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DESAPARICIONES

Por José Baroja



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“El periodismo consiste esencialmente en decir 'lord Jones ha muerto'
a gente que no sabía que lord Jones estaba vivo”.


Gilbert Keith Chesterton


Lo primero que desapareció de su escritorio fue una pluma con su nombre. Javiera llevaba solo algunas semanas trabajando como periodista en la capital, por lo que solía ser muy cuidadosa con todos sus artículos personales. No obstante, prefirió no darle mayor importancia al asunto asumiendo que quizá ella misma la había perdido. Después de todo, Javi, como le decían sus más cercanos, se había hecho notar tan rápido dentro del medio que, sin duda, había sumado suficientes preocupaciones como para olvidar un simple lápiz. En efecto, tras unas pocas semanas, Javiera ya había publicado un artículo tan revelador y polémico sobre la relación entre el narcotráfico y la Política que había puesto todo de cabeza. La verdad es que el editor no había revisado el texto antes de publicarlo, por lo que la censura no aplicó siquiera para una coma. Craso error nacido del prejuicio, que dio a luz un tremendo documento que se mantuvo en boca de todos durante varios días. La gente se escandalizó, no como revolucionarios, sino como quien ha leído un secreto a voces que pronto olvidará. Lo cierto es que el tiempo que fue vox populi incomodó tanto al Gobierno, y a los aludidos, que este se vio obligado a anunciar una investigación. Afortunadamente para este, y como en otras ocasiones, antes de llegar a algo concreto, un “notición” de farándula logró aplacar la noticia. Aun así, Javiera lo había logrado.

Lo segundo que desapareció de su escritorio fue una agenda con un dibujo de Charlie Brown y Snoopy; a lo que se sumó el vidrio roto de un marco donde mostraba sin falsa modestia su título de Periodista. Tal vez había sido ella misma en un descuido, pensó, sin estar muy convencida de aquello. Es posible que su agenda la hubiera olvidado en casa o en el metro, cómo asegurarlo si la memoria a veces falla, más con todas sus obligaciones, concluyó. Al final optó nuevamente por no darle mayor importancia al asunto, no en vano Javiera se había ganado el respeto de muchos con su primer artículo y, por lo tanto, ya pensaba en su próxima publicación. A propósito de esta, esa misma semana, uno de sus jefes se le acercó solo para decirle, sin tapujos y con un discurso propio de un “naco”, que tuviera cuidado. Ante esto Javiera se sintió más periodista que nunca. En los días siguientes, Javi publicó un artículo donde acusaba a mucha gente de desidia respecto a los secuestros en el país. El editor esta vez recibió la orden de no detener los textos, pero sí de avisar de inmediato sobre el tema. No preguntó el porqué, aunque meses después obtendría con dolor sus propias respuestas. Como fuera, Javiera ya no era cualquier periodista en la ciudad. Otra vez estaba en boca de todos; otra vez incomodaba.

Lo tercero que desapareció de su escritorio fue el teclado de su computadora. Rarísimo, por decir lo menos. Tras percatarse de su ausencia, después de observar meticulosamente el lugar y de redescubrir su título dentro de ese marco aún defectuoso, Javi encontró pegada en su monitor una nota, una simple nota, lo suficientemente explícita para hacerla llorar. Javiera nunca se enteraría de que quienes dejaron el papelito ya habían averiguado todo sobre su vida. Lo habían hecho en busca de algún escándalo, de algo que pudieran usar contra ella; idealmente sexual, pues todos saben que el sexo es útil para mover a  las  masas en pro de la moral. No se enteraría, eso es seguro, porque no encontraron suficiente para chantajearla. Lo que sí entendió tras leer ese pequeño papel amarillo es que su última investigación no sería terminada. Javiera palideció después del breve llanto, justo antes de salir corriendo del edificio como un alma en pena. Javi no apareció más. Javi finalmente lo había logrado.





 



 

 

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