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Esquirlas de un duelo
"Cortina de elefantes", Jessica Atal. RIL Editores, 2014. 100 págs.
Por Pedro Gandolfo
Revista de Libros de El Mercurio, Domingo 1 de febrero de 2015
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Cortina de Elefantes , el último poemario de Jessica Atal, se construye en torno al luto y a la exploración de una identidad y una "vida nueva" tras ese luto.
El carácter elegíaco de estos versos es omnipresente, obsesivo y, a ratos, rabioso. La muerte y el duelo adquieren distintos matices desde la melancolía a la ira. En "Padre", la muerte del progenitor desata sin sobresaltos, en un tono pausado, una ausencia universal, casi cósmica que nada puede colmar: "persigo padre ausente/ en el Cabo de Buena Esperanza/ no encienden velas/ no navegan por los cuatros ríos/ no se encuentran manuscritos/ desde el día en que se fue/ dejando hijos/ tratando de entender el nuevo continente/ con el corazón suelto/ sin paraíso celeste o terrenal/ el hoyo negro donde nadie va/ el puente de sangre cruza cada día/ colmado el desierto familiar/ tantas caravanas/ pupilas idas// fuiste un día siembra y noche/ y ahora eres receso y obituario". La serena agitación, dentro de la aflicción, que trasunta este poema, contrasta con el talante airado de "Caos": "atrás/ no hay pensamiento/ sobre el que edificar/ hogares/ la rabia todo lo tira al suelo/ la pena no crea pensamiento", o con un tono extático que proviene del duelo amoroso: "todo sin ti se desploma/ la lluvia no cae/ los pájaros lloran sus árboles/ ya nadie habla/ de inocencia o redención".
La tragedia de Palestina y, en particular, la de Gaza y sus habitantes y, más en concreto todavía, la de los niños de Gaza es central y persistente en la poesía de Atal y en este libro de sobremanera. Es bastante claro que la poeta urde una trenza entre su biografía y la historia de ese pueblo. El duelo de Palestina y de los niños de Gaza es su propio duelo, y su propio duelo (del padre, de la pareja) se extiende y traslapa con el otro en una suerte de tejido de aflicciones. Este entreveramiento, por ejemplo, es nítido, y eje de sentido del poema "Identidad" y, en general, en el orden en que se encuentran dispuestos los poemas, barajando las distintas fuentes del luto en un conjunto poético sólido y conmovedor.
El núcleo poético que proyectan estos versos es la denuncia de una forma de nihilismo superior a la muerte. Atal (en la separación del amado, en la muerte del padre, en los bombardeos sobre Gaza y sus niños) percibe un mal que no tiene forma de justificación ni reparación algunas. Es irredimible. Las imágenes de los bombardeos, las ruinas y escombros de hogares, de niños huérfanos, heridos o asesinados generan un "caos", un retroceso a un nuevo continente, un hoyo negro.
Si se compara formalmente este poemario con alguno de sus anteriores libros (aunque siempre en la misma dirección), Jessica Atal avanza en un proceso de fragmentación, despojamiento y dislocación de sus versos, como si fuesen pecios de una gran explosión. Se podría, así, aventurar la conjetura de que su obra poética padece también la destrucción, el desmembramiento y la pauperización de que han sido víctimas su propio yo y la patria poética, Palestina. Los bombardeos en estos no solo dejan escombros en el alma y en las caravanas de seres inocentes asesinados, sino también en los poemas. Fragmentación, porque recurre a varias figuras para exponer huellas de esas fisuras externas e internas (el uso frecuente del "/", marcando cesuras rítmicas y oposiciones, palabras tachadas, versos quebrados que eluden cualquier métrica: no la hay para ciudades en ruinas); despojamiento, puesto que limpia al máximo la sintaxis de los poemas, a veces, restos óseos, descarnados, sobrevivientes de la masacre; descoordinados, como si en la superficie cada verso fuera autónomo, sin secuencia lógica con el siguiente, ni entre este y el subsiguiente, aunque formando una unidad de sentido en el conjunto. En "Verano", el último poema, indica: "conozco un baúl inmenso/ donde muta el verano/ por un colibrí azul// la excéntrica realeza/ sobre una máquina de escribir/ escribe su historia extranjera// dicen las abejas que se van".
La mutación del verano "por un colibrí azul" enlaza con el eje de la mutación y la metamorfosis, aquella que surge tras el holocausto ( "el poema muta/ yo muto en el poema"). Esta nueva fase, apenas atisbada, abre hacia "Infinito", un poema luminoso, esplendente, el alba de una reconstrucción: "ni la unidad/ ni la multiplicidad/ sino ambos conceptos a la vez/ explican mi amor por ti// variación ininterrumpida/ de ser// historia del espíritu/ tantas muertes// mi amor por ti/ es la fuerza de los números/ estado de conciencia// las manos abiertas de los niños".
Cortina de elefantes es un trabajo poético cuidadoso en su factura, arriesgado formalmente y a la vez maduro dentro de la trayectoria de Jessica Atal.