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Mujeres-Madres-Hijos o Todo lo contrario
Por Jessica Atal K.
Publicado en La Panera N°93. Mayo de 2018
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Una serie de escritoras del mundo posfeminista –desde Nueva York, San Francisco, Lyon o Madrid– están reescribiendo lo que significa ser mujer. Voces atrevidas, como las de Emily Witt, Virginie Despentes y Lina Meruane, desmitifican temas como la sexualidad y la maternidad, porque ser mujer va más allá de ser o no ser madre y toca fibras ligadas a la libertad e igualdad –pero bajo qué condiciones o negaciones– en cuanto a derechos humanos. Estas escritoras están mostrando cómo es pertenecer, en una sociedad todavía patriarcal, “a ese sexo que debe callarse, al que todos acallan”, como escribe Virginia Despentes en «Teoría King Kong» (2006).
La historia de las mujeres, dice Despentes, ha sido una de “violencia inaudita”. Han debido someterse a factores que motivan o condenan la maternidad; a fuerzas económicas y sociales que hay detrás. Pero, ¿dónde empieza el asunto de la maternidad? Hay dos teorías. La primera es que el ser humano, en esencia y por necesidad biológica, vive para reproducirse. La segunda es que la reproducción humana está peligrando: la humanidad es una “especie en extinción”. Cada vez son menos los hombres y mujeres dispuestos a ser padres. Por otro lado, hay menos mujeres interesadas en relacionarse con hombres o aspirar a ser como ellos: “¿Querer ser un hombre? Yo soy mejor que eso. No me interesa el pene”, confiesa Despentes. “El sexo del aguante, de la valentía, de la resistencia, siempre ha sido el nuestro”.
CÓMPLICES Y TIRANOS
«Contra los hijos» (2014), el brillante ensayo publicado por Lina Meruane (1970), comienza afirmando que “la pulsión de los hijos es una respuesta instintiva contra la extinción que nos acecha”. Más adelante, desde otro lugar, la autora afirma que los hijos, “lejos de ser los escudos biológicos del género humano, son parte del exceso consumista y contaminante que está acabando con el planeta”. Una paradoja, y no la única que expondrá la escritora chilena radicada en Nueva York. Ella escribe contra los “hijos-tiranos” y prepotentes, pero también contra sus progenitores: aquellos “cómodos cómplices del patriarcado”. Y, por supuesto, contra las madres que “renunciaron angélicamente a todas sus otras aspiraciones, contra las que aceptaron procrear sin pedir nada a cambio, sin exigir el apoyo del marido-padre o del Estado”.
Por otra parte, una “crisis de fertilidad” afecta especialmente al continente europeo. En «Quién quiere ser madre», la escritora, editora y activista cultural española Silvia Nanclares (1975) expone la historia de una mujer en sus cuarenta enfrentando el “síndrome del aplazamiento” (de la maternidad) como una tendencia demográfica, sobre todo “en el sur de Europa, donde no hay casas asequibles ni trabajo y la falta de políticas públicas lo único que hace es echarte a los brazos de la propia familia”.
Salta a la vista la incómoda verdad que hay detrás de esto: ser padres no es sinónimo de felicidad. Porque, si se cuantifica la dedicación y el desgaste detrás de ser madre, ¿quién diría que es una fuente de felicidad? Volvamos a Meruane: expone el caso de mujeres –y hombres– que deciden NO ser madres por voluntad propia. Es decir, no porque “se les haya pasado el tren”, sino porque han sido conscientes a la hora de elegir ser “childless-by choice”. Una decisión tomada en pos de la felicidad y el bienestar personal.
Sin embargo, el caso de las mujeres-sin-hijos-por-elección y el caso de hombres-sin-hijos-por-elección es muy diferente. Las mujeres viven, calculo, un promedio de veinte años siendo acechadas por la sociedad pro-hijos y sus voces del infierno. Tempranamente comienzan las preguntas: “¿Cuándo piensas tener hijos? ¿Cuándo te vas a decidir?” Resuenan consejos como “no se te ocurra esperar mucho…”. O declaraciones tipo “es un egoísmo no tener hijos”. Por último, vienen las condenas: “Serás una mujer incompleta el resto de la vida; piensa en tu vejez, no tendrás quién te cuide, te quedarás sola”. Y acaso la peor sentencia: “Sin hijos, jamás serás una mujer plenamente realizada (o completa); es decir, tu vida es un absoluto fracaso”.
Los hombres jamás son enjuiciados de esta manera. Si no se han casado o no tienen hijos, es porque se han dedicado al trabajo, con esfuerzo y responsabilidad. O, como dice la nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie (1977), es porque todavía no han “elegido”. Ellos no son castigados por no ser padres. Menos por no decidirse por una sola mujer…
En su revelador libro «Sexo futuro», la periodista estadounidense Emily Witt (1981) se refiere a otra anticuada teoría relacionada con la “mala suerte” de la mujer que no logró conocer “al hombre adecuado”. Rumas de literatura la apremian a “sentar cabeza”; “a casarse con el hombre imperfecto” o a “aceptar que no está enamorado de ti”. Pero el sexo y el porno en Internet, explica, llegaron a revolucionar el panorama, otorgando impensables libertades a la mujer: puede respirar tranquila y observar un horizonte más allá de la concepción o el matrimonio.
Una categoría que gana adeptas todos los días es la de quienes deciden ser madres después de los cuarenta. Ya han pasado, ciertamente, por las humillaciones descritas más arriba. Hasta ahora han sabido defenderse colocando trabajos y estudios como escudos imbatibles (como si fueran “hombres”). Pero cuando por fin caen en las “redes de la maternidad”, sufren otra suerte de estigmatización. Se las llamaba, dice Meruane, “primíparas añosas” a aquellas mujeres que eran madres a los treinta o después a las mayores de treinta y cinco. La protagonista de la novela de Nanclares es justamente una madre “rezagada”; una de las que “despistadas se durmieron en los laureles” y de pronto se encuentran con la realidad de una “vida fértil” en la que jamás habían pensado. Hasta que está por terminar. ¿Qué les ocurre a estas bellas durmientes con quienes la medicina de la fertilidad está amasando fortunas? ¿Será que les viene una suerte de culpa, desesperación o arrepentimiento a último momento? ¿O es el miedo a la sociedad con su nube negra augurando malos presagios? Las voces de los pro-hijos sienten lástima por aquellas no-madres proclives a contraer, por ejemplo, cáncer de mamas o cualquier tipo de cáncer, para el caso.
CRÍMENES Y CASTIGOS
Volviendo a la novela de Nanclares, Silvia y su pareja deben someterse a exámenes ginecológicos y tratamientos para que el rezagado deseo llegue a cumplirse. Hormonas, sexo programado, finalmente fecundación in vitro. “…ya no pienso en una concepción natural, pienso en un embarazo gratuito”, reflexiona Silvia. Porque, después de todo, ¿cuán alto puede ser no sólo el costo de la maternidad sino el costo previo, el del embarazo? Muy alto. Llegan las deudas por infinitos análisis y consultas médicas, cuentas de los varios ciclos de FIV, y para qué hablar del desgaste psicológico y emocional que el proceso de la espera –o no espera– acarrea.
Si ahora nos concentramos en las “madres-con hijos”, como las llama Meruane, han postergado –con o sin ganas– una parte importante de sí mismas, de su tiempo de vida, de su tiempo laboral, de su tiempo de ocio, para amamantar, criar y mucho más que eso. Hace poco un amigo hablaba del síndrome de la victimización que se expande como cáncer entre los grupos más vulnerables y menos poderosos de sociedades occidentales. Hay una clara tendencia de “mujeres-víctimas” que han luchado, a pesar de los cientos de cabezas cortadas en el camino, contra las amarras y la carga que recae en ellas de hijos y casa. Para qué hablar de la distribución desigual del salario respecto de los hombres. Chimamanda escribe “Todos deberíamos ser feministas”, no por una cuestión de género sino de derechos humanos; porque el éxito de una mujer jamás debiera significar una amenaza para el hombre y las mujeres nunca más debieran renunciar a su trabajo “para tener paz en mi matrimonio”. Enseñamos a las mujeres, desde niñas, a “renunciar” como parte del “deber ser” femenino, así como también a sentir vergüenza y culpa. Las niñas crecen reprimidas frente a la libertad y a la seguridad que se les da a los niños. Estos patrones han ido cambiando, pero muy lentamente.
Se liga la idea anterior al centro de la diatriba de Lina Meruane: la crianza de “hijos-tiranos”. Antes, afirma la autora chilena, eran los padres quienes ejercían poder. Ahora, en cambio, son los “hijos quienes mandan, exigiendo, como nunca, sumisión e incondicionalidad absoluta de sus padres. Si se los deja hacer (…) se volverán ellos, estos hijos, nuestros adversarios: nuestros acusadores, nuestros desalmados delatores, nuestros jueces y carceleros; nuestros patrones-en-miniatura y nuestros clientes exigiendo de nosotros inmediata satisfacción de sus deseos. Serán ellos quienes nos consuman”, sentencia Meruane.
¿Es posible en una sociedad de consumo terminar siendo consumidos por los propios hijos? Se sabe que la educación es deficiente en la mayor parte del planeta y se ha extendido, como plaga masiva, una suerte de síndrome de paranoia autodefensiva entre la población. En Estados Unidos, particularmente, es muy fácil demandar y alegar cualquier tipo de agresión física, a tal punto que hay profesores que ya no se exponen a compartir ni una sala ni un ascensor con una o más alumnas. Meruane cita el caso de una madre que termina condenada por la justicia por haberle dado una cachetada a su hija de 12 años. Berrinche de por medio, la niña se resistía a cambiarse la chaqueta sucia para ir al colegio. Por supuesto no estoy de acuerdo con ningún tipo de violencia y menos intrafamiliar. Pero es interesante cómo Meruane contextualiza esta situación en la era de los “hijos-tiranos” que estamos criando, convertidos –los padres– en “diligentes servidores de estos pequeños seres premunidos de derechos bajo la tutela del Estado y sus instituciones: sus gobernantes y políticos, sus juristas, sus médicos, sus incautas maestras y abuelas”.
LA EXPANSIÓN DE LOS GÉNEROS
Finalmente, una implacable Meruane se detiene en otras categorías: “madres-con-hijos-trabajadoras”, muchas veces ad-honorem… Esta especie de reciclaje de la “madre-sirvienta”, las ha convertido en “madres-totales y súper-madres dispuestas a cargar casa, profesión e hijos sobre sus hombros sin chistar”. Luego, la autora estira un poco más el elástico: el caso de la madre-con-hijos-trabajadora y “artista”, con un ojo puesto en la leche que sale de su pezón y el otro en el computador. Barajando tiempo entre dormir y, por ejemplo, escribir. Porque, ¿cómo lo hace una mujer sola a cargo de sus hijos, que además cumple con un trabajo y es también escritora? ¿Si son pocos los casos? Claro que sí. Mujeres como Virginia Woolf o Simone de Beauvoir no fueron madres. Tenían todo el tiempo para ellas, el “cuarto propio”. Las más beneficiadas, como Woolf, contaban incluso con generosas rentas familiares. Las otras, las pobres, las que deben trabajar para alimentar a sus críos, no han destacado nunca ni en la historia de la literatura ni de la pintura ni de nada. Las mujeres, con escasísimas excepciones, eran seres sin cabezas pensantes; simples y obedientes objetos de la casa. Hasta que llegó Henrik Ibsen con su astuta y valiente Nora y ahí recién se comienzan a ver otras luces.
Las banderas siguen encendidas. Las mujeres hace rato son mucho más que madres y saben mantener mucho más que hijos sobre sus hombros. Habría que ver cómo en esta era de meditaciones orgásmicas, de “poliamorosos” y sexo online de la que habla Witt –cuando las adolescentes han “asimilado como normales las eyaculaciones en la cara y la depilación brasileña del pubis”, “las mamadas” (como) los besos de hoy en día, y (…) las redes sociales para mandar fotos de sus pechos”–, evolucionará la relación de la mujer con ella misma y con el resto de la sociedad. Después, ya crecidas, argumenta Witt, estas chicas habrán aprendido a disociar el sexo del amor y a adoptar la actitud de “intentar no crear vínculos”. Por esta razón, la mujer estaría condenada a nunca encontrar el amor… ¿Seguirán eternamente las condenas? Esperemos que la felicidad consciente sea la que defina sus vidas, es decir, como la había llamado De Beauvoir, la fête a la que estén dispuestas a entregarse. Quizás, como sugiere Despentes, seguirán con esta revolución más allá del reordenamiento de consignas de marketing hasta “dinamitarlo todo”.