Picnic
Javier Campos
Antes de conocer a Meredith conocí en un bar a una mujer que era el vivo retrato de Kim Novak quien junto a William Holden hicieron la película “Picnic” en 1955. Ella se llamaba Marie y me invitó un día a su casa. Mi inglés era terrible porque hacia unos tres meses que había llegado a Estados Unidos y yo me comunicaba con monosílabos y gestos. Era muy joven y tenía un hijo de 14 años. Eran tan parecida a Kim Novak que hasta su misma madre me lo dijo. Una vez un agente de cine la vio y quiso que fuera la doble de Kim Novak para una película pero Marie no quiso y su madre siempre quedó con un rencor contra ella por no aprovechar esa oportunidad y hacerse rica y famosa para salir de esta mierda en que vive. Abandonada por un hijo de puta que le hizo un crio y jamás quiso saber de él. Ella hablaba así y siempre refiriéndose al padre de su nieto como ese hijo de puta. Su madre era alcohólica y fumaba mariguana. Vivian de Food Stamps que le daba el gobierno a ella por no sé qué. Quizás por su esposo muerto en Vietnam . Y a Marie por madre soltera y abandonada. Marie fumaba mariguana. A mí no me interesaba la mariguana sino estar al lado de Marie como si estuviera al lado de Kim Novak. Yo en ese tiempo casi vivía las películas que miraba sin establecer ninguna diferencia entre ficción y realidad. Pensaba que así tenían que ser los que escribían libretos de cine. Confundir la ficción con la realidad como era mi sueño pero que al final nunca logré y no me imaginaba que iba a trabajar de cartero toda mi vida. Cuando visitaba a Marie me dejaba hablando con su mamá en la cocina y ella se iba donde su amiga que vivía en la siguiente casa a fumar mariguana. Y yo tenía que soportar a la madre de Marie que pasaba de un cigarro de mariguana a los cigarrillos mentolados porque no tenían nicotina, decía ella. Sus dedos estaban negros de tanto fumar pero no le rebatí eso de los cigarrillos mentolados. Yo sólo la miraba hablar y llegué en un momento a no ponerle ninguna atención cosa que a ella la tenía sin cuidado porque monologaba como una mujer demente. Yo sólo esperaba a que Marie apareciera en algún momento. Siempre volvía después de una hora como si entonces recordara que me había dejado esperándola en la cocina con su mamá. La mujer tomaba una cerveza tras de otra mientras su nieto jugaba solo con una pelota de beisbol y un guante gigante de cuero en su mano izquierda. La abuela cada diez minutos salía a mirar si su nieto estaba allí y le decía que tomara jugo de naranja. Luego volvía a sentarse conmigo y me decía que le gustaba Julio Iglesias pues sabía que yo era de Argentina pero ella ni tenía idea que era Argentina ni menos de otros países. Ella sólo hablaba de lo que veía en la televisión que siempre tenía encendida en su living. Desde la cocina yo oía la televisión. De repente ella se paraba bruscamente con la cerveza en la mano y buscaba el control remoto. Y daba vueltas por el living. Rebuscaba en el sofá hasta que encontraba el aparato. Apuntaba el control remoto hacia el televisor cambiando a varios canales. De repente exclamaba, “oh mierda, oh mierda”. Me decía algo desde el living. Yo no tenía idea qué es lo que estaba hablando. Luego lo dejaba en un programa y volvía a la cocina a hablarme de Julio Iglesias. Como yo hablaba poco inglés trataba de poner mucha atención para entender pero no sé cuanta paciencia tenia para estar allí con un ser de otro planeta, me decía a mi mismo mientras ella encendía otro cigarrillo y volvía a salir al patio a ver si su nieto estaba allí y le volvía a decir que tomara jugo de naranja. Con Marie había una atracción silenciosa. Pero tampoco sabía dónde terminarían esas visitas a su casa. Una vez ella me siguió en su carro y llamó a la puerta de mi apartamento. Escuchamos música. Bailamos. Nos besamos. Y me preguntó que dónde estaba mi cama y allí partimos a hacer el amor. Toda la imaginación de estar con una belleza tan idéntica a Kim Novak como en la película “Picnic” fue un poco decepcionante porque ella se tendió en mi cama desnuda sin decir nada. Muy bella pero no tuvo ningún gesto de ternura. Cerró los ojos y dejó que yo hiciera cualquier cosa. Antes me preguntó si yo no tenía alguna enfermedad venérea que la fuera a contagiar. No entendí qué me estaba preguntando al principio. Dije que ninguna. Es que no hace mucho tiempo alguien me contagió y estuve dos meses tomando antibióticos. No dije nada. Fue la penúltima vez que nos vimos. Le mentí cuando le dije dos días después en la casa de su madre que me iba a otro Estado en un mes más. Ella me miró con la misma belleza enigmática o deliciosa cuando Kim Novak mira a William Holden mientras bailan juntos en una fiesta de Labor Day en un parque y luego cuando éste tiene que irse del pueblo en un tren de carga porque es pobre. Pero la mirada de Marie era sólo una miraba ficticia, imaginada por mí. Eran como las imágenes que mi madre se hacia cuando escuchaba radionovelas melodramáticas en la pensión donde trabajaba. Siempre esa experiencia con Marie o Kim Novak me ha seguido por muchos años. Nada le dije a Meredith porque con ella tuve un encuentro más real aun cuando ella misma me regaló una escena muy sensual que había visto en una película. No sé porque no seguimos juntos con Meredith. Fue porque tenía que irme de California y la sensación de atarme para siempre me aterraba. Recién había llegado a un país nuevo y quería vivir más. Pensando que encontraría siempre otras Meredith en mi vida. Esa ilusión de que la felicidad está siempre al alcance de la mano. No sé si podré encontrar otra vez alguien que me bese como tú, me dijo Meredith el mismo día que yo partía de California para Minnesota. Yo le dije lo mismo. Y me dio de regalo un sobre. Dentro había una copia de la película “De aquí a la eternidad”. Aún llevo esa película conmigo. Sólo ahora comprendo cuánta razón tenía Meredith en aquella playa de California hace muchos años. No había entendido su mensaje hasta este momento que te lo estoy diciendo a ti.
Javier Campos. Poeta, narrador. Fragmento de novela inédita con distinto nombre