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El Tío de la mina

(Ensayo)

Por Javier Claure C.


La historia del Tío, personaje mítico en las minas de Bolivia, ha ocupado las mentes de muchos investigadores, antropólogos, escritores y poetas.

Según los historiadores, los mineros bolivianos rendían pleitesía al Tío antes de la llegada de los españoles.

Las palabras del cronista español, Vásquez de Espinoza, revela este hecho de gran importancia histórica: “... un gran edificio de piedras muy labradas de notable grandeza... hay deuajo de la tierra grandes salas y aposentos tanto que hay cierta noticia que pasa por deuajo del río” (Rostworowski de Diez Canseco).

“Wari, dios chtónico, auspicia su culto en un templo subterráneo, deuajo de tierra” (Carlos Condarco S, antropólogo orureño).


La cultura Uru

Para acercarnos a la imagen de este misterioso personaje, es necesario remontarnos a la cultura Uru. Los urus fueron los pobladores más antiguos del Continente Americano, cuya formación data de los años 1000 a 1500 a. C. Se habían establecido en las costas del Pacífico y en la parte altiplánica del Alto Perú. Concentrándose en Paria, Orinoca, Salar de Coipasa y a las orillas de los lagos Titicaca, Poopó y Desaguadero que pertenecen a la actual Bolivia. Vivían en las montañas, en sus cuevas hechas de piedra y barro. Se dice que eran solitarios y se sentían bien en los lugares más recónditos del altiplano andino. Eran diestros para la caza, comían pescado crudo, aves lacustres, carne de llama o de cerdo. Hábiles, como ellos solos, para los tejidos, cerámica y diferente tipos de bordados.

Arturo Posnansky (1873-1946), considerado padre de la arqueología en Bolivia, escribe textualmente: “Se les ha preguntado a los urus, si el nombre de su raza era verdaderamente el de uru, y contestaban que así los llamaban a ellos los aymaras por insulto, porque van por la noche a pescar y a cazar, pero el verdadero nombre de su casta es kjotsuñi, lo que quiere decir hombres lacustres. La lengua de los urus no es gutural como el aymara y el quechua, más bien es casi tan melodiosa como la de los chipayas, y una lengua completa, bien combinada y lingüísticamente evolucionada. Su vestimenta es distinta a la de los aymaras, no usan poncho sino un vestimiento largo de lana que va hasta los tobillos y al que llaman ira”.

Por otro lado, el Padre José de Acosta, hombre importante en los asuntos del gobierno pastoral de aquella época, relata en una crónica que los urus eran huraños y muy difíciles de comprenderlos. Cuando les preguntó: “Que clase de hombres eran, los urus contestaron que “no eran hombres, sino urus”. El título de “hombre”, según los urus, era para los pobladores que gozaban de ciertos derechos” (Julio Delgadillo V.).

“Para los urus prevalecía la idea de que a cada fenómeno del Universo correspondía otro fenómeno análogo” (Schneidder). Es decir, los fenómenos tendrían una correspondencia antagónica. Por lo tanto, interpretaban su entorno como un mundo antagónico; donde el día se contrapone a la noche, las sombras se enfrentan a la luz, el mar al fuego, el bien al mal y así construyeron su mundo basado en un sistema de dualismo.

La cultura Uru adoraba a su dios Wari, dios del fuego que vivía en las montañas. Carlos Condarco Santillán, en su libro Uru-Uru: Espacio y Tiempo Sagrados, nos dice: “es posible que el antiguo pueblo Uru haya considerado a Wari como el principio que animaba el mundo. Como emanadero del espíritu universal. Hacemos esta conjetura partiendo de la observación de que, en uru, hahuari (con la variante huahuari) significa alma”.

Al mismo tiempo, el historiador y antropólogo orureño, Ramiro Condarco Morales, basándose en otros investigadores; pone en alto relieve una interesante teoría, digna de mencionarla:

“... algo remarcable consiste que a lo largo de su accidentada existencia, el espíritu de la ururidad, vivió presidido por una deidad que poseía el don de la “ubicuidad”. Es comprensible que los urus hayan imaginado al providencial rector de su existencia, como un genio que transita por encima de aguas, tierras, pantanos y peñascos, pero que también habita, como ellos, en el fondo de sus cavernas, convertidas pronto en veneros de metales suntuarios. Esa divinidad recibió el original nombre de TIW, o el Tío de nuestros días, que en lengua uru equivale a “Protector”. La creencia en el TIW, dio lugar a la creación de adoratorios, en los cuales se rendía culto a los ídolos de piedra, representativos de una imagen antrozoomorfa, cuyo rostro con boca y ojos culmina por arriba, en una suerte de largas orejas verticalmente dispuestas sobre el conjunto, a manera de cuernos”.

Existen varias versiones del mito entre Wari y los Urus. Para que el lector comprenda mejor este mito y la relación Dios-Hombre en la cultura Uru, tomaré como puntos de referencia dos versiones.


Versión de Vicente Terán Erquicia

Wari, semidiós de la mitología altiplánica, dormía en las entrañas de la Cordillera Occidental. Enterado de que los hombres rendían culto a Pachacamac, “representado por Inti (sol), luminoso y bienhechor”, sintió deseos de emular a la luz solar. Con este designio intentó apoderarse de la aurora, hija del sol. Frustrado su propósito descargó su venganza “sobre los hijos del Inti”. Los urus se dejaron llevar por el dios forastero, abandonando el culto al sol... Se volvieron hoscos y esquivos, tomaron los bríos de la sedición y se convirtieron en laickas y asiris (brujos, hechiceros) para zaherir y dañar al prójimo, conjurar en las sombras, hablar con los espíritus malignos, manipular sapos, víboras...

Por manejo de los urus, víboras, lagartos y sapos considerados como sus “probables mensajeros”, infestaban los poblados. Todos temían aproximarse al pueblo “maldito y destructor...”. Pero un día apareció una bella Ñusta (doncella del Imperio Incaico). Era hermosa, blanca y esbelta y les habló a los urus en una lengua eufónica pidiéndoles “la piedad y la solidaridad entre ellos para la grandeza de la raza protegida por Inti”.

Wari envió por el sud, una enorme serpiente que devorase; entonces la Ñusta “blandiendo flamígera espada, dividió en dos al monstruo que retorciéndose murió convertido en rocas. Por el norte envió Wari un enorme sapo. De certero hondazo, la Ñusta transformó al sapo en piedra. Por el este avanzaba un gigantesco lagarto. La Ñusta lo decapitó, transformándolo en piedra. La sangre del reptil se encharcó, formando la laguna de Calacala. De los fauces del lagarto salieron, entonces, millones de hormigas, que avanzaron hacia el pueblo de los urus. Nuevamente, un hondazo de la Ñusta bastó para convertir a las hormigas en dunas. La Ñusta clavó una cruz en la cabeza del lagarto.

La Ñusta que salvó a Oruro de las cuatro plagas enviadas por Wari, dice que fue la Virgen del Socavón.


Versión recogida de la tradición popular

Cuenta la leyenda que cuando llegaron los conquistadores con su carga evangelizadora, los urus empezaron a olvidar a su dios nativo Wari. Entonces fueron castigados con plagas. Wari envió un gran sapo por el norte, una serpiente por es sud, hormigas por el oeste y un lagarto por el este. A salvarlos llegó una Ñusta, que se asimila a una Virgen y convirtió en piedras y arena a los animales. La Ñusta derrotó a Wari que descendió al infierno. Esta figura, equiparable con el Supay (ser dividido, diablo) andino, devino en el Tío o dueño de la mina que, lejos de la concepción occidental, “ni es totalmente bueno ni totalmente malo” La Ñusta protectora de los urus, era la Virgen del Socavón.


Breves conjeturas

En la primera versión, Terán Erquicia va más allá que otros investigadores y escribe:
“ ... Y ahora nos falta decir quien fuera la heroína que salvó a Oruro de las cuatro plagas enviadas por Wari, pues esa Ñusta dice que fue la Virgen del Socavón y que volvió a aparecer cuando los conquistadores habían llegado. Desde entonces es la patrona de las armas de la ciudad”.

La frase “... y que volvió a aparecer...”, refiriéndose a la Virgen del Socavón, nos hace pensar que esta Virgen, conocida como una Ñusta, ya existía antes que los españoles pisaran las tierras del Nuevo Mundo.

En ambas versiones Wari, al ser abandonado por sus devotos, se enfurece y se revela como un monstruo lanzando fuego por todas partes. Entra en una Guerra con toda una población que deja de rendirle pleitesía y, en consecuencia, les envía feroces animales hambrientos para hacerles desaparecer del mapa andino. A este feroz ataque se contrapone una bella mujer, llamada Ñusta o Virgen del Socavón de aspecto angelical, que decididamente defiende a los urus de los malhechores. Por obra y gracia de su poder milagroso, logra petrificarlos al sapo, a la víbora y al lagarto. A las hormigas las convierte en arena. La Ñusta vence, entonces, a Wari que se siente humillado y con las alas rotas. Wari es calificado como el “diablo” por los españoles y se transforma en el Tío. A partir de este hecho, el Tío, se aleja del mundo y todas sus bulliciosas combinaciones. Se adentra a los socavones de las minas, a las rocas frías y silenciosas para que le cuiden como él cuidaba a los urus. Pasa a formar parte de las tinieblas subterráneas y con sus ojos de cristal advierte que nadie se puede hacer la burla de él.

El Tío, se adentra a esos parajes (lugar en una galería) donde reinan los callapos (tronco de árbol), los barrenos, las perforadoras y los guardatojos (cascos). A ese sitio donde se siente el olor a azufre y a copagira (agua mezclada con residuos minerales). Paradójicamente, a su condición de vencido, el Tío se transforma en dueño y señor de yacimientos de oro, plata, estaño, zinc y otros metales preciosos. Es entonces cuando se le asume una suerte de dios del bien y del mal, dependiendo como lo tratan.

Sapos y serpientes, hasta el día de hoy, son considerados como indicadores temporales y “portadores del agua”. La aparición en los campos de estos pequeños seres, señala la transición entre la temporada seca y la de lluvias” (Carlos Condarco S.).

Para los urus estos animales eran sagrados, por ser símbolo de lluvia tan requerida en los sembradíos. Pero cuando se desata la “Guerra” entre la Ñusta y los animales enviados por Wari, el sapo, la víbora, el lagarto y las hormigas son vistos como animales destructores y de uso para las brujerías.


Posible representación de la Ñusta y Wari

En el Museo Antropológico, Eduardo López Rivas, de la ciudad de Oruro (Bolivia), existe un monolito que posiblemente es la representación de la Ñusta y Wari, cuya data se cree que es de la primera mitad del siglo XVII.

Se trata de una pieza lítica que representa a dos seres. En la parte superior, muestra la cabeza de una mujer, que más parece hombre, con una mirada serena. Tiene los labios finos, la nariz un poco ancha y los ojos achinados. Da la impresión que estuviera cubierta con una pañoleta al estilo de las mujeres musulmanas. En la parte inferior, que sirve de base, muestra un rostro desfigurado con los ojos saltones, la boca grande y la nariz pequeña. Carlos Condarco S, cuando se refiere a este monolito, advierte: “Ambos rostros, si se realiza una lectura por separado, nos llevan a la conclusión anotada: La Ñusta, arriba; Wari, debajo”.


Aparición del sustantivo Tío

El Tío es un miembro más de la familia minera. Los que están a su alrededor, le dan comida, bebida, le cantan, le hablan de sus penas y alegrías. Comparten sus comentarios de fútbol. También hablan de los sindicatos, de un futuro mejor y de las dictaduras militares.

“En cuanto al sustantivo “Tío”, se cree fue introducido entre los años 1676 y 1736. Utilizando como nexo el término español de parentesco “Tío”, los mitayos buscaron un vínculo que estableciera una relación parental con la divinidad amanecida en su imaginario. Los mineros serían sus sobrinos” (Carlos Condarco S.).


Edificación del Tío

En las minas de Bolivia, existen Tíos de diferentes formas y tamaños.
Los mineros empiezan a construir al Tío con un trozo de mineral explotado en la mina. Este trozo sirve de base, desde donde se va a levantar al dueño de los minerales. Luego se utiliza barro para formar su extraño cuerpo y darle una aspecto de diablo. La cabeza lleva dos astas grandes que le sirve de radar para detectar los metales preciosos. Los pómulos son sobresalientes. Los ojos están hechos de una mezcla de cristal y espejo. Precisamente para que brillen en la oscuridad de las galerías (sitio rectangular que se dirige a los parajes de trabajo), y alumbrar el metal que va saliendo a flor de piel. La boca es grande y semiabierta, dispuesta a recibir coca, trago y k’uyunas (cigarros). La nariz es ancha y tiznada por el humo de las k’uyunas. La quijada suele ser unas veces puntiaguda y otras veces redondeada. Generalmente lleva guantes y botas de minero y esta sentado mostrando, al aire libre, un enorme falo como símbolo de virilidad. Es decir, el Tío es capaz de preñar a la Pachamama (Madre Tierra) con los minerales que él quiere.

Los Tíos tienen diferentes nombres o denominaciones. A veces se los llama con nombres de mineros que han muerto en el interior de la mina, o simplemente Tío del nivel 300, Tío del nivel 350 etc.


Culto al Tío

El Tío, deidad andina y dador de minerales de alta ley, se encuentra sentado en los lugares más recónditos de la mina. Su presencia inspira respeto y mantiene un equilibrio de reciprocidad entre sus sobrinos mineros y su persona. Esta reciprocidad consiste en quienes lo tratan bien, serán protegidos de accidentes en el interior de la mina y; además, con su poder mágico, les mostrará la veta tan buscada con sacrificio.

Si alguien le trata mal, le falta al respeto o no le rinde pleitesía, el Tío lo mira con sus ojos de fuego y se enoja como un volcán en plena erupción. Empieza a lanzar chispas por la boca. Y en consecuencia de ello, se desprenden enormes piedras de las rocas, los callapos caen como granizo de la parte superior de los socavones, la copagira se vuelve ácido sulfúrico y ninguna lámpara de carburo alumbra la oscuridad de los socavones. De pronto surgen gases venenosos, aguas malolientes, cambios bruscos de temperatura y corrientes de vientos helados. Es decir, el Tío pone trancas diabólicas hasta ocasionar la muerte.

Para evitar todas esas desgracias, los trabajadores del subsuelo boliviano, veneran al Tío cada que entran y salen de la mina. Pero también hacen una gran ceremonia, los primeros viernes de cada mes. Le dan comida, coca, quemapecho (aguardiente), k’uyunas y confites (pasta de azúcar y otros ingredientes en forma de bolitas). Le ponen incalculables metros de serpentina en el cuello, le cuelgan chuspas (bolsas pequeñas) llenas de coca. Le riegan con mixtura (pequeños círculos de papel, de diferentes colores.) todo el cuerpo. Ponen 7 hojas de coca a sus pies, como símbolo de los siete pecados capitales. Todos los mineros que están a su alrededor pijchean (mascan hojas de coca), fuman también k’uyunas, echan trago a la Pachamama para que les muestre los minerales que oculta en sus entrañas. A veces pawan (mirar la suerte en coca) junto al Tío.

El viernes de ch’alla (ceremonia, en la cual se riega aguardiente) del Carnaval, suelen sacrificar una llama blanca y con su sangre riegan las herramientas, las rocas y los parajes donde trabajan. Las menudencias las entierran en diferentes partes de la mina y con la demás carne hacen un sabroso asado.

“El Tío de la mina consume alcohol puro y vino dulce apenas se encuentra solo y libre de ruidos y trajines humanos” (Alberto Guerra G.). Por eso, los mineros le dejan botellas de aguardiente, comida, abundante coca y le prenden una k’uyuna en la boca antes de abandonar la ceremonia.

En la ofrenda al Tío, se quema un conjunto de pequeñas piezas, llamadas misterios, hechas de azúcar y harina. Existen también otros ingredientes como por ejemplo las millmas (lanas de colores). El color verde representa a la Madre Naturaleza y a todos los seres vivos, el amarillo representa la riqueza aurífera, el rojo a la sangre del animal sacrificado y el celeste a la vida de los mineros.

El culto al Tío es un rito para alcanzar un equilibrio entre los mineros, el Tío mismo y la explotación de minerales.


Cuentos de la mina

El escritor boliviano, Víctor Montoya, residente en Estocolmo (Suecia), probablemente sea la única persona, en Europa, que tiene en su poder una estatuilla del Tío llegado desde su tierra natal: Bolivia.

El Tío, es también venerado, por su dueño, en la tierra de los vikingos. Sale desde su guarida nórdica, pasea por las calles de Estocolmo y se mete en los buzones, los días viernes, para contar sus diálogos engendrados a media noche. “Me sirvo del Tío como Cervantes se sirvió de Don Quijote y Quino de Mafalda para criticar los prejuicios sociales y raciales o, llanamente, para abordar temas controvertidos en nuestra sociedad, como es la misma religión y sus diversas interpretaciones morales y éticas” (Víctor Montoya).

Los bolivianos residentes en Suecia han logrado, a partir de 1987, hacer una copia en miniatura del Carnaval de Oruro y, por su puesto, el Tío es parte de este evento que se realiza cada año. En otras palabras, este personaje de aspecto diabólico, a fuerza de insistir con su presencia, se va universalizando.

Víctor Montoya en su libro “Cuentos de la mina”, que contiene 18 cuentos, relata diferentes hazañas del Tío. Es decir, el Tío es el protagonista a lo largo del libro. A pesar de sus travesuras diabólicas que puede ocasionar la muerte, Montoya lo describe como a un ser que también tiene la otra cara de la medalla. Un ser capaz de ser vulnerable y capaz de enamorar a las mujeres más bellas del campamento minero.

En el cuento “La chola uncieña”, relata las habilidades del Tío para seducir a una bella chola (mujer mestiza) uncieña (del pueblo de Uncía) de cintura delgada y busto erguido. El Tío, se hace presente ante la chola como un galán de primera categoría. Y ella se enamora locamente perdida. Luego desaparece. Así transcurre el tiempo, hasta que un buen día, exactamente la noche de San Juan, aparece nuevamente en busca de su amada. Pero esta vez vuelve misterioso, mañoso e inhumano. La rapta a la chola y la lleva en su caballo. “El diablo, que cabalgó venciendo los senderos y la distancia, condujo a la chola uncieña hacia las faldas de un cerro. Se apeó del caballo de un brinco, emitió bramidos que inundaban el silencio, desmontó a la chola con el ímpetu de sus brazos y la tendió contra el suelo pedregoso. La desvistió a zarpazos y la hizo suya bajo la luz cenicienta de la luna” (Víctor Montoya).

El Tío mujeriego continua con sus afanes de conquista y sale de la mina engañado a su mujer, la chinasupay. En el cuento “El hijo del Tío”, el Tío quiere ser padre, quizá, para dejar herencia. “Y esta dispuesto a hacer germinar su semilla en el vientre de una de las mujeres más jóvenes y hermosas del campamento minero” (Víctor Montoya). Camina por las calles del pueblo, buscando una posible madre para su futuro hijo, hasta que finalmente divisa a una bella muchacha de trenzas negras y labios carnosos.

“Cuando la hija del minero alcanzó la ceja del río, como atraída por un magnetismo desconocido, se levantó las polleras y se bajó las bombachas para desaguar con las nalgas expuestas al silbido del viento. Ese fue el instante que el Tío aprovechó para revolcarla sobre el fango y poseerla entre el bramido de los truenos y la turbulencia del río” (Víctor Montoya).

La muchacha queda embarazada con el hijo del Tío, hecho que ocasiona grandes problemas familiares. El padre no acepta a su hija que, día a día, se pone más gorda. Tampoco acepta los malos rumores de los vecinos y decide eliminar a su hija con su pequeño diablo en el vientre. El autor del crimen no aguanta la carga de su conciencia y se hace volar con dinamita, antes de que la gente del pueblo se entere de la verdad.

“La K’achachola (chola hermosa y elegante)”, es un cuento en donde se relata la tragedia de un minero. Florencio Nina entra a la mina dispuesto a quitarse la vida. Después de haber pasado algunas peripecias, en las oscuras bóvedas, escucha gritos de una mujer. “Cuando alzó la cabeza, maldiciendo la pérdida de su charango, vio a una mujer envuelta en una aureola rojo naranja, cuya imagen le recordó a la virgen del Socavón y a la mujer que él perdió en brazos de otro hombre” (Víctor Montoya). Florencio Nina, atónito, la saludó muy amable y le preguntó quien era. La K’achachola contestó. “Se quitó el sombrero de paja, la manta de tres cuartas, la blusa con volados, la pollera plisada, la enagua con encajes y las bombachas de medio hilo, hasta quedar completamente desnuda, como una antorcha flameante en la galería. La K’achachola, luciendo su cuerpo seductor, le enseño la ranura del sexo, esbozó una mueca obscena y pidió que apagara en ella el fuego de su deseo” (Víctor Montoya). Florencio Nina quedo enamorado de sus senos y de su hermoso cuerpo expuesto como una fruta apetitosa. Pero cuanto más se acercaba Florencio a ella, la K’achachola se alejaba más “hasta que a sus pies se abrieron las fauces de un buzón, donde se precipitó con un grito que quedó suspendido en el vacío” (Víctor Montoya). Conclusión: Florencio Nina murió seducido por la K’achachola.

En el cuento “El último pijchero (persona que masca coca)”, se describe un diálogo entre un minero y el Tío. El minero amargado, por el cierre de las minas, confiesa al Tío: “... lo que más me duele es que soy el último de los últimos mineros que han quedado en el campamento, donde los techos de calamina, en las noches de frío y ventarrón, parecen fantasmas clamando sus ayes de dolor... ” (Víctor Montoya).

Y el Tío le contesta:

- Y ahora que han cerrado las minas, ¿de qué te sirvieron tus ruegos a Dios y a la Virgen del Socavón?

Al final de la conversación, cuando el minero se despedía del Tío, ocurrió algo impensable, el Tío le agarra por los brazos y suplicándole con gran dolor y lágrimas le dice:

- Llévame ahora contigo. No quiero volver a ser roca de la roca, polvo del polvo ni barro del barro...


Diferentes interpretaciones del Tío

Montoya, a diferencia de otros escritores bolivianos que han escrito acerca de este singular personaje, le proporciona al Tío una voz propia y atributos universales. En los cuentos citados en la segunda parte de este trabajo, podemos observar que el Tío tiene diferentes caras. Primero se lo ve como a un galán enamorando a mujeres con sus ojos de cristal, su sombrero de jipijapa y una cachimba que le da un aspecto varonil. Cuando logra seducir o raptar a la mujer de su encanto, la lleva a solitarios lugares y la hace suya con todas las de la ley.

El Tío tiene la facilidad de transformarse en la K’achachola para engañar, a su presa, con su sexo. Y llevarlo a parajes hasta hacerlos desaparecer de la faz de l a Tierra. Como contrapartida a todas sus maldades y diabluras, muestra también una actitud humana. Es vulnerable ante el desempleo de miles de mineros, siente dolor ante la desgracia de un minero que le relata su trágica historia y lo escucha con atención. Con lágrimas en los ojos quiere irse junto con el minero. Cansado de estar sentado, cansado de ser roca desea encarnarse en el minero y así poder salir de las tinieblas y de ese olor a copagira que le tiene sin vida. En otras palabras, el Tío es como todo ser humano: con virtudes y defectos.

El Tío, al igual que los mineros, tiene fantasías sexuales. Y justamente Montoya saca a luz estas fantasías que han sido prohibidas en una sociedad católica como la boliviana. El tema de la sexualidad del Tío no siempre ha sido valorado por sociólogos, antropólogos o historiadores.

En el cuento “El último pijchero” se enfoca un problema social. Un minero pijchea, por última vez, junto al Tío e implícitamente hace alusión al masivo despido de mineros por parte de un gobierno de derecha.

En resumidas cuentas; Víctor Montoya, en “Cuentos de la mina”, ha logrado darle al Tío una forma angular que nos permite observarlo desde diferentes perspectivas. Es decir, le ha dado esa “ubicuidad” de la que habla, el historiador y antropólogo, Ramiro Condarco Morales.

El escritor, Jaime Aduana Quintana, ex minero con diez años de trabajo en la Empresa Minera San Jóse (Oruro), en su novela “Las tres cruces del diablo”, relata textos basados en la vida de los mineros:

Los trabajadores del subsuelo boliviano, convencidos de encontrar el metal de sus sueños y ganar más dinero, trabajaban duro y cumplían con las ofrendas a su amo y señor de los socavones: el Tío. Pasaba el tiempo y la famosa veta no aparecía por ningún lado.

Una noche dentro de la mina, entre tragos, discusiones y cantos; Gabino agobiado por la situación económica, se emborrachó y se dirigió hacia donde el Tío y le dijo:

- “¡Soy libre!, no depende mi vida de este pobre... hecho de barro, todo el dinero que gano es con el sudor de mi frente y no tengo porque adular a este diablillo sentado... inútil....” (Jaime Aduana Q.).

Todos los demás compañeros trataron de calmarlo a Gabino. Carmelo el capataz le pidió que se calmara, pero no hacía caso. Gabino, en su borrachera, volvió a gritar: “...a este pobre barro que se pasa sentado día y noche y se hace llamar “Tío”, no tenemos porque adularlo” (Jaime Aduana Q.).

La verdad es que Gabino había perdido la razón y nuevamente se dirigió al Tío con las siguientes palabras: “... !sí!, me voy, quédate con este imbécil... pobre diablillo... mañana regresaré a recoger mis pertenencias del casillero... ¡tóma ésta patada muñeco de barro!” (Jaime Aduana Q.).

La certera patada rompió la pierna derecha del Tío. Gabino, pese a todo lo ocurrido, seguía trabajando en la mina. Uno de esos días, Gabino se encontraba echado boca abajo y muerto en una de las bocaminas. Le había caído encima toda la carga de piedra. Lo sacaron descuartizado.

Aquí se ve claramente que el Tío actúa como el dios del mal. Es peligroso y vengativo cuando lo tratan mal. Con sus poderes mágicos, se apoderó del alma de Gabino y se lo tragó por las rocas hasta provocar su muerte.

En otro pasaje de la novela se describe, con gran sentido del humor, cómo los mineros lo perciben al Tío.

Cuando un grupo de mineros salían de la mina, vieron un hombre de dos metros de altura que caminaba con botas negras y un overal blanco. Entonces, el capataz exclamó: “Caramba, este compañero tan alto, va chocar con los callapos” (Jaime Aduana Q.).

Buenos días, saludo el hombre de dos metros al cruzarse con el grupo. Y uno de ellos le preguntó: “Amigo, no te hemos visto antes, ¿eres nuevo?”

A lo que contestó con un acento raro y apenas pronunciando el castellano: “Soy el Ingeniero “”Oit”, nuevo en el trabajo, me olvide mi libreto de apuntes en el paraje... ¡enseguida les alcanzo...!” (Jaime Aduana Q.).

Los mineros sorprendidos siguieron su camino hasta la jaula (ascensor utilizado en el interior de la mina) para finalmente abandonar la mina. Pero en el camino uno de ellos exclamó con un aire humorístico: “Este gringuito que se cree, ¿por qué no se va a su país?, seguramente está molesto por su pierna que parece que le está molestando...” (Jaime Aduana Q.).

El Tío, en la historia mencionada arriba, es visto como un forastero de aspecto extraño, que aparece y desaparece el rato menos pensado. El Tío, también puede ser interpretado como un ingeniero que inspecciona las minas de Bolivia y que cogea, probablemente por la patada que le dio Gabino.

El Tío y la Virgen del Socavón en el Carnaval de Oruro

No se puede hablar del Carnaval de Oruro, sin mencionar al Tío y a la Virgen del Socavón.

Es precisamente el Tío, impulsor de este fastuoso Carnaval que, año tras año, muestra manifestaciones del folklore boliviano. Pero no se trata de bailar por bailar. El Carnaval de Oruro, tiene un sentido mucho más profundo. Se baila, tres años consecutivos, por devoción a la Virgen del Socavón.

La historia de la Virgen del Socavón empieza con la leyenda del Nina Nina. Anselmo Belarmino, apodado el Nina Nina, era un ciudadano de la Real Villa de San Felipe de Austria (actualmente Oruro). Este sujeto, de sangre fría, asaltaba a los transeúntes y sembraba terror en la ciudad. Pero al mismo tiempo aplicaba, en sus acciones, una política al estilo de Robin Hood. Es decir, robaba a los ricos para repartir entre los pobres.

El Nina Nina enamoraba con una hermosa jovenzuela de nombre Lorenza Choqueamo, hija de Sebastián Choqueamo. Los novios habían planeado escaparse, de la ciudad, para afianzar su amor. Pero por esas cosas extrañas que tiene el destino, fueron sorprendidos por Sebastián la noche de la fuga. Sebastián, entonces, muy furioso quitó el puñal al Nina Nina, y con su propia arma hirió de muerte al desventurado amante de su hija. Se quedó tirado en el suelo sangrando a borbotones. Al poco tiempo, apareció una hermosa dama vestida de negro y lo llevó al hospital. Luego desapareció como por arte de magia. Enterados del accidente, la gente de la ciudad, se dirigieron a su camastro, situado en un paraje abandonado del Cerro Pie de Gallo (Oruro). Allí encontraron la imagen de la Virgen de la Candelaria. El Nina Nina era devoto de esa Virgen y dicen que fue ella, la que le socorrió cuando estaba herido. A partir de ese hecho, la Virgen de la Candelaria se convirtió en la Patrona de los mineros. O sea, la protectora de la clase obrera explotada y sufrida. De esa clase social que durante las dictaduras han hecho resistencia para reivindicar sus derechos. Y la llamaron la Virgen del Socavón.

El escritor orureño, José Víctor Zaconeta, que investigó bastante el tema de la Virgen del Socavón, señala: “Esa mina situada en el Cerro Pie de Gallo, se llamaría en adelante “Socavón de la Virgen”, debiendo honrarsela anualmente durante tres días a partir del sábado de Carnaval ”.

De la leyenda mencionada arriba nace la adoración a la Virgen del Socavón. El 25 de noviembre de 1904, los matarifes y los comerciantes de carne, llamados mañasos, crean la primera diablada de la ciudad. Los mineros más tarde, en alusión al Tío, empiezan a vestirse de diablos para venerar a su Patrona. Desde entonces, cada año en el mes de febrero, el Tío sale de las galerías con sus ojos saltones de vidrio, sus cuernos curvilíneos, sus guantes rojos y hace chispear sus espuelas por las calles de Oruro. Por la noche se ilumina su rostro desfigurado, dando la impresión de ser una estrella salida del infierno. Lanza fuego por la boca y humo por las orejas hasta llegar al Santuario del Socavón, donde todos los feligreses rinden homenaje a la Mamita del Socavón.

La danza de la diablada, representa la lucha entre el Arcángel Miguel, traído por los españoles y Wari que posteriormente se convirtió en el Tío y calificado como “diablo”, también por los españoles. Por lo tanto, es una lucha entre el bien y el mal. El diablo (Tío) es vencido por el Arcángel Miguel (representante de la Virgen) y, por consiguiente, los siete pecados capitales: la pereza, la lujuria, la gula, la envidia, la ira, la avaricia y la soberbia. La corte infernal muestran devoción a su jefe celestial y a la Virgen del Socavón. Por eso el Arcángel Miguel vestido de blanco, con enormes alas, una espada en la mano, un escudo y un casco metálico; dirige a una tropa jerárquica e infernal. El Lucifer, los diablos, satanases, diablezas van siguiendo las instrucciones del milagroso ángel.


Sincretismo religioso

La Corona española tenía como objetivo “cristianizar” a los pobladores de gran parte de América. Y, por eso, trataban de sustituir las costumbres paganas de los pueblos andinos por los autos sacramentales. En otras palabras, introducían piezas teatrales religiosas que trataban sobre un dogma de la Iglesia Católica, pero tenían el trasfondo del Sacramento de la Eucaristía. Así se representaba, por ejemplo, Corpus Christi.

Wari había sido derrotado por la bella Ñusta y, como ya se mencionó anteriormente, los conquistadores lo convirtieron en “diablo”. Entonces utilizando la mentira; hicieron creer, en su afán de catequizar, a los Urus, a los Kechuas y a los Aymaras que Wari era un monstruo salido del infierno. Y, como es de suponer, actuaba en contra de la humanidad. “... los españoles trajeron la concepción del mal y de su personaje principal: el Diablo...” (Alberto Guerra G.).

Según la religión católica, el diablo está en el infierno y en las tinieblas más oscuras. Efectivamente el diablo, apodado el Tío por sus sobrinos, pasó a las tinieblas de los socavones para ser amo de los minerales preciosos.

Al contrario de la visión española, Wari fue, para las culturas ancestrales, el dador de riquezas y protector de los mineros.

Los indígenas adoraban a sus dioses tutelares, pero el choque entre la Cultura Occidental y la Cultura Andina, hizo que asimilaran al dios cristiano. Sin embargo, no dejaron de rendir culto a sus propias deidades.

Durante el proceso de la Conquista, muchos de los dioses andinos fueron identificados con los santos cristianos. Todo esto dio lugar a un sincretismo religioso en la sociedad boliviana. Existe, por lo tanto, una relación entre los diablos y la Virgen del Socavón. Los mineros son parte de este dualismo: adoran al Diablo y a la Virgen del Socavón a la misma vez.

 

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Bibliografía

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- Zaconeta, José Víctor: El culto a la Virgen del Socavón, ensayo

- Conversaciones con mineros de la Empresa Minera San José (Oruro, Bolivia)

- Visitas al Museo del Minero y la mina San José (Oruro).

 

 

 

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