“Bueno, lo que hace Johnny Barbieri es dos cosas: primero, asume la voz de Vallejo en una parte del poemario, y habla como el mismo Vallejo hubiera hablado en poesía, transforma parte de estas cartas en poesía, y esto es de un valor incalculable y no todo el mundo puede hacerlo, y no todo el mundo se atreve. Hay un caso bien interesante en algo parecido, pero muy remoto del poeta norteamericano Edgar Lee Masters que va a un pequeño pueblo donde ve un cementerio, en ese cementerio hay inscripciones, pequeños datos de los enterrados, y entonces reconstruye la historia del pueblo a través de la palabra que él les da a cada uno de los muertos. Bueno, entonces lo que hace Johnny en la primera parte de su poemario es colocar epígrafes reales de las cartas que Vallejo dirige a Pablo Abril de Vivero y con ese epígrafe va desarrollando un poema con una suavidad notable, es una cosa que viene del impresionismo de Georg Trakl, un gran poeta austriaco, decir las cosas más terribles con las palabras más suaves, eso sería, en resumen, y eso es lo que hace Johnny Barbieri en la primera parte de su poemario que yo celebro de forma entusiasta. Y en la segunda parte del poemario, cambia la voz que escribe los poemas, en la primera Johnny se ha metido en la personalidad de Vallejo y habla como el mismo Vallejo hubiera querido hablar, pero en la segunda parte complementa eso con su propia experiencia parisina, recorriendo los lugares sagrados para los peruanos en los que estuvo César Vallejo, esos poemas que son la voz misma de Johnny ya sin intermediación posible son también extraordinarios, yo creo que esta combinación de dos voces, una de Vallejo y otra del propio Johnny, en la voz misma de Johnny es lo que motivó al jurado por unanimidad dar el premio a este poemario que a mí francamente me ha conmovido.”
(Marco Martos)
Salgo a la calle al instante a ver un individuo que se me escapa.
(París, 30 setiembre 1933)
XII
La rue Molière al frente en un empozado de incertidumbres.
Yo estoy alrededor dando vueltas hasta tocar fondo,
estoy rumiando sentado al filo de las vociferaciones.
Todo se escapa,
el tren de la inexistencia que no llega jamás,
la mujer que a duras penas me acompañó en las
horas más tristes,
el viernes se escapa para ser sábado.
Tras la ventana hay sol y hay castaños
creciendo sin mí,
hay una batalla que no gano nunca,
un barco semivivo empotrado frente a mis ojos,
la casa está acuchillada por todos lados,
una bocanada de ternura es lo que apenas ansío,
pero solo hay sogas,
un toser rastrero que me lleva hasta el lavabo
para echar los bronquios
y quedar hecho un obtuso,
una sombra de esas que ya no tienen formas.
Ser la distorsión,
la ropa colgada en el perchero
simulando el espectro que espera,
la vil mano afilada que nos enviste.
Todo se escapa menos este puñal aullante,
este rendez-vous lleno de ausencias,
la tarde nos sumerge al otro lado que se cierra,
ya no hay vuelta atrás,
solo queda el crepitar de los trapos
y ese vocear a dos dolores inevitablemente.
IV
Tal vez no alcance a ser pájaro,
solo sea la ventana huida,
aquella ventana con sus dos ojos prófugos,
y esa luz tenue, misteriosa.
Aquella ventana inconclusa hecha de indefensas miradas
que solo existen para mí.
Tal vez no alcance a ser las mil flores que crecen
en el jardín,
solo sea la mano nerviosa eternizada a un movimiento
imperecedero sobre el papel.
Afuera no hay límites solo ruidos extraños que dejamos pasar.
Tal vez no alcance a ser la hoguera en invierno,
solo sea el paso que va sin destino,
el abrir y cerrar de ojos cuando sienta alguna presencia
en esa ventana que a ratos me hinca con su mirada,
o solo sea la otredad que huye,
la pesada mano que se aferra al filo de la vidriera
que se rompe.
(Vivía en el Hotel de Richelieu con Henriette Maisse. Al frente una jovencita lo miraba desde su ventana. A ella le impresionaba su figura exótica que parecía irradiar una luminosidad que nunca antes había visto. El ser predestinado, años más tarde, llegaría a ser su esposo.)
VI
He andado de a dos en París.
He comido de a tres un plato de espaguetis con salsa roja
que debí haber comido hace años.
He bebido un vaso de leche caliente y he sobrevivido de a uno
a las embestidas de la soledad.
En la Place de l’Étoile nos hemos dividido en doce,
Yo en cuatro pájaros,
Tú en cuatro rodajas de naranjas
y Él en cuatro líneas del metro que ansiamos tomar pronto.
Caminamos por la Champs Elysées hasta el azul,
hasta esa luz azul en el horizonte que nos indica
regresar a casa,
a esa habitación sin piedad que llamamos casa.
A través de la ventana miro París que se maciza de a poco
haciéndose cada vez más implacable,
oigo el piano a la distancia que me lleva a una boite de nuit.
El muro es frío,
las calles son crecidos muros que me contienen
y que se desploman dentro de mí.
(A los dos meses de haber llegado a Francia, Vallejo conoce en la Legación peruana al músico Alfonso de Silva. Fue él quien le muestra las bondades de París y quien posteriormente llegaría a ser uno de sus amigos más entrañables. Poesía, música y pobreza se unieron en sus vidas desde entonces.)
V. Visitando el Père Lachaise
90 La muerte es de cal.
Un arco de mármol abriga el pequeño espacio
hacia donde llegaremos algún día.
Recorro cien vértebras de granito,
lápidas que se agrupan conteniendo
95 todas las muertes.
Un árbol espectral crece hasta alcanzar la diestra
del infierno.
El camino es sinuoso,
las raíces van tejiendo sus cercos hasta devorar las tumbas.
100 En medio de aquel nido de cal
espera el silencio,
las gárgolas con sus ojos fríos
nos miran desde todos los lados,
los pasos perdidos nos han llevado
105 al centro del final,
tumba a tumba
como si se movieran por instinto,
cada enramada de muerte,
cada roca enverdecida por la lluvia,
110 los pasos exactos se despliegan
cómplices de aquel espacio que nos
sostiene en vilo.
El cementerio parece tomar vida,
yo lo veo en aquellos cuervos que nos miran
115 como si nos conocieran.
Un monolito de piedra en medio de un cuadrante
de yerbas agonizantes.
Un árbol ahorcado en su soledad.
El Père Lachaise deletrea sus muertos,
120 no hay premura,
solo existe la espera y la enmudecida
contemplación de la MUERTE.
VI. El Sena lo es todo
El Sena contiene todos los ríos.
El Sena es dadaísta si lo ves desde el Pont Neuf
125 comiendo un croissant por la mañana.
Todos dicen que es el Sena pero yo solo veo un árbol caído
donde anidan pájaros.
El Sena es una llamarada que trae humo en vez de agua.
Hay pequeños barcos perdidos y una torre de hierro
130 trenzada a su suerte que la vigila. Es su guardián.
El Sena es surrealista si lo ves desde la Place Aragón
sentado en una de sus bancas bufando de frío.
La Isla Saint-Louis la contempla siempre con ojos
deslumbrados.
135 A su paso va dejando semillas que crecen llenos
de esplendor.
El Sena se mueve a pedal, al sonido de un tamborilero
que pide limosnas en la rue Saint Denis,
le ofrezco un libro de Prévert, me mira a los ojos
140 pensando que soy Prévert.
Extraño andar a su izquierda,
caminar a su lado bajo la lluvia rehusada
a mojarme.
Abro y cierro los ojos, el Sena es Celan
145 arrojándose del puente Mirabeaud
con sus bellos delirios.
El Sena acompaña al clochard que estira cartones
y duerme debajo de un puente a la buena de Dios.
Todos se estremecen ante el Sena.
150 Yo solo soy su desecho.
VIII. En el Louvre
Una perspectiva de volumen sobre una mesa medieval
es el Louvre.
180 Una acuarela con colores degradados y
un cuadro de Chagall es otro Louvre.
La pata de madera de un caballete viejo que sostiene
un óleo de kandinski y la mujer que la mira es el Louvre.
El seno desnudo de la Maja, la mesa con frutos frescos,
185 la copa de vino tinto que tomaré a orillas del Sena es el Louvre.
Un rayo de sol, una turista japonesa que me sonríe mientras
contemplo la Venus de Milo es un pedazo de Louvre.
Aquel viejo pintor en la Place du Tertre que me ofrece un óleo
barato es otro pedazo de Louvre.
190 Las gárgolas del Notre Dame que parecen acecharnos,
un Delacroix es otro Louvre.
La mesa que se mueve, los jarrones chinos, el marco dorado,
el policía de seguridad que me observa,
el Gauguín del Orsay es el Louvre.
195 Las bancas del Palais Royal con nombres de poetas,
la Isla San Luis y la plaza Aragón es un pequeño Louvre.
Yo observo el atardecer
con un libro de Reverdy en la mano
y con todas las ganas de beber un Château Margaux
200 para aplacar el frío
¿sería eso acaso otro Louvre?
El pájaro que vuela,
la rubia que se sienta a mi lado y que posee los mismos ojos
que la Gioconda,
205 la gente que me rodea,
la guía con su radio en la mano haciéndome señas
y ese tren que se va sin mí es el eterno Louvre.
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Johnny Barbieri (Lima, Perú, 1966). Ganador del premio Nacional de Educación HORACIO 2003, el premio de poesía Taiwán 2011 y el premio Copé de oro de poesía 2019. Fundador del grupo poético Noble katerba (1990) y el grupo nihilista La Mano Anarka (1995). Estudió Lengua y Literatura en la Universidad Nacional Federico Villarreal y Sociología en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha participado en Encuentros Internacionales de Poesía en Perú, Chile, Cuba, México, Colombia, Argentina y Bolivia; así como en presentaciones personales en España, Francia e Italia.
Su obra comprende: Branda (1993), El Libro azul (1996), MAKA (1999), Jugando a ser Dios (2000), Carne de mi carne (2002), La Virgen negra (2003), Libro Hindú (2005), Yo es otro (2007), La Edad de oro (2010, cuentos), Corazón de abril (2011), Pampa de perros (2012, novela), Rotos todos los cabos (2013, antología poética), Bandera de herejes (2015), El Cabaret verde (2016, cuentos), El Hijo rojo y otros cuentos (2018), Madre América (2020) Expediente Vallejo (2020) y Sol rupestre (2021).
Hizo una Maestría en Literatura Peruana y Latinoamericana en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez
Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com
EXPEDIENTE VALLEJO /Johnny Barbieri.
Ganador del Premio Copé de oro 2019.