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LA ALARGADA SOMBRA DE LA GALLETA
Calle Blas de Otero, Javier Aguirre Ortiz y José Blanco García
Editorial: La Única puerta a la izquierda. (LUPI). 2020, 75 págs.


Por Marisa Gutiérrez Cabriada



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Hace unas semanas fui al teatro de Barakaldo para asistir a un espectáculo-homenaje al poeta Jon Andoni Goikoetxea, Goiko, compañero muy querido de la Galleta del Norte. Y me emocioné cuando Ramón Barea, nada más empezar, recitando sus Putututu, llegó a estos versos: “¡Magisterio! ¡Cabrón! / Álea talón, álea talón, álea talón / ¡Ingeniero! ¡Pendenciero!”. Y es que, por más que conozca esos versos y los haya leído y escuchado muchas veces, siempre me traen a la cabeza la primera vez que los oí, de labios del propio Goiko, en Basauri, en un encuentro de talleres literarios. Un encuentro, allá por los años ochenta del pasado siglo, en el que estos versos, potenciados por el particular tono y la vehemencia de Goiko, cayeron como una bomba. Se oyeron gritos de que eso no era poesía ni era nada, risas, aplausos, protestas airadas, silbidos, hurras... Un follón tremendo. Y yo, que me había acercado a aquel evento un poco por casualidad y que escribía también algunos poemas, pero siempre sola, en mi casa, sin que nadie se enterase, me maravillé de que un poema pudiera provocar semejantes reacciones. Y, luego, motivada por lo que había contado aquella gente de la Galleta, que parecía pasárselo tan bien escribiendo junta, los busqué a la salida y les pregunté si podía unirme a ellos. Eso mismo quería Miguelángel Zorrilla, que también había estado entre el público. Ah, muy bien, nos dijeron a los dos, claro. Y fue para mí el inicio de unos años de escritura colectiva, de lecturas, de revistas, de proyectos teatrales, de trabajo en grupo y, sobre todo, de pasarlo muy bien, de reírnos mucho.

Fue a la salida de este homenaje cuando Jose Blanco me habló de los sonetos que había escrito “a cuatro manos”, al más puro estilo galletero, con Javier Aguirre —otro compañero del grupo, que vivió en Francia y ahora, desde hace ya unos cuantos años, en Chile— y me preguntó si quería escribir estas líneas. Le dije que sí al momento, sin ninguna duda. No todos los días te ofrecen contemplar, desde la primera fila, el trabajo literario, no ya de una, sino de dos personas a las que sabes muy solventes en él y a las que tienes afecto. A las que puedes preguntar, sin ningún problema, todo lo que se te ocurra sobre lo que han escrito. Y, además, ahí es nada, sonetos, un género que estos dos poetas cultivan hace ya décadas, con la misma naturalidad con la que un día también lo hicieron Garcilaso, Miguel Hernández o Blas de Otero.

Esperando agradables horas de lectura, acepté el encargo. Y ha sido una esperanza fundada. Me he encontrado con 43 sonetos escritos entre 2013 y 2015, que surgieron tras un primer cuarteto que Javier escribió en Temuco y publicó en su cuenta de facebook. Jose lo vio en Barakaldo y, ahí, en el mismo muro, escribió el segundo cuarteto. Javier siguió con el primer terceto y Jose terminó el poema. Aquel soneto es también el que inicia este libro. Los demás, visto el resultado y la buena colaboración que habían tenido, los fueron elaborando con el mismo método, Javier en Temuco y Jose en Bizkaia, comunicándose a través de facebook. Como tantas veces habían hecho en sus años de militancia galletera, cuando continuaban el texto empezado que les pasaba un compañero y practicaban la escritura colectiva.

La mayor parte de los sonetos, pues, han nacido así, a partir de un cuarteto inicial que cualquiera de los dos le envió al otro. Y ciñéndose ambos al máximo a lo recibido. Han ido surgiendo a su propio ritmo, con épocas en que el cruce de propuestas era más continuo y otras en que lo era menos. Hubo, asimismo, momentos en esos tres años en que no se intercambiaron versos y descubrieron que entonces, cada uno por su cuenta, también había escrito sonetos. Los han incluído aquí. El XII, el XIX y el XXII son de Jose. Y el XVIII, el XX y el XXIII, de Javier. Y también hay dos sonetos de correspondencia y otros dos de mutua dedicatoria entre ellos.

En estos sonetos he visto mucha luz —“la luz que luces cuando te enamoras”, “ la luz que se renueva “, “ la luz desorbitante del amor”, “la luz, que nace en un recodo”, “ toda la luz naciente”...— y claridad, sol, resplandor, reflejos, destellos. Y claro, sombras. Amor y desamor. Soledad. Ironía. Preguntas. Juego. Reflexiones. Toda una poética. Bastante metaliteratura. Y mucho diálogo. Los dos poetas, a través de la distancia, de Temuco a Bizkaia, de Bizkaia a Temuco, dialogando entre los continentes, han levantado un puente de versos. Un puente que perfectamente podría llamarse de Blas de Otero, como Calle Blas de Otero se titula este libro. Blas de Otero, también sonetista, tiene calle en Bilbao y también en Temuco, y está aquí presente, desde la cita inicial hasta el último punto. Javier Aguirre Ortiz y Jose Blanco dedican este libro a la Galleta del Norte. Yo, con ese mismo espíritu galletero, me permito invitaros a escribir, solos o entre unos cuantos. A inventar. A imaginar. A jugar. A disfrutar. A leer. Ahora, estos sonetos.






 

Poemas

HEMISFERIOS I

Este cuarteto exhala primavera,
recibe el sol como una palma abierta,
apunta hacia el verano que despierta
e irrumpe entre las juntas de la acera.

Aquí el otoño cae con la postrera
hoja viva, rebosa sombra muerta
la casa, y el invierno abre la puerta
a la cegada nieve verdadera.

Hay nubes de Magritte sobre el terceto
del norte, sobre el mar desconfïado
como un perro que no conoce el mar.

Y al sur del mundo, junto al parapeto
cordillerano, siempre destemplado,
el océano quiere despertar.

 

CORRESPONDENCIA I

Amigo Javi: ¿Cómo estás? Percibo
que a la realidad le faltan cosas,
le faltan, por ejemplo, mariposas
en el estómago, por eso escribo.

Quizá parezca pretencioso, vivo
con lo puesto, trabajo en estas prosas,
la poesía consiste en hallar rosas
entre los materiales de derribo.

También echo de menos ciertas claves,
escribir me aproxima a lo que ignoro,
y me admiro del vuelo de las aves.

Precisión de la historia: cuando es buena,
le falta medio mapa del tesoro...
El mar borra las huellas en la arena.

 

CORRESPONDENCIA II

Ya veo, Jose, amigo, que estás bien
dispuesto a caminar. De eso se trata.
El que se queda quieto es quien se mata,
hay que vivir el mínimo vaivén.

Yo, por mi parte, creo que también
me muevo, vale más meter la pata
que quedarse a mirar cómo nos ata
la soga al cuello algún otro desdén.

Seguir el río de la tinta es bueno,
desembocar es siempre la tarea,
hasta el dolor se vuelve más ameno.

Y después, el sabor de la marea,
y las olas vitales de lo ajeno,
y seguir como siempre en la pelea.

 

XXIV

Toda la luz traías, toda la luz naciente.
Venías con el alba, sin saberla, en la boca,
con el brillo y la novedad que las piedras toca,
reía desatada del mundo tu corriente.

Toda la luz traías, cual aurora silente,
cuyo rosado velo la duda desconvoca,
sin saberte ilusión, asombro que provoca
alegría en los ojos y acaricia la mente.

Pero las piedras siembran en las conversaciones
malezas, dudas, simas de soledad y hastío,
y fueron deshaciéndose todas las ilusiones.

Esa estrella, fugaz, rebotó en el tejado.
El amor es el sueño de una noche de estío
del que despiertas solo, frío, duro, mojado.

 

. . . . . . . . . . . I

En esta soledad la sombra suena.
Y, sin embargo, cuánta luz callada,
cuánto sol que relumbra en el almena.
Nunca la paz estuvo tan airada.

Es demasiada luz tu faz serena.
Tu sombra en mi memoria alborotada
sojuzga mi razón y me condena
a la ceguera tan acostumbrada.

La nieve va viviendo en esta mano
con tanta claridad. Y no me quejo.
El sol la ganará para el verano.

Ahora me contenta lo que dejo
escrito. El verbo no habrá sido en vano,
porque fue escrito bajo tu reflejo.

. . . . . . . . . . . II

No sombras, no, no frente, no miradas,
no cabello, no sol, no angustia ciega,
no oro, coral o boca que se anega,
no fruto que amanece las moradas.

No sabor, sino espumas horadadas.
No arrullo, no columna, calma entrega,
sino viento arrepticio que se allega
por estas soledades tan pobladas.

El no se enoja como un mar de noes,
nos anodinos, nos nocivos, nós,
¡no, no, no, no, no, no, no, no, no, no!

Dibuja el eco con clamor de oboes
la innúmera cadencia que el adiós
cedió, amagó, sumió, olvidó, negó.

 

 

 

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