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Juan Antonio Muñoz H. | Autores |









El mundo íntimo de Ana González, una de las actrices
más queridas de Chile:

AUSENCIA DE ANITA


Por Juan Antonio Muñoz H.
Publicado en El Mercurio, 13 de agosto de 2006


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La famosa creadora de la Desideria no sale de su casa desde 1998. Tiene 91 años, resiste el Parkinson y el Alzheimer, escucha a Chopin y duerme feliz junto a su muñeco de peluche.

 

Miraflores 666. Segundo piso. El teléfono suena y responde la arquitecta Luz María Sotomayor, la "Lute". La llaman, como sucede algunas veces en el mes, para saber acerca de la salud de Ana González, actriz chilena de leyenda y Premio Nacional de Arte en 1969. Ella responde que "está bien y preciosa" y que no recibe a nadie. Insisten en saber detalles, pero a la Lute no le gusta darlos. Es enemiga de andar mostrando la intimidad por los diarios. Adora a su Anita por sobre todas las cosas y la cuida día y noche, pero no quiere que nadie la moleste.

Se conmueve, sin embargo, cuando le cuentan que una joven de Parral, de 22 años, con su licencia secundaria bajo el brazo, que trabaja hoy en Santiago y que está enterada de cuanto pasa en Chile, al oír hablar de Ana González pone cara de pregunta. Definitivamente, Gisela Ibáñez no sabe quién es Anita. Y cuando le dicen "la Desideria", su mente quiere recordar algo, le suena el nombre, pero no sabe a qué ni a quién se refiere. No tiene idea de que Anita fue figura estelar del Teatro de Ensayo de la UC, del cine y de la radio; la mujer que paralizó el país haciendo reír con "La familia chilena"; la que demostró que una actriz cómica puede ser también la mejor actriz dramática; la que fue pilar del estreno de "La pérgola de las flores", con su inolvidable Rosaura; la que no tuvo ningún inconveniente en raparse cuando interpretó el papel de Isabel I de Inglaterra, en 1980, en "María Estuardo" (Schiller).


"Me sorprendió mucho saber esto", revela Luz María Sotomayor. "Cuando camino por el barrio, siempre me preguntan por ella, pero debe haber una generación que no sabe quién es". Por eso aceptó abrir las puertas de su pequeña Troya a El Mercurio, para contar cómo vive hoy Ana González, una de las actrices más queridas de Chile.


Devota y durmiente

El bullicio del centro se acaba al trasponer la puerta. Reciben los anchos pasillos del histórico edificio, en el que también viven Francisco Javier Cuadra y Francisco Brugnoli. El departamento de Anita González es amplio, todos los muros son de verdad, el parquet está perfecto, la luz es la justa, los enormes ventanales regalan vistas al Parque Forestal.

Ana María Luisa Delicias Villela Francisca de Asís González Olea tiene 91. Recibe sentada en un mullido sillón junto a su cama. Está totalmente dormida y viste de color rosa viejo, abrigada por un chal sobre las piernas y con un paño entre la mandíbula y el pecho, donde afirma su cabeza. Su pelo es de un blanco perfecto; no tiene mucho, pero es suficiente y está largo como para que le hagan una trenza. No parece delgada ni gruesa. "Gordita", dice la Lute. Se ve de muy buen color. Sus manos están calientitas. No lleva una gota de maquillaje, aunque siempre hidratan su piel.

La habitación es grande. Caben pesados muebles de madera, una cama de dos plazas y una cama menor, donde se recuesta alguna de sus dos cuidadoras. Las sábanas son de hilo, blancas. La colcha la escogió, cuando podía hacerlo, la propia Anita. Es suave y está estampada con flores. Entra la luz por una ventana generosa. Se divisa una palmera. Todos los santos están en la pieza. También un ángel cuzqueño. El lugar de honor es para Santa Teresita. Anita es devota. Desde antes de que la canonizaran iba mucho al monasterio viejo de Los Andes, previo a que construyeran el santuario de Auco. Claro que ahora Juanita Fernández comparte rezos con el Señor de los Milagros y con Santa Rosa de Lima.

Es que sus asistentas, Divina y Teresa, 4 y 7 años con ella, respectivamente, son peruanas.

"Los CD con fotografías en los que trabajó María de la Luz Hurtado, de la Escuela de Teatro de la Católica, me han servido para contarles quién es la persona a la que cuidan", dice la Lute. "Le tenemos mucho cariño", cuenta Teresa mientras le hace un enérgico cariño a la dormida actriz y le habla fuerte para ver si abre los ojos. No tiene resultados.


La cadera y el juicio

A las 7 de la mañana se levanta el telón cada día. Divina y Teresa le ponen su colonia, la refrescan, la sientan, la trasladan al sillón y la vuelven a acostar. Cuando es necesario, le sacan las flemas. Su menú es siempre el mismo: una papilla con todos los nutrientes administrada por sonda gástrica desde que el Parkinson y el Alzheimer no le permiten ni tragar porque se atora. Sus últimos exámenes, un test completo, salieron óptimos. Tiene que tomar siete remedios cada día.

Es en esa misma habitación donde transcurren todas las horas de Anita. Hasta 1998 salía a la calle. Le gustaba mucho pasear por el Forestal. Pero ese año, al bajarse de su cama, se enredó en su colcha y se quebró la cadera. Hubo que operarla de eso y también de un par de muelas. Una de ellas era la muela del juicio. No sale de su departamento desde entonces.

Ana se casó en 1946 con el publicista José "Pepe" Estefanía. "Nos amábamos con pasión", dijo la actriz en una entrevista con El Mercurio en 1995. Esa unión marcaría también la entrada de la Lute en la vida de la Desideria. Porque Luz María Sotomayor, quien ahora está junto a ella, era ahijada de Pepe. "Él era amigo de mi papá. Ellos me querían mucho y después me pagaron mis estudios de arquitectura. Vivo con la Anita desde 1964", cuenta.

"Yo sé que ahora ella está feliz. Mentiría si dijera otra cosa", confidencia en medio de una nube de humo de cigarrillo y de cientos de películas en DVD. La siente feliz, plácida, contenta. "Es una etapa que ella necesitaba en su vida. Fue una mujer tremendamente activa. No descansaba nunca".

El teléfono suena a veces en Miraflores 666. Preguntan por Anita y la Lute desde Europa. "Son amigos, colegas arquitectos". ¿De Chile? "También: Una vez al mes, cada quince días, llaman mis hermanas, la Manena y la Ana María, o la Margarita Zañartu".

¿Y del teatro? "También. Gente como María Cánepa".

Antes iban mucho a verla, pero la Lute detuvo las cosas. No para que no vinieran, sino porque no quería que la importunaran. Ella se ponía nerviosa. Se excitaba y le hacía mal. "Ahora está tranquilita".


El peluche para la noche

La vida tibia y apacible se altera un poco cuando por algún pequeño motivo Luz María tiene que corregir a Divina o a Teresa. "Entonces ella me mira con los ojos bien abiertos y me da la impresión de que me dice cómo se te ocurre molestar, cálmate".

Le brillan los ojos a la Lute cuando se acuerda de los personajes que más marcaron a la Anita. "La loca de Chaillot", la Rosaura de "La pérgola" y su Desideria. "A mí me mataba la Desideria. Era una maravilla cómo hacía los libretos, paseando por el parque o en Viña frente al Cap Ducal. El papá de la Carla Cristi, que era sombrerero, le hacía sus tocados".

Cae la tarde. Anita ahora puede ver tele. Monos animados, noticias, lo que haya. También escucha la radio Beethoven. Le gustan mucho Chopin y Wagner. Siempre cerca de ella, dos retratos con su mamá, Ana Olea, y dos peluches. Uno más grande, un león, y el más querido, su osito. Es café y tiene corbata. La acompaña desde chica.

A las 23:00 horas, baja el telón y se apaga la luz. Ana González se entrega a la noche. Duerme. La vigilan el oso, el león, los santos, Divina, Teresa y su Lute.

 

 

 


Ana González interpretando a Rosaura en La Pérgola de las Flores
junto a Yoya Martínez, Cora Díaz y Mario Montilles

 

 


En Matilde dedos verdes de Canal 13 (1988) Ana González interpretó a Gregoria,
acá con la actríz Maricarmen Arrigorriaga (Matilde)

 

 

Ana González como Isabel II en la obra María Stuardo, de Schiller.
Teatro de la Universidad Católica, 1980

 

 


 

 





PALABRA DE DESIDERIA:

COMIENZOS: "A los 19 tuve el papel principal de 'En casa del herrero, cuchillo de palo', de Gustavo Campaña. Actué para al pobre, por amor al arte. Gustó mi actuación y me llamaron de la Dirección Superior del Teatro Nacional para formar un grupo que se presentaba ante los sindicatos de trabajadores, después de una charla gobiernista que nunca escuché. Me pagaban ocho pesos".

LA FAMILIA CHILENA: "En los 40, don Gustavo Campaña me invitó a participar en el programa 'Intimidades de la familia Verdejo', que después se llamó 'La familia chilena' porque unos Verdejo reclamaron. Fue todo un suceso; se paralizaban todas las actividades en Santiago. El programa daba chinchorrazos a diestra y siniestra, pero todos los partidos querían aparecer".

LA DESIDERIA Y EL PREMIO: "Lo que hace la Desideria es reclamar por sus derechos... Yo no he sido reclamona. Imagínese que me dieron el Premio Nacional de Arte en 1969, cuando se asignaba con todas las de la ley. Fui la primera mujer premiada... Con la Desideria compartimos algunos actos de valentía; ella siempre apechuga, nos tenemos mutuo respeto".

TESTIGO DE UN SIGLO: "Nací en plena Primera Guerra Mundial. Mi madre me decía te hice un capote tipo alemán. Por suerte no se me infiltró el espíritu militar. ¿Me habrá comprado gorra militar también? Espero que no. Así se usaba entonces, era la onda. Después vino la otra guerra y la bomba de Hiroshima. Fue algo espantoso".

¿COMUNISTA?: "Algunos pensaron que el comunismo era lo mejor que se podía y al aplicarlo se dieron cuenta de que el sistema era el peor de todos. Me parece tan malo como ese totalitarismo que hace creer que es para los pobres y no lo es. Sé que por ahí dicen que soy comunista, pero no hay que confundir comunismo con caridad, que es la base de un ser humano. Si no, vale más un caballo que uno. Cuente usted que vivo rodeada de santos, que voy a misa... Rodeada de santos y voy a ser comunista".

¿LE PREOCUPA LA MUERTE?: "No. Me preocupa cómo morir. Me cargaría que fuera en un accidente, pero una enfermedad también puede ser terrible. Hay que esperar, Dios sabrá cuando sea oportuno y chao pescao. Recojo mis cosas y listo".


Declaraciones de Ana González tomadas de una entrevista para Juan Antonio Muñoz
de “El Mercurio” publicada el 5 de mayo de 1995.


 

 



 

 

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Publicado en El Mercurio, 13 de agosto de 2006