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Sobre el libro «Encerrar y vigilar, escrituras bajo amenaza».
Alberto Moreno y Samuel Ibarra editores, Marciano Ediciones, 2020.

Por José Bengoa



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La poesía “necesaria como el pan de cada día, como el aire que exigimos trece veces por minuto”, cantaba el poeta y se me viene a la memoria al leer este precioso y a la vez perturbador libro que han compilado Alberto Moreno, querido ex alumno y amigo, y Samuel Ibarra. Es en primer lugar un hermoso libro, una caja de sorpresas, de dibujos, de fotografías curiosas y de autoras y autores, poetas de las más diversas tendencias. Vale la pena leerlo. Porque la poesía construye realidades. Es su trabajo. Hacer de las palabras una nueva mirada. Si no veamos lo que han sido los y las grandes poetas, mejor que poetizas (fea palabra) en este país. Gabriela se adelantó a su época y hoy aparece diciendo cosas que podrían haber surgido en la Plaza de la Dignidad. Miles de jóvenes se transformaron con el “sube a nacer conmigo hermano”, de un Neruda cantado por los Jaivas. Y a quien no le ha dado hambre al leer a De Rokha, y rabia al escucharlo gritar contra los Licanteninos de mierda, que le han hecho una enorme y fea estatua al borde del rio Mataquito. Porque hemos tenido grandes poetas, mujeres y hombres, y también otras y otros que no aceptaron siquiera esa distinción, a mucha honra. Es que “escribir es acompañarse” dice Martín Hopenhayn, y eso es verdad. Es un camino de hacer comunidad. De juntarse en torno a las palabras. Porque estas no son ruidos, ni sonidos absurdos, flatus voci como decían los antiguos.

Y en este libro se va hablando de lo que nos pasa, de lo que somos, de lo que quisiéramos ser. Y hay intranquilidad. Son letras intranquilas. Porque como dicen los compiladores existe una “saturación de la realidad”. Y es así. Pero agregaría al subtítulo que dice “escrituras bajo amenaza” un plural, ya que creo que las amenazas son muchas y vienen de los cuatro puntos cardinales y de arriba y de abajo, como las balas locas que aterran a las personas en las poblaciones. Porque “poesía y revuelta” nos dicen con razón, resultan solidarias. Bien dicho por cierto que “la poesía es apropiación de lo desposeído”. Da para pensar. Da para trabajar. Permite un horizonte de apropiación a través de la palabra que se irá transformando en asuntos específicos, miradas nuevas, paisajes que no habíamos visto, personas que han sido invisibilizadas y que aparecen en la voz de los poetas.

Porque estos días, meses e incluso años, hemos tenido “días en que tú no sabías si el sol se equivocó al salir o al entrar” nos dice en forma maravillosa David Añiñir, el autor de Mapurbe. Y es así en nuestra experiencia. Días en que la mañana y la noche se pegan a la piel de modo mezquino. Es una experiencia que se reitera en los poemas de este libro. Y nos da enseñanzas brutales que aún no somos capaces de procesar como dice Jorge Diaz: “La pandemia nos enseña que es muy posible nuestra extinción” y nos debería enseñar agrega a no ser presumidos, a no creernos indispensables en este mundo. Pero al parecer no se sacan esas enseñanzas; seguimos pegados a la estupidez.

El libro va desgranando experiencias de las poetas y de los poetas sobre su vida en estos años. Mónica Montero nos habla del “miedo a perder la cordura” asunto del cual muchos tenemos miedo, o hemos tenido esa experiencia, probablemente. El viento somete a Gregorio Fontén a un estremecimiento y Marcia Mogro se ve acosada por esta vida de mierda a la que hemos llegado, sin quizá proponérnoslo. César Millahueique, gran amigo y poeta, describe con duros trazos lo que ocurre en su población. Duras imágenes y que suenan a verdad. “Me pierdo en el dolor de tus golpes,” afirma con fuerza sutil Angélica González Guerrero, o Soledad Fariña señalando sus experiencias dolorosas. O Verónica Zondeck. que afirma volar en esta vida en dirección desconocida. “Tengo un incendio en mi boca” dice Pavella Copolla en una imagen fuerte de lo que le ocurre y que nos pasa a muchos también.

Todas estas experiencias llevadas a la palabra van construyendo el mundo que nos toca vivir. Mundo lleno de colapsos, acosos de todo tipo como el conjunto de siglas apabullantes de Felipe Cussen, marcas, siglas de instituciones que nos matan, que también despreciamos, pero de las que no nos podemos muchas veces despegar, sacar de encima. Hay mucho de audacia, nuevas escrituras, dibujos hermosos y curiosos, fotografías, en fin, un libro lleno de sorpresas. Propio del mundo en que estamos, de las “amenazas” con plural. Porque debo terminar con algo de optimismo. Las amenazas van siempre acompañadas de oportunidades según dicen y nos ha enseñado la vida. Y por el otro lado las oportunidades no están exentas de amenazas. Así es la vida que nos ha tocado.

Cuando era joven vimos resplandecer el camino al socialismo en Chile. Fue una fiesta. Esos años han sido los más hermosos de mi vida. La poesía andaba rodando por las calles. Yo era de Valparaíso y ese 4 de septiembre en que ganó Allende, fuimos de noche al Muelle Prat, junto a los botes que se balanceaban en la poza, como se le llama a esa parte de la bahía. Salió una guitarra y se cantaba quedito. Éramos felices y sabíamos que esa alegría podía durar poco. Y así fue. Duró casi tres años y vino después el horror. La historia va y viene, entre amenazas, pandemias, felicidades y horrores.

Pero no hay que bajar los brazos. Cada vez que se abren las Alamedas, somos un poco más humanos. Las poetas y los poetas son las y los encargados de recordarnos, de crear nuevas ilusiones, nuevos mundos. Eso es maravilloso. Felicito a los compiladores por este hermoso libro.

Diciembre, 2021

 

 




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Alberto Moreno y Samuel Ibarra editores, Marciano Ediciones, 2020.
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