Aunque no lo vimos nunca, hubo un tiempo en que nos hablaban mucho de él. Era un muchacho extraño. Inquieto, inquietísimo, parece que en ocasiones se expresaba un poco alucinado, sin noción del tiempo ni del auditorio. Una viva autenticidad de si mismo se desprendía de su literatura y, al parecer, de su actitud para vivir. Esto, unido a aquella inquietud a que aludimos, provocaba ese comentario que se hace en tono afectuoso y, a medias comprensivo: "Es un loco..."
No habiéndolo conocido y dada la natural torpeza para un recuerdo de circunstancia, rememoraremos algunas reflexiones que en más de una ocasión nos llevaron a escribir sobre sus libros.
Desde luego, nos parecía uno de los mejores talentos de las nuevas promociones de novelistas, ya que se destacan en su obra dos cualidades fundamentales: una gran vivacidad en ciertos diálogos que resultan casi audibles fuera de la página, y la penetración en algunos estados de ánimo, en la comunicación emotiva del paisaje. En su segundo libro nos admiró en el joven Palazuelos su capacidad para desarrollar dentro de su imaginación y luego sobre las cuartillas escribiendo, mundos tan asombrosos como perecederos (por ejemplo: todo un sistema del espacio sideral mirando flotar partículas de polvo en un rayó de sol; y ello como alumno en plena clase de castellano), soñaciones tan inalienables como irreales.
En fin, aquella crónica terminaba diciendo: Palazuelos guarda silencio desde hace tiempo. Ahora sentimos ese silencio terrible y definitivo. Y es así que el pesar con que uno empieza a recordarlo lleva su repercusión más allá que la de una desaparición común, es decir, la pérdida de uno de los escritores de quienes más se esperaba en este país tan magro en novelistas de amplia resonancia.
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Por M.C.G.
Publicado en PEC, N°341, Santiago 11 de julio de 1969