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 Adiós a Enrique Valdés, poeta y narrador chileno (1945-2010)

Por Javier Campos
Escritor


Conocí a Enrique en Lautaro a fines de los 60  cuando un grupo de poetas jóvenes en ese entonces fuimos  la casa de Jorge Teiller.  Era un encuentro en Temuco y luego no sé cómo llegamos a Lautaro y a la casa del padre de  Jorge Teiller.  Era la época en que nadie tenía dinero en los bolsillos y si alguno lo tenía era muy poco. No recuerdo como  yo llegué de Concepción a Temuco. Sin duda fue en un tren y en tercera clase. Recuerdo que íbamos de Concepción Gonzalo Millán, Silverio Muñoz  (ambos también fallecidos), Ramón Riquelme, Floridor Pérez, Jaime Quezada, Edgardo Jiménez,  José Luis Montero (¿dónde estarán estos dos últimos poetas?)  También Omar Lara venia de Valdivia y de muy lejos llegaba Oliver Welden con su reciente libro de poemas, Perro del amor

En otro lugar conté esa experiencia de ese libro de Oliver, o de dos de esos libros, que el poeta de Arica había regalado en Lautaro a Teiller “para la biblioteca municipal”, le dijo antes de tomar el tren hacia Santiago cuando todos lo fuimos a dejar a la estación.  Pero los dos ejemplares fueron a dar a una casa de muchachitas muy jóvenes, principalmente a una bella muchacha que le llamaban “la vietnamita”. El sobrenombre creo se lo puso Enrique Valdés o Ramón Riquelme. Era por un idéntico parecido a mujeres vietnamitas.  Claro, muchos estaban familiarizados con la guerra de Viet Nam y de allí el sobre nombre.  Pues así conocí a Enrique porque se reía mucho en ese prostíbulo donde nos llevó Jorge Teiller que cuando lo vieron todas la muchachitas le decían “tío Jorge”.  Tío Jorge, repetía Enrique porque era muy divertido y bueno para hacer bromas.

Pero siempre recuerdo una cierta ingenuidad en su humor sin querer herir al otro u otra.  Pues allí pasamos después de la estación donde dejamos instalado en un carro de segunda clase al poeta Oliver Welden que se iba muy risueño por un largo día de tomar chicha de manzanas de botellas enterradas y muchas empanadas que salían sin parar de alguna parte de la casa del padre de Jorge Teiller. 

Luego supe que también Enrique tocaba música clásica, el violoncelo.  Y que era parte de una orquesta filarmónica.  Leí su poesía y la escuché muchas veces. Su poesía estaba bajo la influencia de la poesía lárica. El sur del mundo, lo que aún parecía intocado porque la vida comunitaria siempre estuvo en la poesía de Enrique. El era de otro mundo y también lo retrató en sus novelas.  Se vino a estudiar un doctorado a EEUU. Antes de venir me pregunto cómo era la vida en EEUU porque él ya estaba en conversaciones con una universidad donde vendría  a estudiar. Fue en una universidad del Medio Oeste.

Lo siguiente es que probablemente Enrique nunca lo supo o lo supo pero allí conoció al narrador español Javier Cercas porque este escritor en su novela La velocidad de la luz  (2005) lo menciona pero con otro nombre. Lo menciona como el chileno que estudiaba con él. Es un pasaje corto pero quedó como personaje literario en aquella novela.

La última vez con Enrique que nos comunicamos seria en octubre por email. Y la última que lo vi personalmente fue en el restaurante “El guata amarilla” de Valdivia. Sería en 2002 en enero. Allí se habían reunido en una comida de nunca acabar todos los poetas del grupo  Trilce de los años 60. Yo estaba en otra mesa con la poeta Carmen Gloria Berrios porque nosotros no fuimos del grupo Trilce pero estábamos en el mismo restaurante por casualidad. Luego nos llamaron que nos uniéramos a la mesa de los poetas del antiguo grupo Trilce y conversamos.

Allí Enrique tocó guitarra y cantó. Parece que cantó unos boleros porque a los de Trilce, especialmente a Omar Lara le gustaban los boleros. Enrique estaba contento porque todo el grupo se había tomado varias botellas de vino pipeño. Me recuerdo que en ese encuentro de poesía de 2002 todos los de Trilce andaban juntos. No era para menos pues hace años que no se veían y aprovechaban para conversar. Hasta hicieron una lectura sólo del grupo Trilce. Seguro pensaban que nunca más lograría estar tan juntos como esa vez. Eso pensaba yo y me parecía que era justo que no se separaran durante todo el encuentro que duró una semana. Allí me regalo Enrique otro libro de poemas y una novela.

 Leí el libro de poemas esa misma semana sentado en un banco y mirado el Rio Calle Calle. Siempre leo poema o libros en los lugares que fueron creados o por lo menos en el país que refiere su historia o sus imágenes. Seguí convencido que Enrique era un poeta lárico y eso no tiene ninguna denotación negativa. Por el contrario.  Escribo este breve recuerdo  ahora este enero de 2011 en un viaje por México, por una selva de la Península de Yucatán.  Ojalá alguien le rinda un homenaje en Chile pero a veces lo que no ocurre en Santiago no existe.  Pero buen viaje amigo poeta a tu país del lar.


 

 

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