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Patrimonio - 2007 | index | Jaime
Bristilo Cañón | Autores |
CAMPO
SANTO
LIBRO
PARA EL BUEN MORIR
Jaime
Bristilo Cañón
DOLIENTE
Estar
entre las cosas como un pasar de luz
Acontecer en un minuto que parece toda
una vida
Aún conservamos la salud, aunque precaria
Las agujas
se llevan el tiempo de la bomba que sabrá estallar
A qué
hora despierta ese niño, caramba
Duerme una eternidad si padecemos dolores
irresistibles
Abandonados huérfanos frente al televisor
Transmitimos
pesadillas en jornadas por saldar
Vivir la vigilia en permanente contradicción
Soñar
que se encuentra lo que no se sabe que se busca
Acontecer una vida que
detona en un minuto
Estar entre las cosas sin poder ser una cosa más
QUIROMANCIA
Una
prostituta recita de memoria en un cabaret
Yo leo su mano sin idea fija
Muda
entre poemas que perdieron asunto
La palma de papel sobreabunda como una nevazón
El
futuro es auspicioso mas llora sin consuelo
Sabe que no hay palabras en tal
página
Desde sus manos y mi boca final este verso
Vuelve a dejarse
caer en un salto directo al vacío
OBRA
DE MANO
Los papeles arrojados al suelo
Vienen días,
van en desparpajo
Hojas arrugadas bajo marcas de pasos, ruedas
Silla
invasora
La tierra se acumula sobre el verso hasta que deja de agitarse
Los
pianos tocan en blanco y negro un mismo tiempo
Días. En desparpajo
Mirada
de lince por un segundo, las cosas cobran
El sentido que pretenden mantener
desde ya para siempre
CAMPO
SANTO
Hoy he visto pasar el cadáver de mi enemigo
Sus
puños crispados en llamas maldijeron el castigo de encontrarme
Caduco
empujaba un carro pictórico de abarrotes
Pertrechos de guerra con evidente
fecha de vencimiento acaecida
La historia cobra sus víctimas
Estrafalaria
y frenética repite caprichos con nombres de primer cartel
Incapaz
de verme a los ojos
Ha perfilado un gesto de acritud envejecida
El odio
golpeaba su cara contra los muros de mi campo santo
Camino a su casa de fachada
blanca escandalosamente sordomuda
Hoy he visto pasar el cadáver
de mi enemigo
A diferencia de su albergue sin ventanas hacia mi última
morada
Aquí no cultivamos podredumbre sino flores que brotan alegres
desde el más allá
III
Los
niños no saben de su vida qué hacer
Juegan al grande
A
la casita
Dan solos la vuelta por la manzana
Ven caras desconocidas
Se
miran mecánicamente entre sí
Agitados se toman las manos
Hasta darse cariños nuevos
Convulsas pierden y ganan las palabras
Pródigos terminan llamando con gritos a mamá
V
Rabia,
un perro tuerto
Vaga y olisquea
Muestra los dientes
Afila el aire
con un gruñido
Miedo, el niño tiende a correr
El perro
se abalanza
Trunca esa carrera
El niño protege su rostro
Rabia,
el perro no ladra
Es ciega su ira
Profunda la marca en el brazo
Del
amo que nunca tuvo
Hay
momentos primordiales en la poesía chilena cuando la muerte y la agonía
se presentan como invitadas en las habitaciones de palacio e irrumpen en el sesgo
de los días. Pienso en Contra la muerte
de Gonzalo Rojas, en Arte de morir de Óscar Hahn, El cumpleaños
de mi sombra de Luis Vulliamy, en Poemas renales de Jorge Torres, y
otros más.
Creo que algunos puentes se entrelazan con Campo santo:
libro para el buen morir de Jaime Bristilo Cañón. Desde la poética
del autor podemos afirmar que se trata de una poesía repleta de instantáneas,
atenta a la bofetada de la pupila y profundamente estremecedora. Poesía
que merodea y gravita, que busca voluntariosamente en los señuelos de la
memoria, que lleva en su morral el silencio de las lápidas, todo ello para
ser leído entre las calles de esa gran ciudad en ruinas que nos habita.
Por
ello, concibo este libro como un viaje a las latitudes de la noche o más
bien como una casa con las puertas y ventanas abiertas a la visita de todos los
vientos. De pronto su mirada se torna irónica y punzante, y los dolores
de la existencia amalgaman su rapsodia con un gesto coloquial, siempre lúcido.
"Caballo
de tiro / En qué montes arrastras ahora / Tu carreta de preguntas, esos
gritos y sus ecos" dice en un notable poema titulado "Réquiem
del coirón". La poesía de Jaime Bristilo manifiesta a ratos
un gesto deconstructivo, una visión donde las incertidumbres del decir
poético están asumidas como condición fundamental para navegar
en los océanos del lenguaje, aunque el lector certero también captará
que de pronto asoma en su carta sinóptica una voluntad luminosa y prometeica
por entender los signos de esta modernidad de utilería, tan adversa como
impuesta. Parafraseando a Blake, en este libro el logos y el thanatos se han unido
en matrimonio, mientras se observa pasar el cadáver del enemigo y el más
allá se concibe como una postal empañada, un letargo desdibujado
por la memoria.
Así veo la misteriosa grandeza de estos versos, como
un complejo imaginario de voces donde se percibe la metáfora desgarrada
e intensa de quien ha transitado como un peregrino silencioso por las geografías
de la muerte.
Óscar Barrientos
Bradasic
Punta Arenas, invierno de 2006.