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RAZONES DE MUJER: LOS ARQUETIPOS DE JESSICA ATAL

Por Virgilio López Lemus


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Jessica Atal realiza su obra poética con conciencia de género, o sea, bajo el signo ontológico de ser mujer de manera irrenunciable, y bajo las condicionantes que el propio género le dona: la maternidad, el trabajo social, las relaciones públicas y el acierto de observar al mundo desde el prisma de la poesía escrita por mujer. Esto último complejiza la mirada, porque ya no se trata de interpretar y actuar en la realidad como dama erguida, sino también como poeta, que quiere traducir la existencia misma en versos. Esta labor no es sencilla, porque si la poesía no tiene sexos, quien la escribe sí. La mujer toma la palabra como instrumento artístico y puede que todavía calle en el templo, como reza la vieja consigna de San Pablo, pero no en el anfiteatro del mundo, donde no tiene papel de corifeo, sino de voz propia, singular. La poesía ha redimido siempre a la mujer en igualdad de género, desde la era de Safo de Lesbos hasta el modo de cantar y hablar y dejar su voz fijada en el tiempo, como lo hiciera otra chilena impar, Gabriela de América, poeta arquetipo, nombre sólido de serranía y de valle, a la que toda poeta de Chile ha de mirar como reto y puntal.

Jessica Atal se cuida de tal emulación y elige para su escritura un verso libre por lo común breve, en el que no teme violar las normas de la métrica tradicional hispánica, especialmente lo dispuesto acerca de las rimas consonantes y asonantes, para ofrecernos textos que más bien dejan al oído la sensación del verso semi libre, aquel que usa de la rima en función estilística, más que como predio de norma consabida. Así, sin temor, se lanza a escribir versos como los siguientes, donde la rima asonante marca punto rítmico del discurso poético:

tengo hambre de lluvias como lágrimas calientes
tengo hambre de un interminable espectro sensorial
tengo hambre de zapatos que hagan mi espíritu volar
tengo hambre de metales pesados y plumas en mi frente

Sirve este ejemplo del poema “La hambrienta”  para observar dos asuntos estilísticos: la inclusión en el texto de la metáfora surrealista matizada por el símil de una “lluvia como lágrimas”, y el sentido sensorial del hambre que va más allá  del insumo biológico. Creo que este es el signo del libro todo, de estos Arquetipos que buscan definiciones claras de la presencia femenina en el mundo, desde un sujeto lírico en primera persona del singular, que ofrece una poesía emotiva y sincera, desprovista de los afeites últimos del cuidado versal, no como si el verso se tratase de una ceja, o de unos labios carnales y prestos a recibir el color que los haga más sensuales, o más bellos, si fuese posible. La carencia de tales afeites en la mayor parte de los poemas, conduce al tono que elige Jessica Atal: el ofrecido por un descarnado neorromanticismo, que selecciona ir más allá del momento amoroso y hasta erótico de tal corriente lírica, para aliarse a otra manera de confesión sentimental con carácter de testimonio, que incluya al mundo, a la vida cotidiana, a las emociones y sensorialidades, y a la reflexión desde el impulso emotivo central.

La mujer se autodefine como “La llorona”,  “La loba”, “La dueña de casa”, “La mentirosa”,  “La madre”, “La hija”, “La niña”, “La hermana”, “La novia”, “La resistente”, entre otros epítetos que, usados como títulos de los poemas, introducen y definen el asunto de cada texto. Y como Jessica Atal quiere situarse a sí misma y a la mujer, en sentido general, en el espacio y en el tiempo, divide el poemario en cuatro partes de títulos paradigmáticos y a veces alegóricos, por cuanto significan ellos, como símbolos, en la parafernalia discursiva femenina, en su aquí y ahora telúricos. Esos títulos de secciones son: “Cosmos”, “Luna”, “Sol” y “Tierra”, que han de representar grupos reflexivos en torno a la situación plurivalente del ser femenino en el mundo, en la vida y en la cotidianeidad. Se nos ofrece con el cosmos, la presencia poética de su realidad; con la luna, su papel en la red familiar; con el sol, ella ante el hombre, ante la otredad genérica, y mediante la tierra se expande la praxis social. Estamos en presencia de una especie de geopoética, o mejor, de una poética del ser femenino, fuera de los mitos de la eterna tejedora en espera del marido, o de la amada inmóvil de la poesía petrarquista, o de la mujer ofrenda bíblica, costilla de Adán, o de la dama vista como objeto medieval de amor gentil. La complejidad del protagonismo de la mujer moderna, a veces con rasgos post modernos, se expande en una suerte de continuum en el que no está ajena la descripción, cuando esta no es propia del pase de lista de los órganos corporales o de elementos externos a su ser, sino apariencia de descripción del tejido fuerte de los papeles que ella desempeña en la convivencia social. Digo aquí apariencia, porque aun la poeta nos propone un mundo de ideas, más allá del descriptivismo circunvivencial.

Por eso llego a creer que el libro todo se llama Arquetipos, debido a que Jessica Atal quiere hacer una suerte de summa no teológica, sino teleológica por sus acentos sobre las finalidades, por la expansión del ser femenino en el entramado social, por una presencia que a veces resulta estereotipada para cierto lenguaje poético escrito por hombres hasta el mismo modernismo dariano y, en alguna medida, hasta las vanguardias del siglo XX. La mujer que habla de sí, se define como todas, con un nosotras escondido bajo el sujeto lírico referido en primera persona del singular. Tras las vanguardias europeas y su expansión en todo el mundo occidental, la mujer poeta comenzó a figurar también con carácter protagónico, para dejar de ser la amada distante y convertirse en sujeto hablante, y no solo en objeto de la pasada (¿pasada realmente?) lírica romántica. El arquetipo o los arquetipos del ser femenino se despliegan en su compleja carencia de unicidad, debido a la pluralidad de sus proyecciones, que van desde la creación de la vida en el seno materno, hasta el empeño violento y brusco de la luchadora social, pasando, desde luego, por el rol de la amante y el entorno hogareño. Aquí el sujeto amatorio no es pasivo, receptor e inmóvil, sino activo y elector, decide y protesta contra el papel sumiso que se le ha querido asignar. Y lo hace desde la poesía y no desde un panfleto.

No quiero hacer variadas citas de los poemas que Jessica Atal reúne en sus Arquetipos, porque la lectura directa dará el fiel de esta trama no exactamente feminista de su poemario. No feminista en el sentido de que Jessica Atal no se propone con sus poemas hacer bandera, dar una definición política o declamar consignas. Le interesa la mujer como poesía, la red de su praxis sentimental o vivencial como presencia bella y útil en el mundo, y su papel constructivo y, por qué no, destructivo del canon que por siglos se le ha asignado, mucho antes de las Epístolas de San Pablo, que le ordena callar en función de su dependencia y obediencia conyugal. La poeta elige la rebelión contra el papel ancestral limitante y subordinado, pero lo hace desde los mecanismos de la poesía, que de todos modos funge como inevitable documento de testimonio sobre su experiencia y de protesta no reprimida.

Curiosamente, Jessica Atal culmina su poemario con una elegía, canta la madre a la cual le roban a su hija. Es “El llanto de Deméter”, donde enfrenta a la mujer ante el rapto de la mujer. Al papel pasivo de la raptada, interpone el sentido confesional desgarrado de la que se queda en la tierra, bajo la observación del rol femenino. Aquí el simbolismo es evidente, aunque sutil, puesto que luego de un libro que describe situaciones y emociones, cierra el texto con una protesta ante el amor filial perdido, pero, sobre todo, evidenciando el rapto ontológico que sufre la mujer en una sociedad en que ella es decorativa, o con la bella palabra que usaban los antiguos griegos: agalma, que significa adorno. El ser decorativo sufre el rapto ontológico solo por su belleza, atributo de la areté femenina, que en otra trama provocó la masculina guerra de Troya. Al final, es la mujer quien entrega el fruto suyo al rapto continuado del ser femenino que baja a los infiernos.

Me parece que este libro asciende un peldaño en la aprehensión del discurso de género. La poeta se aventura a su ventura de mujer sobre la tierra, bajo el sol y la luna, frente al misterio cósmico. Y a través de ella se hace un recuento vivencial, una suerte de biografía múltiple del ser femenino, ontología de la mitad de la especie humana, con mirada cara a cara de la existencia. No se pretende la totalidad, sino armar con arquetipos la esencia de ese rol inquietante y múltiple de la esencia de lo femenino. Y, ¿qué es el arquetipo del llamado “eterno femenino”? ¿Fruición del adorno, decoración y no esencia? ¿Frugalidad del maquillaje y la vestimenta apropiados al arquetipo de la levedad y la intrascendencia? ¿Rol de vanidades y trivialidades? ¿Mera consumidora de revistas del corazón, literatura rosa y horóscopos frívolos? Contra estos arquetipos de lo femenino se alza la mujer que se hace consciente de su papel esencial y esenciador, vital y vitalizador del entramado de la existencia. El libro todo recorre esos papeles que ella, ellas, han venido desempeñando por los siglos de los siglos, y sobre todo en un hoy en que su lugar en la historia se redime y se lanza a la búsqueda de expresión.

Arquetipos está en sintonía con esa búsqueda transmutada en realización: la mujer no se calla, y he aquí, en este libro, los arquetipos que dan ese testimonio. Jessica Atal escribe desde la rebeldía y la espontaneidad, desde el corazón, que ya sabemos, por Pascal, que tiene razones que la razón desconoce. Vivir es tener algo que hacer, y consagrarse a la realización de los objetivos por los cuales se vive. Arquetipos resulta, visto así, un libro más de testimonios que de confesiones, de militancia en el papel múltiple y esencial que la mujer disfruta con su sola existencia, con su acción en una nueva sociedad donde ella va adquiriendo gradualmente la plenitud ontológica. Arquetipos es, pues, ese bregar femenino ante la existencia social y nunca ante la nada existencialista, sino ante la realidad que ella colma o completa. La diosa blanca, la paridora, la fuerza matriz del cosmos reinicia la existencia ante un yo que es nosotros. Lo singular es plural. Dígase si no es compleja y múltiple esta propuesta de escritura de Jessica Atal.

Mayo de 2013.



 


 

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Razones de mujer: Los arquetipos de Jessica Atal.
"Arquetipos" RIL Editores, Santiago, 2013.
Por Virgilio López Lemus