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DESASOSIEGO INACABADO E INACABABLE

Por Jessica Atal K.
Publicado en La Panera, N°92, Abril de 2018


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Fernando Pessoa (1888-1935) supo, como nadie, interpretar y describir la intranquilidad del alma, esa incomodidad con y en la existencia que sufren los seres más sensibles, aquellos “inadaptados”, si hacemos referencia a una de las clasificaciones que el escritor hizo del sistema social.

Hay, dijo, dos clases sociales: la de los “adaptados” y la de los “inadaptados”, a la que él pertenece. Pero el “desasosiego” del alma no es una sensación excluyente. Los adaptados –quienes viven una vida relativamente normal, sin mayores perturbaciones– también lo experimentan, tal vez con menor intensidad y en limitadas etapas de la vida. Lo cierto es que todo ser humano se siente, a veces, incómodo con él mismo, con su existencia, con lo que ocurre alrededor.

Algunos, como Fernando Pessoa, lo padecen hasta el delirio. Tienen el sufrimiento pegado a la piel, y abarca todos los aspectos de la vida, rutinarios o trascendentales. Pessoa sufre por lo que es y por lo que no es, por lo que quiere ser o no ser, por lo que hace o no hace, por lo que piensa o dice. Incluso lo que sueña resulta tormentoso. Los momentos de dicha, es verdad, fueron escasos o eso, al menos, es lo que se deduce de su literatura. Es obsesivo con la pureza (necesita “ser puro” para “ser uno mismo”), con la perfección del espíritu, que le impone una rigidez asfixiante al momento de dejarse fluir o gozar. No. No hay espacio para eso en “la sordidez y vileza de mi vida humana”.


ENCICLOPEDIA DEL ALMA

El «Libro del desasosiego», escrito en párrafos, a modo de diario de vida, a lo largo de veinticinco años, es la obra más importante de este genio lisboeta. Es una suerte de “autobiografía sin acontecimientos”, es su “historia sin vida”, son sus “Confesiones”, aunque en ellas “nada” dice, porque no tiene “nada que decir”. Sin embargo, su lectura es una inmersión en los más impresionantes abismos de la existencia. Es asombrosa, por otra parte, la belleza excepcionalmente poética de sus observaciones, por simples que parezcan: “En lo alto del cielo, como una nada visible, una nube minúscula es un olvido blanco del universo entero”. Esta es una enciclopedia del alma, si bien no es puramente espiritual, pues hay episodios relacionados con la historia, el esoterismo, la economía y la política, por mencionar algunos.

Pessoa dice y tiene que decir como pocos han logrado hacerlo. Y si tiene que decir, esto es, si escribe, es para disminuir “la fiebre de sentir”. Sentir, en su caso, las más de las veces, es sinónimo de sufrir. Duda del motivo último (o primero) de su existencia. Es un hombre inseguro, triste, solitario. La inquietud y la incertidumbre son, como en su obra, temas centrales de su vida. Pessoa es vanguardista hasta la médula, un producto (adelantado) del existencialismo en la extensión más humanista del término. Jean Paul Sartre apeló, en este sentido (recordemos su charla “El Existencialismo es un humanismo”, dictada en París en 1945), a la conciencia y a vivir cada uno su vida con responsabilidad, sin cargarle a otro –ya sea Dios o el Gobierno o a un tercero, hermano o enemigo– el propio destino. Hay un lado oscuro de la vida (y quién mejor que Pessoa para demostrarlo: “Si me preguntarais si soy feliz, os diría que no lo soy”), pero también está la posibilidad del ser en sí mismo, y quién mejor que Pessoa también para ejemplificar la apertura que se puede lograr hacia el ser profundo, hacia todos aquellos seres que habitan el espíritu humano. “Tengo hambre de la extensión del tiempo, y quiero ser yo sin condiciones”, escribe, y más adelante confirma que ha conquistado “palmo a palmo, el terreno interior que nació mío”.

Se advierte aquí una especial similitud con Hermann Hesse. El «Libro del desasosiego» tiene una estructura parecida a la de «El lobo estepario». En la Introducción, Pessoa relata que en un restaurante hace amistad con un escritor (uno de sus alter egos), quien termina encomendándole el libro que presentará a continuación. Lo mismo ocurre con el «Manual para locos» que encuentra el narrador de la grandiosa obra de Hesse. Ambos autores comparten, además, una singular aversión hacia el mundo externo, y la necesidad de crear en soledad, la “frialdad comunicativa”, pues necesitan dedicarse por entero a la escritura sin distracciones vanas ni terrenales.

Fernando Pessoa es un apasionado y su escritura es su único centro, su amante, su alimento. Es un escritor inclasificable, a veces hermético y oscuro, como han descrito también a Hesse, pero con un fin claro en la vida: escribir. Crear. Escribe para respirar, para vivir, y lo hace todo el tiempo posible. Goza de “tardes exquisitas” junto a su mejor compañía, la Imaginación, porque su mundo imaginario es el único “verdadero”, el único mundo por el que da o daría la vida.


MAESTRO DE LA IRONÍA

No deja, sin embargo, de atravesarlo como flecha de fuego la enfermedad del siglo: sobrevive en una suerte de “depresión tranquila” y llega a referirse a este libro como a una “producción enfermiza”. Mientras lo escribe, avanza “compleja y tortuosamente”, como avanza el alma en su propia historia: “Toda la vida del alma humana es un movimiento en la penumbra”; todo se torna confuso y no sabe qué es mejor, en el fondo, ver o pensar, leer o escribir: “Lo que veo puede ser que me engañe, pero no lo considero mío. Lo que leo puede ser que me cause pesar, pero no me perturba el haberlo escrito. ¡Cómo duele todo si lo pensamos con la conciencia de estarlo pensando, como seres espirituales en los que se dio aquel segundo desdoblamiento de la conciencia gracias al cual sabemos que sabemos!”.


EL SINSENTIDO DE LOS SENTIDOS

El libro completo (escrito en dos partes por dos de sus alter egos) es una reflexión agudísima y escéptica sobre la condición humana. Pessoa se contradice una y otra vez, pues hay de fondo un maestro de la ironía, del juego que aprendió con Sócrates cuando por primera vez alguien se atrevió a decir sólo sé que nada sé. El lisboeta es, en este sentido, otro filósofo, místico y pensador notable.

Nada puede afirmarse definitivamente. Ninguna verdad es verdad, salvo la conciencia que se tiene sobre la inconsciencia en la que vive el mundo. Y esta conciencia es causante del constante desasosiego de su alma, como si existir fuese la peor tortura.

Vive, así, totalmente distante de la “humanidad vulgar”. Siente repulsión hacia ella. A “los pobres diablos hombres, el pobre diablo humanidad”, la mira sin distinción de sexo o de edad. Ve a todos por igual, como una masa amorfa con cero inteligencia ni conciencia. Vive en un sentimiento profundo de “incongruencia con los otros”, pues “la mayoría piensa con la sensibilidad, y yo siento con el pensamiento”.

En la cabeza de Pessoa es permanente el juego con la ironía, el absurdo y las contradicciones (“Todo me cansa, incluso lo que no me cansa”). Él se sabe poseedor de una inteligencia superior y no deja de expresarlo. Tiene autoconciencia plena, por ejemplo, de su “extraordinaria facultad de abstracción”. Más aún, vaticina un futurismo y un esoterismo capaces de realizar una “geografía de nuestra conciencia de nosotros mismos”: “…el historiador futuro de sus propias sensaciones podrá quizás reducir a una ciencia precisa su actitud hacia su conciencia de su propia alma”. Mientras tanto, el ser humano permanece en el arte o en la química de sensaciones que son, finalmente, nada y que conducen al tedio de una vida plana, estúpida, al no sé qué, al ser nada. Al sinsentido de los sentidos.

De todos modos, fue genio y creador único. Inventó nada menos que 136 versiones sobre él mismo. Sus famosos heterónimos, sus alter egos que no eran solo personajes, sino poetas y escritores cultos, con producciones propias, son quienes dan vida y libertad a aquel vastísimo y fértil “terreno interior”, y a la plena conciencia que tiene de aquel. A veces se burla y despista a la prensa con escritos firmados por estos caracteres ficticios. Incluso lo hace con el único amor (y platónico) que se le conoció. Ofelia Quiroz también recibe cartas firmadas por sus heterónimos, y no de buena gana.

Este libro es un viaje hasta los más lejanos e impensados abismos de la existencia. Es un retrato, por otro lado, poético y hermosísimo de Lisboa. Por último, es una cátedra sobre humildad, en el sentido de dimensionar nuestra pequeñez en un universo infinito, en saber entender lo que somos y lo que poseemos. ¿Qué somos? ¿Qué poseemos? “No poseemos ni siquiera nuestra alma”, afirma Pessoa. Ni cuerpo, ni siquiera nuestras propias sensaciones. “¿Conoce alguien las fronteras de su alma para que pueda decir –yo soy yo?”.

A mí simplemente me fascina y me revoluciona entera cada frase, mística, poética o intelectual. Me hace cuestionarme hasta el más mínimo gesto o pensamiento propio, si nada, al fin y al cabo, nos pertenece…

 


 

 

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