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Por Jessica Atal
Publicado en La panera N°11. Noviembre del 2010
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Conozco la poesía de Gustavo Barrera Calderón desde 2001, cuando me encontré con «Exquisite» (Ediciones del Temple), su primer libro. Así, como dice su título, dejaba entrever una exquisitez muy inusual dentro de los banquetes de la poesía joven chilena. Algo totalmente extraordinario.
Este poeta nacido el 5 de enero de 1975, arquitecto de profesión, presentaba un nuevo concepto de poesía. Traspasaba los límites de la lírica tradicional para internarse en el mundo audiovisual, multimediático, que entendía el poder de la realidad virtual (incluso Dios era concebido como ser virtual), y del eslogan o del “título”, en palabras del escritor y crítico francés Frédéric Beigbeder.
A partir de esta obra, sus poemas se leerían como escenas de una película, de un reality show, como pedazos de un comercial, como partes de una transmisión. ¿De qué? De pensamiento metafísico, de razón, de sinrazón, de teatro del absurdo, de arte por el arte, de pura poesía. Pero poesía hecha performance. Hecha acto vivo y visual. Era desde el espacio de la pantalla y de la imagen, desde la puesta en escena que la vida –y el juego con la muerte- cobraba realidad (o irrealidad). Porque los límites se dejaban abiertos a gusto del consumidor/telespectador de “cine de última función”.
Poesía y gráfica
Barrera incorpora en sus libros una importante cantidad de material gráfico. En general, creaciones propias o detalles de obras de artistas consagrados. Conoce el mundo del arte tan bien como el de la literatura y se permite todo tipo de licencias; hasta su retrato aparece intervenido artísticamente en «Exquisite», así como también en «Creatur» (Ril Editores, 2009), donde el escritor va perdiendo cada vez más protagonismo para dar espacio al ser hombre, al ser mujer en una innumerable gama de personajes, actitudes y movimientos. Si antes lo veíamos pasar desapercibido entre multitudes de espacios públicos, ahora incluso lo observamos usando una máscara en la imagen de la solapa del libro -y también en fotografías que se incorporan en el interior-, suponiendo que es el mismo autor el disfrazado. Pero, ¿quién es verdaderamente el hombre detrás de la máscara? En la última parte de «Creatur» -titulada «Catálogo»- leemos: “Habían sucedido cambios importantes en el mundo. Un día estaba pensando que con toda la vigilancia que existía, la única manera de no ser detectado era cubrirse completamente el rostro y el cuerpo con telas; el control de las cámaras de seguridad estaba haciendo peligrar las identidades”.
La identidad, al parecer, ya no desea ser revelada, o quiere dejarse delinear sólo por la lectura y percepción que cada lector absorbe de las páginas. A través del libro y su lectura acaso el autor busca una proyección de sí mismo, un ser que se propague de múltiples y diferentes maneras.
Podríamos afirmar que de eso se trata la literatura y es eso lo que busca Barrera con su obra: aprehender la realidad en sus infinitas formas, desde el espacio vacío hasta la condensación de masa, cuerpo y objeto. La poesía que leemos en «Adornos en el espacio vacío», la obra ganadora del Concurso Premio Revista de Libros 2002, se transforma (señalé en esa oportunidad en calidad de jurado del concurso) en una “infinita proyección del espejo, exaltando así una de las facultades más bonitas del género poético: la interpretación múltiple y siempre válida, única, desde un espacio vacío, como el silencio, pero lleno de adornos…”.
Óscar Hahn, otro de los integrantes del jurado en aquel certamen, dijo sobre la obra ganadora: “Éste es un texto lúcidamente absurdo, pero es por ello mismo que revela un tipo muy peculiar de inteligencia poética, que se aparta de los cánones dominantes en Chile. El libro de Gustavo Barrera será mucho más que un simple adorno en el espacio de la poesía chilena”. Gonzalo Millán, por su parte, opinó: “La propuesta del autor se ubica en el extremo de una línea poética nacional -Vicente Huidobro, Nicanor Parra, Juan Luis Martínez, entre otros- que tiene como referentes los relatos de Alicia, de Lewis Carroll. La sucesión de diversas figuras que se arman y desarman con la lectura provocan con sus mutaciones un vértigo seductor y placentero”.
La madurez joven
Me parece que Barrera tiene un nivel de conciencia muy elevado. Un talento audaz y original, una maestría en el uso del lenguaje excepcional. Hay poemas que son cajas de sorpresas. A veces intentamos entender, pero no podemos. Los versos son como trazos en apariencia aleatorios, libres, pero que seguro responden a un orden deliberado, delineado en la mente del autor, ya que se respeta un ciclo, una forma con principio y fin.
La poesía es acto, presencia, movimiento. The show must go on. Siempre un proceso, y, en este sentido, se podría definir como poesía “kafkiana”. No hay salida. La poesía se adueña de todo el espacio. Podríamos decir que “adorna” el espacio vacío. Así comienza su aventura, su puesta en escena. Cada poema es un cuadro, una imagen, una fotografía, un acto de una obra de teatro que continúa en el siguiente. Los poemas se suceden como escenas de esa misma obra, recorriendo cada uno de los espacios, públicos y privados.
Adentro y afuera
Acaso uno de los libros más intimistas de Barrera sea «Papeles murales y tapices» (Quimantú, 2007), publicado junto a «Primer Orificio», «Mori Mari monogatari» y «Dinero, muerte y un rostro sin cejas». Es una obra escrita a modo de manuscrito, garabateada con rayones e intervenida en cada página con las geniales ilustraciones en blanco y negro de Enrique Flores con lúdica creatividad.
El escenario es una casa (recurso que Barrera utiliza a menudo para situar acontecimientos y personajes), como si estuviera recorriendo los espacios de la existencia: “HAY/ COSAS/ QUE NO DIRÉ/ NUNCA DIRÍA ESTO ES UNA MEDITACIÓN/ SOBRE LA REALIDAD/ O SOBRE EL ESPACIO/ QUE ES LO MISMO”. Muebles, flores, manchas, rincones, cajones, armarios, sábanas; todo parece en un principio inofensivo y pasivo. Pero, de pronto nada es lo que realmente es. Las flores de los tapices murales se convierten en “costras” y se vive en casas que “se multiplicaron y ordenaron en simetrías inversas”. La atmósfera se vuelve escalofriante y aterradora. La realidad que vemos no es la verdadera realidad. De hecho, “las simetrías inversas se multiplicaron en el lenguaje” y al final sólo nos queda la huida, el escape ante el terror.
Barrera no escribe desde el cuarto propio, sino que se mueve por todos los rincones de la casa, por los espacios más íntimos de una habitación así como lo hace por los distintos espacios públicos (el mall, la calle, el cine...). Desde ahí entiende y explica al ser humano, su destino, el tiempo, la memoria: “La situación es la misma/ es la gente la que cambia”.
El cuerpo, el simio
Alguna vez, su amigo, poeta y alumno Víctor López describió la poesía de Gustavo como “comedia ontológica”. Sin duda, es una definición acertada e ingeniosa. Barrera siempre está examinando el ser, el no ser, en todas sus formas, física y metafísicamente.
En «Primeros Orificios» hace las veces de un anatomista y desde la deconstrucción del cuerpo, así como del lenguaje y del mundo, va en busca de la definición del ser, de su mente, de su sexo: “una mano cuelga en reposo/ cinco dedos hipersensibles/ han ganado suavidad para detectar lo liso/ lo blando, lo caliente, lo húmedo y lo suave/ han pasado millones de años”.
Más adelante, escribe en un tono más crudo y erótico: “¡Cállense!/ ¡estoy tan furiosa!/ me siento tan furiosa que no sé qué decirles// quiero darle nalgadas a todos/ para originar el sonido de las carnes vivas/ así me gusta, de esa manera/ es así como me gusta que suene// Siento en el pecho y en los dientes/ ganas de morder los cuerpos y de pasarles la lengua/ quiero que me pellizquen y me tiren los pelos/ que se metan adentro mío y me vean así/ desde dentro, cómo soy, cómo palpito, cómo suena el interior de mi voz/ que sepan todos como se oyen las cosas exteriores desde dentro mío/ cómo se entienden mis manos y mi sexo desde acá// Perdónenme// Viviendo sola me he vuelto tan grosera”. Lo vemos personificándose en una vieja psíquica y acercarse al lenguaje de un Pedro Lemebel, de una Carmen Berenguer. La voz es atrevida, fuerte y deslenguada. Pero la poesía de Barrera no se queda en el puro nivel físico-lingüístico, sino que su contenido llega a los jardines del existencialismo, hace y deshace filosofía en nuevos espacios, nuevos mundos -desconocidos anteriormente por el lectora través de los cuales transitan y viven sus personajes, ya sea él mismo, su alter ego o, por qué no, cualquiera de nosotros.
[ Sobre su arte ]
“Intento siempre armar un mundo dentro de cada libro, con espacios, personajes y situaciones, y que cada parte del libro se vincule con las demás. Me gusta trabajar con un tejido de realidad, que a ratos toma la forma de diálogo, de monólogo o de descripción. Más que lo cómico, me gusta generar expectativas y no cumplirlas. Cuando leo algo me gusta sentirme sorprendido por lo que está escrito, y eso es lo que trato de reproducir en lo formal: tensión en una dirección, sorpresa en otra”.
[ Sobre el contenido ]
“Es claramente la búsqueda de un orden simbólico en los fenómenos cotidianos, en el habitar (presencia, estar, aparición), en las situaciones puntuales, en lo que se conoce como realidad. Me da risa cuando se dice que la realidad es esto o aquello, y en el discurso oficial, siempre que se habla sobre la realidad, se habla sobre la economía, la cultura, las leyes, los patrones sociales, hasta la misma ciudad. Justamente aquellos aspectos de la realidad que han sido inventados por alguien o por el colectivo humano, pero que serían los menos reales desde la perspectiva que abren disciplinas como la filosofía (a Schopenhauer le creo bastante), la fenomenología, y recientemente la física cuántica”.
[ Sobre la forma ]
“En los últimos libros, el recurso teatral de crear hablantes-personajes, es una forma de poner en evidencia el error (a mi juicio) de terminar por creer que somos el personaje, la máscara o el rol asignado desde fuera, y quedar atrapados o constreñidos en las pulsiones psicológicas de la personalidad, el carácter y la voluntad”.