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Tango en Paris

Javier Campos

 

Se conocieron en Paris en un restaurante llamado “Tango Buenos Aires” que estaba ubicado en Montmartre, muy cerca de las escaleras que llevan a la Iglesia del Sagrado Corazón. Aquel restaurante fue un lugar de muchos sudamericanos que emigraron a Francia en los 70 y 80. Arrancando de unos dictadores. Antes fue un negocito pequeño  que vendía comida de alguna parte de América Latina. Lo compraron una pareja de argentinos exiliados y montaron primero un café restaurante que comenzó vendiendo sándwiches, churrascos, empanadas, panqueques con dulce de leche y coñac.  También se servía vino argentino o chileno. La pareja bailaba un poco de tango y luego arreglaron la pista transformándola en una de baile. Por ahí había otro argentino que  tocaba bandoneón. Un francés aportó el violín y un chileno tocaba el piano. Se juntaban como amigos a tocar los viernes y los sábados. Allí  un director exiliado argentino hizo unas escenas de una película por los 80 que se llamó  parece “El exilio de Gardel”. La mayoría eran argentinos, uruguayos y chilenos que hablaban hasta tarde de sus países y sus nostalgias con el fondo de la música del grupo. Algunos bailaban, especialmente con las francesas, alemanas, inglesas,  que aparecían por allí a escuchar esa música triste. Muchos romances, divorcios, celos ocurrieron allí en esos años de sus exilios. Yo tenía como 17 años y acompañaba a mi padre que tocaba  el violín.  El había estado en Argentina  cuando joven no recuerdo haciendo qué cosas pero algo con importaciones de carne o vino  a Francia. Tocaba bien el  violín. Amaba el tango y traía de Argentina discos y casetes. Tenía también un bandoneón que compró en Buenos Aires y también lo tocaba en casa. Le enseño a mi madre a bailar la milonga porque ese baile era alegre y a ella le encantaba. En el restaurante de los sudamericanos también a veces mi padre tocaba el bandoneón en dúo con el argentino. Así yo cargaba a veces el bandoneón y mi padre con el violín. Y partíamos los viernes y sábados caminado y también tomando el metro para llegar al restaurante. Bueno, él tocaba. Yo miraba bailar y comencé sin ninguna vergüenza a hacerlo con algunas argentinas exiliadas.

Me decían  “Che Paulito”. Aprendí  ese tango arrabalero que me decían era el tango que comenzó a bailarse en los lugares marginados de Buenos Aires donde iban lo emigrantes italianos.  Como aquí que somos también emigrantes al revés, che Paulito, me decía el que tocaba el bandoneón,  Felipe Ángel  Villoldo.  Felipe nunca dijo dónde aprendió a tocar aquel instrumento. En Argentina trabajaba  de tipógrafo en una imprenta en la noche y en las mañanas hasta la cinco de la tarde de cobrador en el metro de Buenos Aires. Los sábados tocaba en El Viejo Almacén, en el barrio de San Telmo,  con la orquesta de Edmundo Rivero que este fundó en 1969. Dicen que estuvo detenido por 6 meses en un regimiento en Buenos Aires por estar metido en el sindicato de los tipógrafos y también en el del transporte. Lo torturaron  bastante.  Cuando supieron que tocaba el bandoneón y era amigo de Edmundo Rivero lo dejaron tranquilo porque, Che Paulito, a esos criminales les gustaba el tango. Así que el comandante allí me llamaba para que tocara el bandoneón detrás de una cortina mientras le pegaba con un fierro a unos detenidos. Tocá algo triste, me decía. Qué le iba a discutir. Recuerdo que detrás de la cortina yo sólo escuchaba movimientos de sillas, preguntas, quejidos. Una vez interrogaron a varios muchachos de una escuela secundaria por subversivos. De edad un poco menos que tú. Algunos lloraban. Y yo allí detrás de la cortina tocando  el repertorio que me había pasado antes el comandante.  Me dejaron salir por músico pero que me fuera del país en 48 horas y me dieron un salvoconducto firmado por el comandante. Yo  en medio de una calle de Buenos Aires, con una maleta de plástico,  ni sabía para dónde girar. Ni menos cómo irme de Argentina en 48 horas. Pero salí en un bus a Brasil y de allí junté un dinero tocando tangos con un acordeón del dueño de un bar de San Pablo. Y de allí en un barco hasta Marsella y luego aquí. Vos bailás bien Che Paulito. Tenés  que buscarte una buena mina que te siga. No podés bailar solo. Así terminó de contar un poco su historia Felipe y comenzó a enseñarme qué era el tango. Felipe bailaba pero prefería estar tocando el bandoneón. Era una parte de su cuerpo. Una gran catarsis para él. Por eso quizás no tenía rarezas mentales a pesar de estar tocando por tres meses detrás de una cortina negra mientras torturaban a tanta gente.  Pero lo vi bailar varias veces y me decía cómo debía tomar a la mujer. Cómo caminar dando señales con el pecho a tu pareja. Cómo tomarle la mano. Cómo hacerla girar en un molinete, hacer algunos ganchos, unas sacadas. Pero no exagerés en tantas figuras. Caminá siguiendo la música, siempre siguiendo la música. Eso te hará buen tanguero. Me hablaba todo en español y yo haciendo un esfuerzo gigante para captar lo que me decía. Luego le preguntaba a mi padre que hablaba muy bien castellano y me explicaba en francés lo que me había dicho Felipe y yo con dificultad no sabía si lo había entendido.

Una vez entró un hombre muy alto que hablaba con acento argentino. Mi padre me dijo que era un escritor famoso que ahora vivía en Paris y  que había escrito poemas o canciones de tango pero que escribía más novelas y cuentos. Aparecía siempre por ahí porque vivía cerca de este restaurante,  en la calle  Faubourg de  Montmartre. Fumaba mucho. Se sentaba a escuchar la orquesta y ver bailar. Siempre pedía un vaso de vino argentino y dos empanadas. No sabía bailar, me dijo mi padre. Ese escritor le dijo un día  “cosa curiosa Che, pero que yo sepa, ningún escritor argentino baila tango. Sólo algunos escribimos letras de tango. Creo que lo intelectualizamos mucho. El único escritor que bailaba tango aquí en Paris era Ricardo Güiraldes que murió muy cerca de este restaurante en 1927. Un año  antes de morir   terminó su novela más famosa, Don Segundo sombra.  Quiero Che Felipe que me enseñés unos pasos y que la historia alguna vez diga que sí, que  yo también bailaba tango”.  Con mucho gusto maestro, le respondió Felipe esa vez, cuando Ud. quiera.  La verdad es que nunca tuvo tiempo el escritor por sus continuos viajes fuera de Francia y luego su leucemia que finalmente acabaría con su vida en 1984. 

Felipe tuvo una sola mujer en Paris pero nadie supo cómo se llamaba. Ni el mismo Felipe. Iba a escuchar tango. Y luego iba especialmente  a escuchar a Felipe tocar el bandoneón. Una vez, era un sábado por la noche, Felipe estaba descansando y mi padre lo reemplazó por una hora.  Apareció  entonces ella. Era muy joven y bellísima. Tenía un vestido de terciopelo negro que dejaba ver un cuello y una espalda de color marfil. El vestido le llegaba hasta un poco más arriba de sus rodillas. Piernas  perfectas, cubiertas por unas finísimas medias transparentes. Sus zapatos eran negros. De taco mediano que nadie como ella podría haber elegido para tan bellísimo traje y para bailar. Se acercó a Felipe y le dijo en francés que quería bailar con él. Está bien, respondió Felipe en español.  Y le pidió a mi padre, tocá la milonga  “Ella es así”.  Esta milonga la había escrito Edgardo Nonato en 1931 y la interpretaba con su grupo en esa época.  No puedo describirte ese baile que yo hace muchos años vi porque habría que retroceder hasta allí. Hasta esa noche. Hasta esa escena del baile a media luz. Felipe con un traje color café oscuro, chaqueta cruzada, camisa negra y corbata marron.Peinado al estilo de Gardel que le gustaba. Y ella siguiéndolo en el baile. Ambos transformados en el más maravilloso baile que no había visto nunca ni jamás veré.  Es posible  que la única pareja que puede un poco reproducir ahora cómo bailaron Felipe y aquella francesa anónima se encuentra en Internet y es la pareja de Melina Sedo y  Detlef Engel. Y esta pareja no es argentina sino alemana.  Pero nadie supo dónde aquella francesa había aprendido a bailar la milonga de esa manera, siguiendo tan bien a Felipe. Ella jamás había estado en Argentina ni en ningún país de Sudamérica. 

Creo que desde esa vez yo decidí que debía aprender a bailar tango y que lo bailaría por toda mi vida. Fue una iluminación de esas que cuando eres muy joven te impactan visual y emocionalmente para siempre. La raíz de lo que serás en el futuro y que nunca olvidarás. Te acompañará hasta tu muerte. Será el ejemplo de donde sacarás inspiración para vivir, amar, llorar, soportar el sufrimiento.  Entendí a Felipe mucho más por lo que me había contado y  comprendí un poco cómo el baile puede ser como un agua que te purifica el corazón. Lo dañado se cicatriza lentamente a través del baile. No sé pero Felipe era un ser que parecía no haber pasado jamás en su vida por un sufrimiento o desengaño. Aquella francesa  nunca le dijo nada de su vida ni siquiera cómo se llamaba. Se juntaban en algún apartamento que no era de ella ni tampoco Felipe sabía a quién pertenecía o si era arrendado o de algún  familiar. Comenzaron a irse todos los sábados a ese lugar de la francesa. Felipe no averiguó nada de ella sino que estaba conforme con ese tipo de relación anónima. La francesa le dijo que no quería saber nada de su vida pasada ni ella le contaría nada tampoco. Sólo quería bailar con él y luego pasar la noche juntos en ese lugar también sin nombre ¿No le afectaba que esos encuentros anónimos le recordaran aquel pasado tocando entonces detrás de una cortina para gente que él jamás vio quiénes eran,  ni menos qué pasado tenían mientras los interrogaba un comandante o los torturaba?   Le pregunté a Felipe esa duda mía. No te peocupés Che Paulito, me dijo. Cuando sepás bailar bien, cuando internalicés la música del tango, entonces comprenderás mejor lo que te ocurrió en el pasado. Lo que pudiste arreglar. Lo que te llevó al despeñadero alguna vez. Lo que no supiste hacer con tu pareja o con tu vida. Lo que debiste hacer mejor. Lo que ahora o en el futuro no querrás  repetir los mismos errores. Al menos  idénticamente. La vida, che Paulito,  no es un paso de tango sino pensar antes en cómo harás el paso de tango para que el baile no se derrumbe. Bailá con el corazón. Bailá también improvisando. Aprendé las reglas del tango y después destrúyelas para crear las tuyas propias. Bailá para que te toque el corazón. No bailés sólo con los pies aprendiéndote mecánicamente  cientos de figuras. No bailés contigo mismo sino también con la que tenés en tus brazos ¿Entendés , che Paulito?  No sé si entendía o era demasiado joven. O quizás  tenía que pasar por experiencias desgarradoras  antes de comprender bien aquellos consejos  de Felipe Ángel  Villoldo, bailador del sur y el mejor bandeonista que he escuchado en mi vida.

No recuerdo cuando desapareció la francesa de la vida de Felipe sólo que no volvió más a Tango Buenos Aires y Felipe no pensó más en ella hasta que por ahí apareció otra mujer porque el sonido del bandoneón mareaba a muchas hembras y también la tranquilidad y ternura de Felipe era como un imán muy fuerte que o viejas o jóvenes eran atraídas por ese hombre del sur del mundo.  Si alguna vez pasas por Paris, busca  ese restaurante porque todavía está allí. Pero ahora convertido en un lugar  de lujo que un francés millonario lo compró a esos argentinos que regresaron a su país. Lo transformó en un lugar muy elegante y caro. Se sigue bailando y tocando tango tradicional pero ahora introdujeron también el Tango Nuevo en su repertorio.  Y sigue Felipe también. Ha grabado unos discos con el grupo   “Tanguetto”, “Bajo Fondo” y el “Gotan Project”.  No se movió de Paris. Quizás regresó alguna vez a Buenos Aires vez pero prefiere Francia. Siempre con alguna mujer  a su lado. Tiene un apartamento por la misma zona de la Iglesia El Sagrado Corazón en Montmartre. No cayó jamás en la miseria. Parece contradictorio que toque tangos  que hablan del desengaño, la pobreza, el abandono,  pero a  él no lo atrapó nunca el bajo fondo ni menos la depresión para hundirse en una marginalidad corrompida. Quizás el baile y el bandoneón sean sus protecciones. Quién sabe. Pero fue su influencia que me hizo cambiar mi futuro a los 17 años. Ser un bailador y un  profesor de baile. Allí conocí a Jeanne quien pasó  por Paris y venía de Buenos Aires.  Para hacerte esa historia corta nos conocimos en ese restaurante. Bailaba muy bien. Era profesora de ballrroom en Nueva York. Entonces  me vine con ella a este país y ambos levantamos una academia de baile donde damos talleres cada mes en distintas ciudades. Contratamos a asistentes como a Lolita por ejemplo que son bailadores con algunos años de experiencia en tango o en otros bailes.  Esa fue la conversación con Paul un día que llegué más temprano a la clase y él me preguntó de qué parte de Argentina era y por qué yo no sabía bailar tango si era de ese país. No sé qué explicación le di pero fue él que comenzó contándome  por qué estaba viviendo aquí y no en Paris.

 

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Javier Campos. Escritor. Fragmento de novela inédita de 200 páginas. El titulo de la novela es otro. Derechos reservados. Prohibida toda reproducción electrónica en internet (blogs, emails, revistas electrónicas, etc).

 

 

 

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