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TODOS DEBERÍAMOS SER FEMINISTAS
Chimamanda Ngozi Adichie. Literatura Random House. Buenos Aires, 2016. 55 páginas.

Por Jessica Atal K.
Publicado en La Panera, N°77. Noviembre de 2016



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Me queda grande imaginarme entrando sola a un hotel en Chile y que el portero me detenga en el vestíbulo para hacerme una serie de preguntas como en qué habitación estoy registrada, pues su primera suposición, sólo por el hecho de ser mujer, es que soy una prostituta o trabajadora sexual. Esta es la experiencia que vivió la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie (1977) en uno de los mejores hoteles de su país. Pero no es una realidad que se vive sólo en Nigeria sino también en muchos otros lugares de África y del mundo, que siguen muy atrasados respecto a la percepción de la mujer, a sus derechos, a los mitos que empañan su figura, a su lucha por independencia e igualdad respecto a los hombres.

«Todos deberíamos ser feministas» es un libro pequeño. Tiene sólo 55 páginas y es la versión revisada de una conferencia que Ngozi Adichie dictó en diciembre de 2012 en TEDxEuston, un simposio anual centrado en África. El sentido de este encuentro es la reunión de diferentes oradores con el objetivo de estimular e inspirar tanto a los africanos como a los cercanos y amigos de este continente. Unos años antes, Ngozi Adichie ya había abordado, en este mismo escenario, los estereotipos que limitan el pensamiento sobre África; y un concepto que de todas maneras cae en un estereotipo humillante y decadente es el de “feminista”. Si bien con miedo a que su público opusiera resistencia, abordó el tema en la charla transcrita en este libro y lo bueno es que el aplauso final la llenó de esperanza.

A los 19 años, gracias a una beca, Ngozi Adichie estudió Comunicación y Ciencias Políticas en Filadelfia. Posteriormente, cursó un máster en Escritura Creativa en la Universidad John Hopkins, de Portland. Ha publicado cuatro novelas, entre ellas, «Medio sol amarillo», que obtuvo el Orange Prize for Fiction; y «Americanah», galardonada con el Chicago Tribune Heartland Prize 2013 y el National Book Critics Circle Award 2014. El pequeño libro que abordamos ahora comienza recordando a Okoloma, su amigo de la infancia. Lo singular de esta relación es que cuando ella tenía 14 años, él fue quien la llamó por primera vez “feminista”. “¿Sabes que eres una feminista?”, le preguntó el chico. Por el tono, ella supo que no era un cumplido y lo primero que hizo al llegar a su casa fue buscar esta extraña palabra en el diccionario.



La segunda vez que la trataron de feminista fue después de haber publicado su novela «La flor púrpura », que trata, entre otras cosas, sobre un hombre que le pega a su mujer. En esa ocasión, un periodista se le acercó para darle un consejo: no le convenía presentarse como feminista; estas mujeres son infelices y no pueden encontrar marido. Pero ella, en cambio, decidió otra cosa. Se presentaría, en adelante, como “feminista feliz”. Cuando una académica nigeriana le comentó que el feminismo era algo definitivamente antiafricano, amplió la definición de sí misma a “feminista feliz africana”. Y más tarde, cuando una amiga le dijo que eso significaba odiar a los hombres, la amplió aún más a “feminista feliz africana que no odia a los hombres”. Lo que ella quería explicar, con ironía, por cierto, es que la palabra feminista está cargada de connotaciones negativas: una feminista es quien odia a los hombres y a la cultura africana; es alguien que piensa que las mujeres deberían “gobernar” más o menos el mundo entero; que son mujeres que no se maquillan ni usan desodorante; que siempre están enfadadas y que no tienen sentido del humor, entre otras cosas igual de horribles o sin sentido.

Chimamanda relata varios episodios en su vida que dan cuenta del machismo imperando en la sociedad mundial. La ley Lilly Ledbetter, en Estados Unidos, no hace más que confirmar que una mujer y un hombre pueden estar haciendo el mismo trabajo, pero por el solo hecho de ser hombre, éste cobra o gana más. En sentido literal, los hombres “gobiernan” el mundo, pues, como afirma también Wangari Maathai –la Premio Nobel keniana–, mientras “más arriba llegas, menos mujeres hay”. El mundo ha evolucionado, dice Chimamanda, pero las ideas sobre “género”, poco o nada. A cualquier mujer estos datos debieran causarle al menos rabia, aunque, claro, este es un sentimiento “indeseado” en una mujer. “Si eres mujer, no tienes que expresar rabia porque resulta amenazador”, explica la autora nigeriana. Un jefe hombre puede ser duro, agresivo, especialmente estricto con sus subordinados. Es más, a veces se espera eso de ellos. Pero una mujer debe ser blanda y darle un “toque femenino” a ese mismo puesto que ocupa el hombre, de otro modo la tildarán de poco eficiente, de estúpida, a fin de cuentas.

Toda la injusticia que se da a nivel social, laboral y económico comienza, sin duda, por la manera en cómo educamos a nuestros hijos. A las niñas se les enseña a “caer bien”, a tener que “gustar” a otros. Las niñas deben taparse, “cerrar las piernas”. En cambio, a los niños no se les enseñan pautas para agradar o complacer, mucho menos a las mujeres. “La masculinidad –escribe la autora– es una jaula muy pequeña y dura en la que metemos a los niños”. El matrimonio es, en este sentido, algo igual de tenebroso. A cierta edad, una mujer sin marido llega a considerar su soltería como un profundo fracaso personal. “Se le pasó el tren”, decimos en Chile, sin pensar en que quizás ha sido una decisión personal que hace feliz a la mujer. Por otro lado, son las mujeres, en general, las que renuncian a sus carreras, trabajos, sueños, para encargarse de la casa, del marido, de los hijos. Esto cambia, pero a paso de tortuga. El problema de género, explica la autora, es que determina “cómo ‘tenemos que ser’, en vez de reconocer cómo somos realmente. Imagínense lo felices que seríamos, lo libres que seríamos siendo quienes somos en realidad, sin sufrir la carga de las expectativas de género”.


SATÍRICOS Y NOVELISTAS

«El segundo sexo» es uno de los libros más emblemáticos jamás escritos sobre el tema de la mujer. Simone de Beauvoir (1906-1986) publicó por primera vez este ensayo en 1949. Dudó mucho tiempo si escribirlo o no, explica, pues el tema sobre la mujer es “irritante”, sobre todo para las mismas mujeres. Habría que comenzar por preguntarse qué es una mujer y ahí es donde uno opina que no es más que un útero, otro que es un adorno, otro un objeto sexual. Todos están de acuerdo, eso sí, en que en la especie humana existen “hembras” y corresponden, aproximadamente, a la mitad de la humanidad. Pero desde la Antigüedad, satíricos y moralistas se han complacido en retratar las flaquezas femeninas. ¿Qué es, por ejemplo, toda esa leyenda de Eva sacada de una costilla de Adán? ¿De María virgen para concebir al hijo de Dios, sin que a ella jamás pueda llegar a considerársela una diosa?

Ya en la época de la publicación de la obra de De Beauvoir, es decir, hace casi setenta años, había un gran número de mujeres, al menos en Francia y otros países europeos, que se encontraban en una situación privilegiada, gozando de una profesión –sobre todo las artistas– que las hacía autónomas económica y socialmente. Podían trabajar sin por ello descuidar su apariencia personal, su atractivo sexual, su femineidad, pero ciertamente, su camino tropezaba con muchos obstáculos. Preocuparse de lucir o ser atractiva, no descuidarse físicamente, tener éxito profesional y sumarle a esto ser madre y dueña de casa, no es tarea fácil hasta el día de hoy. Muchas sucumben en el intento. Otras descuidan a sus hijos, pierden maridos o mantienen grados de estrés peligrosos. Es por eso que De Beauvoir termina concluyendo que “al hombre corresponde hacer triunfar el reino de la libertad en el seno del mundo establecido; para alcanzar esa suprema victoria es necesario, entre otras cosas, que, por encima de sus diferencias naturales, hombres y mujeres afirmen sin equívocos su fraternidad”. La cultura no hace a la gente; es la gente la que hace la cultura. Y está en nosotros, como afirma también Chimamanda Ngozi Adichie, cambiarla. Quizás, en un tiempo no lejano, una mujer en cualquier lugar del mundo podrá caminar libremente por un parque, por la calle o entrar a un lujoso hotel y ser respetada como un huésped que no tiene otra finalidad que gozar de un merecido descanso y una grata estadía.

El tema sobre lo que significa el feminismo y los derechos de la mujer está lejos de ser resuelto. En Chile urge atenderlo porque los niveles de femicidios, de niñas, jóvenes y mujeres abusadas o maltratadas es alarmante. Un buen incentivo para la acción es leer la conmovedora e inteligente obra de Chimamanda Ngozi Adichie.



 

 

 

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