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Una piscina en San Salvador

Javier Campos

 

Eran las tres y media de la mañana. Sólo iba a dormir tres horas antes de salir del hotel hacia el aeropuerto de San Salvador. Pensaba en la historia del bar que me contó mi compañero de viaje. Que escuché a medias. Pero me quedó la imagen de aquel lugar del Club Silencio y de dos mujeres bailando en la pista. Otras mujeres que pasaban y se perdían en la oscuridad. O la mujer rubia y la mujer que tenía un tatuaje verde en un brazo u en un hombro. No entré a mi cuarto y me fui a sentar al lado de la piscina. Estaba muy oscuro. Sólo la luz de una ventana de un cuarto permitía ver alguna silla vacía y un  poco el agua de la piscina. No hacía frio. La noche era  cálida. Pensé dormitar allí hasta que fueran las seis y media  de la mañana. Me fui acostumbrando a la oscuridad y sentí que algo se movía en el agua de la piscina. Sentí un espanto porque podría ser una serpiente o quién sabe qué animal tropical. Mi imaginación aumentó por el miedo. Tenía horror a las arañas, a las culebras y más si eran serpientes. Hasta los monos congos me parecían temerarios y había muchos en esta región. Después pensé que no sería ningún mono porque ellos viajan en grupos y a esta hora están durmiendo y sólo  le levantan cerca de las cinco de la mañana para buscar comida pero viajando por los árboles. Entonces pensé en una serpiente de esa que aparecía en la película “Anaconda” con Jennifer López. La serpiente gigantesca casi se tragaba a Jennifer López. Creo que vi esa película con Aní alguna vez en El Día de Gracias que es cuando todo Estados Unidos está comiendo pavo y se junta la familia. Comen puré de patatas, pastel de calabazas. Ani prefería hacer codornices con alcachofas, puré de patatas dulces, pastel de zanahorias de postre y vino tinto. Y luego veíamos una película. Mientras veíamos la película Ani se iba quedando dormida. Así ocurrió el último Día de Gracias que pasamos juntos en noviembre pasado. Parecíamos dos abuelos que después de comer se quedan dormidos. No había ningún deseo de partir a la cama, desnudarse y hacer el amor con desesperación y placer. Yo miraba la pantalla y cómo la gigantesca  anaconda se tragada a casi todos los actores excepto a Jennifer López. Luego miraba a Ani que dormía profundamente y contemplaba sus mejillas rosadas, su cuerpo que era hermoso pero yo no sentía ningún impulso de despertarla. De desnudarla allí mismo. De penetrarla en el mismo sillón diciéndole que la amaba tanto. Que era mi luz, mi luna, mi sueño. Pero yo seguía inmóvil mirándola y luego miraba la pantalla. Me levantaba a buscar más vino y Ani no sentía mis pasos ni menos el sonido de la televisión ni tampoco cuando finalmente mataron a la gigantesca anaconda con un misil nuclear que la hizo explotar en pedazos. Y de las aguas emerge sin un rasguño Jennifer López.  No sé porque pensaba eso en la piscina mientras algo se seguía moviendo en las aguas. De repente salió un ser humano de allí. Avanzó hacia mí. Sentí un terror de que fuera un animal de la selva que era medio anfibio y medio animal. No podía moverme. Yo quería que todo fuera un sueño mío pero era verdad. Pero no podía pararme. Parecía pegado a la silla. La figura oscura que venía hacia mí era una mujer desnuda. Me di cuenta que tenía una larga cabellera rubia y tenía sangre en sus pechos. Parecía que le habían disparado pero yo no había sentido ningún disparo sólo el movimiento de las aguas de la piscina. Se fue acercando hacia mí más y más hasta donde había un poco de luz que venía de la ventana de un cuarto. Vi que tenía un tatuaje verde en su mejilla. Eran varias lágrimas. Se acercó más y pude ver su rostro y me dijo: soy Jennifer López pero me dicen Betty y te traje otro email de mi madre. Yo la quedé mirando y volvieron a caer lágrimas por mis mejillas. Lloraba y tenía espasmos en el cuerpo pero no podía pararme de la silla. Y sentí otra voz lejana. Qué te pasa, despierta, son la siete. Anda a buscar tus maletas. Te quedaste dormido. El bus nos vendrá a buscar en media hora. El que me despertó era el mismo compañero que me había contado la historia del bar.  No dijo nada al verme con lágrimas en los ojos. Ya apúrate, anda a buscar tus maletas. Te esperamos en el lobby. Y en veinte minutos estaba sentado en un bus que nos llevaba a todos al aeropuerto. Tenía un miedo terrible de regresar pero no quería quedarme un minuto más en El Salvador.

Javier Campos. Escritor. Fragmento de una novela inédita de distinto nombre


 

 

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