El más grande será el que pueda ser el más solitario, el más
oculto, el más divergente, el hombre más allá del bien y del mal...
Friedrich Nietzsche
—Está loco —se escucha fuerte y claro, apenas descubren a Alonso, altivo y distante como siempre, caminando con rumbo desconocido, pero con una certeza que molesta, enormemente, a la mayoría dentro de esa pequeñísima ciudad.
—Deberían encerrarlo —comenta una mujer con tono reprobatorio, mientras alguien afirma que escuchó, en algún lado, que se drogaba y que por eso actuaba así.
—La autoridad debería hacer algo —afirma otra voz perdida en el horizonte.
—Qué país más tercermundista —concluye un anónimo.
No obstante, Alonso continúa con paso firme, pues anoche se ha soñado allí.
—¿Sabías que vive en la calle? —asevera con malicia una joven al dueño de un puesto de frutas, quien, sin conocerlo, asiente y juzga con liviandad.
«Peligroso», «ateo», «enfermo»... son palabras que se oyen en su camino, pero que a él no le interesan, tan seguro de sí mismo, tan claro de hacia dónde va, que asemeja más a un soldado con una misión que a un loco para encerrar.
Lejos de ahí, la señora Gladys ha salido temprano de su casa rumbo al banco. «Pueblo chico, infierno grande» reza el dicho popular; por lo que, sin duda, toda la vecindad ya sabe que es su día de pago. Menuda, de un metro sesenta a lo sumo, su ropa denota una moda acorde a lo que quiere la mayoría. La reina Isabel le dicen por su saco tweed, y quizá sea acertado, pues ella misma se siente como parte de la realeza. Como es costumbre, durante ese día, la señora Gladys será el centro de ese pequeño universo, pues ya la vieron salir con su traje lila y esa enorme bolsa.
—¡Tan esforzada!
—¡Qué pena que su marido muriera!
—¡Pobre de ella!
—¡Está tan sola!
Benditas conclusiones se repiten arbitrariamente tras las cortinas. Mientras tanto, ajeno a esto, Alonso sigue caminando lleno de certeza, pues lo ha soñado la noche anterior.
—Loco —le han gritado a causa de su descuidada apariencia y de una mirada penetrante que no se aparta del camino, nadie sabe que él tiene un horario por cumplir.
La señora Gladys ha salido del banco; casi al mismo tiempo, muy cerca, Alonso se parece más y más al Caupolicán de Darío, camina y camina.
A la reina Isabel le han entregado su pensión: mucho menos de lo que creía. En eso piensa, cuando un sujeto la detiene bruscamente: el cuchillo ha bastado para que comprenda.
Tiembla, está a punto de llorar, aun así intenta pedir ayuda, pero como por acto de magia, parece ausente a las personas que transitan por ahí. Tal vez sea magia y él una especie de nigromante que, conocedor de su invisibilidad, ha extendido su mano para arrebatarle la bolsa. Súbito los pasos de Alonso se cruzan con él; a lo que le sigue un intenso dolor en su rostro. Un derechazo directo lo ha tumbado. La señora Gladys no entiende qué sucede.
Alonso observa, sonríe satisfecho, nadie sabe que en su cabeza sólo ronda una idea y un sueño reiterado: «Desfacer entuertos». Quienes se han detenido a mirar, se horrorizan con fingida civilidad.
—¡Cuánta violencia! —dicen algunos.
—¡Asaltó a ese hombre! —dicen otros.
A él no le importa, pues la reina Isabel ahora va tranquila a su casa. Él; él tiene otra cita en la misma avenida.
Cuento incluido en No fue un catorce de febrero y otros cuentos, publicado el 2021 por TerraIgnota Ediciones, en Barcelona.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com HÉROE.
Por José Baroja.
Cuento de "No fue un catorce de febrero y otros cuentos", TerraIgnota Ediciones
Barcelona, 2021.