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José Ángel Cuevas:
"Soy el emisario de un país vencido"

Por Osvaldo Aguirre
Publicado en Diario de Poesía, Año 25, N° 82, junio a diciembre de 2011


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José Angel Cuevas (Santiago de Chile, 1944) es uno de los grandes autores de la poesía chilena contemporánea. Publicó los libros de poesía Efectos personales y dominios públicos (1979), Introducción a Santiago (1982), Canciones rock para chilenos (1987), 30 poemas del ex poeta (1992), Proyecto de país (1996), Comisión liquidadora (1997), Maxim, carta a los viejos rockeros (2000), Lírica del edificio 201 (Black & Vermelho, Buenos Aires, 2007) y Album del ex Chile (2008). En 2009 dio a conocer un libro de memorias, Autobiografía de un ex-tremista, título que invoca una frase de Michel Foucault: "el extremista es el que pone su cuerpo a disposición".

—En el poema "Definición de un poeta" te presentás como "el emisario de un país vencido". Algo que remite a tu historia personal y a la de tu país.
—Sí. Tiene que ver con mi generación y con lo que pasó en Chile: imagínate, el haber participado en un acontecimiento tan trascendental como una cuasi revolución, una revolución popular que se propuso nacionalizar el cobre, la banca, hacer la reforma agraria, etcétera. Unido a un sector humano potente, y desvalido a la vez, esa ética, la de los trabajadores en alza, esa forma de vivir, un entusiasmo desarrollándose ahí y después la derrota total y la destrucción.

¿Cuál fue tu participación en esa experiencia política?
—Con mis amigos formamos grupos culturales en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Éramos estudiantes de filosofía, historia, literatura, íbamos a poblaciones y fábricas, nos hacíamos amigos de obreros, los ayudábamos a organizar cosas, cantábamos. Era el año 68, tiene que ver con un levantamiento juvenil. Empecé justamente ahí a escribir poesía. Pero el sentir la maravilla de algo, el misterio de algo, del lenguaje, es de mucho antes, de la infancia y del vivir una vida muy especial en mi barrio centro de Santiago.

¿Recordás algún episodio en especial sobre ese descubrimiento?
—Sí, las peleas en mi casa, las discusiones familiares, la violencia. Además recuerdo que mi padre todo el tiempo nos estaba hablando de cosas que no entendíamos: la guerra, los judíos, viajes de su juventud al Golfo de Penas en un barco a punto de hundirse. Mi padre me involucró en su trabajo, en la dificultad de vivir, y yo tenía que acompañarlo. Vivíamos en un apartamento en Santiago lleno de máquinas de escribir, el departamento era un taller. Mi papá arreglaba máquinas de escribir, compraba, vendía, y yo lo acompañaba a las curtiembres, a las fábricas, oficinas, molinos, me fui metiendo en una universalidad de la ciudad. De niño conocía los hospitales, la Casa de Orates, hasta la cárcel y los regimientos, donde arreglábamos máquinas de escribir. Conocí todos los detalles de la ciudad siendo un niño. Después de unas palizas que recibía, me arrancaba en bicicleta y me ponía a mirar desde una parte la ciudad, las nubes cómo corrían. Pasaba tardes enteras mirando el cielo, me metía en muchas partes, en rincones de Santiago, cerca del río Mapocho. Me llamaba la atención la calle Bandera, había muchos restoranes, cabarets, era como el barrio chino, era el lugar donde Neruda iba con su grupo y farreaba en los años 20 y 30. Muchas conexiones con algo que a mí me parecía misterioso de la ciudad o del mundo en Santiago en los años 50.

¿Cuales fueron tus primeros temas de escritura, tus preocupaciones iniciales como poeta?
—El primer poema que escribí se refiere a esto: iba por la calle y escuché un rock que se llamaba "El mundial del 62". El mundial de fútbol donde Chile fue tercero, una de las cosas más heroicas del país (risas). Recuerdo las calles llenas de gente bailando rocanrol, arriba de los autos y todo; yo era cabro, tendría 16, 17 años. Después pasó el tiempo, como había estudiado filosofía estaba con la cuestión de la identidad y dije "yo soy eso". Y escribí de un tirón el poema del mundial del 62, donde puse un hablante que era una de esas ovejas descarriadas que habían vivido explosiones sociales, asonadas. Había habido un intento de algo, una huelga enorme unos años antes, yo también la viví, porque estaba en el liceo Amunátegui en el centro de Santiago, y después hubo un baleo, terminó mal. Fue el 2 de abril de 1957. Haber vivido eso y otras cosas me daba como una trascendencia, la trascendencia de haber pasado por grandes experiencias. Ese poema gustó, se publicó años después y gané un premio de poesía en el Pedagógico y después en la Federación de Estudiantes. Todo el tiempo en el Pedagógico era conversación, discusión, asamblea, acciones, estaba siempre con mis amigos. Hasta que llegó 1970, el triunfo de Salvador Allende, pero antes muchas otras cosas, tomas de terreno, el asalto a un supermercado, para entregarle la plata a un partido, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, el MIR. En fin, era muy intensa esa vida.

¿En esa época por dónde pasaba la discusión sobre poesía?
—Había varios grupos. Unos poetas eran muy pitucos, muy estudiosos, y se separaron de nosotros que éramos más callejeros, medio tomadores, puteros, de bar. En ese tiempo vivían Neruda, de Rokha, Teillier, Lihn. Muchos de nosotros éramos amigos de Teillier, otros de Enrique Lihn, que en ese tiempo tenía 40 años. Teillier iba a un restaurante en el centro de Santiago con sus amigos. Se llamaba el bar Unión; Teillier pasaba todo el santo día ahí, desde las once de la mañana hasta las seis de la tarde, desde el año 1973 a 1990. Lihn no me gustaba, porque era demasiado teórico, malhumorado, aristocratizante. Los tipos esos tenían un desprecio muy grande. No cualquiera era un poeta para ellos, ni que fuera un don divino. Por ejemplo un día le dije a Teillier "te mandó saludos Hernán Miranda". Me miró: "¿Ah, si? No me interesa, es un burócrata", dijo (risas). Sólo porque Hernán era empleado. Ellos querían entregarse completamente, vivir como poetas. Y vivir como poeta era desprenderse de la cotidianeidad, vivir lo maravilloso, quizá. Y tomar. Estar siempre lúcido y vivir intensamente.

¿Qué pasó después del golpe de 1973?
—Todo eso se vino abajo, se destruyó absolutamente. Se fueron Waldo Rojas, Barquero, Uribe; ya se había suicidado de Rokha en el 68, y Neruda había muerto. Los que quedaron fueron muy pocos. Enrique Lihn trabajó en el Departamento de Estudios Humanísticos de la Universidad de Chile, con Ronald Kay y Nicanor Parra, y ahí se pusieron a estudiar el estructuralismo, el postestructuralismo. Yo todavía no había terminado mis estudios. Pasé muchos años en el Pedagógico; pero desde el 73 no fui más, había listas de tipos prohibidos, yo estaba en cuarto de Filosofía y terminé después. Daba clase en varios liceos, pero no tenía ningún cargo, nada. Tenía poquitas horas, porque no me conocía nadie. Y di clase hasta que fui exonerado, durante la dictadura. En 1974, me quitaron la casa donde vivía en la Villa Olímpica. A días del golpe unos desgraciados dieron cuenta de todos los que eran de la Unidad Popular. Me fueron a buscar, entraron, allanaron mi casa, mis niños eran chiquitos. Pero no había nada. Unos milicos decían "dejémoslo aquí", otros me querían llevar a la Escuela Militar. Me quitaron el pasaporte y me dijeron "vamos a chequear todo esto". Pero después vienen otros y me dicen "ya, usted tiene que irse de la casa", de la casa que yo había empezado a comprar. Tuve que irme. Después me detienen en la Alameda. La calle estaba llena de tipos que andaban poroteando, personas secuestradas que llevaban por la calle para que mostraran gente de izquierda. Cuando me encuentran la segunda vez, me llevan a un lugar y me dicen "mire, nosotros queremos que usted nos conecte con el MIR, con dirigentes del MIR, queremos hablar con ellos", me dijeron. "Pero cómo, si yo no tengo nada que ver. Me dieron siete, diez días para que hiciera esos contactos, sabían donde yo trabajaba. Ahí pesqué los poemas que tenía escritos, los hice pasar a máquina y me fui a la Sech, a la Sociedad de Escritores Chilenos. Registré mi primer libro, Efectos personales y dominios públicos, y saqué el carnet. ¡Qué ingenuo! "Soy escritor", les iba a decir. Fui al lugar donde me habían citado, con un cuñado que era militar y que me ayudó, me vigiló. Pero no hubo el contacto, los milicos no aparecieron. Así que no fui nunca más al centro, incluso dejé de ir al bar Unión. El bar estaba vigilado, una noche en que yo estaba en la barra tomando, se me había acercado un tipo y diciéndome "¿Usted cree que yo soy huevón? Aquellos no son poetas, yo sé que son comunistas".

¿Qué escribías en ese momento?
—Lo que recogí en ese libro fue una especie de historia de Chile, hablada entre compadres, uno era de antes, de cuando yo bailaba el rocanrol, otro sobre la década del 60. Después empecé a escribir sobre viajes y ciudades, metiendo entremedio algo del dolor. Me sentía solo, porque mis amigos se habían ido. Quedó uno con quien me juntaba, nos poníamos a tomar y a conversar. Pero lo que yo más hacía era recorrer Santiago para sentirme libre. Fue entonces cuando escribí Introducción a Santiago. Escribía un lenguaje generacional, un habla, una manera de hablar muy rápida, burlesca, irónica. Después me di cuenta de otras cosas. Por ejemplo yo no la miraba bien a Gabriela Mistral, no me gustaba la rima, el metro, lo que yo y otros escribíamos que era mucho más desparejo, disparatado. Pero me di cuenta que ella escribía un castellano antiguo, la forma popular de hablar de ciertas zonas, un habla campesina que tenía un ritmo propio. Por ejemplo en el Poema de Chile de Gabriela Mistral está esa base lingüística. Por ejemplo el uso del le, "me le cayó"; alguna gente antigua dice "me le cayó una taza" y otras cosas así. El respeto de la lengua de un pueblo me parece importante.

El respeto por la lengua hablada.
—Claro. En el caso mío, yo soy bueno para la talla, como se dice en Chile. La talla es decir una broma. En Chile se acostumbra a estar echando bromas, y yo le debo mucho a eso.

¿Cómo se asocian las bromas con el dolor por las pérdidas y la derrota de la revolución?
—Los dolores, las alegrías, las burlas, todo lo que uno quiera, se pueden decir de muchas maneras. No es algo programático. Me pasó una cosa cómica: a principios de los 80 yo estaba en un hoyo muy grande, me sentía una mierda. Pero al hacer estos libros me sentí bien, "ya soy algo", me dije, "estoy cumpliendo con mi pueblo". Vivir bajo una dictadura tan espantosa hace que uno sea nada. Además estaba solo, como dije, sin mis amigos, con mis niños chicos. Ganaba prácticamente nada, los sueldos eran muy bajos. Había un solo crítico, Ignacio Valente. Le mandé mi primer libro al diario El Mercurio, le gustó y como que eso me afirmó, me sentí reconocido. Se había formado una nueva generación, eran los años 80, apareció Zurita, los grandes trabajos que venían del estructuralismo. Esa temática teórica entró en los 70 y sirvió para hacer grandes poemas como La Nueva Novela de Juan Luis Martínez, toda la poesía que viene de Zurita, el sentido de la espacialidad interior del poema, y lo parriano. Parra es un gran maestro de una manera de hacer poesía en Chile; tuvo también efectos en mí, a pesar de que yo lo censuraba en su conducta, digamos. El tipo fue anti UP, anti izquierda. Había sido muy castigado socialmente porque se tomó unas tazas de té con Nixon, en el mismo momento en que los Estados Unidos bombardeaban Vietnam. Igual cosa pasó Neruda, cuando fue a dar una charla al Pen Club y aceptó una invitación a almorzar del presidente Belaúnde Terry, de Perú. Así que Parra no se metió en lo político, mientras que mi generación lo vivió a fondo, con la clandestinidad, el dolor, la persecución. Yo mismo nunca había imaginado lo que era una dictadura, nunca había pensado que la historia iba a terminar en algo tan atroz. La dictadura de Pinochet fue como un estado nazi: la desaparición de personas, el peligro constante de morir como un perro, el individualismo, la destrucción del contexto de solidaridad y de unidad, y después la formación de un sistema económico de consumismo que llega hasta hoy. La izquierda fue pulverizada en Chile, desgraciadamente. Eso me dio un sentimiento de escepticismo, que tiene que ver con el hilo del ser chileno. Me quedé solo y además me tocó vivir en un lugar tremendo, una ciudad llamada Puente Alto. Cuando me quitaron la casa, fui a vivir cerca de una población muy pobre, en el 75. Allí comían perro asado. Pero después fui formando mi red, como se dice ahora, encontrándome con grandes amigos y con ellos la paso bien, vivo.

Los amigos y las conversaciones están muy presentes en tus poemas. Por ejemplo, Bernardo Araya, a quien está dedicado el "Arte poética" de Lírica del edificio 201
—El pobre Bernardo murió. Era un amigo del Pedagógico. La última vez que lo vi me invitó a meternos al desierto. Era un tipo que vivía como poeta, en La Serena, entonces no trabajaba y todo el tiempo estaba como volado. Se sabía muchos versos de Huidobro: "Soy todo el hombre, herido...", decía (risas). La conversación con él era preciosa porque siempre estaba lleno de ensoñaciones, de locuras. Otro de mis amigos era Quico Rojas, un militante comunista que abandonó todo y ahora vive en una especie de campamento. Muchos la pagaron caro. Los grandes tipos, los que lucharon, los del Frente Patriótico sobre todo, quedaron tirados. Yo he sido más sensato, aunque en un momento anduve en las cuerdas con el trago. Cuando fui exonerado tuve que trabajar, en un momento trabajé de guitarrista en un restaurante, arreglé máquinas de escribir, vendí libros y después un gran amigo, César Soto, me llevó a trabajar a su librería. Yo había hecho unos folletos, eso eran mis libros, y César los juntó y me hizo un libro, Adiós muchedumbre, en el 89. Tuve la suerte de que los amigos me ayudaron. Después gané proyectos del Fondo del Libro de Chile y ahí me pude sostener.

En los últimos años te has presentado como "ex poeta". ¿Por qué?
—Tiene que ver con lo que se consideraba poeta en aquel período anterior al golpe de Pinochet. Poeta podía ser el tipo que hace profecías, el que es la cabeza afectiva de un acontecimiento, de un mundo que se está gestando. Pero después todo eso se vino al suelo. Entonces preferí inventar esa cosa del ex poeta, el tipo que colgó los guantes, para reírme un poco. Entonces, ser ex poeta es poder armar una voz, un hablante.

¿Cuando empezó a aparecer el tema del país y el pasado reciente en tu escritura?
—La desilusión para mí empezó en el año 92 Las esperanzas que se tenían en la vuelta de la democracia eran grandes. Hubo un país que desapareció y en su lugar digo que hay una gran empresa, Chile Inc. Limitada. Con los mismos escritores pasó algo parecido: antes se juntaban, se hacían recitales. El grupo NN, por ejemplo, donde estaban Tomás Harris, Teresa Calderón, Aristóteles España, Eduardo Llanos, José María Memet y otros cabros jóvenes como Jesús Sepúlveda o Sergio Parra, que eran más como malandrines. No malos como poetas, sino que ya nada les importaba, descreían de todo. Después llegó el individualismo absoluto. Ya no hay lugar donde juntarse.

Es el tema de tu autobiografía, también.
—El final termina con una declaración de principios donde digo que el poeta se crea su propia estética de la desesperanza, su lenguaje, y que va a morir con las botas puestas. Yo prefiero seguir ese camino antes que adaptarme, aunque no pase nada. Es un tipo de poesía que tiene que ver con lo existencial. Ahora, tengo respeto absoluto por todos los tipos de poesía que pueda haber. Eso no va de la mano de la ignorancia, del poema panfletario, que rechazo absolutamente. El punto es cómo hacer un sujeto, echarlo a hablar, y cómo ese trabajo literario puede ser lo más correcto, lo más bien elaborado y novedoso.

Un poema de Cartas patrióticas, aún inédito como libro, se titula justamente "Sujeto poético". "Fue funcionario del partido/ usó tres chapas y un terno azul", dice del sujeto en cuestión.
—Es un homenaje a esos viejos que son los que tienen que hacer un punto clandestino, llevar una carta, y van de saco y corbata y hacen su trabajo sin que nadie sepa quiénes son, ni siquiera la esposa. Un trabajo que después ya perdió sentido. Yo entrevisté a muchos de ellos, hice un video para el cual me conecté con varios viejos que fueron dirigentes máximos de la clandestinidad y nadie conocía. Un viejito que se llamaba Nicasio Farías, por ejemplo, al que nombraron cuando la dictadura asesinó a toda una dirección clandestina del PC, en 1976. Y este viejito se vino a Buenos Aires, donde nunca antes había estado, estuvo esperando en un hotel, hasta que llegaron a conectarse con él y le dijeron "no, tiene que ir a la Unión Soviética". Cosas así, patéticas, y muy lindas. Historias que se ignoran. El video se llamó Ningún libro de historia hablará de ellos. Un proyecto que tengo es hablar de grandes escritores chilenos que han sido olvidados, como Nicomedes Guzmán, Manuel Rojas, Francisco Coloane, como un homenaje a la literatura chilena.

¿Por qué hablar de esos escritores?
—Porque me gustan sus mundos. El mundo de Coloane es el del sur de Chile, pasando el Cabo de Hornos; Manuel Rojas se vino a Chile con los padres en 1900, antes vino a Buenos Aires y al atravesar la cordillera, se perdió. La historia es potente. Y Nicomedes Guzmán es un escritor de los conventillos chilenos, de unas poblaciones pobres de los años 40. Y también me gustaría hablar de Pablo de Rokha, sobre todo de Pablo de Rokha, que es un escritor al que admiro mucho. Tenía una palabra furibunda, violenta, y mucha imagen de los andurriales de Chile. También era un fracasado, con un odio a Neruda atroz.

¿De fuera de Chile te influyó algún poeta?
—César Vallejo, desde luego. Borges siempre me interesó mucho. Yo trataba de meterme en los poetas argentinos. Gelman, Girondo. Leí algo de Paco Urondo, pero me pareció que le faltaba. Era difícil conseguir los libros argentinos.

Con respecto al habla, ¿te interesa algún registro de lenguaje en particular?
—Yo soy un poeta del habla. Esta observación que te hago ahora viene en torno a una entrevista que leí de Gonzalo Rojas, donde él dice cómo apreció a Gabriela Mistral por esa habla arcaica española de la zona donde vive. También puedo nombrar Chiloé, donde el habla antigua española está muy fundida. Ahora bien, el habla mía es la de Santiago. En el habla de Santiago ha pasado una cosa interesante: el lumpen ha generado un conjunto de términos, de formas de hablar que incluso ha tomado la clase alta. Por ejemplo, hay también una mezcla, allá dicen "loco", "cachar", "cachai" más o menos como en los 60; pero después dicen "no estoy ni ahí" o "dónde la viste", o "brígido". O la cosa argentina, "bacán". Pero "bacán" no es lo mismo en Santiago, allá quiere decir que algo o alguien es potente. Es un habla de jóvenes, nomás, no se puede comparar con el habla española, que dice "y vos qué querías" o con el habla popular que existe en Chile, "y vos dónde estás queriéndote ir". En el "Poema 97", este poema que yo había hecho "Y qué, que vayan a la clínica psiquiátrica de Vitacura/ donde están los poetas enfermos/ de irrealidad dirán que sí, que sí/ dirán que por vino me quedé sin pega,/ por vino me quedé sin mina,/ por vino me quedé sin ná..". Esa es una canción. "Que tanto bosque, tanta fantasía del buque de carga", por el poema de Neruda; también escribí: "tanta comisión liquidadora de la poesía /que es para la risa/ Lo que pasa es que ningún día es parecido a otro/ Y basta ya de tanta realidad /dijo el pije inglés Eliot /que tanto le gusta a César Soto,/ Y Nicanor no pudo con el espanto,/ no pudo, no quiso, no vio". Fue Nicanor que andaba enseñando que el habla y todo eso, pero llegó hasta ahí nomás con un habla picara, guasa, no llegó al habla de la clandestinidad. "¿Quién de ustedes pasó una noche en los aposentos de avenida Cañas?". Esa era una casa de torturas. "Volvamos atrás, vayan a la clínica psiquiátrica de Vitacura/ y pónganse a decir locuras sobre el Canto general/ al ritmo de que todas queríamos ser reinas", un poema de la Gabriela, "y porque escribió estuvo vivo". Después hay un mensaje de Enrique Lihn: "nada que ver, digo ahora/ es mejor no meterse con la realidad/ ponerse frente a una ventana de la noche/ y mirar el cielo".

—"Soy poseedor de un tiempo y ese tiempo lo juego como un ajedrez interior", dijiste en el prólogo de Lírica del edificio 201. ¿Cuál es ese tiempo?
—Yo me propongo penetrar más en lo que ocurrió y volver a verlo, y mover las piezas, cambiarlas, jugar con ellas. Claro que eso está ahí bloqueado. No es como ganarle a nadie, el problema más importante es qué verdad es la que queda. Amigos míos me dicen "ah, estás pegado al pasado, vive la vida, el presente". A ellos les da lo mismo que digan "hay que buscar la reconciliación". No, es una cosa mucho más atroz. En ese sentido estoy de acuerdo con el historiador Gabriel Salazar, que dice que la dictadura de Pinochet es la masacre más grande que le ha tocado a una generación chilena. La generación del 70 participó en la Unidad Popular y después fue masacrada. La mitad del MIR murió. Del PC mataron a dos mil dirigentes y hubo quinientos mil torturados. Como algunos quieren mirar para otro lado, entonces una parte de mi trabajo es luchar contra el olvido. Ese vendría a ser mi ajedrez.


Fotografía superior: José Angel Cuevas, 2010. Foto de Alvaro Hoppe.



 

 

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José Ángel Cuevas: "Soy el emisario de un país vencido"
Por Osvaldo Aguirre
Publicado en Diario de Poesía, Año 25, N° 82, junio a diciembre de 2011