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Perro del amor

Por Javier Campos
Publicada en www.elmostrador.cl Noviembre 30, 2005

 

 

“Yo recuerdo, por ejemplo, a Oliver Welden, de quien ya nadie guarda
el menor recuerdo en este país.”

Roberto Bolaño

“Perro del amor” es el título de un libro de poesía publicado en Chile en abril de 1970. El libro había ganado en 1968 un premio importante de poesía, el Premio Nacional “Luís Tello” de la Sociedad de Escritores de Chile. Es una bella edición que imprimió e ilustró Guillermo Deisler quien falleciera en 1995 en Alemania. El autor de este libro de 23 poemas breves es el chileno Oliver Welden quien hace décadas dejó el país.

Se fue de Chile como los miles que después del 11 de septiembre de 1973 partieron para no regresar más. Luego de muchos años algunos volvieron a su patria de origen porque no aguantaron viviendo en otros países como estrellas distantes. Oliver al parecer no regresará más. Eso me dijo cuando hace unos pocos años atrás no vimos en una ciudad de Estados Unidos, en una lectura poética donde él únicamente quería estar de oyente, acompañando a su esposa, la poeta Alicia Galaz-Vivar. Inmediatamente de saber que era él quien me saludaba me vino a la cabeza el recuerdo de aquel libro suyo cuyo título jamás olvidé.

Oliver Welden tenía 22 años cuando escribió “Perro del amor”. Junto a su esposa publicaban una importante revista de poesía en el norte de Chile: “Tebaida”. No se cuántos números publicaron pero muchos la conocíamos en Concepción, otros en Santiago y también llegaba al lejano sur. Su revista se difundía por casi todo Chile y caía de alguna manera en las manos y en los ojos de los jóvenes poetas. “Tebaida” se unía a otras revistas parecidas de fines de los 60 que terminaron de imprimirse justo al instante cuando ocurre el golpe de estado. Esas otras revistas eran “Arúspice” de Concepción y “Trilce" de Valdivia.

Fue en el estado de Virginia , luego de muchos años sin vernos, se acercó Oliver Welden a saludarme. Venía con su esposa Alicia de la que no se separó hasta su fallecimiento hace muy poco. No los reconocí como ellos quizás tampoco se acordaban de mí porque fue en 1973 que nos conocimos y nos vimos por última vez. Fueron dos veces que nos encontramos. La primera en Lautaro con Jorge Teiller de la cual escribí una columna que se publicó aquí en el mostrador, Jorge Teiller y sus 70 años . La segunda en un viaje hacia el norte de Chile en el verano de 1973. Íbamos tres poetas dispuestos a llegar a Arica donde vivían los directores de "Tebaida”.

Éramos poetas jóvenes y nada nos asustaba. Menos que no tuviéramos dinero en los bolsillos. Habíamos leído algo de la historia de Rimbaud y con nuestros zapatos gastados, un bolso con tres o cuatro cosas nos echamos al camino. Creo que yo ni tenía documentos personales y llevaba únicamente algunos billetes arrugados que a lo mejor me sirvieron para unas cuantas tazas de café con pan pelado y nada más. Previamente al viaje cada uno se armó -para dormir donde la noche nos encontrara- con dos frazadas enrolladas con cordel de cáñamo.

Y puestas aquellas frazadas en nuestros hombros nos lanzamos a la carretera a hacer dedo hasta Arica. “Juventud, divino tesoro”, citando un poema de Rubén Darío, declamaba otro amigo poeta cuando marchábamos hacia la aventura. Íbamos a conocer al autor del poemario “El perro del amor” y de paso a dejarles unos poemas nuestros, rigurosamente inéditos, para ver si los publicaban en la revista “Tebaida”. El nuestro era “viaje iniciático” y eso ni lo sabíamos. O por lo menos yo no lo supe hasta mucho tiempo después.

Digo viaje iniciático porque para mí, gracias a mi interés por la poesía, pensando que había que cultivar aquel virus creativo, llegue a conocer el norte de Chile. Conocí un paisaje jamás antes visto arriba de diversos camiones, mirando desde su barandas, encima de cajas, sacos de verduras, repuestos de maquinas, etc. El viaje era lento y lleno de paradas donde luego otros camioneros por alrededor de Antofagasta, Iquique, o las salitreras abandonadas, nos volvían a recoger.

Quién sabe que pensarían los camioneros (siempre fueron amables con nosotros) al ver a tres jóvenes, viajando de vagabundos en febrero de 1973, con unas mantas enrolladas en los hombros, bastante melenudos y flacos, en medio del camino y alredor de todo el espectacular desierto nortino. O sentados en un pueblo llamado Chuquicamata, Potrerillos, Inca de Oro, o recostados comiendo limones de Pica con sal en un oasis no lejos de Iquique. O muertos de fríos, tapados con esas frazadas que no resistían la camanchaca del desierto donde nos tirábamos a dormir y con muy poca comida en los estómagos.

Muchas veces otro camionero nos tocaba la bocina para decirnos que nos llevaba y muchas veces nos compraron un plato de sopa (la mejor sopa del mundo la tomé en esos lugares), un café con leche y unos sambuches para el camino. Pasarían años, principalmente cuando salí de Chile después de 1976, en la documentación que se publicaba en el exilio, para enterarme de las matanzas que en esos lugares ocurrieron, campos de concentración, camiones llenos de detenidos que luego iban a ser fusilados por las fuerzas militares de la dictadura de Pinochet y tirados en tumbas que aún no se encuentran. Desde entonces no he viajado al norte de Chile pero aquel viaje aún está nítido en la memoria, gracias a un libro de poemas y el deseo de llegar a Arica a encontranos con Oliver Welden y Alicia Galaz-Vivar que de seguro ni nos esperaban ni menos nos habian invitado.

¿Pero qué de especial tenía aquel libro que me impactó, principalmente por el título? Pienso que era un titulo con el que jamás antes, en mis pocas y escasas lecturas, me había encontrado. Era una imagen novedosa (me parecía nueva) para referirse al amor: “Perro del amor”. Iconoclasta era el título sin duda y que probablemente el joven autor habia recogido aquella imagen de la antipoesia o de la vanguardia de principios de siglo o de alguna parte de su propio imaginario.

En esos comienzos de los 70, los nacidos en lugares apacibles, láricos (la poesía de Teiller por ejemplo), sin despreciar aquel mundo familiar, cercano a la comunidad fraterna, y sin ser tocados por la modernidad ni globalización impensable, no pocos poetas de las provincias querían irrumpir en la poesía con un nuevo lenguaje. Debo decir que yo particularmente estaba aburrido de los 20 poemas de amor de Neruda y me interesaba mucho la cultura mediática como las canciones del argentino Leonardo Favio (el que cuando vino a Chile se bajó del avión con un libro de Neruda en la mano, un poco cursi lo encontré). O las bellísimas letras de Juan Manuel Serrat o la música popular norteamericana (Neil Sedaka, Elvis Presley, Brenda Lee, entre cientos más) o el cantante canadiense Paul Anka, claro. Entonces “Perro del amor” me llegaba como un poemario que esperaba a esa edad, además sentía envidia que un poeta un año mayor que yo lo hubiera escrito.

En el año que Oliver escribió su “Perro del amor”, entre 1967 y 1968, también otro poeta chileno escribía al mismo tiempo, con 19 o 20 años, un libro igualmente impactante para ese contexto entre la poesía joven de entonces. Era “Relación personal” (1968) de Gonzalo Millán. Ambos libros tenían un lenguaje renovador -y muy semejante- en la entonces poesía chilena joven. Muchos como yo, poetas sin nada publicado, y quien sabe si alguna vez escribiríamos algo que valiera la pena, nos impactó tanto como la influencia de los medios masivos que ya eran de fuerte arraigo a través de la radio, los discos 45, o las revistas juveniles de la época.

Hoy aquel libro de Oliver ni está en la Biblioteca Nacional ni en ninguna biblioteca chilena. Yo guardaba una copia que él me regaló cuando nos encontramos finalmente en Arica en febrero de 1973, pero quedó entre muchos libros cuando salí de Chile. Hace poco (realmente hace pocas semanas antes de escribir esta columna) Oliver quien vive desde 1973 en EE.UU -y que ahora me dice se irá a vivir a España- me envió la primera edición aquel bello libro.

No sabía qué iba a escribir sobre él. Esperé recibir el libro para decidir, pero al ojear esa primera edición de 1970, leer de nuevo esos 23 poemas, apreciar otra vez la magnifica edición artesanal de Guillermo Deisler, se abrió instantáneamente un camino hacia el pasado: el viaje iniciativo de un jovencísimo poeta joven al norte de chile en busca del autor de esos poemas. Con seguridad mi experiencia es algo universal que le ocurre al joven poeta de cualquier parte del planeta porque no hay artista quien no haya realizado un viaje iniciativo con un libro de poemas bajo el brazo o en busca de quien lo escribió.

Oliver nunca dejó de escribir después de ese libro pero nunca más publicó otra obra luego de “Perro del amor”. En Chile ninguna editorial, ni revistas de poesía, ni encuentros internacionales de poesía, le pidieron nunca nada y quedó olvidado desde el 11 de septiembre de 1973. Hoy me dice que su libro se traducirá por primera al inglés en EE.UU.

Al finalizar esta columna no sé por qué cuando releí “Perro del amor” de Oliver Welden también me vino a la memoria la extraordinaria novela de Roberto Bolaño “Los detectives salvajes”(1998). Novela en la que unos jóvenes poetas irreverentes, inconformistas y altaneros, parten en la búsqueda obsesiva de los poemas de la poeta Cesárea Tinajero. Actitud que se puede encontrar en cientos de ejemplos por América Latina durante las décadas de los 50, 60 y 70. Pero que hoy, en los tiempos de la globalización, quizás sea nada más que una vieja nostalgia.

 


* Javier Campos es poeta, escritor chileno residente en EE.UU. Acaba de ganar en octubre de 2005 Tercer Premio de poesía a nivel nacional con libro inédito en el “Premio de Literatura Chicano/Latino”, University of Irivine, California, EE.UU.

 
 

 

 

 


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Perro del amor.
Por Javier Campos.
Fuente: El Mostrador, 30 de Noviembre de 2005.