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Un comentario para la presentación de "Capitalismo tardío",
de José Ángel Cuevas

Por Jaime Bristilo Cañón


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Cuando se anda con José Ángel Cuevas uno sabe más o menos a lo que va: el camino es transitable pero empedrado; cada nuevo poema, cada nuevo libro es una punta de lanza en el aire y hacia un blanco identificado con todas sus letras.

Este poeta circula por la vía de un estilo que, con el correr de los años, no ha torcido drásticamente su rumbo engolosinado por experimentaciones desatadas o guiños a la moda. Sí es un estilo ripioso en el sentido de ofrecer al desocupado lector una vereda áspera, exprimiendo sentidos con mayúsculas inesperadas y alargando el verso con barras que van frenando el ritmo, pequeñas autozancadillas que te atrasan el paso, la lectura, porque así no más es la vida del poeta y porque, en fin, así no más es la vida en este Chile que, de tanto en tanto, anda pisándose la cola.

“Es que Chile me obsesiona”, ha declarado el poeta que nunca se fue de aquí, y que en esa permanencia ha recorrido, durante décadas, su capital empoderado como ciudadano pensante, de a pie. Y desde ese estatus es lógico que sus referentes sean los espacios públicos, el centro cívico, el casco antiguo, el transporte colectivo, la masa humana, las clases privilegiadas…  “Chile es un tremendo animal, donde todos estamos metidos sufriendo y gozando”, ha dicho.

Con un lenguaje que incorpora la jerga de la calle y los neologismos tecno, a la vez que conserva ciertos giros de la tradición popular y de la vieja escuela, desde 1979 Pepe Cuevas ha venido a configurar una sola obra en permanente construcción: desde Efectos personales y dominios públicos hasta este Capitalismo tardío. Así pues, el hablante comienza y termina su discurso en una Alameda que dista de ser de las delicias y aún más de abrirse holgada porque ya se ha convertido en materia de una demolición amnésica e implacable. En este libro hay un país trasnochado, trastocado, tembleque, cuyos maquillajes y farándulas buscan tapar las ojeras de su decadencia espiritual y retrasar un desplome físico y moral que pinta inevitable. Cae la Alameda, se levantan edificios que tapan el cielo, se aglutinan millones de personas, decae Chile, reina la incertidumbre:

¿Qué sucederá mañana?
¿Irán a demoler el edificio amarillo Art -nouveau
Y su balcón de mármol gris, pilares, gárgolas
esquina San Pablo con Teatinos?

La grúa ya se ha instalado: rapiña, gira por sobre el animal moribundo. En esa conciencia estriba la voluntad de construir una obra que salve la identidad que alguna vez proyectamos y comenzamos a edificar antes del quiebre institucional y la posterior restauración que, dicho sea, resultó bastante menos cromática que en la promo. El pasado es obsoleto, y así, el que “sigue buscando a su torturador/Es un pasado de moda”. Se entiende, ante este panorama, por qué cada obra de José Ángel Cuevas asume el recuerdo como un acto de justicia y, por lo mismo, constituye también un catastro de personas, lugares e instituciones incómodas para una vida a la que no le viene la memoria histórica, como no le vienen las ideologías con los pies puestos en otra tierra que no ofrezca oportunidades económicas, pan para hoy a cualquier costo.

Entonces… ¿Quiénes transitan por las veredas de José Ángel Cuevas?

Variopintos, desfilan mujerzuelas de fuentesoda, barbudos del rap, compadres anarcas, artesas, algún ex cni, los chicos Edwards, Matte, Astaburuaga, un tipo rubicundo corpulento voz ronca que obedece al nombre de Ricardo, Titín Valenzuela, izquierdistas, Nicomedes, judíos pobres, Pinochet Ugarte y Riggs, los 33 mineros, de Rokha… y sigue la lista.

¿Y por dónde anda José Ángel Cuevas?

Por la Alameda, naturalmente, La Pincoya, plaza Ñuñoa, La Bandera, Lo Hermida, Bandera con san Pablo, Lota, Puente Alto, el desierto de Atacama, Matucana, 10 de julio, plaza Brasil, Kennedy, … “Siempre he caminado por el centro de la capital, en los 80, los 90 y ahora… Caminando siento que recobro mi identidad”, agrega el poeta en otra entrevista.

Escapando a esta ilusión de libertad que los chilenos nos hemos permitido, con el mundo al instante en cuantos pixeles nos alcance el billete, parece que la apuesta de José Ángel Cuevas por la libertad real es la de poder caminar por los espacios públicos, ciudadanos, cívicos, por lo menos hasta que terminen de demolerlos, concesionarlos o enrejarlos. Caminar con o sin rumbo: suficiente es para este poeta ir con los ojos abiertos, de ida o vuelta en el Metro S.A., subiendo por la plaza de Puente Alto o bajando la escalera del 777.

En fin, aquí tenemos Capitalismo tardío. Lléveselo a su casa. Muerde, pero a fin de cuentas, no hace daño. Colabora. Contribuye. Es otro libro post, ex, sub de este poeta ídem. Ajeno a todo romanticismo hippie, es un libro en el que paz y amor se materializan, ojalá que no para siempre, en Paz y Fraimovich.

Larga, buena y mejor vida para Chile.

Gracias, poeta.

Salud.





 

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