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Odiado, temido, amado
Reflexiones sobre el crítico de literatura
Por Jessica Atal K.
La Panera N°64, septiembre 2015
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Habrá algo más aburrido que escribir sobre lo que otros escriben? ¿Existe una profesión —o más bien, un oficio— más inútil para el mundo pragmático que ser crítico de literatura? ¿Quiénes, por lo demás, leen estas críticas, aparte de los mismos escritores, si es que ellos lo hacen, porque muchas veces el temor a enfrentarse a un mal juicio los mantiene alejados de lo que opinen los "eruditos"? ¿Cuánto, por lo demás, tiene que saber el analista literario para llegar a serlo y escribir con propiedad? ¿Por qué, por otra parte, no es capaz de escribir algo más creativo?
Bueno, ése es el asunto. El crítico no es completa o solamente un creativo. No es —en palabras del escritor uruguayo Filisberto Hernández— alguien capaz de pensar (y menos escribir), out of the blue y en cualquier momento, que en un rincón suyo nacerá una planta. Una planta que tenga hojas de poesía. O algo que se transforme en poesía, dependiendo de los ojos que la miren. No. Sus escritos deben, invariablemente, ceñirse a la lógica y a las leyes de la gran teoría literaria. Pero lo más importante es que, a diferencia de muchos escritores, el crítico no puede ser oscuro ni pedante.
EL OFICIO
Entonces, ¿qué reflexión interna lleva a cabo un analista de literatura para desentrañar "la metafísica oculta" de una obra determinada? ¿Qué elementos debe tener en cuenta al leer más allá del puro placer de la lectura, es decir, al leer con una segunda mirada o una tercera o incluso con varias miradas a la vez? ¿Cómo debe leer para llegar a interiorizarse de la estructura del texto? ¿Cómo, por otra parte, se califica el estilo? ¿Y la profundidad o liviandad de los personajes? ¿Cómo, en definitiva, escribe un crítico? Estos y muchos más —como el género, las generaciones y las figuras literarias, el genio del autor, el tiempo y un sinnúmero de características que rodean la creación literaria y su resultado— son los aspectos que debe considerar al momento de efectuar una lectura —que no es una simple lectura— y escribir acerca de ella.
Lo más probable, como decía el inglés Frank Kermode, es que la crítica literaria sea, en el mundo actual, la nueva física encargada de desentrañar las leyes de una especie de "segunda naturaleza independiente" que es el arte. Para lograr entender esta naturaleza paralela, el crítico debe ser una persona muy erudita. Tiene que haber pasado por cientos y miles de horas de lectura y estudio, y por un estudio exhaustivo, tanto de aspectos teóricos como históricos y lingüísticos, entre otros, de acuerdo a quienes han ido marcando pauta antes que él.
Por cierto, Frank Kermode cumple con todos estos requisitos plenamente. Nacido en la Isla de Man en 1919 (murió hace cuatro años atrás, en Cambridge, donde residía), estudió primero en la Universidad de Liverpool y fue profesor de literatura en varias otras, desde luego en Cambridge, y en prestigiosos refugios culturales como Columbia y Harvard. En su país fue condecorado caballero —era un perfecto lord inglés— y también dejó sus huellas en la Universidad de Londres.
Si la pregunta es cuánto tiene que saber un crítico para llegar a serlo, la respuesta es mucho. Muchísimo. Y no sólo eso. Además, debe manejar el lenguaje a la perfección; en este sentido, es un buen escritor, tanto o más que aquellos a quienes critica. Puede entender y desarmar estructuras lógicas. Puede enumerar las ideas centrales de una obra, sus temáticas; puede deconstruir un texto, contextualizarlo o descontextualizarlo. Asimismo, puede, simplemente, como hace Kermode muchas veces, detenerse en un solo aspecto, por ejemplo, en el tiempo, a propósito de la novela «Expiación» (2001), de Ian McEwan. El crítico, en definitiva, encuentra su campo de trabajo en el pensamiento del escritor o poeta, pues querrá dar luces sobre su íntimo quehacer creativo.
Lo que singulariza a Kermode es su manera muy personal y renovada de abordar obras literarias y, a través de ellas, los escenarios del Posmodernismo cultural o, en términos de W.H. Auden, de la Edad de la Ansiedad a la que pertenecemos y así analizar, al mismo tiempo, autores tan diversos como John Updike, Philip Roth, Martin Amis, Thomas Pynchon, Jean-Paul Sartre, Samuel Beckett o Salman Rushdie, entre otros. Extraña, eso sí, la nula presencia femenina en la selección reunida en «El leve ruido del piso de arriba». El escritor español Gonzalo Torné, autor del prólogo, tampoco hace mención alguna sobre esto. Más bien refuerza la idea de la Inglaterra tradicional y del gusto de los ingleses por la misma. Pero de mujeres que integren esa tradición, nada.
En el panorama actual de la crítica de literatura occidental se sitúan casi en el mismo nivel Harold Bloom, George Steiner y Frank Kermode. Cada uno ha llegado a establecer un sólido canon literario, y, a pesar
de sus diferencias, no es necesario, como hacen Torné y otros, emitir juicio sobre cuál es superior. Lo interesante es entrar en el mundo de Kermode y leer, con la agudeza de su ojo, obras tan cruciales como «Verano», de J.M. Coetzee, o «Nunca me abandones», de Kazuo Ishiguro. A propósito, esta última fue llevada al cine en una versión que eriza los pelos, provoca llantos y una catarsis de aquellas concebidas por Aristóteles, en toda su dimensión de desahogo expresivo emocional.
EL CRÍTICO-CREATIVO
El crítico —en rigor— no es un creativo. Quizás imaginó y hasta soñó ser escritor, pero, a fin de cuentas, llega a efectuar un cálculo mental tan agudo y autocrítico que puede decidir, como hiciera Kermode, que no tiene lo que se necesita para ser un escritor de verdad; esto es, la imaginación, el genio de la creación.
Así es. Kermode renunció a la idea de ser escritor a los 27 años. ¿Lo lamentamos? En realidad, es imposible saber cómo habría sido si se hubiese dedicado a ello. Porque, de que han habido grandes críticos que han sido grandes escritores a la vez, sí. Samuel Johnson y George Eliot pertenecen a esta categoría en Inglaterra. Edgar Allan Poe en Estados Unidos; y Paul Valéry y Roland Barthes en Francia.
Unos más que otros, los críticos son puertas abiertas a la literatura universal o local. Su figura y su canon literario son esenciales a la hora de orientar a quienes no disponen de mucho tiempo para leer. Personas como Kermode tienen a sus espaldas todo el conocimiento de la tradición occidental. Saben de memoria a poetas como Ezra Pound o Alfred Tennyson o Allan Poe. Kermode tiene a su haber, entre otros méritos, cuatro estudios sobre Shakespeare y más de cincuenta libros publicados. Este inglés posee, sin duda, las armas necesarias para guiar a los lectores a través de paisajes literarios que muchas veces se transforman en bosques condensados de difícil acceso y, más aún, donde es fácil perderse y perder el tiempo entre páginas de una historia mal escrita.
Kermode pertenece a aquellos "críticos-atlas", como dice Gonzalo Torné, que enriquecen nuestro espectro literario debido a la "amplitud de sus intereses y a la vitalidad con la que acuden a iluminar áreas muy distantes de su tradición". Su talento, en este sentido, se dispara en todas direcciones y eso nos permite tener un buen pedazo de literatura universal a nuestra disposición. La mirada de Kermode orienta y, más que eso, reanima textos, les da vida, y nos recuerda que la literatura es un juego, un juego divertido del que, las más de las veces, saldremos con el espíritu enriquecido y las capas de emoción permeables.
Lo bueno es que Kermode no tiene pelos en la lengua para decir lo que piensa. Lo más probable es que tampoco gaste su tiempo analizando material que no le gusta, y es honesto al decir, por ejemplo, que Beckett es un escritor "pobre" o que de las seis novelas publicadas hasta el momento por Kazuo Ishiguro, «Nunca me abandones» es la de prosa más débil. "La textura (...) resulta ser cualquier cosa menos brillante". Dado el nivel que ha alcanzado Ishiguro, esta novela, según Kermode, debiera considerarse un fracaso. Para argumentar su punto de vista, se lanza de lleno sobre la obra anterior, analizando las novelas una por una, a partir de "Los restos del día", otra historia que fue llevada al cine y resultó ser un clásico con actores de la talla de Anthony Hopkins y Emma Thompson.
El crítico, si es bueno, tiene el poder de introducirnos al universo de un autor y su creación. O, por el contrario, puede alejarnos por completo de ella. Confiamos en que tiene esa mezcla de erudición e intuición tal que puede visualizar aquellos trabajos literarios que sobresalen en su momento histórico y, más importante, aquellos que van marcando y retratando nuestra historia. Es en este aspecto que no debe fallar. Tampoco es que existan críticos intachables, pero los más reconocidos son, como puede serlo un editor, aquellos que señalan y distinguen, entre cientos y miles, cuáles son las voces imprescindibles.
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Un talento crítico disparado en todas las direcciones.
Por Gonzalo Torné
Prólogo a «El leve ruido del piso de arriba» Textos críticos sobre escritores contemporáneos, de Frank Kermode
http://www.elboomeran.com