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AINARA

José Baroja




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A Bianca

«Siempre hay un momento en la infancia en el que se abre una puerta y deja entrar al futuro.»
Graham Greene

Una pequeña avecilla se asomó curiosa desde su único escondite. Una avecilla tímida y asustadiza agregaré, muy consciente de su pequeño tamaño y que nunca, nunca había intentado volar. Se asomó, curiosa ante las muchas voces de niñas y niños corriendo felices y sin sentido en el patio de la escuela, cuando, accidentalmente, se encontró con los enormes ojos de Marcela. Se asustó, como es natural, pues la chamaca, al verla, no pudo contener el deseo de abalanzarse sobre ella, de observarla más de cerca y, tal vez, tal vez de acariciarla. ¡Qué lindo sería!, seguro pensó. Lamentablemente, Marcelita no consideró la diferencia de tamaños ni el impacto que causaría en los ojitos del ave capillum, nombre científico que calzaba como anillo al dedo a la existencia del pequeño animalito, que al presentir las intenciones de la niña, por más inocentes que estas fueran, y verla correr hacia ella como una hélice a punto de despegar, se escondería rápido entre los rizos greñudos de Ainara. Marcela recién entonces descubrió el rostro de esa niña, quien, sin saberlo, se convertiría pronto en su amiga.

Así habría de ser. Marcela, una niña tímida y asustadiza, quien poseía una imaginación imposible de contener por un adulto, encontraría en Ainara a su compañera y confidente, desde ese primer día en secundaria hasta el último de sus vidas. Su padre, quien cada noche le leía un cuento, desde mucho antes de que quedaran solos, le había hablado sobre esos seres mágicos que habitan este mundo para protegernos.

Unanimi sumus.

Marcelita lo creía, lo creía sinceramente, pese a que con los años sus compañeros se habían ido distanciado y que todo, todo parecía hacerse más feo entre más crecía. Quizá, obra de unos cuantos profesores, quienes, nivel a nivel, lograban contagiar a sus alumnos de una amargura curricular pensada para que, tarde o temprano, se convirtieran en «gente de bien». Por eso, solo por eso, Marcelita, al ingresar a la primera clase de ese día, se tentó a dudar, por primera y única vez en su vida, sobre lo que había visto. Esto, aun cuando su honestidad de niña la obligaba, la obligaba a mirar de reojo a Ainara, quien sentada en la última fila parecía un atalaya de serenidad. Lo que Marcela no sabía es que entre los rizos de aquella niña efectivamente habitaba un ave capillum de nombre Alicia, además de algunas flores que cuando el viento soplaba en primavera se dejaban ver pintadas con un hermoso azul. Seamos claros, ese cabello era en sí mismo un universo de realidad, un aleph, más allá de lo que creyeran o no los mayores.

—¡Marcela, Marcela, responda!—, se escuchó severamente como si un trombón viejo se adueñara de la sala de clases.

Marcelita, reflexiva ante la posibilidad de que Ainara fuera real, simplemente no supo, no supo qué responder.

—¿A qué viene a la escuela?, ya es hora de que crezcas. ¡También va para ustedes! ¡La vida no es fácil!—, se escuchó con un tono tan macabro y amargo que el silencio amenazó, amenazó con arrebatar de golpe el espíritu de esos niños si no bajaban la cabeza, si no le ofrendaban a esa mujer de infancia olvidada un acto absoluto de sumisa aceptación.

Y así hubiera sido, en verdad lo hubiera sido, de no ser porque la avecilla, al asomarse nuevamente, al descubrir la lágrima que escapaba de Marcelita, sintió la necesidad de hacerse grande, grande de verdad.

Por ello, presta como una bala voló por primera vez convirtiéndose en un kamikaze dispuesto a dejar la vida por un ideal. Al principio, Marcela y Ainara creyeron ser las únicas en ver por qué la profesora salía huyendo, mientras lanzaba golpes al aire, mientras parecía una loca de atar. No fue así, y lo comprendieron, cuando todos en ese salón comenzaron a reír, al mismo tiempo que apuntaban en completa libertad a Alicia que revoloteaba heroica sobre sus cabezas, justo antes de regresar al cabello de Ainara en un acto de humildad. Marcelita no volvió a dudar nunca más.

 


 

Imagen superior de INTI, artista chileno



 



 

 

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