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La poesía de Juan Cameron a la luz de la cámara oscura
Prólogo de "Jugar
con la palabra", LOM Ediciones, 2000.
Por A. Bresky
Aproximarse a la obra de un poeta es siempre el resultado de una
experiencia personal, pues toda la lectura es un diálogo en
que habitamos la escritura ajena con nuestra propia imaginación
puesta en marcha y controlada por el texto, que se abre a múltiples
posibilidades en las cuales cada lector corre su riesgo. Así,
el diálogo poético entreteje nuestra identidad con lo
otro, al encontrarse en el vasto
teatro de operaciones del lenguaje, al que concurren todas las imaginaciones
de nuestro patrimonio colectivo, con sus audacias y temores, sus goces
y dolores, rigores y desenfados. Por eso siempre quedan muchas cosas
por decir, o que otro habría dicho mejor, no obstante, el consuelo,
o la justificación, es que el sentido -como sostenía
Barthes-, es indesgastable.
Creo que la vigencia y el interés que suscita la poesía
de Juan Cameron están fuertemente ligados a una particular
modalidad de relación entre la palabra y la realidad urbano-contemporánea.
En efecto, su escritura poética afronta la plenitud de esa
realidad, representándola, imaginando sus posibles e imposibles,
haciendo conciencia de su indetenible e irrepetible curso, para articularse
como cifra de una maravillada o angustiosa experiencia de existir,
en que la creación artística es sentida como imaginación
orientada fatalmente hacia ese encuentro, que reconduce siempre a
lo real. En ese tránsito, la fantasía, la memoria, las
ilusiones y el pensamiento, reciben la dignidad de la poesía.
Ya sea que a veces el hablante agudice el desorden de los sentidos
para penetrar la apariencia del mundo y alcanzar esa realidad que
está detrás de las cosas, o bien, que se deje arrastrar
por los objetos, hasta quedar fuera de sí, fuera del hombre
actual y por delante de él. En ambos casos los acontecimientos,
las cosas, los sonidos, los decires, los espectáculos urbanos
hacen signo al poeta, que por cierto, no les captura como un ojo electrónico
o un micrófono secreto, sino que los incorpora a su propia
vida y esta a su vez se proyecta sobre el mundo para absorberlo, cargada
con su deseo, su memoria y sus pasiones marcados por el tiempo, por
la historia y por la muerte.
Contrariamente al modelo que distinguía tajantemente entre
arte y vida, el pensamiento que se radicaliza en la modernidad se
propone cerrar la fisura existente entre poesía y vida, aunque
en ese propósito la poesía se vea imposibilitada de
la distancia crítica, institucionalizándose en una serie
de rituales defensivos, impotente para influir en el desarrollo de
la historia. Es el riesgo que debe correr y lo hace soportando el
peso de la contradicción y pagando el precio de la marginación,
con no menos valiente ironía. No hay en la actualidad poesía
auténtica que pueda desentenderse de esta problemática
en que parece fundarse la indeterminación que, ya sea como
condicionalidad de la verdad o como ausencia de clausura, es la nota
recurrente de lo que Cobo Borda ha reconocido como la escritura “oblicua”
del poema contemporáneo.
La obra en curso de Juan Cameron no es ajena a esta connotación
y en ella alcanzamos a percibir un modo personal de apropiarse de
la indeterminación, lo que hace que sus textos permanezcan
en un estado de desasosiego, en la tierra de nadie de lo decible y
lo indecible, y así, nos salen al encuentro sorprendiendo nuestro
propio desconcierto, suspendiendo nuestras certezas aparentes, porque
innegablemente la poesía de Cameron tiene una vocación
de encuentro.
Bajo distintas formas de articulación, entrecruzamientos y
confrontaciones el acto de coincidir, dispuesto desde el ir tras el
hallazgo del otro, es un gesto fundamental de esta poesía,
que reinventa en sí misma su tradición de confluencia.
En efecto, se ha señalado que la escritura
de Cameron es un punto de cruce entre dos tendencias que caracterizarían
a la poesía de los últimos años en Chile: por
una parte la que se inclina hacia una reflexión sobre el propio
lenguaje, sobre su propio hacer en tanto comunicación poética;
y por otra, un tipo de escritura que se propone una relación
directa entre obra y vida. Es cierto que estas tendencias en cuanto
tales no son nuevas y podríamos rastrearlas, en sus distintos
avatares formales, a lo largo de toda la producción poética
de la humanidad; no obstante, el asunto es cómo se replantean
en cada oportunidad gestando actitudes, formulándose en textos,
haciendo cada vez otra jugada dentro del “antiguo juego de los versos”,
de esa manifestación privilegiada de la constelación
del deseo que dispone, en la estructura de todo encuentro, o hallazgo,
de un campo expansivo lo suficientemente amplio como para dar cabida
a todas las posibles construcciones imaginarias. Tal vez por ello,
la crítica ha podido reconocer en Cameron a un neovanguardista,
a un lírico urbano, a un nostálgico solapado, a un trasgresor
irreverente, a un antipoeta irónico, en fin, calificativos
que dan cuenta de la variabilidad de esta escritura de entrecruzamientos
y transmigraciones, pero que siempre hace de la lengua un trabajo
y una elaboración, una artesanía discursiva que diseña
cada poema como un objeto de múltiples irradiaciones causadas
por un doble desplazamiento de la palabra. Por un lado, un movimiento
de traslación a través de los detalles del mundo exterior
y, por otro, uno de rotación interna de los signos mediante
el cual se procesan las imágenes recuperadas de los visto y
lo leído.
Más allá de las variaciones que individualizan los
textos de Cameron, hay aspectos que demuestran que han sido escritos
por la misma mano, pues subyacen en ellos determinadas imágenes
cuya profundidad de significados y reiteración convierte en
obsesivas, junto a recursos expresivos y estructurales que se enraízan
en una concepción de la poesía que se va proponiendo
en la reflexión que los propios textos se plantean.
Quisiera detenerme muy brevemente en unos de los libros de Juan Cameron,
en el que me parece encontrar algunas claves de ese imaginario y de
su reflexión sobre la poesía. Se trata de “Cámara
Oscura", editado en 1985, y que a mi juicio constituye una
obra determinante en el itinerario poético de Cameron. Se trata
de un libro al menos doble, pues conjunta, por una parte, un extenso
texto fragmentado en unidades desiguales de grupos de versos de funcionamiento
autónomo pero no independiente y que tiene por referencia aparente
el acto fotográfico; de ahí su título en que
se cruzan la cámara fotográfica como instrumento para
impresionar imágenes en la película y el cuarto oscuro,
como espacio de revelado, laboratorio en que se procesa y manipula
la película hasta fijarla en el papel. La segunda sección
de este libro es “Paraíso Vano”, un conjunto de poemas
que giran en torno al mito urbano, a la ciudad mágica que configura
el poeta en el tránsito del presente y la memoria.
Los poemas de “Paraíso Vano” articulan el recorrido
a través de un escenario poblado por la imaginaria urbana de
Valparaíso y en cualquiera de ellos el lector puede aproximarse
al modo de proceder de esta poesía de la memoria, la mirada
y el prodigio, cuyos textos funcionan al modo de tarjetas postales,
lo que nos recuerda a Lihn en su poesía de paso y Cendrars
y Apollinaire. Postales que en el anverso documentan sobre un lugar
específico en forma casi convencional, mientras su reverso
da noticias subjetivas del paseante; pero en estos poemas, anverso
y reverso se sobreponen fundiéndose en una mixtura indecidible.
El punto de partida es siempre un dato que procede de una experiencia,
ya sea del registro sensorial, afectivo, cultural, cotidiano o circunstancial.
Poco a poco las referencias que identifican esa experiencia van perdiendo
el contacto con lo que puede denominarse su ámbito colectivo
de asimilación, hasta que el proceso descriptivo de expansión
imaginaria hace que el desarrollo adquiera autonomía con respecto
a las leyes de la razón y de la materia, poniendo en juego
diversas textualidades, apuntes irónicos y sentimentales, e
imágenes alucinatorias; en síntesis en que la única
norma que gobierna el desarrollo del poema es la gratificación
del deseo frente al desgarro de la carencia, situación que
instala de lleno al sujeto en el espacio de la maravilla y la angustia
cotidianas de la ciudad.
Con estos elementos recobramos el mañana
(alguien canta en Echaurren en medio de la plaza)
Habría que subir por Clave para entender el puerto
la exacta ribera oculta tras las rejas
llevarnos mar arriba la costumbre del cerro
o trastocar en nada este redil de voces
Propongo sin embargo dejarlos donde están
Cada nudo a su nudo que nadie los desate
Las voces & las calles pueden llegar de pronto
a sombrearse en sus bancos con palomas & taxis
& añorar esos tiempos
do había contrabando
Cámara Oscura, como anticipamos, reflexiona sobre este
modelo de la memoria y la mirada, articulándose como una suerte
de poética cameroniana de la imagen: “de tu imagen que no cesa
en la secreta complicidad de este himeneo ciego”. El texto es tal
vez uno de las más densos en significaciones y distintas redes
temáticas que se entrecruzan, se sobreponen, se ambiguan, asimilando
la comparecencia del cuerpo y el acto erótico, con el acto
revelador de la mirada, con el trabajo de la memoria, con la creación
poética.
Supongamos que estás como dentro
del cuervo
en la cámara oscura
frágil en tu ácida sonrisa de manzana
En tus pócimas breves
& como mala noticia del instante
abro mi boca & grazno
abro mi ventana
& en pleno contraluz del día & su magnesio
te velo
te revelo
Supongamos soy cuervo & de sol te derramo
Esta mirada que intenta mirarse a sí misma mirándote,
genera una zigzagueante oblicuidad discursiva que impide el seguimiento
lineal de una escritura que parece construir, por elevación
y profundización, un despliegue en volumen dentro del texto:
El viaje es hacia dentro
de la llama
Alito en el ágora disperso
El viaje es hacia dentro lámpara oscurecida
jaula de cristal no necesaria
mente para el cuervo Pero el cuervo
allí también pensando
El viaje es el espejo donde
la obviedad se refleja gratuita
obvia la gratuidad en el instante
& en esta me voy solo
Escándalo la voz silenciada en el grito
En ese viaje de la imagen, del pensamiento y del lenguaje, hacia
el sujeto, la memoria constituye un sentido intencional que conserva
los actos internos y las comparaciones efectuadas, pero que en definitiva
es una actividad vital de la que depende la vivencia de la identidad
y la continuidad del propio existir. La memoria trae el pasado hacia
el presente y lo sustituye generando un presente-ausente que se vuelve
un entrañable desconocido que ha tomado la forma de lo confuso
y lo remoto en el presente instantáneo de la escritura, del
“oficio de hacer o deshacer estas imágenes” que pertenece al
estricto secreto del lenguaje, con el cual y contra el cual el poeta
tiene que vérselas, para abrirse la realidad que excede las
meras referencias.
En realidad podría ser cualquier
lugar del planeta
Las referencias son meras coordenadas
cifras anotaciones a pie de página
c.p.s.m. & otras instituciones
al movimiento terrestre a la circulación sanguínea
a todo cuanto significa
La exacta percepción de su sonrisa
uno puede pensar que la sonrisa
gentilmente enfocada al objetivo
está dedicada a quien observa
o a quien lee estas líneas
o al gesto retenido del fotógrafo
En esta dialéctica se debaten la identidad y la objetividad,
y en ella la operación de la meoria es trastocada, desplazada
indefinidamnet, transfigurada en es falsa memoria que es la escritura.
Una escritura que trata de eufemizar el sordo trabajo del tiempo mediante
el recurso a los espacios, los lugares, los paisajes, a la descripción
que quiere capturar fijamente la duración y una totalidad que
en definitiva es ilusoria: en una más del cuervo, el incansable
nevermore que es -perdónese la palabra- “impajaritable”. Con
escéptica ironía en el “A manera de prólogo”
de la Cámara Oscura se concluye anticipatoriamente que
el trabajo del poeta es más modesto, un ejército, ¿apenas
un graznido? Más claro, pero que sabe que:
Arrancar tu figura del retrato
sin destruir el todo
es del todo risible
Sin embargo en la poesía de Cameron, esa falsa memoria que
es la escritura, es por ello mismo verdadero testimonio de la precariedad,
de la imperfección, de la soledad radical del sujeto poético,
que asume el destrozado abandono del mundo, sobre el que se levanta
su palabra para decirnos dolorosamente la necesidad del poder que
corrompe a los necios, la insensatez de la plusvalía o del
comercio que consume a los consumidores, el absurdo de la guerra que
siempre “terminó anoche”. Pero todo esto es odioso, tal vez
insoportable, no está en el mercado, ya no se lleva entre tantos
jaguares y otras fieras o bestias en que nos vamos convirtiendo, quizás
desde antes que se nos propusiera, y por eso ya no damos un auténtico
lugar a la voz de la poesía en nosotros mismos y en nuestras
comunidades.
Sin duda que el poeta es el sin lugar -y creo que bien lo sabe Cameron-,
pues es la lección difícil del poeta, la carne viva
de cada mañana. Por eso mismo su escritura nos habla desde
los márgenes, las fisuras, las heridas, los rincones, los exilios
y desde allí configura el gesto fundamental en que dispuestos
a ir al encuentro del otro, nos reconocemos también a nosotros
mismos.
A Bresky
Valparaíso, 1999
A. Bresky
(Valparaíso, 1947) ha publicado bajo el nombre de Adolfo de
Nordenflycht Semáfora primera (Valparaíso, autoedición,
1972), Tres odas (en colaboración con Godofredo Iommi,
Virgilio Rodríguez y Leónidas Emilfork, Valparaíso,
Ed. Universitarias de Valparaíso, 1972) y Estancias, seguido
de Fragmentos de El Río (Valparaíso, Ediciones Universitarias
de Valparaíso, 1980), y bajo el de A. Bresky sus últimos
tres volúmenes de poesía: La señorita sobreviviente
(Viña del Mar, Ed. Altazor, 1987), Persistencia de usted
(Viña del Mar, Ed. Vertiente, 1994), El hilo negro (Valparaíso,
Universidad de Valparaíso, 1996) y Las elegías inútiles
(Valparaíso, Universidad de Valparaíso, 2002); dejando
aparte la mención de numerosos textos de carácter académico.
Su obra, marcada por un mundo poético de gran complejidad de
ideas, en que se da una dialéctica violenta y desgarrada entre
la reflexión y el delirio, ha alcanzado en su último
libro un intenso matiz reflexivo, desde un hablante cuya alienación
del mundo abre paradojalmente la posibilidad de comprenderlo. Recibió
el Premio Municipal de Literatura (Valparaíso) en 1999. Como
profesor de literatura en la Universidad Católica de Valparaíso
y la Universidad de Santiago ha realizado una labor permanente y lúcida
de reflexion sobre la escritura.