Javier Campos

 
 

 

 

Los Gatos *

 


Castrados, los gatos recorren el universo de la casa,
escondidos durante las más insólitas horas del día
duermen casi sonámbulos de los fríos traicioneros

a sus oídos -verdaderos radares peludos- llegan lejanos ruidos
del misterioso universo, voces imperceptibles,
quizás señales de otras estrellas

a veces uno de ellos sale a recorrer esta galaxia de muebles,
ventanas melancólicas, plantas neuróticas,
libros descansando como sapos, ropas aburridas
durmiendo sobre una silla,
o se pasean como fantasmas alrededor de un cuerpo
que abraza a otro cuerpo

huele curioso la piel de esos dos amantes ardientes
como si descubriera que las estrellas también
tienen perfumes deliciosos
para sus narices refinadas y poderosas

y sigue su marcha de elefante diminuto, peludo,
feliz de ver otro día más de sus siete vidas,
se encarama como una pluma sobre la ventana
donde está el sol
y allí se solaza, se restriega contra el cristal
como si hubiera dado al fin con la bella arena caliente
de la luna

el otro; su amigo, su amante, su compañero, su conocido
-con los gatos nunca se sabe-
que aún sigue durmiendo,
se mueve en el sofá suave y presiente en su sueño apacible
una catástrofe gatuna:
que su amante, amigo, compañero, conocido,
no está a su lado;
entonces como nunca siente el frío helado de la madrugada,
cual ordinario gato abandonado

y abrazado a sus sueños tenebrosos, negros,
sale como un rayo en busca del desaparecido

recorre aullando con dolor de animal herido
tal si hubiera recibido la bala de algún cazador insensible
o el tormento del más cruel torturador

y va por la galaxia desolado, loco, deprimido,
esquiva como un rayo las rocas que pasan veloces sobre su cabeza,
aerolitos como bombas atómicas pueden hacerlo polvo,
la radiación mortal de universo lo dejaría peor que gato mojado,
casi lo enceguece la luz del sol, pero el gato tiene
un sofisticado sistema que distingue la mala luz
de la buena luz

escudriña, y logra ver entre tanta oscuridad que lo acecha
a un ratón escondido, sudando el bichito de ser devorado
pero sigue caminando (el hambre no le preocupa)
entre medio de otros planetas,
pasa por debajo de los astros, las estrellas y las galaxias,
se mete silencioso entre las llamas del sol y sale de allí
casi chamuscado, sudando,

y su hermoso pelaje oliendo a quemado;

y cuando llega por fin a la ventana
y ve a su amigo, su compañero, su amante o su conocido,
tan indiferente, recostado panza arriba,
gozando satisfecho la maravillosa luz de la madrugada,

lo acaricia, lo muerde, lo lame, lo huele, lo despierta;

y el otro, sorprendido:

lo acaricia, lo muerde, lo lame, lo huele y lo besa.





Este poema obtuvo el Primer premio -categoría poema largo- en el Concurso Internacional "Juan Rulfo" 2002
de Radio Francia Internacional, y Radio H.J.C.K
de Colombia.RADIO H.J.C.K.

(derechos reservados)



 

 
 
 



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