La policía a veces inventa más de lo que descubre.
Napoleón I
Duele. Quisiera no sentir este dolor. No, mientras escribo acerca de él. Pero lo siento. Siento el puño hundiéndose en las costillas de Álvaro. ¡Pinche dolor! Es una sensación extraña. Sabe que los nudillos caerán sobre él, por eso intenta contraer los músculos, atenuar el golpe. Sin embargo, el muy cabrón sabe dónde golpearlo. El dolor tarda solo unos segundos. Él intenta no gritar. Cede. Rápido le cubren la boca, echan su cabeza hacia atrás para darle un trancazo en su estómago. Profesionales… saben cómo convertirlo en una cosa sin alma. Simplemente saben cómo causarle dolor. Dolor que crece a la par del odio en ese cuarto. Sé que esos dos no tienen nada contra él, pero sus superiores les han exigido un culpable. ¡A sus órdenes!, nada más.
Boris es el más descontrolado de los dos. Entre insultos le ha escupido a Álvaro como si lo culpara por existir. Augusto, el más antiguo, hace muecas, mientras humedece algunas pocas toallas.
—Para los cardenales —dice persignándose, tal como le enseñó su madre que lo hiciera.
Le parece necesario pensar en la cruz, pues si calla la zurra será horrible.
—Su trabajo, nada más —murmura arrojándole un paño a quien ahora parece un gorila desenfrenado.
Ha cubierto el rostro de Álvaro. Lo ha golpeado en la cara. Casi lo ha botado de esa silla en la que permanece esposado desde hace ya seis horas. El odio crece en busca de agradar a la omnipresente cadena de mando. Probablemente algún político duerme plácido en su casa esperando los resultados.
A las ocho de la noche detuvieron a Álvaro y a un amigo sobre el que él no sabe nada. Habían salido a dar una vuelta antes de comenzar la guardia de esa noche. Tres sujetos los subieron a un carro oscuro apuntándolos con una pistola. No vieron sus rostros, pero los reconocieron como policías; igual que ellos. El resto ya lo conoces. Boris se ha pasado. Sangre ha caído sobre el suelo. No es la primera vez. Solo una pausa. Una voz surge desde la esquina del pequeño cuarto.
—Confiesa que fuiste tú y se acaba.
La prensa exige un culpable, punto. La verdad aquí parece accesoria. Álvaro era la mejor opción. Pero no confiesa, porque sabe que no tiene nada que confesar. El final parece alejarse de este cuento. No. Su compañero se ha rendido.
(*) Publicado en No fue un catorce de febrero y otros cuentos (TerraIgnota Ediciones: Barcelona, 2021)
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DOLOR
Por José Baroja