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Soy el astronauta que regresó de otras ciudades del planeta

Por Javier Campos

 

Me gustaría en estas cortas páginas relatar el substrato o las materias primas que me permitieron construir todo este imaginario que yo llamé El astronauta en llamas.
           
Como se sabe -y esto los críticos y los estudiosos lo entienden muy bien- que lo que el artista puede decir conscientemente sobre su obra, sin embargo esa propia opinión  puede a veces contradecirse con la obra misma. O sea que yo creo que los artistas –y quizás más que nunca en los ahora comienzos del tercer milenio y en un mundo de Globalizacion desigual- no poseemos la explicación total de lo que hacemos. Y en este juicio no asumo que la creación artística nos viene del cielo o del Olimpo o de fuerzas desconocidas. Más que nunca estamos ante una crisis del artista (especialmente los poetas) porque lo que ha ocurrido a partir de lo 90 –el gozo desigual de la Globalización, la revolución de las comunicaciones digitales y cibernéticas que ha roto las fronteras de todo tipo, y el flujo de inmigraciones continuas donde las naciones se descomponen en otros imaginarios-; todo aquello está afectando de una u otra manera en qué y cómo poetizar  estos momentos del fin de la modernidad tardía. Por ejemplo, creo que algunas recientes obras poéticas chilenas dan cuenta de eso
           
Sin duda, los artistas, como ya se sabe,  trabajamos con un imaginario que está construido de muchas influencias interconectadas y de las que podemos dar cuenta sólo de una manera dispersa en un conjunto de poemas.  Pero siempre intentando que aquel imaginario se plasme en una forma coherente donde, por cierto,  la manipulación del lenguaje buscará finalmente darle una realidad. Por eso que el crítico, para mí, sigue teniendo aún la facultad de explicarnos esa construcción imaginaria. Sigue siendo un viajero que iluminado o a ciegas -como un arqueólogo impaciente- va destapando capas de la obra y que, a lo mejor, la última capa (si es que hay una última)  sea la del propio crítico.
           
Este imaginario, metafóricamente, yo lo asocio algo así como a un disco duro que está en alguna parte. Especialmente entre mi cabeza y mi corazón. El que posee una multiplicidad de información acumulada y el cual sigue llenándose cada día de más y más información. Lo que yo he hecho en este libro, escrito durante 20 años, es darle una forma escrita a lo más dominante. A lo que con más fuerza ese imaginario mío me obligó a ordenar en la forma de un poema o una unidad de poemas.
           
En mi caso, toda esa información que hay en ese imaginario/disco duro, está constituida por el siguiente orden, sin duda muy disperso, cuyas combinaciones insospechadas provocaron todos estos poemas. Allí, por ejemplo, está (o debe estar) mi propia biografía: viví hasta los 26 años en Chile y luego partí, en 1977, hacia el Primer Mundo. Diez años después regresé por un mes, en 1986, a este país. Ese mismo año apareció la edición de mi segundo libro, La ciudad en llamas, gracias al poeta Omar Lara quien comenzaba recién sus ediciones LAR. En agosto de ese año se hizo el lanzamiento de aquel libro en la SECH (Sociedad de Escritores de Chile). El libro lo presentó en esa ocasión el crítico Martín Cerda, hoy fallecido. Desgraciadamente yo no tenía ninguna grabadora a mano para haber recogido su presentación. Apenas logré tomar unos apuntes dispersos. Pero siempre recuerdo que, quizás por los tiempos que corrían, jamás Martín Cerda usó allí, refiriéndose a ese libro mío, el término “exilio” sino el de “extranjería”. Pasando el tiempo, creo que Martín Cerda apuntó a un término preciso que para mí es el que mejor refleja la condición de vivir fuera del país.

Pero este libro, El astronauta en llamas, puede que resuma en sus 61 poemas, lo que fue esa experiencia en  “la extranjería”. Ese salto desde una lejana provincia chilena al espacio de lo otro. Al mundo de la Cultura de la Imagen. El territorio de los colores y los olores diversos como diversa era/es su gente. Ese mundo fue también el que me abrió las puertas a los universos llamados El Caribe, Brasil, los Hispanos en EEUU, América Central, la Región Andina, o a ese... “México lindo y querido”. O sea, la diversidad en otras diversidades. Fue en ese Primer Mundo donde los automóviles me parecieron siempre naves espaciales volando por sus alucinantes autopistas. Quedé maravillado por las antenas de TV de las casas apacibles del suburbio norteamericano, parecidas a discos electrónicos apuntando hacia otros mundos, allá arriba en alguna parte del Universo. En esos lugares me encontré con amigos exiliados de diferentes países de América Latina, reunidos secretamente a veces, queriendo unos con desesperación volver a su patria.  A otros, en cambio,  los atacaba como un resfriado interminable una prolongada nostalgia. Esa nostalgia yo la veía siempre en algún abatido sudamericano, en un desolado cubano o marginado puertorriqueño, quien por las ventanas de su casa (arrendada) allá en San Francisco, Montreal, Madrid, Miami, Suecia, Moscú, Holanda, Berlín, o en algún barrio del Bronx en Manhattan, contemplaba sólo los jardines de su casa del pasado. Allá también, en la extranjería, se quebraron familias enteras: muchos hijos se separaron de su padre. Amargura que personalmente expresé en la parte IV del libro, en la sección “Recados infantiles escritos desde la nave espacial”. También en El Primer Mundo florecieron amores nuevos que se fundieron con la imagen del amor romántico/bolerístico y tanguero sudamericano, mexicano, cubano, puertorriqueño que muchos llevábamos marcado a fuego. Se fundieron esos nuevos amores, algo así como en un delicioso oro derretido que bajaba y subía como llama helada por los cuerpos, apretándose en una gozosa muerte. Afuera en tanto, caía la nieve o pasaba una primavera húmeda o nos consumía el calor desesperante de otras tierras, o veíamos a un muchacho rubio pasar veloz en su carro rojo descapotado, mientras las luces de los avisos comerciales de las carreteras lo transformaban en un  ángel bellísimo, igual que esas imágenes del film “Terciopelo azul” (“Blue Velvet”, 1986)  de David Lynch que aún me persiguen como los “Blues” del maravilloso grupo musical “Cowboy Junkies”. La vida cotidiana era/es en El Primer Mundo una gran mega pantalla (término que usa mucho ahora el Sub. Comandante Marcos) que nadie, ni menos el artista emigrado, podía dejar de ver porque éramos también actores/espectadores de ese film sin final. Porque así también se ha construido mucha de la literatura hispana en los Estados Unidos y en el resto del mundo de la cual la mía también forma parte.

De esa manera fue como el hablante de mi poesía se transformó, con todos esos materiales nuevos y los de un pasado en crisis, en un Astronauta en llamas. No quedaba otra: había saltado de la lejana provincia sudamericana, asaltada en ese entonces, por “...las llamas de los volcanes del sol”, al lugar, país, centro, Imperio,  que había inventado por sí solo, desde la segunda guerra mundial, la maravillosa máquina de hacer feliz a la gente para siempre y, de paso, que consumieran sonriendo. Había saltado pues a la poderosa cultura de la imagen,  y entrado en el futuro dominado por la alta tecnología las que ambas, a partir de los años 90, se acelerarían a niveles tan insospechados como irreversibles.

Creo que este libro es hijo/a de todos esos materiales señalados de este fin de milenio, digamos a partir de los 80. Sin embargo, mi poesía no se norteamericanizó al viajar yo al Primer Mundo, sino que por viajar al Primer Mundo –después de 1973-  se hizo más latinoamericana en este nuevo y complejo y desigual contexto de nuestra Globalización imaginada (Paidós, 1999), título del reciente libro Néstor García Canclini, donde afirma que “...hoy existe la tentación de imaginar que la Globalización va a unificarnos y volvernos semejantes” (p.108).  Por todo lo anterior, tengo la fuerte convicción de que “la extranjería” ha sido profundamente positiva en mi producción artística. Porque viajar a otros Universos ayuda a que “el corazón se limpie de todo lo viejo”, como decía aquel alucinado poeta llamado Vladimir Mayakovski en ese ya muy lejano 1917. Muchas gracias.

 

* * *

(Leído en el lanzamiento del libro El astronauta en llamas, editado por LOM. Sala “Ercilla”, Biblioteca Nacional de Chile, martes 22 de agosto de 2000.)

http://www.faculty.fairfield.edu/faculty/jcampos/

 

 

 

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