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Orange Ode de Raúl Heraud

Por Johnny Barbieri

 

Un buen libro que se aprecie de un corpus como totalidad está engranado felizmente en todos sus aspectos: el plano de la significación, el plano del lenguaje, el plano de la estructura. Orange Ode (2009) de Raúl Heraud logra concretar esto de la manera más sutil. Así una primera lectura a este poemario nos evidencia una disposición de las partes a manera de un arte escénico (primer acto, segundo acto, tercer acto, intermezzo, acto final). Existe una alegoría a la acción teatral evidente. Pero el gran teatro del mundo aquí es la vida misma, la condición humana que desde un primer momento se presenta contradictoria.

Si bien por un lado la estructura del libro se nos muestra como una gran representación teatral, el poeta ha tratado de ir un poco más allá, hay un entramado de acciones que se engranan en una acción mayor que tiene por tema el ser mismo en toda su naturaleza humana, en su razón y su sinrazón, en su conciencia y su estado psíquico subconsciente. A esto se suma el uso del lenguaje como acción, del lenguaje que crea, en todo momento, una tensión dramática en los lectores.

Heraud parece que a lo largo de los actos (con que está compuesto el libro) plantea una deconstrucción del ser, deconstrucción que alcanza el yo más profundo, el inconsciente que se muestra en toda su complejidad. Existe una voz que en ciertos momentos es locutor personaje y en otros momentos no lo es. Pareciera que el autor se adhiere a su alocutario, confundiéndose por momentos, así vemos textos alternados a lo largo de los capítulos planteados: “Tú creíste que el mundo era sólo vértigo anquilosado en la piel / música líquida / pabellón psiquiátrico donde todavía destruyen las / enredaderas / de tu mente / el grito desgarrado de tu carne”. En otro momento lo vemos como locutor personaje, “No hablo con nadie / huyo el resto del día / de los fantasmas y el alcohol, / ya no fumo el alquitrán / que retuerce mis sueños, / de vez en cuando leo a / Maiakovski / y me seduce la idea del suicidio”.

Por otro lado en cuanto al tema una idea matriz recorre todo el libro desde la primera escena hasta la escena final. Si bien es palpable una referencia a los interiores de la existencia humana, que se presenta muy compleja, hay una intención por perturbar a los lectores con un lenguaje de la crueldad casi al modo de Antonín Artaud. Hay una razón perturbada, una sinrazón que pretende llegar a sus extremos, un alocutario que busca a Dios en la basura, se deshumaniza, se autodestruye, el mundo le deprime, la vida no le da ningún sentido. Pareciera que existe la intención de descender hasta tocar lo más ínfimo y repugnante del ser humano, una especie de alegoría a Heráclito que tuvo que enterrarse hasta el cuello en el estiércol para curarse de la hidropesía. El hombre tuvo que descender hasta lo más profundo de su ser para  que se le pueda conocer mejor, para saber lo complejo de su subconsciente. De aquí la deconstrucción que hablábamos. La locura, la fármaco dependencia, el alcoholismo, la hebefrenia, son sólo los refugios de un alma que se siente nihilista frente al mundo y que son reprimidos en la cama de un hospital, en los pasillos de un pabellón psiquiátrico, con terapias de psicoanálisis, choques eléctricos, inyecciones de insulina, etc. Este es el teatro de la vida, el gran caos de nuestra esencia humana. No sólo está Artaud fundiéndose en espectáculos extraños y perturbadores, sino, parece estar, también Naomi Ginsberg con una lobotomía, entrando y saliendo de sanatorios, y muriendo finalmente sumergida en su locura ( Kaddish ).

“Toda deshumanización / toda representación burlesca y alegórica de ti mismo / es sólo parte / de tu contradictoria naturaleza humana”. Así nos dice Heraud en el tercer acto. La esencia de la existencia humana es justamente esa contradicción de anteponer a la razón, lo complejo de nuestra inconsciencia. El entramado de acciones de nuestra propia vida donde muchas veces somos sólo personajes burlescos de nosotros mismos, de nuestro yo más profundo.

Visto este poemario como un libro total, como un corpus engranado en su estructura, su contenido temático y su lenguaje, Raúl Heraud ha logrado con aquella sutileza del poeta que conocimos en poemarios como Hecho de Barro o el arte de la Destrucción, acercarnos a una poesía contemporánea que no se limite con ser sólo un poemario de tránsito, sino un poemario de concreción de una de las más bellas etapas de la literatura peruana: La etapa de la nueva vanguardia.


 

 

 

 

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