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Tres tangos infinitos

Por Javier Campos

 

 

 

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Puso los tres primeros tangos. Al comienzo las parejas no escucharon la música o lo que iban a   bailar por unos 8 minutos, abrazados, sin decirse ninguna palabra. Se abrazaron todos en el salón como si estuvieran sonámbulos y necesitados de ese gesto humano  de ternura. Un deseo de no separarse e ir moviéndose al compás de una especial musicalidad. Hace tiempo que no ocurría aquello o quizás nunca había ocurrido. Bailaban hacia un lugar que nadie antes tampoco había imaginado en toda su vida. El que  había puesto la música era un DJ que nadie tampoco había visto antes. ¿Sería alguien nuevo?  ¿Alguien que acababan de contratar porque el antiguo DJ había jubilado?  Nadie podía responder esa pregunta, además a nadie parecía importarle. Sólo la música que les entraba de una manera nunca sentida era el centro de sus vidas en ese salón de baile de tango.

Algunos abrazaban tiernamente a su pareja y seguían la música. Incluso los que eran principiantes en tango, algo les hacia bailar mejor. Les producía, como a todos los demás, una dulzura que parecía lavarles el corazón de todo lo viejo.  El nuevo DJ miraba la pantalla del pequeño computador donde tenía la música. Parecía escuchar cada nota de la melodía. No miraba a nadie en la pista sino que miraba como si en la pantalla estuviera viendo algo extraordinario. Un paisaje jamás visto, un país nuevo, una isla de El Caribe, una playa apacible, unos árboles llenos de nieve, o caer hojas de varios colores en un día de otoño.

Había una pareja especial en la pista que bailaba siguiendo el círculo. Ella era alta, delgada, de larga cabellera negra. Se alcanzaba a ver su rostro asiático, quizás era de algún lugar de Japón o de China. Él era un poco más alto que ella. De pelo ondulado y negro. Caminaban hermosamente la musicalidad del primer tango. Él la tenía tomada de su cintura. Una cintura delgada.  La guiada como si fuera una flor larga y de color rojo. Ella tenía un vestido rojo. Semi abierto en su pierna izquierda. Su piel era blanca y podría ser muy suave. Ella lo abrazaba como si fuera una persona que volvía de un lugar remoto, y que ella esperó por muchos años.

Todos las demás parejas, en un momento, se fueron transformando en aquella  idéntica pareja. Las mujeres se fueron convirtiendo en mujeres de otros lugares del planeta,  todas con el mismo vestido de aquella mujer de alguna parte del Asia. En algún momento el lugar se convirtió en cien vestidos rojos abrazándose a hombres que parecían haber recién regresado de lugares lejanos y oscuros del universo.  El DJ desapareció sin que nadie se diera cuenta pero dejó la misma música por mucho tiempo. Quizás horas, días, años, siglos.

Octubre 2012, Manhattan



 

 

 

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