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“AL ESCRIBIR, SIEMPRE
ESTÁS EXPUESTA,
VULNERABLE,
SIN LÍMITES”
Jessica Atal presenta "Carne blanca" Cuarto Propio, 2016
Por Grace Dunlop
Publicado en La Panera, N°75, septiembre de 2016
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Definitivamente, su público es adulto, aunque sus hijos le han pedido que escriba un libro sobre ellos. “Me atrae mucho la literatura infantil y juvenil, pero tendría primero que deshacerme de muchos demonios internos para llegar a tener la tranquilidad y la sabiduría necesarias para escribir algo que sea un aporte al espíritu de los niños”, dice Jessica Atal, quien acaba de lanzar «Carne blanca», su último poemario, y cuyo próximo proyecto la llevará por otros caminos.
A los 26 años, Jessica publicó «Variaciones en azul profundo» (1991), su primer libro de poesía. Diecinueve años después vendría el segundo, «Pérdida» (2010), y luego, «Arquetipos» (2013), «Cortina de elefantes» (2014) y «Carne blanca» (Cuarto Propio, 2016).
– ¿Por qué «Carne blanca»? Dices “mi carne no es blanca / sino oliva/ y muchas veces amarga”.
– “Carne blanca es una de las varias metáforas que uso para referirme a la montaña, que a la vez significa diversas cosas, especialmente un sujeto amoroso y también un discurso amoroso que va dirigido a ese sujeto ausente. En palabras de Roland Barthes, es un discurso de ‘extrema soledad’, de ausencia. Esta ausencia del ser amado se transforma en experiencias dolorosas de abandono. Y las experiencias de dolor generan ciertos tipos de neurosis en las personas… Mi libro se interna en esas áreas dolorosas, quebradas, traumadas, a fin de cuentas, de la psique humana.
La carne tiene que ver con la materia del cuerpo humano donde se inserta el corazón, en el sentido de un órgano que regula las emociones. Que la carne sea blanca denota la frialdad del desamor o de un amor no correspondido.
Por otra parte, el juego que hago sobre los distintos tipos de colores de la carne, que en este caso es oliva, tiene que ver con mi sangre árabe. Con mis raíces sirias y palestinas. Con los olivos de aquellas tierras. Pero la carne a veces también se vuelve roja”.
– ¿Te expones en lo que escribes?
– “Siempre estás expuesta, así tiene que ser la escritura de verdad. Sin límites, sin autolimitaciones, sin pensar en el qué dirán. Si no, no se puede. Ser vulnerable, honesta, a la vez te hace valiente. De eso se trata”.
– ¿Hay diferencias en esa honestidad desde cuando comenzaste a publicar?
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“Sin duda. Siempre hablo de mi primer libro como un pecado de juventud. Me atreví (quizás para impresionar a un pololo de la época) a publicar mi primer libro cuando tenía 26 años. Me daba vergüenza hasta mostrarlo y sigue bien escondido. Después, una vez que renuncié a «El Mercurio», me encontré con una cantidad de cajas, cuadernos, diarios de vida, papeles sueltos. De todo ese desorden de diversos escritos logré rescatar algunos poemas o ‘proto-poemas’ que finalmente dieron origen a «Pérdida». Hay, por cierto, una suma de pérdidas en mi vida real. Cristián Warnken se refirió a ese libro como a una ‘pérdida encontrada’ ”.
Enseguida vino «Arquetipos», que es el resultado de una mirada a los arquetipos de la mujer actual. En ese tiempo tuve que editar uno de los libros de Margarita Ovalle sobre mitología comparada. Me interesó y me impactó mucho el mito de la diosa. Comencé a preguntarme qué había pasado con aquella imagen divina, venerada mucho antes que apareciera en la conciencia humana la imagen de un dios masculino. Definitivamente, poco y nada queda hoy de aquella divinidad. La mujer es descalificada en muchos espacios y niveles, transversalmente. Comencé a trabajar los arquetipos de la madre, la hija, la hermana y pronto se unieron la loba, la llorona, la ansiosa, la perra, la putamadre, así como la intuición, la esperanza, la soledad y la poesía. Es un libro que quiero reeditar en el futuro cercano. Además de agregar nuevas figuras, lo primero que haré será cambiarle el título. Se llamará «Arquetipas». ¿Cómo me fui a equivocar en eso?
«Cortina de elefantes» nació de la idea de desarrollar ciertos conceptos que para mí significan conectarme con el origen de elementos que me parecen esenciales a la hora de entender mi propia existencia. Hay poemas allí como «Cosmos», «Caos», «Agua», «Tiempo», «Sueño», «Habla», «Palabra», «Silencio» y «Nada»”.
– ¿Cuándo surge la poesía? ¿Por qué este género?
– “Escribo desde los seis años mis diarios de vida (o de muerte)… Fue quizás a los ocho que soñé con ser escritora y escribía cuentos. La poesía surge en la adolescencia. Por supuesto, eran versos y poemas horribles. Pero hasta hoy me ocurre que encuentro muy malo lo que escribo una vez que lo dejo ir y aparece publicado. Por eso, rara vez vuelvo a mis libros. Comienzo a encontrarles miles de fallas. Palabras que sobran, versos muy pretenciosos… ¡Los reescribiría todos! ¿Por qué la poesía? La poesía es lo que he publicado. Pero también he escrito narrativa. En un par de meses edito con Uqbar una suerte de obra de teatro virtual. Además, tengo un volumen de cuentos inéditos y estoy trabajando en un par de novelas. Hay una que está muy avanzada y espero terminarla este año.
La poesía es lo que me resulta más rápido. Tengo una gran capacidad de síntesis y eso ayuda. De alguna manera, el género lírico es más matemático. Es una ecuación que no puede llegar a dos resultados diferentes. En cambio, la narrativa tiene miles de caminos que puedes recorrer y es difícil acertar y llegar al correcto. En mi caso, comienzo una y otra vez un cuento, por ejemplo, y de pronto me estanco. Creo que esta dificultad tiene que ver con la libertad de dejarme ser, de exponerme mucho más y romper límites. Eso aún me cuesta, pero es el desafío diario de un escritor. Escribir de la manera más honesta posible”.
Jessica Atal siente que sus ancestros árabes marcaron su vida. También fueron los que la llevaron al periodismo.
– “Estuve en un colegio católico y era ‘la turca’, porque los palestinos que llegaron a Chile bajo el dominio del imperio turcootomano lo hicieron con pasaporte turco. En el colegio yo no quería saber mucho de mis orígenes porque estaban asociados a una desvalorización. Mi primer escrito publicado no fue un libro de poemas ni mucho menos. Fue un reportaje que hice en 1988 sobre la Intifadah palestina, a menos de un año de estallar esta revolución en los territorios ocupados por Israel. Este reportaje llegó a manos de Juan Pablo Illanes, editor de redacción de «El Mercurio» en ese tiempo. Sin conocerme, lo publicó de inmediato y me abrió las puertas del diario para seguir colaborando. Escribí sobre diversos temas y en distintas secciones. Entre medio, tuve una librería. Es decir, me rodeaban libros por todas partes. Los vendía, escribía sobre ellos como crítica literaria, y el 2000 asumí como editora general de «El Mercurio-Aguilar». Entonces me tocaba, además de escribir sobre libros, producir las obras de otros autores.
Como empecé a escribir en la «Revista de Libros», a fines de los 80, leía poesía y narrativa de autores consagrados, tanto chilenos como extranjeros. Mi propia escritura quedó marginada. Tenía, como digo literalmente en «Carne Blanca», la autoestima por el suelo. Fue un período de no creer en mí como escritora. Raro, después de todo lo que había soñado con llegar a serlo. Pero todo lo mío, mi creación, la encontraba mala. No volví a pensar en publicar un libro en mucho tiempo. Sólo volví a mi escritura cuando renuncié al diario para dedicarme a mis hijos”.
– Y ahora viene un nuevo género a tu vida ¿De qué trata tu próximo proyecto, es relacionado con el teatro?
– “Le he dado connotación teatral porque se trata de un diálogo virtual. Todo ocurre en un espacio inmaterial. La comunicación se proyecta en la pantalla de un celular. No hay ningún contacto físico con la otra persona, pero afecta nuestras emociones de una o mil maneras. Es una conversación por WhatsApp entre un hombre y una mujer que transcurre en el período de un mes. Quise reflejar aquí el factor neurótico que predomina en este tipo de relación. La soledad que hay detrás. La distancia. La no comunicación, finalmente, que resulta de este tipo de vínculo virtual. Una de las paradojas de nuestro mundo… La lanza Uqbar en octubre. Me encantaría que alguien la adaptara al teatro. Es un drama, sin duda, aunque es cómico. Hay que reírse de uno mismo, hay que vivir así, con mucho sentido del humor. Revertir las cosas, revertir y dar energía”.
Fotografía: Iván Petrowitsch