Castrados,
los gatos recorren el universo de la casa,
escondidos durante
las más insólitas horas del día
duermen casi sonámbulos de los
fríos traicioneros
a sus oídos
-verdaderos radares peludos- llegan lejanos ruidos
del
misterioso universo, voces imperceptibles,
quizás señales de
otras estrellas
a veces uno de
ellos sale a recorrer esta galaxia de muebles,
ventanas
melancólicas, plantas neuróticas,
libros descansando como
sapos, ropas aburridas
durmiendo sobre una silla,
o se
pasean como fantasmas alrededor de un cuerpo
que abraza a otro
cuerpo
huele curioso
la piel de esos dos amantes ardientes
como si descubriera que
las estrellas también
tienen perfumes deliciosos
para sus
narices refinadas y poderosas
y sigue su
marcha de elefante diminuto, peludo,
feliz de ver otro día más
de sus siete vidas,
se encarama como una pluma sobre la ventana
donde está el sol
y allí se solaza, se restriega contra el
cristal
como si hubiera dado al fin con la bella arena
caliente
de la luna
el otro; su
amigo, su amante, su compañero, su conocido
-con los gatos
nunca se sabe-
que aún sigue durmiendo,
se mueve en el sofá
suave y presiente en su sueño apacible
una catástrofe
gatuna:
que su amante, amigo, compañero, conocido,
no está a
su lado;
entonces como nunca siente el frío helado de la
madrugada,
cual ordinario gato abandonado
y abrazado a
sus sueños tenebrosos, negros,
sale como un rayo en busca del
desaparecido
recorre
aullando con dolor de animal herido
tal si hubiera recibido la
bala de algún cazador insensible
o el tormento del más cruel
torturador
y va por la
galaxia desolado, loco, deprimido,
esquiva como un rayo las
rocas que pasan veloces sobre su cabeza,
aerolitos como bombas
atómicas pueden hacerlo polvo,
la radiación mortal de universo
lo dejaría peor que gato mojado,
casi lo enceguece la luz del
sol, pero el gato tiene
un sofisticado sistema que distingue la
mala luz
de la buena luz
escudriña, y
logra ver entre tanta oscuridad que lo acecha
a un ratón
escondido, sudando el bichito de ser devorado
pero sigue
caminando (el hambre no le preocupa)
entre medio de otros
planetas,
pasa por debajo de los astros, las estrellas y las
galaxias,
se mete silencioso entre las llamas del sol y sale de
allí
casi chamuscado, sudando,
y su hermoso
pelaje oliendo a quemado;
y cuando llega
por fin a la ventana
y ve a su amigo, su compañero, su amante o
su conocido,
tan indiferente, recostado panza arriba,
gozando satisfecho la maravillosa luz de la
madrugada,
lo acaricia,
lo muerde, lo lame, lo huele, lo despierta;
y el otro,
sorprendido:
lo acaricia,
lo muerde, lo lame, lo huele y lo besa.