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José Antonio Mazzotti. Apu Kalipso. Palabras de la bruma.
Lima: Hipocampo editores, 2015; 42 pp.
Por Rubén Quiroz Ávila
Publicado en Revista Letras vol.86 N°124 Lima jul./dic. 2015
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Mazzotti reaparece como una tromba en la escena poética nacional y nos muestra todos los ríos interiores que se entrecruzan en nuestra poesía. Principalmente el torrente barroco alimenta con voracidad contundente e ineludible a todo poeta que se respete como tal. Esa savia milenaria, esa madre poesía transbarroca que como cordón umbilical nos brinda su imperativo lírico, está presente, carcomiéndonos, en la energía volcánica de Apu Kalipso, su último libro.
Este poemario bifronte que, sin pudor, reitera tanto nuestra matriz andina como occidental, va tejiendo, con callejera ironía, con esa jerga callejera combinada con una brillante erudición, rumbos que magnifican lo alcanzado hasta ahora por la escena transbarroca peruana. Esta clase de poetas (ojo, no los neobarrocos de raíz argento-cubana o la de sus agentes imitadores en los Estados Unidos) que como hermandad ha persistido todos estos siglos en nuestra mestizada cultura. De ese modo César Vallejo es una consecuencia espeluznante de las fuentes transbarrocas peruanas. Hay una conciencia contextual de la tradición lírica que se retroalimenta desde sus genealogías virreinales y contrapuntea con la modernidad y la vanguardia. Así tenemos un paisaje poético de vuelos mayores, cuyo eje transbarroco lo configura. Esa horda inteligente, que sin remilgos ni permisos ha producido parte de lo más brillante de la poesía peruana, está conformada por Gonzalo Portals, Rodolfo Ybarra, Alberto Valdivia, Paolo de Lima, Rosario Rivas, Alfredo Román, Manuel Liendo, Edgar Guzmán Willy Gómez, Rafael Espinosa, Roger Santibañez, Ana María García, Magdalena Chocano, José Morales Saravia, Reynaldo Jiménez, Vladimir Herrera, por supuesto atacados, hostilizados por los conversacionalistas, cisnerianos, feministas, los luchitos hernández (son todo una categoría), los poetas de El Comercio y demás rebuznos que no son propios.
El transbarroco, estimado ministro de Salud, goza de buena salud.
Apu Kalipso pertenece a esta aventura lingüística, a este mapeo epistemológico, a este rombo de ironía erotizada, a esa épica del lenguaje como deidad, como supremo Apu gobernante del mismísimo universo. El poemario, entonces, narra cómo se despliega el soplo de la deidad, amorosa y violenta, sobre la del ecosistema global y cómo crece desde ella. Toda la flora y fauna expresan el poder del halo celestial, dichoso el árbol apenas sensitivo, anunciaba Darío. “Y crecen rosales rozando tus tobillos oh Aparecido”, responde Mazzotti. El delirante Apu atraviesa el orbe, el mundo es su escenario, su proscenio dramático y también su delicadeza:
Abrumado por los menesterosos
desapareciste en el mar
Abandonaste puro tus huestes
por delito de insolencia
Y ahora la miasma radiante la
mancha amarilla se apodera
De las caparazones de los boticarios
de la piel de la arena
(Mazzotti, 9)
Ello no evita el violento discurrir y las conspiraciones constantes en este mundo patologizado donde el amor, al parecer, no es suficiente para salvarlo y solo queda la malicia para sobrevivir:
Este chillido de ave avezada enviada
para comer vísceras
Este revólver de sentidos indistintos
y balas babosas
Compiten ante ti y ante ti coleópteramente
murmuran (Mazzotti,
10)
La omnisciencia terrenal, concreta,
alevosa, aparece:
Hablas poderoso por los ríos
secos por los altoparlantes
Inundas los temores con arrepentimiento
y alcohol
Ah--parecido ya seas hombre /ya
seas mujer /permítenos
Acariciar los pétalos de plata
besar la espuma de felpa
De bocas de los copos de sabiduría
eterna y retornable
(Mazzotti,10)
Y la superación de toda supuesta moral sexualizada, se está más allá:
Salve esa cresta de obsidiana de
abultada penumbra
Su amor caracolesco de chasquidos
y troncos flotantes
Su sangre insuflada de polen y de
savia de dolores
Infinitos por la ausencia de estrellas
por la sombra
De la lluvia ascendente como
espina y su boca de rosa
(Mazzotti, 10)
En el poema llamado “Amazonas”, el poeta celebra otro tipo de gozo, una ceremonia de vinculación con el poderío de la selva, la rupa rupa, el Omagua, como si hablara Lope de Aguirre en siglo XXI, donde los marañones han alcanzado un alto grado de demencia:
Tus ninfas pústulas de arsón y
fungen pécora
Tus algas ostentan las puntas
quebradas tus pirañas
Se muerden entre ellas danzando
en la niebla sidérea
Padre que estás en las ovas con la
audacia de quien
Invade la planicie mamífera con
océanos barrosos
Acidándose de úrea y de sueños
de lavandería
De blancuras por venir que no
olfatean su caña de mayo
Y miras con misericordia lo que
hemos hecho de ti
Un seguro sin techo un dios inmortal
y solamente eres
El animal bóveda de los espíritus
de todas las matas
Y todas las copaibas y las nectandras
y los zancudos
Que beben de tu cuello carnoso
el hidrógeno sangre
La taruca tapiresca/el tortugo
perezoso/la boa lagartija
Y el tahuarí amarillo que los amaranta
y charapea
Padre Yacuruna estarás con tu
lagarto negro por los
Abismos de las cochas plateadas
en la luna de tu madre
(Mazzotti, 11)
El Amazonas adquiere de ese modo rasgos solo explicados desde una razón enloquecida pero a la vez de una lucidez extremada, ayahuasquera, la serpiente de colores enrollándose en el cerebro, un cántico enfebrecido de tanta vida bullente, de tanto paisaje sonoro explicándolo todo:
Padre Yanapuma brujo perverso
entre los más malignos
Tu silueta de jaguarnoche se
confunde con los gallinazos
Para comer carne humana a cualquier
costa la más dulce
De todas las delicias que la selva
ofrece porque su aroma
De animal limpio es más agradable
a las entrañas rojizas
Que asoman por tus ojos braseros
por tu amargura de dios
Momentáneo de dios todopoderoso
lo que un rayo azota
Padre Mapinguari perezoso gigante
deambulas a veces
Tumbando los arbustos más altos
desgarrando pieles
(Mazzotti, 12)
Pero el Apu-Galatea sigue su viaje y esta vez se despliega estallando seminalmente en los glaciares, como un viento perpetuo, moviendo cada gota de lluvia, cada cubito de hielo, cada montaña andina y tiene su propio lenguaje:
Tu lengua michinmahuida extendida
una mano abierta con piel
de azahar
Tu lengua Villarrica explosionando
ganosa espuma de descarga
orgásmica
Tu lengua sollipulli que atruena
los floripondios imposibles los
amarillos
Que saltan choshuencos unos demonios
diminutos con explosión
de lampo
Y su kamaq que habita el río de
arriba para marcar tu curso de
planeta
(Mazzotti, 15)
Y el amor no es posible, solo la desventura, el desamor que obliga a construir todo el universo como una venganza:
Por amor te desdeñó y ahora
levanta fogatas para besar con
hollín tus algas
Y olisquear ese cuello callangate
de nieve de estrella con mus de
vainilla
Esa verónica venérea que viene
de belverde bamboleando las
caderas chaupi
Orco que transforma el mundo en
redundante donosura de espíritu
libre
Queriendo convertirse en tus espejos
que desluce como el infante
desolado
(Mazzotti, 16)
El Apu continúa su travesía en los aires y esta vez va a Paracas, la bahía postsismo ha dado una nueva figura. La famosa “catedral” de arena y piedra milenaria, cuya presencia los paracas alabaron mientras hacían sus mantos múltiples. Entonces el poeta tañe su lírica barroca:
Se ha caído la O que separaba los
labios de la arena
El aura que bordaba cada momia
con guirnaldas
Para siempre su bulla de ultratumba
se ha callado
(Mazzotti, 17).
El Apu no se detiene y se pone a La Mer (con ese doble juego entre nuestra castiza lamer y la clave francesa de la palabra La- mer, es decir, el mar y su esplendor erótico). Uno viaja por el mar y siente, teme, ama, el ritmo de las olas, el giro del viento marino, el sabor del aire:
Cómo empezar siquiera a pensar en decirte los moluscos de fuego Que penetran tu memoria como chavetas deschavadas en la dicha De la fusión de tu sabor salado y mi sabor salado Y del sabor salado De la conciencia perdida en el pozo verdusco de la infancia divina (Mazzotti, 23).
El goce de toda la oferta gastronómica marina sin cocina novoandina, sin mixtura, sino en su pureza, en su naturalidad:
Bailarán los crustáceos crocantes
su cuerno de la abundancia su
corona
Crónica de cantos simultáneos
de primera eucaristía en el altar
mayor
Mitra que se conecta con la
fuente eléctrica de la ambrosía
su imán
Potente de lava atemperada y
pura donde muere la soledad del
mundo
Comeremos ricosamente frutas
innombrables porque su miga
delicada
Hablará sola de las sonoridades
que rasuran su sonrisa velluda su
savia
Dispuesta para el manjar predilecto
donde comulgan las almas
perdidas
Redimidas ahora por el pacto
sagrado de la música de la laguna
esférica
(Mazzotti, 24).
El mar como deidad respetable y absoluto que activa el orbe:
Mama Qucha todopoderosa que
tragas monedas ahora tus islas
plásticas
Se adueñan de las costas infantiles
y enredan los cardúmenes
ahítos
Soplan el solideo con la panza
eólica avisan a los titanes furiosos
que
Lloverán a adueñarse de los
últimos recodos de la espuma
amarilla
(Mazzotti, 24).
Luego el Apu no descansa en su fervor, en su último viaje y ahora cruza los volcanes, donde lo carnal/volcánico reaparece con sus brotes ardientes y terrenales:
Así qué rico se estira la leche rojiza
por el pezón marronecido
Eres el dios furioso hecho esperma
de estrella en el atardecer
Te temen de antiguo porque barres
ciudades y pintas en el mar
Una pradera de cenizas con algas
colgantes sobre las brasas
(Mazzotti, 26).
En ese vuelo también hay islas (el poema “En-agua/Una isla en el Pacífico”), donde no se descansa jamás, no hay reposo, el lenguaje se yergue sólido, cruel, sin piedad se resignifica:
Ataca grendelesco las salinas
disueltas que aran
Miríadas de plancton Polifemo
acariciando
A los gigantes flotantes de cresta
cristalina
Rompe con las corrientes con
figura de manatí
Curvado en el vientre y bipartito
por los chorros
De lenguas saladas que reptan su
jungla jugosa
En esa quebrada en la que insiste
el vicio con su
Cuerno la caverna babosa deslizando
sus murenas
Hasta rasgar en la pared curvada
su graffiti sanguíneo
Bola de la abundancia reverbera
abriendo sus vías
(Mazzotti, 34).
Qué decir ante esta demostración de lenguaje hechicero, lunático, patologizado.
Resumiendo: Apu Kalipso, es un breviario que, efectivamente, surge de la bruma, pero es la bruma misma, la bruma (como reza su subtítulo: palabras de la bruma), no perdona, no hay arrepentimiento posible, lo hemos hecho, lo merecemos, no hay escapatoria. Mazzotti y su divina metalengua que pronuncia, ha alcanzado con este libro otro nivel de su proyecto poético, estamos asistiendo a otra dimensión de su propio quehacer como poeta y deberíamos comenzar a temer de la brujería lingüística que viene.