José Angel Cuevas. "Adiós muchedumbres" Santiago de Chile: Editorial América del Sur, 1989. 90 páginas Por Juan Armando Epple University of Oregon
Publicado en Chasqui, Vol. 19, No. 1 (May, 1990)
José Ángel Cuevas, otro testigo de las promesas derogadas de esa aventura generacional vivida en Chile en los setenta, parecía resignado a cargar con su memoria a cuestas o difundirla en círculos cada vez más marginales y en autoediciones privadas (Efectos personales y dominios públicos, 1979; Introducción a Santiago, 1982; Contravidas, 1983; Canciones rock para chilenos, 1987), hasta que César Soto tendió el puente que necesitaba para rescatar su voz del desmedrado circuito de los amigos y reinsertarla en un debate cultural más amplio y menos complaciente.
Adiós muchedumbres (1989) entrega una carga de efectos personales al
dominio público en una edición cuidadosamente elaborada. Crónica poética de una generación que aún no salda cuentas con sus utopías, el libro es también un memorial distendido de esas aventuras juveniles protagonizadas en las calles de Santiago, adheridas a la historia secreta de la ciudad como esos murales pintados con la velocidad de los entusiasmos que dictaba la contingencia y que, borrados por otros dictados oficiales, vuelven a aparecer fragmentariamente cuando la lluvia lava la cáscara del tiempo.
La tesitura narrativa de libro, que busca poner en relación dialogante la historia generacional, admite y en parte justifica los desniveles expresivos, el mosaico de perspectivas que no termina de concertarse ni menos conciliarse unas con otras. Lo que le otorga verosimilitud poética a este memorial de dispersiones es un trato con la realidad que se constituyó en el eje privilegiado de su generación: la aprehensión sensorial de la experiencia y el vínculo promiscuo con las variadas incitaciones culturales del momento. Son esas aguas, apenas fiscalizadas por la reflexión, las que orientan o desorientan el derrotero expresivo. Una tesitura que no teme apoyarse en tradiciones coetáneas aparentemente tan dispares entre sí como la antipoesía de Parra, el vitalismo lírico de Skármeta o el ritual improvisado del rock.
Pero la memoria, que ejerce sus opciones rearticuladoras o proyectivas desde un estadio diferente del tiempo y desde otro estadio histórico, debe someter sus materiales a la prueba de fuego de la despersonalización autoirónica. El juego de referencias entre "muchedumbre" y "muchachos" que pone en tensión el título (el barrio y la ciudad, el mundo privado y el colectivo, la identidad generacional y la histórica) da cuenta de la desarticulación de los parámetros de un mundo que se resiste a propiciar una segunda oportunidad, a menos que se los someta a una reconstrucción radical. Pero ya no será el mismo. La memoria trabaja justamente con esta paradoja: el canto es a la vez un adiós y un rescate de fundamentos transgredidos o usurpados, una constatación de pérdidas y una apuesta a la capacidad transformadora de los sueños. El habitante, que pasea su humanidad asediada, momentáneamente desvalida, por la ciudad que fue, silba su tango para precaverse del olvido y para conectarlo con otros registros que también ha aprendido a pulsar. Un ubi sunt gardeliano sacudido por el desplante del rock, que conviene el castigado susurro colectivo en llamado de altoparlantes, pero que vuelve a llenar estadios y saca la vida a la calle.
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Santiago de Chile: Editorial América del Sur, 1989. 90 páginas
Por Juan Armando Epple
University of Oregon
Publicado en Chasqui, Vol. 19, No. 1 (May, 1990)