Proyecto Patrimonio - 2016 | index | Jorge Calvo | Bernardo González Koppmann | Autores |

 


 

 

 

 

 

Retrato de un artista senescente
Sobre la novela “El viejo que subió un peldaño”, de Jorge Calvo.
Editorial Signo, Santiago, 2015, 96 páginas.

“Y puedo revivir algo ya muerto
con sólo entonar una canción”

Por Bernardo González Koppmann

 




.. .. .. .. ..

En su última novela Jorge Calvo (Santiago, 1952) retrata una época convulsa con la certeza del relato breve que con dos o tres trazos nos describe sicológicamente personajes decadentes y cuestiones existenciales profundas. Inevitable no pensar en Poe, Maupassant, Quiroga, Rulfo, González Vera, Cortázar, Monterroso, Chéjov o Carver, por nombrar solo algunos maestros de este género literario que requiere destrezas específicas como la frase precisa, exacta, similar a un buen verso o a una sentencia sapiencial. Calvo en la presente entrega muestra seguridad, oficio, templanza, cuando asume la escritura.

La temática  de la obra es sencilla y muy acotada. Se invita a un grupo musical chileno (Aymará), ya disuelto, a participar en un acto de homenaje en el Museo de la Memoria junto a todos los cantores que lucharon por recuperar la añorada democracia. “El acto (…) en la Plaza de la Memoria conmemoraría la actividad de los cantantes populares durante los años de la dictadura” p. 89. Esta invitación se materializa a través de una llamada telefónica que recibe El Polaco (Genaro Prieto) en su autoexilio rural en Talca. A partir de ese contacto se desata una serie de preguntas filosóficas y existenciales sobre la vigencia del canto popular en una seudodemocracia traicionada y distorsionada en sus paradigmas esenciales, como lo son la igualdad, la justicia social, la salud, la educación y la cultura al alcance de todos, entre otros. El Polaco viaja a Santiago a contactarse con los antiguos integrantes del grupo, lleno de incertidumbres y cuestionamientos; retorna a una ciudad que ya no reconoce en su desarrollo urbano acelerado y deshumanizador. No están los barrios bohemios, ni los vecinos, ni los amigos y sus gestos fraternos que hacían que la vida tuviera un sentido trascendente y colectivo. Finalmente, luego de mutuas recriminaciones acceden a la idea de cantar por última vez; tras arduos ensayos y crueles comprobaciones de que el tiempo había pasado inexorablemente, llega el tan mentado día del homenaje. El grupo sube el primer peldaño rumbo al escenario, y la novela nos deja en su mayor clímax o suspenso, en un epílogo abierto, induciendo al lector a cerrar la historia según sean sus convicciones. Un argumento cinematográfico, sin duda.

En el prólogo Jorge Coulon, uno de los miembros fundadores de Inti Illimani, nos ubica temporalmente en el relato. “Los tiempos de la narración son breves, medidos en tiempos de la historia; no abarcan más de medio siglo, sin embargo, tres países, tres realidades aparecen marcadas por dos fechas que preceden la subida de ese peldaño: el 11 de septiembre de 1973, y el 5 de octubre de 1988. Tres etapas; la esperanza, el horror y la desilusión parecen acompañar la historia de El Polaco y su búsqueda de sí mismo y de sus compañeros de canción” p. 12.

Jorge Calvo, en un tono melancólico y con un temple más bien escéptico, nos describe como un cronista de guerra esas tres épocas que se sobreponen a una velocidad insospechada. Temple de ánimo imprescindible para narrar el dolor de un pueblo y sus poetas y cantores traicionados; porque, tanto o más que la derrota del movimiento popular y su gobierno en 1973, volvió a escocer la traición de las supuestas fuerzas democratizadoras concertacionistas que negociaron y pactaron el regreso a la vida republicana en contra del pueblo y sus luchas sociales, protestas, apagones, jornadas de desobediencia civil, exilios, exonerados, saqueo económico, mártires, caídos, torturados, desaparecidos… Cuando El Polaco regresa de Talca a Santiago, por esa única y última ocasión, todos los paradigmas humanistas se habían esfumado.

Novela intercalada con textos de canciones de protesta de la Nueva Canción y del posterior Canto Nuevo; o sea, intertextos poéticos, certeros, al hueso, que nos obligan a meditar sobre la misión del arte y los artistas en la sociedad postmoderna. Gustavo Adolfo Becerra, el notable poeta carahuino autor de “Tolo Nei”, nos aporta la siguiente reflexión: “En la realidad-real, me atrevo a decir -con cierta dosis de ingenuidad y certeza- que ningún artista que luchó contra la dictadura, desde el arte, asumió esa tarea para recibir a cambio, más temprano que tarde, prebendas, cargos o reconocimientos, pero es innegable que merecen un reconocimiento social mucho mayor al simple reconocimiento de una institución que intenta dedicarle un atardecer a los músicos para homenajearlos. Sin decirlo, ni siquiera insinuarlo, Calvo establece que a esta altura de la vida, los músicos agradecidos, no requieren ese tipo de homenajes por bien intencionados que parezcan, sino sillas de ruedas, pensiones dignas, medicamentos, salud pública. No hay mayor diferencia entre vida y literatura.” (1)

Pareciera que la vida cultural del país no considerase el diario vivir de los creadores; como si las obras de arte se hicieran con una varita de virtud, sin la participación abnegada y constante de los artistas, sean estos músicos, poetas, fotógrafos, pintores, bailarines, escultores, en fin. El sistema neoliberal imperante no respeta los más mínimos derechos de los trabajadores, y así dadas las cosas los obreros y artesanos de la hermosura, los trabajadores de la belleza, los artistas, son a su vez maltratados y vilipendiados como cualquier asalariado que, en el Chile actual, debe subsistir con sueldos de hambre. Ni hablemos del destino de los creadores cuando envejecen, enferman y quedan minusválidos.

Esta breve novela nos hace reflexionar sobre estos y otros cuestionamientos a la hora de plantarnos la creación de un ministerio de Cultura, en “esta fértil provincia y señalada” que pareciera sentirse cómoda en plagiar modas o multicopiar cánones del quehacer estético de otras latitudes, especialmente del hemisferio norte, antes que potenciar su propia identidad fortaleciendo las condiciones de vida de sus genuinos artistas. ¿Es mucho pedir?

“El viejo que subió un peldaño” se inserta así dentro de las novelas históricas ineludibles a la hora de justipreciar el aporte de los músicos populares en la construcción del ser humano integral latinoamericano -alma que sueñe y cuerpo que baile-, después de las dictaduras y el Plan Cóndor en nuestro continente. Novela audaz que apuesta a lo lacónico, a lo nimio de los gestos esenciales, que con dos o tres retazos nos retrata a una anciana sirvienta o a un funcionario rancio de la administración de turno. Así Jorge Calvo, sin proponérselo, bordea la maestría en esta novela al momento de capturar lo esencial de una época y de un oficio que se contraponen y luchan a muerte por la avaricia y el arribismo, unos, y por la dignidad y la decencia de la poesía, otros. Las voces de los escasos pero fundamentales protagonistas, músicos en su mayoría, llenas de carga semántica, acostumbradas a comunicarse en las catacumbas de la oprobiosa tiranía cívico-militar en América morena, resuenan como en el fondo de las hondonadas de nuestra conciencia y nos interpelan a repensar la historia, la filosofía, la religión, el arte en suma, desde una perspectiva humanizadora, social, valórica, holística, que hoy por hoy brilla por su ausencia en los paradigmas del panorama cultural chileno. Casi crónica, casi ficción; “mezcla rara” diría Piazzola sobre esta obra que se alza como imprescindible en la literatura chilena actual.

Nota:

(1) http://sitiocero.net/2016/habitamos-la-lengua-el-viejo-que-subio-un-peldano/



 



 

Proyecto Patrimonio— Año 2016
A Página Principal
| A Archivo Jorge Calvo | A Archivo Bernardo González Koppmann | A Archivo de Autores |

www.letras.s5.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza.
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Retrato de un artista senescente
Sobre la novela “El viejo que subió un peldaño”, de Jorge Calvo.
Editorial Signo, Santiago, 2015, 96 páginas.
Por Bernardo González Koppmann