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La transformación poética del mundo. Sobre “Luis Omar Cáceres, el Ídolo creacionista”
de María José Cabezas Corcione

Por Jorge Cabrera Labbé


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El querido Pedro Lastra, el amigo venido de un tiempo que se eclipsa, el mensajero de un Chile que se va desdibujando, de un Chile en que la conversación solía ser uno de los deportes favoritos de sus habitantes —ese diálogo cotidiano que no gira en torno a la diva televisiva de turno, sino que se eleva desde los pensamientos más secretos para tratar de llegar al otro—; en fin, ese amigo menciona, durante el lanzamiento del libro de María José Cabezas, que estamos en presencia de un acontecimiento: una investigación sobre el poeta que nosotros conocíamos simplemente como Omar Cáceres, el poeta de la palabra “entonces”, el poeta que leíamos a través de las páginas de, por ejemplo, “Ni por mar, ni por tierra”, libro del controvertido Miguel Serrano, menos un nazi que un oyente del paisaje, de la ontogeografía de Chile, del Chile profundo.

Y sin duda es un acontecimiento o, si el lector así lo desea, un ajuste de cuentas. Porque el olvido, el desinterés o simplemente la desidia, se esmeran continuamente en clavar sus banderas en la memoria torpe, en la memoria miope de los chilenos.

Por consiguiente, este libro es como la fotografía empolvada que hallamos en algún rincón perdido de nuestros cachureos, y que nos retrata cuando teníamos una edad que ni siquiera recordamos. Y miramos nuestra actual circunstancia y nos preguntamos por qué: por qué hemos perdido la cálida voz de los viejos amigos o, en este caso en particular, por qué hemos extraviado la voz de nuestros poetas, por qué dejamos pasar la posibilidad de nutrir nuestro imaginario, de ampliar nuestros sueños, de crecer el pensamiento de nuestro Chile, empleando como instrumentos de conocimiento a nuestros poetas. ¿Por qué no leer a nuestros creadores, desde el colegio, desde la infancia, en vez de aprender funciones del lenguaje o su análisis morfosintáctico? ¿Por qué no empaparnos del lenguaje vivo, en vez de disecarnos los sesos con el lenguaje momificado?

Porque estoy convencido que nuestro adentro se enriquece cuando leemos, ojalá en voz alta: “huyendo de su vida, pienso, el que parte limpia el mundo”. Y dejamos que el pensamiento tantee a su gusto, sin el control de la razón, de la histérica razón. O acaso: “… la luz de aquél que rompe su consecutiv’atmósfera, / para sentir cómo, al retornar, todo su ser estalla dentro de un gran número, / y saber que ‘aún’ existe, que ‘aún’ alienta y empobrece pasos en la tierra, / pero que está ahí absorto, igual, sin dirección, / solitario como una montaña diciendo la palabra entonces…”

María José Cabezas reabre la discusión, hoy más que nunca pertinente, dado el debate a propósito de la reforma educativa, con su libro. No sólo con su valiosa interpretación del poeta, leído en diálogo con el “Altazor” de Huidobro, de quién, propone acertadamente María José, es un continuador, sino por el sentido práctico de su investigación. Pues una reforma educativa no implica solamente cómo la vamos a costear, sino, esencialmente, qué sociedad queremos construir. Y si la construimos leyendo a nuestros poetas, algo ganaremos, no en el terreno económico, sino en el terreno del espíritu: habremos reformado poéticamente nuestra sociedad.

¿Y qué ganaremos con la lectura de este “Ídolo creacionista”? “Después de leer ‘Defensa del Ídolo’ surgen preguntas sobre cuál es la capacidad del poeta para revelar esa gran suma de visiones. Es sorprendente la lucidez del hablante en busca de una verdad desconocida”, sostiene la autora. Y un poco más adelante, aparece esta sentencia, muy propia de esa generación del 38, cita tantas veces repetida en nuestra historia —no sólo poética—, y tantas veces olvidada: “Luis Omar quiso imbuirse en una poesía que fuera capaz de liberar a la humanidad. La función intelectual y poética del artista comprometido con la transformación del mundo.”

¡Cuántas veces la voz política ha truncado la voz poética de emancipación! Quizás sea algo muy nuestro, muy chileno, soñar en grande y, acto seguido, despertar y autoencerrarnos en nuestra historia concreta. Me parece inevitable, al respecto, recordar la metáfora que emplea Carlos Franz para tratar de describir ese aspecto tan nuestro: el imbunche, es decir, el acto de cortar las alas a lo que intenta emprender vuelo, coserle sus orificios, fijarnos en nuestra fatalidad, en nuestra inmovilidad, ante el destino.

Por último, el libro de María José Cabezas es un gesto para los viejos amigos, los amigos muertos, los amigos que nos hablan desde la poesía que está en nuestros libros. Pedro Lastra llama a este ejercicio de amistad un ejercicio “por los poetas perdidos”. En su oficina en el Campus San Joaquín de la UC, me relata viejas andanzas. Trato de memorizarlas, no para repetirlas, sino para olvidarlas, nutriendo así mi memoria. Dejo la voz a su poema: “Nosotros disputamos a otro reino sus nombres, / a otros dioses sus cuerpos siempre ardientes / que arrastraron los sueños, el amor, cuanto existe / más acá del abismo, / abrimos las ventanas de ese reino / y hablamos con la voz del hermano perdido…”



 


 

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