«Los ojos son el punto donde se mezclan alma y cuerpo.»
Friedrich Hebbel
Quien entre hoy al Alemán, una de las más antiguas cantinas del municipio, es probable que ni siquiera vea a Carlos entre toda la gente que allí se reúne. Es día de pago, razón suficiente para que los clientes atiborren cada espacio del local en busca de una cerveza. Hoy hay dinero ergo hay trago. Bibere ergo sum. Hoy las visitas ilustres llegan dispuestas a empinar el codo de maneras elegantes o vulgares. Viejos maestros, jóvenes discípulos, alguna que otra chava que se ha animado a compartir con sus compañeros, incluso desafiando el machismo latente del lugar, están allí. Completan el espacio improvisados teólogos, sempiternos existencialistas, doctos nihilistas, artistas perfectos y cuanta víctima del sistema pueda existir, mezclados todos entre risas exageradas y llantos explosivos. La mayoría se miente para olvidar que mañana seguirá siendo mano de obra barata o, simplemente, que tendrá que vivir.
Carlos está allí. Quien entre hoy al Alemán y se atreva a buscarlo, lo encontrará religiosamente sentado en la misma esquina de siempre. Aun cuando para la mayoría parecerá no existir, la verdad es que todos sabrán decir dónde está. Quizá solo le temen a su propio reflejo, qué sé yo. No nos compliquemos la vida, después de todo, Bibere ergo sum es el lema de la cantina. Él, no se complica, entre golpecitos a la mesa opta por no involucrarse en nada de lo que sucede ahí. Solo observa, observa, preso de una tristeza, que bien pudiera tener infinitas razones, pero sobre la que no hay ninguna certeza. El dueño no lo cuestiona. No se atreve, como si Carlos fuera parte absoluta del inventario. Solo lo deja en su esquina, beber, seguro de que nadie lo interrumpirá en su aparente reflexión. Ese parece ser su lugar, punto.
Sin embargo, un viejo se ha acercado inoportunamente. ¿Qué pasa, pendejo? Sin duda se ha pasado de copas. Nadie más lo ha notado. Carlos, tranquilo, se ha llevado un caballito de tequila a su boca: la verdad no le sabe a nada. Luego lo ha mirado fijo a los ojos. Juan ha temblado. Ha sentido cómo su alma se quema. Ha comenzado a llorar. Las lágrimas se han deslizado por su rostro sin contención. Ha vuelto a temblar. Ha gritado de espanto ante recuerdos que desfilan frente a sus ojos. Se ha descubierto pequeño en la mirada de ese hombre, quien impertérrito ha pedido otra botella. Juan ha caído al suelo intentando escapar. Carlos bebe su tequila. No juzga a nadie desde su rincón. Sigue solo, sigue triste, allí en Zapopan, municipio de Jalisco.
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[Publicado en "Sueño en Guadalajara y otros cuentos" por TerraIgnota Ediciones en Barcelona (2023)]
Por José Baroja