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LA PÉRDIDA ENCONTRADA
"Pérdida" de Jessica Atal. Ril Editores 2010
Por Cristián Warnken
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Perdida, entre sus versos y sus silencios, perdida, escondiéndose y desnudándose, huyendo, recobrando la voz desde el desgarro, perdida en el único territorio donde es posible encontrarse sin complacencias ni ideas hechas: la poesía. Jessica Atal ha buscado aquí un refugio, el no-lugar donde tal vez (aunque sea ilusoriamente) no suceda lo que tiene que inexorablemente suceder, que
entra y sale el tiempo
esa bala que atraviesa la conciencia
La poeta escribe “fuera de lugar”. Desde esa suerte de ausencia, logra cruzar una frontera en la que busca exorcisar todas las pérdidas, el dolor, la imposibilidad, el desamor, la injusticia.
Desde el Romanticismo, el poeta ha tomado conciencia del exilio del poeta en el mundo, el desfase entre el mundo propio, interior, y el “real”. Sin sentimentalismo, pero con una emoción contenida, un llanto seco (a veces frío, a veces exaltado), esta voz se inscribe en esa historia de la autoexpulsión. Al final, o al principio en realidad, sólo queda la delgada línea del poema para resistir y estar:
el puente cruza más de dos caminos
me acerca a todas mis palabras
que es donde mejor me encuentro
Si hay una verdad que estos poemas quieren testimoniar es una verdad rota (la de una “mujer rota”, para usar la expresión de Simone de Beauvoir), donde tal vez sea imposible decir algo. Los poemas de este libro nacen de la tensión llevada al límite entre la palabra y el silencio, fraguando un lenguaje que la proteja del lenguaje del mundo que “finge no entender”. La poeta es una equilibrista a punto de caer, en un precario equilibrio que es cada poema sobre la página en blanco
sin estructura ni trama ni ritmo
las piernas cruzadas perdiendo el frágil equilibrio
Todo lo que se dice es fragmentado, como todo lo que podamos decir hoy. Jessica Atal tiene plena lucidez y autoconciencia de eso y, como muchos poetas de estas décadas, no se hace ilusiones sobre el poder de la palabra, del poema mismo. A veces clama, a veces llora contenida, pero abraza la soledad total de la escritura (esa de la que habló Maurice Blanchot en su ensayo “El espacio literario”):
estoy aquí sin nada y sola
en el jardín de mis papeles blancos
Es en esa frontera donde Jessica Atal logra sus mejores versos, los más limpios y certeros.
También, en los poemas de amor, que yo titularía “de equivocación”. Poemas que nombran un amor que ya no fue, que tal vez no será nunca. Amor desfasado, sin desenlace:
qué estupidez esta de amarte
siempre desde afuera
Poemas de amor donde parece no hubiera nunca un “adentro” o un “entre”, poemas del vacío y de la memoria derrotada por el silencio que engendra la misma palabra.
Los desgarros de amor de Jessica Atal se inscriben en una potente tradición del lamento femenino ante la ausencia o imposibilidad o impotencia masculina, en la poesía hispanoamericana. Pienso en una Juana de Ibarbourou (autora de un libro cuyo título es muy cercano a éste: Perdida), pero que hubiera atravesado por todas las crisis del lenguaje del siglo.
Jessica Atal ha hecho de su Pérdida, una donación. Se ha atrevido a dar el salto mortal desde la orilla de los que opinan sobre poesía para caer al autovaciarse de la escritura sin certezas, para “caer/ caer/ lo más bajo que puedas”, como le pedía Huidobro a Altazor. Admiro su salto mortal para realizarse en su vocación de silencio:
sin sed ni madrugadas
en silencio
en lo que soy
La veo “quebrarse” en cada verso, la veo arriesgarlo todo, para quedarse sola, al final, con un puñado de versos y con el silencio que es el que siempre triunfa una vez que se le ha puesto un punto final a un libro de poemas. Con su soledad y la soledad del poema.
Recogiendo sus múltiples lecturas, de poetas anglosajones, chilenos y otros (que aparecen en varios epígrafes y citas al interior de los textos y en la retaguardia de muchos versos), Jessica Atal los ha soltado todos al momento de saltar, para buscar una voz, un ritmo.
Esta poesía habla de una pérdida esencial casi como cuando se habla de la caída original. Algo se perdió y desde esa pérdida sin retorno se escriben estos versos. No es sólo el amor, la pasión no realizada o perdida o la derrota de un pueblo (el palestino): eso es sólo un nivel de esta pérdida. Algunos hablan –en psicología- de etapas del duelo. Claro que este libro corresponde a una etapa de un duelo, en este caso atávico, pero también es el duelo entre la poeta y el silencio, y es en esa batalla cuerpo a cuerpo donde Jessica Atal nos comunica valiosos, innombrables hallazgos.
Muchos de estos poemas son testimoniales e incluso se acercan (como los escritos sobre Palestina) a un diario de viaje: pero la poeta no se conforma con un registro referencial, sino que prefiere los meandros de la mirada oblicua que siempre la poesía coloca sobre la realidad. Todo acá se juega en el verso, en las quebraduras, en los desfiladeros del alma, y habría que decir, en este caso, también del cuerpo.
El desierto de la Palestina sufrida y recorrida en algunos poemas es la metáfora del propio desierto que atraviesa esta escritura con palabras (como “relámpagos en el cielo”), con sus espejismos y sus espejos rotos, donde a veces, nos encontramos con el rostro de “una nómada de largos cabellos trenzados”, una niña mujer que dice de sí misma
yo que soy espejismo de esta tierra
Celebramos que alguien (al comienzo, una desconocida) nos abra las puertas de su propio itinerario interior a través de los espejismos de la lectura (la mía también lo es), que a veces nos permiten vislumbrar un rostro. Y el rostro de un poeta es su voz. Su propia voz encontrada entre tanto ruido y silencio y olvido.
Otoño de 2010