Aproximaciones a una novela de Jorge Calvo:“Ciudad de fin de los tiempos”
Editorial Ur, Santiago de Chile, 2011, 298 páginas.
Por Bernardo González Koppmann
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Jorge Calvo (Santiago, 1952) es un escritor que se dedica a la literatura desde sus años estudiantiles. Escribe desde una generación que ha vivido los impactos políticos y estéticos que han sacudido al país y al continente. Autor de cuentos seleccionados en diversas antologías, entre sus galardones literarios destacan el Premio Municipalidad de Santiago, por el volumen de cuentos “Fin de la inocencia”, y la Beca “Klas de Vylder” para autores extranjeros residentes en Suecia. Algunas de sus obras son “No queda tiempo”, cuentos, 1985, Ediciones Obsidiana; “La partida”, novela, 1991, Editorial Mosquito; “Fin de la inocencia”, cuentos, 2003, Ediciones Foro Nórdico, y “El emisario secreto”, cuentos eróticos, 2004, también publicado por Ediciones Foro Nórdico. Estos datos biográficos, confieso, los he tomado de las solapas de este libro que intentaremos comentar.
Jorge Calvo hoy nos sorprende con la novela “Ciudad de fin de los tiempos”. Digo nos sorprende porque la novela en si reúne características que, sin lugar a dudas, confirman al autor como un avezado escritor de oficio y maneras consolidadas. Maneja los argumentos, la trama, el perfil sicológico de cada personaje, los momentos de humor, erotismo, ira o templanza, cuando no decepción y amargura, más nunca derrota, con la habilidad de un ajedrecista de fuste. El temple de ánimo, diríamos, nunca abusa del recurso fácil melodramático de los vencidos de la historia; al revés, nos deja como moraleja una noble esperanza de nunca claudicar ante la adversidad puesto que la felicidad radica, al menos en esta novela, en resistir hasta el fin de los tiempos por aquellas cosas que íntimamente consideramos verdaderas. Lo anterior narrado, además, con total destreza, desde el plano argumental hasta los más nimios caprichos y veleidades de sus protagonistas, criaturas todas creíbles y que expresan, cuando no magullan, un léxico apropiado a su condición social y a las opciones de vida que han elegido cuando el destino se los ha permitido. Desfilan por estas páginas todos los espectros de la condición humana, desde seres casi elementales que emigran a La Ciudad en busca de un mejor porvenir, hasta los burgueses recalcitrantes que manejan los hilos de sus habitantes desde las sombras, bosquejando con maestría especialmente los rasgos sicológicos de funcionarios públicos y privados, estudiantes, policías, periodistas, secretarias, camioneros, vagos, pelusas, bohemios, etc., inclusive el sello personal del Padre Wenceslao queda patentito, siempre muy actualizado y moderno en sus prédicas y sermones; actores ellos - desde los más anónimos hasta los más relevantes - tratados con una dignidad que los hace entrañables, cálidos, humanos. Manifiesta el autor aquí vasto conocimiento del alma humana y sus avatares, y eso siempre se agradece.
Antonio Rojas Gómez, en Revista Occidente N° 421 - Agosto 2012, resume certeramente el argumento de la obra en los siguientes términos: “La ciudad de fin de los tiempos” está situada junto al mar, entre el desierto y una selva, en un lugar indefinido de nuestra América del Sur. El poder, en ella, está representado por la Refinería, empresa tributaria de una internacional con sede en Londres. La historia comienza cuando un barco sufre una avería y se derrama su cargamento de petróleo, lo que provoca una tragedia ecológica y económica de proporciones. Simultáneamente se comete una seguidilla de crímenes misteriosos, sujetos inescrupulosos roban niñas púberes en las aldeas selváticas para alimentar las depravaciones del todopoderoso mandamás de la Refinería, un detective sufre los desdenes de una cajera de un restaurante, un donjuanesco agente de seguros queda rehén en un prostíbulo palaciego, una secretaria mantiene un apasionado encuentro con un médico de mala fortuna, una cantante de boleros - estrella del cabaret más prominente - vive un romance con un periodista, quien a su vez descubre que el derrame de petróleo no fue casual y que detrás de ese episodio hay escondida una historia siniestra que, de saberse, hará tambalear los cimientos de la sociedad aparentemente tan compuesta, tan sólida, formal, eficiente y moral.
Esta escritura alcanza altos grados de la mejor poesía; utiliza el autor imágenes del refranero popular de raigambre rural, campechano, como así también un cierto coa urbano marginal, incrustando a la pasadita durante el transcurso del desarrollo de la obra letras de boleros y melodías del cancionero latinoamericano como inter textos; en ocasiones usa la expresión oral, la voz de la tribu, con un humor negro típico de las novelas policiales; pero así también logra hondas reflexiones filosóficas y existenciales del devenir de una sociedad que ve como se desploman los valores esenciales de la convivencia social ante la arremetida de los poderes fáctico neoliberales; en este último caso acomete Calvo con un lenguaje depurado, culto, dejándonos relativamente clara su pericia narrativa. Todos estos, elementos de poesía moderna, contemporánea. Sin duda, un escritor experimentado en las escaramuzas de las letras de alto vuelo.
En otro aspecto, ya para ir terminando, y antes que se me olvide, quisiera mencionar que Jorge Calvo pareciera que planificara el desarrollo de la obra en un ritmo cronológico que se va haciendo más acelerado en la medida que avanzan los cuatro capítulos que conforman el libro, los cuales en su conjunto no superan un mes calendario el lapso total durante el cual se desarrollan los hechos ficticios; aunque a veces recurre a escenas retrospectivas, como en el caso de la infancia de Soraya o, más nítido aún, cuando nos describe el origen fundacional de La Ciudad en tiempos de la conquista española. Un escritor ducho en los recursos literarios que maneja, indudablemente, con un lenguaje que nos cautiva y nos trasporta a cualquier ciudad de nuestra América morena con un puerto, un bar, una cantante de boleros, un vago y una ilusión por la cual levantarse contento todas las mañanas del mundo.
Sin ningún tipo de dudas, tal como lo asevera Gómez Rojas en el artículo ya citado, Jorge Calvo confirma con esta novela el lugar señero que sus trabajos anteriores le han granjeado en la literatura chilena actual. Una novela mayor, profunda y, a la vez, entretenida, que vale la pena leer.
Talca, 22 de febrero de 2015