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WERTHER Y BARTHES EL SUFRIMIENTO DEL ALMA ENAMORADA

Por Jessica Atal K.
Publicado en La Panera, N°75. Septiembre de 2016


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Cuando Roland Barthes escribió su libro «El discurso amoroso» (1977), se basó, entre otras obras, en una de las novelas de amor más importantes de la literatura universal: «Los sufrimientos del joven Werther», de Johann Wolfgang Von Goethe, publicada por primera vez en Leipzig en 1774.

La tragedia amorosa de Werther –explica el filósofo y teórico de la literatura Georg Luckács (1885-1971)– es una explosión trágica de todas las pasiones que suelen aparecer en la vida, si bien éstas ocurren de un modo disperso, particular y a veces abstracto.

Pero lo primero y más significativo que tienen en común la obra del autor alemán y la del teórico literario francés es que reúnen, de manera magistral y revolucionaria, cada una de modo único y original, los aspectos más significativos que atormentan el alma enamorada. “Laceración” es una palabra clave para entender la mente –y la funcionalidad del cuerpo– de Barthes; un sinónimo melodramático de “herida”. Si bien no se trata de ser masoquista, Barthes, así como Goethe, entiende profundamente el concepto de agonía. El amor produce heridas que a veces son sencillamente incurables. De ahí entonces la necesidad del acercamiento y la reflexión constante sobre la obra del escritor alemán para llegar a escribir, quizás, la más dolorosa de las obras del francés.

Barthes, exégeta obsesivo, encuentra en Werther la esencia del discurso amoroso en todas sus formas. Basada en la propia historia de su amor frustrado, la primera novela epistolar de Goethe ahonda en los aspectos más íntimos del amor: las primeras alegrías y esperanzas que este sentimiento suscita, para caer después, y trágicamente, en el inevitable sufrimiento, la ansiedad y la locura del alma enamorada: “¿Tendría, entonces, que ocurrir que lo que hace la felicidad del hombre se haga a su vez la fuente de su desdicha? (…) Todo el cálido sentir de mi corazón en la viva Naturaleza, que me invadió con tanta delicia, convirtiéndome alrededor el mundo en un paraíso, ahora se me convierte en un tormento insoportable, en un espíritu de sufrimiento que me persigue por todos los caminos”, escribe el atormentado joven.

En las primeras cartas a su amigo Wilhelm, Werther participa y admira la Naturaleza ardiente y sagrada. Se siente divinizado en la rebosante abundancia. Las espléndidas formas del mundo infinito se mueven en su alma, animándolo todo. Pero, después de enamorarse de Charlotte (o Lotte, como le dicen amorosamente) se da cuenta de “lo temible” de la situación que vive. “El escenario de la vida infinita se transforma (…) en el abismo de la tumba abierta eternamente”. La angustia lo ciega. No ve las fuerzas creativas ni del cielo ni de la tierra, sino una infinitud desolada que devora y rumia eternamente.

En su carta del 21 de agosto observamos cómo en vano extiende sus brazos hacia ella cuando amanece de sus pesados sueños; en vano la busca por la noche entre las sábanas de su cama… Un torrente de lágrimas brota de su corazón oprimido, llora sin consuelo ante un oscuro porvenir. Un día más tarde, escribe a su amigo: “Es una desdicha, Wilhelm: mis fuerzas activas se han destemplado en una inquieta laxitud; no puedo hacer nada, y tampoco dejar de hacer. No tengo imaginación, ni sentimiento en la Naturaleza, y los libros me dan asco. Cuando nos faltamos a nosotros mismos, nos falta todo”.

Pocas son las novelas que tienen una relación tan estrecha con el origen del yo moderno, con el subjetivismo, como el «Werther». Se consagró esta obra como una fuerza contraria a la Ilustración del siglo 18, instaurándose como baluarte del Sturm und Drang (Tormenta e Ímpetu), movimiento prerromántico que pretende la sublevación del sentimiento y del instinto vital contra la tiranía del entendimiento y la razón. Un grupo de jóvenes, principalmente en el ámbito literario, busca romper con las normas morales y estéticas. Al respecto, escribe Feuerbach: “Que no sea nuestro ideal un ser castrado, desencarnado, copiado; sea nuestro ideal el hombre entero, real, omnilateral, completo, hecho”.

Así, la literatura deja de ser una abstracción pobre y vacía, y el conjunto de experiencias de belleza luminosa que se da en un mundo donde “lo único que hace necesario al hombre es el amor”, como escribe Goethe, permite que el compromiso con la lengua y la escritura que emana de su obra siga siendo objeto de análisis en la actualidad: “¡Cómo podrá representar la letra, fría y muerta, el florecimiento celestial del espíritu!”, es la queja de Werther que se repite a menudo en la conciencia de escritores superados por la fuerza de emociones y experiencias que no encuentran una salida racional a sus emociones y movimientos del alma.

De allí que lo que hace Barthes en su «Discurso amoroso» sea, asimismo, tan único, revolucionario y genial. El escritor francés se sumerge, en pleno siglo veinte, en el lenguaje que se da en el espacio interno del amante, en sus balbuceos, tanto en la anatomía dolorosa del deseo y de la angustia como en el éxtasis y la riqueza de las delicias del alma.

Los aspectos del amor que describe Barthes, basándose en la lectura del «Werther», son varios y diversos. En primer lugar, está el estallido trágico del sentimiento de aniquilación que afecta al enamorado desesperanzado. Uno de los temas clave en la obra de Goethe es, justamente, el suicidio. Werther defiende su derecho a la autoaniquilación de un modo, como explica Luckács, que tiene aún resonancias revolucionarias. Mucho antes de haber tomado la decisión concreta de suicidarse, Werther sostiene un diálogo “doctrinal” con Albert, el novio de su amada Lotte. Éste, un ciudadano común y corriente, niega, aferrándose a sus normas burguesas, que exista el derecho al suicidio. Pero Werther, entre otras cosas, le contesta: “¿Llamarás débil al pueblo que, sufriendo bajo el insoportable yugo de un tirano, se levante por fin y rompa sus cadenas?", estableciendo, de este modo, la libertad de acción de la personalidad humana, lejos de las reglas sociales imperantes en la época.

Otro de los temas que toca Barthes es aquel del amante que, si no olvida a su objeto amado, si no se desprende de alguna manera de él, puede llegar a morir de exceso de amor, de agotamiento, de una tensión insostenible de la memoria. En el «Werther», la lucha consigo mismo se refleja en unos apuntes, que probablemente –como explica el narrador– sean el comienzo de una carta a su amigo Wilhelm: “Su presencia, su destino, su comprensión por mí arrancan todavía las últimas lágrimas de mi cerebro agotado”….

Dos de los más hermosos y a la vez complejos aspectos del amor en los que también se detiene Barthes son el significado del corazón y el estado de “estar enamorado del amor”. En ciertas ocasiones, Lotte aparece como una figura insípida y plana. Este objeto amoroso, la mujer, es idealizado, adorado, cubierto de alabanzas, disfrazando quizás el sentimiento que hay detrás. Esto es que Werther pudiese estar enamorado no de ella sino de la idea del amor. Se anula, así, el objeto amado bajo el peso del “ansia” de estar enamorado.


EL CAMINO DE LA VIDA

El corazón, por otra parte, alude a todo tipo de movimientos y deseos del alma. Es, en síntesis, el órgano del deseo. Se expande o se debilita tal como lo hacen los órganos sexuales. Y, sin embargo, es objeto de la más profunda angustia: ¿qué hará el otro o la otra con mi corazón? ¿Lo acogerá o lo despreciará? Werther aprecia, sin duda, su corazón más que su mente o sus talentos. De allí que el final que le espera no sea sino la muerte, el destino trágico de un amor que no encuentra lugar en este mundo. Se criticó la obra de Goethe así como se convirtió en un best seller de la época. Igual ocurrió con la obra de Barthes. Ambas son impresionantemente honestas, nacidas de un corazón sensible que da pasos gigantescos hacia la evolución de la humanidad. Por eso, y para terminar, cito una reflexión hecha por un Goethe ya maduro, lejos del joven de 25 años que escribiera su novela romántica: “Si bien se mira, esa fase de Werther de la que tanto se habla no pertenece a la marcha de la cultura universal, sino al camino de la vida de todo individuo que, con innato y libre sentido natural, debe aprender a vivir y a adaptarse a las formas constrictivas de un mundo anacrónico. La felicidad malograda, la actividad impedida, los deseos insatisfechos no son crímenes de una época determinada, sino debilidades de cada hombre, y mal irían las cosas si cada cual no tuviere, al menos una vez en su vida, una época en la cual el Werther le parezca escrito precisamente para él”.



 

 

 

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