular en la poesía  chilena. Autodenominado un ex poeta, Cuevas ha deambulado por el camino  contrario a los escritores de su generación. Si bien, su escritura aparece con  anterioridad al Golpe Militar, el eje de sus temáticas está centrado en revivir  desde el escarnio e irónicamente cómo el vidente ha terminado ciego en esta  ciudad cosmopolita homogénea. 
          
  Óscar Galindo sostiene en su artículo sobre “Autoritarismo,  enajenación y locura en la Poesía chilena de fines del siglo XX” que 
          la poesía de José Ángel Cuevas (Santiago, 1944)  conlleva un intento de acercamiento a las   problemáticas derivadas del golpe de  Estado del 73. Hay una  predominancia de un discurso crítico, con el   fin de una época y la difícil articulación de una nueva era  convirtiendo a la poesía en conversacional y  alejada del lenguaje embellecido (Galindo 3).
Estado del 73. Hay una  predominancia de un discurso crítico, con el   fin de una época y la difícil articulación de una nueva era  convirtiendo a la poesía en conversacional y  alejada del lenguaje embellecido (Galindo 3). 
         De esta  forma, Cuevas aparece como un eje articulador desde la marginalidad para poner  el dedo en la llaga, no para que vuelva a sangrar a través de los versos, sino  que reviva el ocaso de la felicidad del poeta vidente y la aparición del  citadino postmoderno.
         El  presente trabajo investigativo abordará cómo el poeta vidente del pregolpe fue  absorbido por el citadino postmoderno a través de los crudos versos del poemario 1973 de José Ángel Cuevas que vienen  a sostener la desaparición de la profecía de la felicidad y los sueños por la  ceguera de la rutina postmoderna en la ciudad de Santiago de Chile. De este  modo, se establece un  amplio alcance a  las principales urbes nacionales que siguen el modelo jerárquico de una  sociedad del conocimiento y la información centrada en la mercadotecnia  neoliberalista que ha enceguecido para siempre las profecías y visiones de un  pueblo que ha trasladado su enfoque hacia un país desarrollado, con un fuerte y  sostenido crecimiento económico y una paulatina y dramática erradicación de lo  cultural.
        2-. Adiós  al poeta vidente
  El concepto de poeta vidente radica  en el hecho de ver a la poesía como una prolongación de las visiones y profecías  que existían en nuestro país a mediados de la década del 60, cuando nuestro  país avanzaba hacia alcanzar la sustentabilidad necesaria que le permitiera  comenzar con el crecimiento económico y desarrollo nacional.  Para esto, se entenderá por vidente a la  idealización de las diversas voces que generaban este nuevo constructo  que buscaba una adecuada acogida en el  sistema político reinante a fines de la década del 60 y comienzos de la nueva  era. De este modo, la reconstrucción empírica que muestran los versos del poema  “Las personas malas”  de José Ángel  Cuevas vienen a configurar  esta  constante lucha entre el pasado aterrador y el futuro aún más terrorífico y la  inminente aparición de la ciudad como el monstruo que absorbe la individualidad  de cada persona.
         El poeta vidente que traía una  mochila llena de esperanzas y sueños ha caído en desgracia debido a los hombres  malos que han enceguecido la cultura dominante, llevándolos hacia la  desaparición pues sus voces retumban  sin  poder salir a la luz ante la monstruosidad de una ciudad que enceguece la  cultura. En este sentido, los primeros versos del poema Las personas malas dan cuenta de la fragilidad y marginalidad en la  cual conviven los últimos sobrevivientes o ex poetas como señalaba Cuevas  al afirmar que “la forma individualista de  vivir es la gran derrota que significó la transición en nuestro país”. Queda de  manifiesto en los primeros versos del poema: “las personas malas que no les  gusta mirar el mar ni las estrellas / desfallecientes y fijas/ el viejo e  infinito mar patrio / que alguna vez se llamará…” refleja la hipnosis del  pasado con la poca aceptación del presente pues las personas malas son las  mismas que han esparcido la ceguera en la ciudad, han colaborado con la  desaparición de los poetas videntes porque se busca una nación que procure el  desarrollo económico en pos de lo espiritual y cultural.
         Por otra parte, Óscar Galindo (2001)  en su artículo “José Ángel Cuevas: Una nueva liquidación del yo”, señala que 
          en opinión de Foucault uno de los espacios donde  la represión del lenguaje es más poderosa, es en la política (1987: 11), el  discurso del loco o del enfermo, además, carece de verdad y de importancia, de  ahí que el sujeto derrotado de Cuevas da cuenta de esta situación en que el  lenguaje se conecta con el poder(Galindo  12).
         Mientras  los poetas neovanguardistas deambulan por los recovecos de la exploración de  nuevas experiencias artísticas, la escritura de Cuevas no se mueve ni un  centímetro de esta poesía de denuncia, tan desmerecida a lo largo de la  historia por acercarse al panfleto, pero que en Cuevas adquiere una dimensión  no conocida hasta entonces, la del poeta vidente que ha sobrevivido en los  versos con la única finalidad de ironizar la vaguedad del hombre gentil, común,  corriente, envuelto en la monstruosidad de la modernidad, en la ortopedia de la  tecnología y la globalización que envuelve con sus cantos de sirena mercantiles  las aspiraciones y visiones propias de una generación quebrantada por los  episodios sociales, políticos, culturales y económicos.
         De esta manera, Marcela Álvarez  Villarreal (2010) en su libro Reseña a  Vigilar y Castigar de Michel Foucault señala que en la obra del escritor  francés se menciona el concepto de castigar como un eje central de la sociedad  contemporánea que deja de manifiesto Cuevas en su poemario 1973, en el cual cada uno de los poemas viene a configurarse como  un testimonio del castigo de la sociedad hacia el hombre que se atrevió a ser  vidente, a observar las calles, a transitar por ellas, a pararse en  El  Paseo Ahumada como lo hizo Lihn en el año 1983 y terminar detenido,  silenciado, expuesto al poder dominante o como decenas de noveles escritores en  los “desiertos” señalados por Zurita en Purgatorio, en esos espacios de sufrimiento, de tortura, se atrevían a escribir poesía, a  leer poesía, a preservar por la fugacidad de unos segundos, momentos inolvidables  en sus vidas y en la de aquellos partícipes de estas reuniones sometidas,  ocultas, clandestinas.
         En este sentido, un  investigador que analiza el concepto de ciudad postmoderna es Nestor García  Canclini (2010) quien en su libro Imaginarios  urbanos sostiene  que la expansión de  la ciudad en ciudad postmoderna en Latinoamérica no ha sido tan explosiva  debido a que se “vive entre la  tensión existente por las tradiciones del barrio, de organizaciones y estilos  de comunicación urbana frente a una modernidad que aún no se manifiesta en  plenitud en Latinoamérica” (15). Dicha situación, se manifiesta en los versos  de Cuevas, al vislumbrar al hombre de barrio que se siente ajeno, un extraño  frente a la nueva ciudad que va surgiendo desde las mismas simientes de los  barrios, desplazando la tradición con los bloques de cemento y las luces de  neón.
         Lihn, por su parte, tampoco queda  ajeno a estas voces chilenas que manifiestan su rechazo a   este abatimiento del hombre que deambula  patéticamente entre el caos del ruido de lo moderno. En su libro Paseo Ahumada publicado en 1983, en el  cual toma un personaje pintoresco del paseo como era El Pingüino, una especie de mendigo que tocaba unos tambores  caseros con la finalidad de dar a conocer su arte frente a la rutina del hombre  postmoderno, de maletín y corbata, de perfume francés, bilingüe y tecnológico  que desconoce los ecos del pasado, las peñas folklóricas, el barrio, los  emporios, el almacén de la esquina y que se limita al uso de anglicanismos como  shopping, mall, coffee break, happy hour, weekend entre otros conceptos propios  de la barbarie postmoderna.
         La postmodernidad ha llegado a la  ciudad, se vislumbra en las calles, la padecen los hombres, la critican y  lamentan los poetas, limita y transforma lo urbano. En este sentido, Hommi  Bhabha (1994) en su libro El lugar de la  cultura cita el ensayo Elaboraciones  secundarias de Fredric Jameson para mencionar que “el impacto demográfico y  fenomenológico de minorías y migrantes dentro de Occidente puede ser crucial  para concebir el carácter transnacional de la cultura contemporánea” (Bhabha  147). Por consiguiente, la ciudad está cubierta de estas pequeñas voces que se  van silenciando bajo la homogeneidad del neoliberalismo y su rutina, y que en la poética de José Ángel Cuevas se  manifiestan con honestidad en el poemario 1973 al recordar los hombres su ciudad, su estadía en ella y contemplar ahora como  la urbe ha impuesto el ensamblaje de una nueva cultura evidenciada por el  progreso, el crecimiento económico, los rascacielos, la eliminación de la  minoría expuesta por Jameson y respaldada por Bhabha. 
        De este modo, Bhabha plantea una  interrogante muy vigente al analizar la propuesta de Jameson y al tratar de  abordar los poemas de Cuevas y el sentido del hombre en esta sociedad  postmoderna. En este sentido, afirma que “hay una angustia por unir lo global  con lo local el dilema; de proyectar un espacio internacional sobre la huella  de un sujeto descentrado y fragmentado” (Bhabha 150). Dicha angustia se muestra  latente en el hombre vidente de José Ángel Cuevas que transita por el ámbito  local sin reconocer que ahora sumerge sus pies en un mundo global,  convirtiéndose en este sujeto que ha perdido sus raíces, su centro, su origen,  en definitiva, su hogar y que debe acomodarse a los ecos de esta nueva  realidad, ya que “la poesía de José Ángel Cuevas gira en torno a un núcleo  básico que es su real obsesión: la pérdida de la comunidad, en donde la forma  individualista de vivir es la gran derrota que significó la transición desde la  Dictadura”(Sepúlveda 12). La  angustia del hombre vidente y su posterior ceguera no se han manifestado en su  peregrinar durante la dictadura, sino que es consecuencia del retorno a la  democracia, de ese eslogan de “la alegría ya viene” cuando en realidad lo único  que llegó fue la revolución urbanística, el deterioro del medioambiente, la  pérdida del barrio, de las tradiciones, de la ciudad de nuestros antepasados,  del pregolpe por la vorágine de las autopistas, de los paseos y sus comercios  establecidos, legales e ilegales, de los rascacielos, del cheque y la firma. 
         Una  primera aproximación es señalar que la posmodernidad no es un tiempo concreto  ni de la historia ni del pensamiento, sino que es una condición humana  determinada, como insinúa Jean Lyotard en La  condición postmoderna (1987). Y  no deja de tener importancia lo que plantea Lyotard,  pues su visión sobre la postmodernidad es positiva, a diferencia de lo que  plantea Cuevas en sus versos, pues señala que 
          la posmodernidad se presenta como una  reivindicación de lo individual y local frente a lo Universal y ya no es  considerada un mal sino un estado positivo porque permite la liberación del  individuo, quien puede vivir libremente y gozar el presente siguiendo sus  inclinaciones y sus gustos (Lyotard 54). 
         Por lo  tanto, desde los estudios culturales, la postmodernidad es vislumbrada como el  aterrizaje esperado hacia el conocimiento y la realización personal más allá de  las añoranzas que argumenta Cuevas en sus poemas.
         De  este modo, desde la visión de Jameson, se podría aseverar que en ese mundo  pasivo es donde deambula el hombre vidente de la poética de José Ángel Cuevas,  es un errante en la ciudad postmoderna, sin un sentido de pertenencia, bajo la  automática pérdida de la identidad por el surgimiento del concepto de masa, de  recepción y sometimiento a poderes fácticos superiores, a la ortopedia de una  sociedad que está condicionada al formato preestablecido de un estilo de vida  cosmopolita, globalizante, holístico y en donde nuestro hombre vidente ha  quedado ciego al no pertenecer a ese engranaje, a ser el ruido del avance  postmoderno.            
        3-.  Voces ocultas y descifradas en 1973 de José Ángel Cuevas
  En el poemario 1973 de José Ángel Cuevas se manifiestan diversas voces que hablan  sobre la sobrevivencia del hombre vidente en esta ciudad postmoderna y su  posterior desarraigo de las tradiciones, del barrio, del concepto de ciudad y  de hombre, de los episodios ocurridos en dicha ciudad que han sido maquillados  con los rascacielos, el asfalto, las luces de neón, el comercio, las  promociones y las deudas. Entonces, adquiere relevancia la reseña dada al libro 1973 de José Ángel Cuevas realizada  por la periodista Ximena Duarte en el año 2005 quien sostenía que 
          la realidad de una persona, como la de un  pueblo, está conformada en lo cotidiano en la comunión del pasado, presente y  futuro. Nadie puede hablar de una realidad si no la recuerda o la proyecta  hacia el futuro pues la realidad es un ejercicio de la memoria sobre hechos  del pasado y su reincorporación en el futuro  (Duarte 1) 
         De este  modo, en el poemario 1973 se menciona  lo postmoderno a través del embrujo de una ciudad que ha evolucionado, que es  distinta a la cual perteneció el ex poeta, el hombre vidente que recorre las calles  y descubre que no pertenece a ese lugar, a esa realidad proyectada en el futuro  que se encuentra perdida y sin recordar el pasado o reincorporarlo en el  futuro.
         En este sentido, Ximena Duarte  señala que  
          la perspectiva de José Ángel Cuevas viene a completar  esta versión de realidad que tenemos, viene a poner muchos puntos sobre las  íes, a plantearnos la historia poética de los que se quedaron en Chile, los y  las que no regresaron con grados académicos, ni puestos en el gobierno (Duarte  5) de tal  manera que Cuevas se preocupa por los que han sido olvidados, por los que  permanecen sufriendo tras el término de la dictadura, por ese hombre vidente  que en lugar de recuperar sus visiones terminó ciego, en una luz incomprensible  de la postmodernidad.
         Por otra parte, Óscar Galindo (2001)  en su artículo “José Ángel Cuevas: Una nueva liquidación del yo”  señala que 
          en la actualidad la imagen del poeta recoge  inevitablemente elementos de la antipoesía de Nicanor Parra, para establecer  una construcción opuesta o para discutir sus posibilidades de desarrollo en un  contexto nuevo situando a  la imagen del  poeta como la de un hombre común y corriente (Galindo 15) con lo  cual, la figura omnipresente de Parra se deja manifestar con énfasis en el  lenguaje cotidiano, coloquial y popular que han imitado las nuevas  generaciones, alejándose de la tradición del canon literario, pero que termina  homogeneizando a las nuevas generaciones bajo el mismo leiv motiv de la  antipoesía.
         Otra  autora importante a la hora de referirnos a la obra del ex poeta es Soledad  Bianchi (2000) quien en su artículo  “Una  especie de memoria: la poesía de José Ángel Cuevas”  sostiene que   “Cuevas recordaba y volvía una y otra vez su mirada al pasado no para  quedarse inmóvil frente a él sino para añorar   esos valores que parecían tan inherentes al ser humano y que han sido  progresivamente olvidados” (Bianchi 21). De este modo, para lo crítico, la  escritura del poeta es un llamado de alerta a la pasividad del citadino que se  acostumbró a un estilo de vida competente e individualista y que se puede  reflejar, por una parte, en el poema “96” en donde se afirma: “¿Qué clase de poeta/ se pretende?/ ¿Qué  poeta se puede pedir hoy?/ La nada misma / un cadáver lleno de mundo” (Cuevas  54). Y esa es la gran incertidumbre: ¿Desapareció el poeta vidente en pos del  citadino postmoderno?. 
         Por  su parte, Aristóteles España (2004) sostiene en su artículo sobre la poesía de  José Ángel Cuevas y su libro 1973 que 
          este es un libro de la derrota, de sangre por  las calles como en los versos de Neruda en la guerra civil española, de  alucinaciones, de alcohol, bares, bohemia. El hablante que recorre este texto  es como un peatón que deambula por los rincones de una urbe llena de locura y  con la angustia de que sus mejores hermanos, están muertos o se auto exiliaron  en su propio país, insertos en delirantes análisis para explicar lo sucedido. A  su lado hay palomas, perros vagos, gatos en tejados llenos de telarañas, prostitutas,  poetas que escriben poemas de amor y muerte (España 8) 
          y dicho  planteamiento que ha expuesto en carne propia Lihn en su performance en el Paseo Ahumada, lo deja en evidencia  Cuevas a pesar de que han transcurrido treinta años desde el nombre que da título  a su poemario, se vivencia en cada verso como el paso del tiempo permanece  latente. Sin embargo, dicha vigencia no es nostálgica, no es un tributo a los  héroes caídos, es una ensoñación hacia lo que debió ser una generación y  terminó convirtiéndose en los esclavos de la modernidad como lo menciona el  poeta Manuel Silva Acevedo al cuestionar al hombre moderno, la ciudad moderna  como la pérdida de lo espiritual en torno de la superficialidad.
         A  partir de lo anterior, Naín Nómez (2010) en su artículo “Pablo de Rokha y José  Ángel Cuevas: de la nostalgia del mundo rural al sujeto de la ciudad marginal”  señala en relación  a la poética de  Cuevas que 
          la poesía de José Ángel Cuevas, en ese momento,  se mueve entre dos imaginarios de la utopía perdida: la de la liberación a  través del viaje y la de la pertenencia a una ciudad emancipada, en que el  espacio público pertenece a todos y en donde el paisaje es casi un locus amoenus  que sirve de telón de fondo (Nómez 5)
         En este  sentido, Naín Nómez sostiene que la poética de Cuevas refleja los límites  existentes entre lo que ha sido y lo que es actualmente la sociedad, la ciudad,  el hombre postmoderno envuelto en los desvaríos y añoranzas del vidente, del  ambulante, del callejero que recorre las sendas soñando nuevas fronteras e  idealizando el espacio público como un lugar de encuentro. Por lo tanto, Cuevas  se desdobla en el poemario 1973 entre  los hombres videntes que recorren las calles y la historia ocurrida en esas  avenidas desde una mirada crítica en una sociedad desmemoriada, enceguecida,  postmoderna.
         Es  necesario preguntarse sobre el concepto de ciudad ya que ha sido la urbe la que  se ha modernizado. Antonio Melo en un artículo escrito a revista Diálogos señala que existen dos grandes  dimensiones a la hora de definir una ciudad. Por un lado, es una densidad de  interacción y por otro, es la aceleración del intercambio de mensajes. En este  sentido, la poética de Cuevas se encuentra entre estas dos dimensiones pero de  manera decadente, sufriendo al sentirse enjaulada, vacía y muerta como lo  señala en el poema 80 en donde  el poeta describe la ciudad bajo el desamparo  de la postmodernidad al decir: “Solo un Santiago vacío/ y muerte / muerte  gratis”, lo que desemboca en esta marginalidad que se va acrecentando al  avanzar por la ciudad.
        4-. Las  personas malas y Palabras del ex poeta
  El poemario 1973 de José Ángel Cuevas, fue publicado en el año 2003 por LOM  Ediciones y consta de cuatro partes fundamentales. La primera parte se titula “Exhumación”  y está constituida por siete poemas entre los  cuales se encuentra “Las personas malas” (27). En este poema, se pretende mostrar la decadencia del hombre al destruir  al hombre a través del no retorno existente en los hombres condenados por estas  personas malas.
         En este sentido, los versos
        
           “las personas malas se van después a sus 
            hogares  se lavan las manos suben a sus
 
            autos comen asados besan a sus hijos/ 
            Hacen el amor hacen el trabajo  sucio”, 
        
         nos  enfrentamos ante la rutina del torturador, quien debe llevar una doble vida  ante la sociedad ante la cual está sumergido como queda graficado en los versos
        
          “Las  personas malas se van después a sus 
            Hogares  se lavan las manos  suben a sus 
            Autos comen asados”. 
        
         Por un  lado, está el hombre de familia y por otro lado, el que debe cumplir con su  deber de salvar a la Patria del caos reinante. En todo el poema, se reitera  tres veces el concepto de “las personas malas” con lo cual hay un énfasis en  diferenciar a estas personas malas que cumplen una finalidad dentro de la  sociedad postmoderna, incluso dentro del poema son relevantes porque le dan el  sentido a lo que se quiere señalar, pues es a través de estas personas malas es  que el poema va evolucionando.
         Al analizar el poema de Cuevas  siguiendo lo establecido por Francoisse Rastier en su texto Sistemática de las isotopías, se  encuentra una isotopía fundamental a lo largo del poema y tiene relación con la  existencia de las pausas al interior de los versos a través de los signos tal  como se puede graficar en los siguientes versos:
        
           “Las personas malas  que no les gusta mirar
            El mar ni las estrellas /  desfallecientes 
            Y fijas /”
        
         Las  pausas al interior del poema nos indican que estamos ante una voz quebrada,  entrecortada, casi silenciada como la voz del hombre vidente que se ha  encontrado envuelto en la ciudad postmoderna que aparece en su vorágine y  devora las palabras, su visión de realidad. La constante pausa, el prolongado  silencio es un eco de la postmodernidad en donde las voces se van apagando  hasta convertirse en un único sonido que es ejecutado por los altos poderes.  Estos versos determinan la pérdida de la visión del hombre ante la ceguera  abrazadora de lo postmoderno como es ir olvidando la tradición, olvidar lo  importante, temer identificar por su nombre a los objetos, a la naturaleza como  en los versos:
        
           “El viejo e infinito mar  patrio/ que alguna
            Vez se llamará…”
        
         No hay  lugar a nombrar nuevamente aquel mar patrio que ha sido contaminado en nombre  de la Patria durante la dictadura y que, posteriormente, fue olvidado con la  llegada de la postmodernidad a la ciudad y a la sociedad chilena con el retorno  de la democracia.
         Es  posible encontrar  unas isotopías  semiológicas horizontales en el verso “Hacen  el amor hacen el trabajo sucio” en el cual “Trabajo sucio” adquiere más de una  lectura que va desde los oficios domésticos inesperados que necesitan ser  reparados como es una gotera, filtros en las cañerías, arreglar el sistema  eléctrico, cortar el césped, sacar la basura, que pueden ser consideradas como  frutos de un “trabajo sucio” pues el jefe de hogar, dominado por el poder  otorgado en una sociedad patriarcal, debe realizar por compromiso más que por  convicción. Sin embargo, esta isotopía nos evoca al significado connotativo que  es posible encontrar en este “trabajo sucio” que involucra el seguimiento y  secuestro de personas, espionaje, escuchas telefónicas, experimentos, torturas,  interrogatorios, asesinatos, desapariciones y el silencio absoluto porque  alguien debe cumplir con el deber cívico de proteger a la Patria, porque  cumplen órdenes, por el miedo a ir contra sus superiores y otras posibles  explicaciones que den sentido a la naturaleza y motivación de la realización de  este “trabajo sucio”.
         Por otra parte, desde un análisis  cultural que plantea Riffaterre, es posible mencionar que el modelo permite  establecer un campo semántico que origine un concepto global que permita  estructurar el poema. En este sentido, las palabras “mar, estrellas, viento, volcanes, océanos” hacen alusión a la naturaleza, de modo que estamos frente a un  espacio abierto y no cerrado, en donde transcurren las acciones de los hombres  malos como lo manifiestan los siguientes versos:
        
           “Las personas malas cargan con  más de tres 
            Mil muertes en sus almas/  fusilados  
            Tirados al océano volcanes /  precipicios /”
        
         Adquiere  relevancia las zonas descritas como el océano, un vasto lugar en el cual los  hombres malos pueden cargar con su trabajo sucio sin ser descubiertos ante la  sociedad y ante ellos mismos, porque estas personas malas han perdido su  rostro, su identidad, son uno más del ejército de personas malas que cargan con  más de tres mil muertes. Tanto los volcanes como los precipicios vienen a  contribuir con la necesidad de alejarse de la urbe, de la civilización  postmoderna porque es superior y perfecta, no necesita de fusilados ni hombres  videntes porque es un solo el concepto predominante y ese es el de masa.
         Por  otra parte, al identificar la matriz del poema se puede señalar que el poema “Las  personas malas” es un poema condenatorio a los torturadores, pero no una ácida  condenación que busque la verdad y la justicia, sino la exhumación de esta doble  vida que muchos chilenos vivieron en carne propia y que sus familiares, amigos,  vecinos, conocidos no tenían idea hasta que lentamente los hechos fueron  saliendo a la luz pública. Sin embargo, es fundamental señalar que este poema  refleja tanto la realidad del torturador como de quienes han sido torturados  como se evidencia en los versos:
        
           “Las  personas malas se van después a sus 
            Hogares  se lavan las manos  suben a sus 
            Autos  comen asados”
        
        ¿Por  qué se deben lavar las manos?, ¿acaso la sangre acumulada y derramada no se  puede borrar de la memoria de las personas malas?, o el hastío de la sangre de  los fusilados obliga a lavarse las manos una y otra vez para evitar contagiarse  o limpiarse de la enfermedad que padecen los condenados en los campos de  concentración. Un fenómeno similar ocurre con el concepto de “hogar” que se ve  reflejado en estos versos, pues ¿quién va a su hogar? Las personas malas que  retoman su vida civil o los desaparecidos que van a un hogar anónimo, porque  ese debe establecer si el hombre malo es el torturador o el torturado.
         Por otra parte, hay un hipograma  evidente en el poema con una de las tragedias fundamentales de William  Shakespeare como es Macbeth, en donde  el protagonista señala después de matar al rey que “Ni toda el agua del mar  podría lavar mis manos”, asimismo, Cuevas muestra que así sientenlas personas malas esa  imperiosa necesidad de purificarse ante sus acciones, antes de volver a su  hogar, a su familia, a sus hijos, ellos padecen de lo señalado por Shakespeare,  no hay agua que limpie la crueldad, ni el alma atormentada de los hombres malos  que hacen su labor por la Patria y que al ver sus manos ensangrentadas no  encuentran la forma de limpiar su conciencia.
         Por  consiguiente, el poema “Las personas malas” es fundamental para entender al  hombre vidente de Cuevas que está enceguecido en esta ciudad postmoderna. En  este sentido, ¿dónde está lo vidente en el poema, si solo muestra evidencias  del ir y devenir de las personas malas?, ¿o es que acaso estas personas malas  fueron antes videntes?. No estamos ante un oráculo, ni ante un profeta que  pregone sucesos que ocurrirán, más bien es un recordatorio de episodios que han  sucedido. El hombre vidente aparece en el poema en la sombra de la  postmodernidad. La postmodernidad está envuelta al silenciar el poema, al  quebrantarlo, a la voz entrecortada, a terminar el poema señalando:
        
           “Besan  a sus hijos/ hacen el amor  hacen  su
            Trabajo  sucio”.
        
         Es  evidente el quiebre en la acción. Con pasión besan a su hijo y hacen el amor,  pero su trabajo, su trabajo sucio merece una pausa, es una carga, una tormenta  en su conciencia, una nube a sus ojos. En este sentido, la utilización de  vocablos como “personas malas”, “trabajos sucios” que vengan a suavizar la barbaridad y crueldad de señalar con  exactitud las palabras de "torturador” o  “fusilamientos” pues la ciudad postmoderna,  caracterizada por perder el sentido de identidad y de memoria colectiva ha  enceguecido al hombre vidente no dejándole ver la profundidad de la dimensión  de los versos que va redactando.
         La tercera parte del poemario se  titula Una pluralidad de hablantes y está constituida solamente por dos poemas  siendo “Palabras del ex poeta” uno de los poemas fundamentales para dimensionar  la crítica social que se empeña por construir Cuevas en la bastedad de su obra  poética que comienza en tiempos del Pregolpe y que continúa en el retorno de la  democracia, con sus hombres videntes que han vivido los sinsabores del progreso  y el crecimiento económico y urbanístico de la ciudad de Santiago de Chile que  podemos evidenciar con la construcción del Paseo Ahumada y su consiguiente  comercio legal e ilegal que ha ido marginando a los hombres, al barrio, a la  tradición o las grandes avenidas que pregonaban la libertad y que actualmente  encierran a millares de automóviles, al ruido de la calle, de la  postmodernidad.
         En Palabras del ex poeta (59)  aparecen los siguientes versos:
        
                    “Después  del golpe / no se fue / no se 
            construyó otra patria 
            sino que se quedó parada en  estos campos 
            magnéticos/ lagunas de sangre” 
        
         cuya  claridad no da pie a una segunda interpretación que no sea la de continuar en  un estado de decadencia aún con el retorno de la democracia que ha venido a incrementar  la desazón del ciudadano. Nuevamente el silencio reina a través de las pausas  que van apareciendo en el poema como si Cuevas intentara a través de la  reiteración de slash, ir construyendo un discurso de lo que ocurrió desde la  visión del torturador –torturado en el poema anterior, o la del sobreviviente a  los campos de concentración como es lo que sucede en este poema.
         Por otra parte, el concepto de  “patria” es fundamental para entender el significado del poema. ¿qué patria se  construyó? La que se forjó en dictadura, la que se esperó construir con el  retorno de la democracia o la que se construyó con la democracia. En otras  palabras, estamos ande una idealización del concepto o ante la evidencia de lo  construido a lo largo de los treinta años que han pasado desde estos episodios  hasta que fueron escritos por el ex poeta Cuevas.
         Al analizar el poema en busca de las  isotopías se puede establecer que dichas isotopías hacen referencia al concepto  de “ex”, de lo que fue en algún tiempo pero que ahora ya no existe como lo  indica el título del poema o como quedó graficado en el verso: “Anda por las  calles / el pobre  Mario  Manríquez / ex – militante interior”. Por otra  parte, adquiere una doble significación, ya que por una parte nos presenta a un  hombre llamado Mario Manríquez,  un  teniente coronel  quien era el ex jefe y  responsable por entonces del Estadio Nacional de Chile en el momento de la  muerte de Victor Jara y que ahora debe coexistir bajo el concepto negativo del  “ex militante interior”, a lo cual es posible considerar la huída de ser  miembro activo de una fuerza armada y su alejamiento de ella o, en una  connotación más certera, estamos ante un chivo expiatorio para contener la sed  de justicia tras la muerte de Víctor Jara e identificar en un solo hombre, en  ese pobre Mario Manríquez, al único responsable de la muerte del cantautor.
         Ahora bien, desde un enfoque  cultural el modelo más evidente tiene relación con campos semánticos  relacionados con lugares como se grafica en los versos:
        
           “Detenido/ golpeado/interrogado
            Pasó por Álamos/ Puchuncaví/  Ritoque/
            Campos de Concentración Chile”
        
         que  refieren a campos de concentración en Chile, o a evidencias corporales y  espirituales propias de la dictadura (detenido / golpeado / interrogado /  dientes quebrados / cara rota / ex militante interior) cuya campo semántico  sería, en su aspecto más general el de Consecuencias de la Dictadura. Sin  embargo, no hay reconstrucción del lenguaje porque estamos ante un torturado,  un exiliado, un hombre vidente que ha sido silenciado por los ecos de la  postmodernidad que se manifiesta en la peregrinación del pobre Mario Manríquez,  único responsable de la tortura y muerte, como señalan los versos:
        
           “Mario recorría toda la ciudad  / radio 
            Moscú”.
        
         Manríquez  es un errante, un observador que es testigo del progreso urbanístico de su  ciudad, de la mano de los eventos socio-políticos. Pero vagabundea escuchando  la radio Moscú, que era una de las radios resistentes a la Dictadura y que  tenía un programa llamado Escucha Chile, quienes transmitían desde el exilio en  la ex URSS los discursos e ideales de resistencia a la acción militar y sus  consecuencias políticas y sociales durante la dictadura.
         De  este modo, la matriz del poema está enfocada en hablar de la dictadura. Al  prestar atención al título del poema “Palabras del ex poeta” se está frente a  una declaración de principios de abandonar lo poético para hablar  deslenguadamente, sin necesidad del lirismo que nubla y enceguece cuando se  quiere narrar honestamente la memoria que está siendo borrada en la ciudad  postmoderna, al hombre vidente que es incapaz de profetizar lo que ocurrirá y  debe vagabundear por las calles a la espera del retorno de su vida anterior. 
         Finalmente,  hay varios hipogramas en el poema como es la radio Moscú, un bastión de la  resistencia en Chile, el nombre del teniente Mario Manríquez que nos lleva a pensar  en Victor Jara, el concepto de ciudad postmoderna que se está forjando en  dictadura y que podemos encontrar en otros poemarios como  La  ciudad de Gonzalo Millán, La Tirana de Diego Maquieira, Purgatorio de  Raúl Zurita, Vía Pública de Eugenia  Brito, La Bandera de Chile de Elvira  Hernández o El Paseo Ahumada de  Enrique Lihn entre la inmensa cantidad de voces, ecos, susurros que pregonan el  retorno de la memoria, verdad y justicia.
               
          5-.  Conclusiones
  José Ángel Cuevas es un ex poeta  cuyo nombre debe ser considerado dentro del canon literario chileno debido a la  influencia de su obra que recoge con fuerza, valor y mucha honestidad, los  episodios históricos con una mirada objetiva, sin caer en el sentimentalismo y  la pesadumbre, rechazando la autoflagelación para producir ácidas lecturas  críticas de esta sociedad postmoderna y que ella, a través del silencio que le  ha otorgado a la voz en los versos y que se evidencia a través de la  reiteración de slash, puntos suspensivos, pie quebrados, van ocultando al  hombre vidente, a ese pobre Mario Manríquez, a las personas malas que no han  sido valoradas antes de convertirse en esas personas malas, ya sea como  torturador o como torturado e incluso como sobreviviente. El hombre vidente  está ciego a través del silencio que oprime por medio de las palabras dichas y  no dichas en el poemario de Cuevas. De esta manera, Cuevas cumple con advertir  al lector de la triste realidad que envuelve a nuestra sociedad: el olvido.
         Cuevas no representa un ícono de la  vanguardia, ni la neovanguardia, ni es un poeta existencialista, ni un clásico  que deambula entre los sonetos y romances. No le interesa imitar a Neruda ni se  deja seducir por Huidobro. La fuerza de sus versos no le asemeja a Mistral pues  no pide, ni ruega, ni clama a un Ser Supremo para que interceda por sus seres  queridos. Su lenguaje se asemeja al de Parra pero no es antipoesía, huye de lo  coloquial que tenga un sentido de ser simplemente antipoético, utiliza lo  coloquial, tal como lo realizó con maestría Lihn en El Paseo Ahumada no como una finalidad estética, sino en función  del poema, de lo que se quiere contar, de lo connotativo de los versos, de la  necesidad de plasmar abiertamente lo que ha ocurrido en el país abandonando las  añoranzas, riéndose de la decadencia, de lo patético del hombre vidente  enceguecido en la urbe postmoderna.
         No es gratuita entonces la finalidad  de Cuevas al escribir 1973 treinta  años después de haber ocurrido los acontecimientos ni tampoco sus palabras en  el prólogo que vienen a reactivar la necesidad de no confundir la poesía  política con el panfleto. Cuevas no busca manifiestos, ni su afán es mostrar un  arte poética, aunque desea situar en el lugar que le corresponde a la poesía  política dentro del canon literario nacional. Entonces, ¿por el hecho de ser  versos políticos o estar en función de acciones históricas que generan impacto,  debate y discusión entre los chilenos no alcanza la profundidad o importancia  que la tradición lírica ha otorgado a los grandes poetas chilenos? La respuesta  está bloqueada dentro del concepto de sociedad que posea cada lector que se  enfrente a los poemas de Cuevas, pues el lector postmoderno, acostumbrado a no  pensar, a no imaginar, a ser un  “ex”, ex  hombre, ex pensador, ex libre, deambula ahora bajo lo superficial que ofrece la  postmodernidad desde el mundo comercial y sus promociones que invitan al  endeudamiento o a los medios de comunicación que reproducen el neoliberalismo  capitalista que atrae a masas y vuelve homogénea a la sociedad.
         No cabe duda que los tiempos  actuales son difíciles. Más allá de la comodidad tecnológica, se está frente a  la crisis del conocimiento humano, al devenir de la imaginación, al arribo de  lo postmoderno, siguiendo los planteamientos de Bhabha y Baudrillard quienes  ven como peligrosamente esta sociedad va perdiendo el norte, convirtiéndose en  una sociedad estéticamente hermosa, pero culturalmente empobrecida. Bhabha  desea mostrar la postmodernidad tal como es, dejando el sentido positivo y  perfecto que plantea Lyotard para desenmascararla con sus riesgos y las  consecuencias que provoca en la sociedad.
         La relevancia que puede adquirir el  poemario 1973 tiene relación con cual  sea la dimensión bajo la cual se apreciará la obra literaria. Si se mirará como  un objeto de arte cuya finalidad estética es escasa dentro de lo retórico, o  como una obra de arte que critica la sociedad, se burla de lo establecido y  tras el recuerdo está el énfasis en desnudar a la postmodernidad, en mencionar  que la democracia no ha significado el retorno sino la acentuación de la crisis  del hombre.
         Finalmente, en este artículo se  planteó la desaparición del hombre vidente a través de la eterna ceguera de la  ciudad postmoderna en el poemario 1973 de José Ángel Cuevas. Ante eso, se debe mencionar que el poemario se concentra  en mostrar al hombre vidente que está enceguecido en las calles de la  postmodernidad. Sin embargo, no es posible establecer si es una ceguera eterna  o temporal, pues la historia de la humanidad ha demostrado que las sociedades  son muy cambiantes y dinámicas y lo que ayer fue, hoy ya no lo es y mañana  posiblemente no lo será. Por  lo tanto,  si el hombre vidente está actualmente ciego por la existencia de la  postmodernidad, es posible que vuelva a ver la luz en la medida en que el  hombre y la ciudad vuelvan a encontrar su identidad, a retornar al barrio, a  recoger los fragmentos que han sido esparcidos a lo largo de los años y que aún  no se han unido, a vivir en una sociedad homogénea pero que sean los individuos  lo suficientemente capaces de pensar, imaginar, crear y existir. 
         
         
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