Primero fueron los ríos, ríos arteriales. Cantar a un río no es cantar cualquier cosa, porque el río es el primer cantor. Por abajo canta el río, volante de cielo y hojas. Nuestras vidas son los ríos.
María Teresa Panchillo cuenta en un documental que el mapuche llamado a tener el don de la palabra debe aprenderla del río, de su lengua elocuente.
Corrientes aguas, puras, cristalinas, árboles que os estáis mirando en ellas. Hugo González canta como un río. Su corriente es un hilo desatado, es música que avanza entre las piedras, es voz del agua entre los arenales. Heredero del verbo de Neruda, artificiero de los estallidos, su voz es dinamita y es sosiego. De Norte a Sur de Chile va encontrando los ríos, y su canto es reflejo fiel del agua, como si de verdad corrieran por sus venas sus travesías.
La poesía chilena se endecasilabó, dijo Nicanor Parra con un burlón alejandrino. Pareciera que algún sordo entendió que había muerto ya el endecasílabo. Pero Hugo es una fuente, un surtidor: un río. De su guitarrón fluyen melodías con asombrosa naturalidad, brotan bronces de luz: como de un río. Quien quiera descubrir qué es la poesía que se acerque a la orilla de estos versos, a su serenidad y a su alboroto, a su diverso corazón de río.
Vecino de Quevedo (solamente lo fugitivo permanece y dura), desde el principio Hugo González nos recuerda que "el río es migración y es permanencia", para ir después desgranando las voces del coro fluvial. Escucharle es una forma de viajar, gracias a sus fotografías sonoras que nos traen, mágicamente, el aire del instante detenido, ya vivo para siempre. La palabra se hermana al territorio, en su vibrante intimidad, en los caudales únicos, cada cual con su historia y su paisaje, su dolor o su gozo.
Empieza así en el norte el río Lluta:
El Lluta, el resbaloso, el río liso,
desciende su dolor por la quebrada,
cortando el páramo de piel dorada
bajo las ráfagas de un sol macizo.
También la toponimia se hace música -los ejemplos son innúmeros-ahí la imbricación de territorio y canto, canto que es profundamente ecológico: el poeta siente en sí, con Vallejo, una inundación con propios líquidos, con propio barro y propia nube sólida, y el río Petorca es alegría "¡Qué jolgorio, Petorca, cuando llueve...", y "duelo campal con la sequía".
El dolor provocado a la naturaleza se expresa intensamente en el maltratado Mapocho:
Río Mapocho, te han rajado el pecho,
te han encogido y arrancado un ojo
y te han dejado al margen medio cojo
despellejado de tu propio lecho.
El contraste con la armoniosa sonoridad entusiasta del canto a los ríos caudales se hace aquí patente. Aquí las aliteraciones (el desgarro de las jotas y el chirrido de las ches) evocan sequedad, la triste figura de un río moribundo.
Pero pronto llegan ríos para maravillarse: "El Clarillo en su canto se desliza / como un guitarroneo en su cordaje".
Los pueblos de Chile y sus lenguas también vibran en estos sonetos, en maridaje sorpresivo, incluyendo palabras quechuas o mapuche entre las rimas, como en este cuarteto dedicado al Pilmaiquén (golondrina en mapuzugun):
Río eternal, sagrada golondrina,
que emerges vuelo en brazos del Puyehue
y en cada tramo un nido en ayllarehue
eriges hondo de virtud divina.
Así cantan estos sonetos de Hugo González Hernández, que nos llevan rumorosos y refrescan la vista y el oído, y nos conciencian, recordándonos que sin el agua preciosa también morimos, como en el cierre memorable del doliente soneto al Mapocho:
Y acarreas la hiel a los abismos
pero nos dejas sobre la corriente
algún reflejo de nosotros mismos.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez
Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com A su diverso corazón de río
Reseña de SONETOS FLUVIALES. CANTO A LOS RÍOS DE CHILE de Hugo González Hernández.
2021, Santiago: Ediciones Tácitas
Por Javier Aguirre Ortiz