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Señor de la miel. En el país de los naufragios
Javier Bello, Los grandes relatos. 125 pp. Santiago: Cuarto propio, 2015.

Por Magda Sepúlveda Eriz
Pontificia Universidad Católica de Chile
msepulvu@uc.cl


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El sátiro Marsias y el dios Apolo disputan sobre quién de los dos es capaz de realizar la mejor pieza musical. El sátiro comienza tocando una flauta. Apolo asume el debate tañendo la lira. Las musas dan por ganador a Apolo, cuyo premio consiste en hacer lo que desee con el perdedor. Apolo decide sacarle la piel a Marsias y clavarla a un árbol. La disputa entre el instrumento que requiere soplar y el instrumento que implica pulsar o frotar para producir la vibración se resuelve a favor del sonido producido por las cuerdas. Con ello, Apolo y lo apolíneo triunfan sobre el orden dionisíaco del sátiro. Javier Bello, en su libro Los grandes relatos retoma al personaje perdedor del sátiro para polemizar con el orden secuencial de lo apolíneo.

El personaje del sátiro tiene grandes orejas lo cual es una metonimia de su capacidad de escuchar. La voz del sátiro, creada por Bello, nos dice lo que escucha esa oreja. Pero esto es un desafío para el lector, pues nos pide desarrollar esas orejas. Hagamos una prueba. ¿Imaginan ustedes los sonidos referidos en este poema? : “silba el pecho en los enfermos / […] las cosas electrificadas sisean en las mantas / […] el susurro del sobajeo / […] /escucho los tabiques temblar / […] / perdigones inciertos los escucho“ (77-8). Decíamos imaginar esos sonidos, tales como el ruido de una reja electrificada, el aire en los tabiques nasales, el pecho de los enfermos o el roce frotativo de dos cuerpos, porque las imágenes de Bello son sonoras. Esta poesía está elaborada desde las orejas del sátiro. El desafío para el lector apolíneo es atender menos a lo semántico y desarrollar su imaginación sonora.

La voz del sátiro da testimonio de la situación de Chile, pero desde la oreja, no desde la imaginación visual. Ya que hemos ampliado nuestra imaginación sonora, podemos percibir a qué aluden estos versos: “Andaba de paso sin oídos, en el país poblado con fosas desnudas (61), “el peso de los sacos acompasadamente lejos[…] traen lo que dejan, lo que arrastran, al borde de la aguja y del agua” (36), “los silbidos insisten como vena cortada” (36), “di el esternón, una tuba recién ordeñada” (50), y “hemos llegado al país de los naufragios y las invocaciones” (27). Los lectores podemos imaginar el sonido de una tuba, pero producido por un esternón destruido o el silbido de los sacos cayendo con cuerpos de los aviones. Incluso de los sacos entrando en el agua, en el sonido “glu glu” imitado en “al borde de la aguja y del agua”. Ya sabrán ustedes que Bello está testimoniando el país de los cuerpos lanzados al mar, pero desde un horizonte de codificación sonora.

Para un lector atrapado en lo visual, Bello complementa sus alusiones sonoras con imágenes visuales, en las que funde la catástrofe chilena con el genocidio nazi. De esta manera, los lanzados al Océano Pacífico: “Los difuntos […] dialogan al fondo del mar con las esponjas, los cefalópodos y las estrellas errantes” (70) están en secuencia con los asesinados en los campos de concentración nazi, los llevados “en el tren sin regreso” (117), como ese “alguien entra en la cámara de gas sin entender el lenguaje de señas” (117). Los grandes relatos , como la modernidad han generado estas matanzas, de manera que la lógica apolínea puede programar a través del lenguaje un contenido de terror, de ahí que Bello proponga volver al espíritu dionisíaco de la música.

El sátiro no tan solo escucha el sonido del dolor y del horror, también tiene orejas para el placer, por ejemplo “la queja abre el diccionario de silbidos” (17) “las cuerdas tensan la ingle” (17). Bello describe el placer de hombre con hombre: “puedo besar la red de la quijada” (30) o “el que amo en el hojaldre se despeina” (30). La relación homosexual es llamada “el vicio anfibio” (79), en atención que la subjetividad masculina puede acceder a las tierras femeninas. Por esa oscilación lo homoerótico también es expresado como “puedo rastrear la herida de lo ambiguo” (30), haciendo referencias al cruce de fronteras que rompe la separación tajante entre hombre y mujer.

La descripción del amor homoerótico va desde las metonimias del acto sexual, como “la cánula de los caminos tiene una cita con la tibieza” (38), hasta las metáforas hiperbólicas del valor del semen. Este fluido es nombrado como la miel, en virtud de asignarle propiedades de líquido de los dioses, al nombrarlo en la sintaxis: “señor de la miel” (12), “las manos en la miel” (22), “el libro de miel” (25), “la moneda de miel” (70), “la miel que abre los dedos, las líquidas alfombras que cubren el hígado” (41), entre muchas menciones. El hígado está pegado a la espalda del amado, para verter la miel en esa coda corporal.

La metáfora de la miel está estructurada sobre una frase cliché, a saber ,“tirarse al dulce” y por ello me parece central en el libro, pues el lenguaje denso y barroco de Bello tiene dos pilares, la frase común sobre la que trabaja su retórica abigarrada y la imagen sonora. “Tirarse al dulce” indica una seducción que provoca la misma sensación de gozo que el azúcar. Otra metáfora construida de igual es “su olla de arroz” (14), tras la cual está la frase el cliché “se le quema el arroz”, aludiendo al fuego de contacto entre el cuerpo del arroz y la olla, calor que se transfiere al tacto entre dos cuerpos masculinos. La miel está asociada al dominio masculino, recordemos que Zeus y Dionisios fueron alimentados con miel, adquiriendo por ella la potencia sexual referida en Bello.

Las orejas del sátiro escuchan los sonidos del horror y del amor homosexual. Y no sólo ello, el sátiro también escucha música que alude a ambas situaciones, por ello en su voz se citan canciones que ahondan en estos tópicos. Por ejemplo, para el horror cita en “Strange fruit” popularizada por la cantante afroamericana Billie Holiday en 1939. La canción habla del cuerpo de un afroamericano que cuelga de un árbol, tras haber sido linchado, oponiendo este horror a la imagen bucólica del sur de Estados Unidos. "Strange Fruit": “Southern trees bear a strange fruit / Blood on the leaves and blood at the root / Black bodies swingin' in the Southern breeze / Strange fruit hangin' from the poplar trees / Pastoral scene of the gallant South / The bulgin' eyes and the twisted mouth / Scent of magnolias sweet and fresh / Then the sudden smell of burnin' flesh / Here is a fruit for the crows to pluck / For the rain to gather, for the wind to suck / For the sun to rot, for the tree to drop / Here is a strange and bitter crop”. La segunda estrofa, se dice: “Pastoral escena del galante sur /los ojos abultados, la boca torcida /el aroma de las magnolias, dulce y fresco/ y de pronto el olor de la carne quemada”. Si Billie Holiday es citada para el horror, para el amor se usan textos de Agustín Lara, como “Noche de ronda” que da título a un poema. De esta forma, el sátiro se introduce en la cultura, por la música.

El poeta se define a sí mismo no cercano a Apolo, el que toca instrumentos de cuerdas, sino a Masias, el sátiro que hincha sus mejillas y sopla. En su arte poética se pregunta, “¿Quién soy yo[…]? (15) y responde con otra pregunta ¿El silabador del trueno? (15). Eso eres Javier Bello, productor del sonido que emite una masa de aire calentada por un rayo al chocar con el aire frío. Contradictorio, escuchando los muertos acuáticos, pero tú estando vivo; amando y dejando espaldas que no pueden irse porque la miel unta los cuerpos y en la escritura todo lo vivido y lo ido retorna para habitar en el poema.



 


 

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